Despertar

Despertar


Capítulo 6

Página 9 de 47

C

a

p

í

t

u

l

o

6

El doctor Davidoff dijo que le parecía una «idea espléndida», lo cual significaba que no tenía idea de cómo yo había supuesto que Tori fue quien les había dado el chivatazo sobre nuestra fuga. En cuanto a lo de echarle un mejor vistazo al lugar… El plan no funcionó tan bien. Su celda resultó estar a sólo unas pocas puertas de la mía.

El doctor me llevó dentro y después cerró la puerta. Retrocedí, preparada para chillar a la primera señal de problemas en cuanto el cerrojo entró en el cajetín. En mi último encuentro íntimo y personal con Victoria Enright, me había noqueado con un ladrillo, atado y abandonado a mi suerte en un pasadizo del sótano oscuro como boca de lobo. Por tanto, se me podía perdonar que una puerta cerrada con llave me pusiese nerviosa.

La única luz de la habitación procedía del reloj despertador.

—¿Tori?

Una silueta se levantó del colchón. Su corto cabello formaba una aureola de púas.

—Ah, bueno, supongo que si esos duros sermones no funcionan siempre pueden recurrir a la tortura. Diles que me rindo, siempre y cuando te alejen de mí. Por favor.

—He venido a…

—¿Regodearte?

Avancé hacia ella.

—Claro. He venido a regodearme. A echarme unas buenas risas a tu costa viéndote encerrada aquí, como lo estoy yo un poco más allá, hacia el pasillo.

—Si me sueltas eso de «estamos juntas en esto», voy a estallar.

—Oye, tú, no estaríamos aquí metidas si no les hubieses hablado a las enfermeras de nosotros. Sólo que no contabas con que tú misma acabases siendo trasladada. Eso es lo que se llama una trágica ironía.

Hubo un momento de silencio y después emitió una carcajada amarga.

—¿Crees que os traicioné? Si hubiese sabido que os fugabais, yo misma te habría preparado la mochila.

—No si yo pensara largarme con Simon.

Pasó las piernas sobre el borde de la cama.

—Entonces, en un furioso ataque de celos, ¿desbaraté vuestros planes haciendo que el chico que me rechazó y tú fueseis enviados a un sanatorio mental? ¿En qué película sale eso?

—En la misma en que la animadora noquea a la chica nueva con un ladrillo y la deja encerrada en un agujero del sótano.

—No soy ninguna animadora —replicó, escupiendo la palabra con veneno; cualquiera hubiese pensado que la llamé putilla—. Iba a dejarte salir después de cenar, pero el príncipe no-tan-azul llegó a ti primero —se deslizó fuera de la cama—. Me gustaba Simon, pero ningún chico compensa mi humillación. ¿Quieres culpar a alguien? Mírate en el espejo. Fuiste tú quien lió las cosas. Tus fantasmas y tú. Hiciste que trasladasen a Liz y metiste a Derek en problemas. A mí me metiste en problemas.

—Tú te metiste sola en problemas. Yo no hice nada.

—Por supuesto que no.

Avanzó acercándose más. Su piel parecía amarillenta y sus ojos castaños aparecían subrayados por unas bolsas de color púrpura.

—Tengo una hermana igualita a ti, Chloe. Ella es la animadora, la rubita guapa que bate sus párpados y todos corren a ella. Igual que tú en la Residencia Lyle, con Simon dando tumbos por ahí para ayudarte. Incluso Derek corrió en tu rescate…

—Yo no…

—… hice nada. Ahí está el problema. No puedes hacer nada. Eras una Barbie estúpida e inútil, justo igual que mi hermana. Yo soy más lista, dura y famosa. Pero, ¿acaso importa? No —se alzaba frente a mí sacándome la cabeza, mirándome desde allí arriba—. Lo que le importa a todo el mundo es la pequeña rubia indefensa. Pero estar indefensa sólo funciona cuando hay alguien cerca para salvarte.

Levantó las manos. De sus dedos brotaron chispas. Mostró una amplia sonrisa cuando retrocedí.

—¿Por qué no llamas ahora a Derek para que te ayude, Chloe? Y también a esos fantasmitas amigos tuyos…

Tori avanzó hacia mí, con las chispas girando hasta formar una bola de luz azul entre sus manos alzadas. Las bajó de golpe y caí. La bola salió disparada pasando por encima de mi hombro, golpeó la pared y estalló produciendo una rociada de chispas que zumbaron junto a mi mejilla.

Me puse en pie, retrocediendo hacia la puerta. Tori levantó las manos, las agitó hacia abajo y una fuerza invisible volvió a derribarme. La habitación se estremeció y todos sus muebles se agitaron con un traqueteo. Incluso Tori parecía sorprendida.

—T-tú eres una bruja —dije.

—¿De verdad? —se me echó encima, con unos ojos tan descabellados como su pelo—. Mola que te lo diga alguien. Mi madre se empeñaba en que todo estaba en mi cabeza. Me largó a la Residencia Lyle, me diagnosticaron un trastorno bipolar y me dieron una carretilla de medicinas. Y me las tragué porque no quería decepcionarla.

Bajó las manos de golpe. Unos rayos luminosos brotaron de sus dedos dirigiéndose directamente hacia mí.

Los ojos de Tori se abrieron de par en par con el sobresalto, y sus labios se abrieron formando un silencioso«¡no!».

Intenté apartarme como pude, pero no fui lo bastante rápida. Sin embargo, mientras todos aquellos rayos se dirigían chisporroteando hacia mí, se materializó una figura… Una chica en camisón. Liz. Empujó el tocador y éste salió disparado de la pared interponiéndose en el paso del relámpago. La madera se astilló. El cristal del espejo estalló y una lluvia de esquirlas cayó sobre mí mientras me encontraba agachada, con la cabeza baja.

Al levantar la cabeza, la habitación estaba en silencio y Liz se había ido. El tocador estaba tirado de costado atravesado por un agujero humeante, y en todo lo que pude pensar fue: «Eso podría haber sido yo».

Tori estaba sentada en el suelo hecha un ovillo, con las rodillas levantadas y el rostro oculto entre ellas mientras se mecía.

—Yo no quería hacerlo. No quería. Me enfadé tanto. Tanto me enfurecí que, simplemente, sucedió.

Como Liz, cuando hacía volar cosas al enfadarse. Como Rae, al quemar a su madre durante una riña. Como Derek, al derribar a un chico y partirle la espalda. ¿Qué pasaría si yo me enfadaba lo suficiente?

Poderes incontrolables. Eso no era habitual entre los sobrenaturales. No podía serlo.

Avancé hacia Tori dando una buena zancada.

—Tori, yo…

La puerta se abrió con un golpe y la madre de Tori entró como una moto. Pero se detuvo en seco al ver la destrucción.

—¡Victoria Enright! —el nombre salió con un gruñido digno de hombre lobo—. ¿Qué has hecho?

—N-no fue ella —dije—. Fui yo. Reñimos y y-yo…

Me quedé mirando al agujero abierto a través del tocador y no pude terminar la frase.

—Sé muy bien quién es la responsable de esto, señorita Chloe —respondió la madre de Tori, dirigiendo el gruñido hacia mí—. Aunque no dudo que tuvieses tu parte en ello. Eres una especie de pequeña instigadora, ¿no?

—Diane, ya es suficiente —dijo con tono brusco el doctor Davidoff, hablando desde la puerta—. Ayuda a tu hija a limpiar su desorden. Chloe, ven conmigo.

* * *

¿Instigadora? ¿Yo? Dos semanas atrás me habría reído al pensarlo. Pero entonces… Tori dijo que todo comenzó conmigo, con los chicos corriendo en ayuda de la niñita indefensa. Odiaba la mera idea. Sin embargo, tenía parte de razón.

Derek había querido que Simon abandonase la Residencia Lyle y encontrase a su padre. No obstante, Simon no dejaría a Derek, quien se negaba a escapar por temor a herir a alguien más. Pero Derek encontró el arma que necesitaba para derribar las defensas de Simon al resolver que yo era una nigromante. Una damisela en apuros, para comenzar.

Yo era la pobre chica que no sabía nada acerca de ser nigromante, que continuaba cometiendo errores y que se acercaba cada vez más a la posibilidad de ser trasladada a un sanatorio mental. «¿La ves, Simon? Está en peligro. Necesita tu ayuda. Llévatela, encuentra a papá y que él lo arregle todo».

Me había puesto furiosa con Derek, y le había pedido ayuda. Pero no me había negado a seguir adelante con el plan. Necesitábamos al padre de Simon… Todos lo necesitábamos. Incluso Derek, que al final acabó uniéndose a nosotros cuando nuestra fuga quedó al descubierto y no tuvo otra opción.

Si hubiese sabido qué iba a suceder, ¿habría dejado de buscar respuestas mientras aún estaba en la Residencia Lyle? ¿Hubiese aceptado el diagnóstico, tomado mis medicinas, estado callada y conseguido que me soltasen?

No. La verdad cruda era mejor que las mentiras piadosas. Tenía que serlo.

* * *

El doctor Davidoff me llevó de regreso a mi habitación, y me dije que con eso estaría bien. Necesitaba estar sola para poder intentar de nuevo establecer contacto con Liz, pues entonces sabía que aún andaba por allí.

Comencé despacio, incrementando mis esfuerzos de modo gradual hasta oír una voz tan suave que bien podría haber sido el susurro del viento. Miré a mi alrededor esperando ver a Liz con su camisón de Minnie Mouse y sus calcetines de jirafas. Pero allí sólo estaba yo.

—¿Liz?

Una voz suave y dubitativa.

—¿Sí?

—Lo siento —dije, poniéndome en pie—. Sé que estás enfadada conmigo pero no me parecía correcto evitar decirte la verdad.

No me contestó.

—Voy a averiguar quién te mató. Te lo prometo.

Las palabras fluían de mis labios como si estuviese leyendo un guión pero, al menos, tuve el sentido común suficiente para cerrar la boca antes de prometerle vengar su muerte. Ésa era una de esas cosas que quedan muy bien en la pantalla pero que, en la vida real, piensas: «Magnífico. Y eso, ¿cómo voy a conseguirlo exactamente?». Liz permanecía inmóvil, como esperando por más.

—¿Me dejas verte? —pregunté—. Por favor.

—No puedo… pasar. Tienes que intentarlo con más fuerza.

Me recosté sobre el suelo estrujando entre mis manos su jersey con capucha.

—Más fuerte —susurró.

Cerré los ojos con fuerza y me imaginé tirando de ella a través de la pared. Sólo un buen tirón y…

Una carcajada cristalina, conocida para mí, hizo que me levantase tambaleándome. Sentí un aire cálido deslizarse a lo largo de mi antebrazo sin venda.

Me bajé la manga de un tirón.

—Tú. Yo no te llamé.

—No necesitabas hacerlo, pequeña. Cuando llamas debemos obedecer. Tú llamas a tu amiga y respondieron los espíritus de un millar de muertos, batiendo sus alas para regresar a sus esqueletos putrefactos —su aliento me hacía cosquillas en el oído—. Esqueletos enterrados en un cementerio situado a poco más de tres kilómetros de aquí. Un millar de cadáveres dispuestos a convertirse en un millar de zombis. Un vasto ejército de muertos para que los comandes.

—Y-yo no…

—No. Tú no. Todavía no. Tus poderes necesitan tiempo para madurar. ¿Y después? —su risa atestó la sala—. Hoy, el querido doctor Lyle debe estar bailando en el Infierno, superadas sus agonías gracias a la emoción de su triunfo. Se alegraron de su muerte y apenas lloraron al muy demente doctor Samuel Lyle. El creador de la más dulce y bonita abominación que jamás he visto.

—¿Có-cómo?

—Un poco de esto, un poco de lo otro. Se enrosca por aquí, se pellizca retorciendo por allá, y mira lo que tenemos.

Cerré los ojos con fuerza ante el acuciante apremio por preguntarle a qué se refería. Fuese lo que fuese aquella cosa, yo no podía confiar en ella; no más de lo que podría confiar en el doctor Davidoff y el Grupo Edison.

—¿Qué quieres? —pregunté.

—Como un hada atrapada en una campana de cristal. Metafóricamente hablando, claro. Las hadas son producto de la imaginación humana. ¿Gente diminuta revoloteando por ahí con sus alas? Tiene una extraña connotación positiva. Un símil más adecuado sería decir que estoy atrapada como una luciérnaga en una botella. Respecto a la energía mágica no hay nada que pueda compararse con un semidemonio con el alma apresada. Excepto, por supuesto, un demonio completo con el alma apresada. Pero invocar a uno e intentar utilizar su poder podría ser suicida. Basta con preguntar a Samuel Lyle.

—¿Invocó a un demonio?

—La invocación suele ser una falta perdonable. Está tan ligada al alma que apenas les molesta. Lyle debería haberse conformado conmigo, pero los humanos nunca se sienten satisfechos, ¿verdad? Él, demasiado arrogante para considerar la posibilidad del fracaso, se olvidó de mencionar el verdadero secreto de su éxito: yo.

—¿Tu magia domina este lugar y ellos ni siquiera lo advierten?

—Lyle se llevó sus secretos a la tumba y más allá, aunque llevárselos a la otra vida no fuese su intención. Estoy segura de que les habría hablado de mí… Si no hubiese muerto antes de encontrar el momento. Incluso un nigromante tan poderoso como tú tendría dificultades para contactar con un espíritu en una dimensión infernal, por eso estoy aquí, con mi poder reforzando la magia vertida sobre este lugar. Los demás, ese llamado Grupo Edison, creen que está construido sobre un cruce de líneas ley o líneas espirituales o alguna idiotez parecida.

—Entonces, ¿si te libero…?

—El edificio se derrumbaría hasta quedar reducido a un montón de ruinas humeantes, y las almas malvadas de su interior serían absorbidas al Infierno para ser atormentadas por los demonios durante toda la Eternidad —rió—. Una idea agradable, pero no, mi marcha sólo lograría dificultar sus esfuerzos. Aunque, eso sí, dificultarlos mucho… Pondría fin a sus proyectos más ambiciosos.

¿Liberar a un demonio bajo la promesa de que sería recompensada con generosidad? ¿Con la destrucción de mis enemigos? Bueno, ¿dónde había visto yo eso con anterioridad? Ah, claro. En todas las películas de miedo que tratan sobre demonios. Y la parte terrorífica comienza justo después de la escena de liberación.

—Creo que no —dije.

—Vamos, sí, libérame y desataré mi venganza contra el mundo. Comenzaré guerras y hambrunas. Lanzaré rayos, levantaré a todos los muertos de sus tumbas… Quizá podrías ayudarme con eso.

La voz volvió a deslizarse dentro de mis oídos.

—Todavía eres tan infantil, ¿verdad? Crees en el hombre del saco. De todas las guerras y masacres perpetradas durante el siglo pasado los demonios son responsables de una décima parte. Y eso, dirían algunos, supone concedernos demasiado crédito. Nosotros, a diferencia de los humanos, somos lo bastante sabios para saber que destruir al mundo que nos sustenta a duras penas corre a favor de nuestros propios intereses. Libérame y, sí, tendré mi diversión; aunque no seré más peligrosa ahí fuera de lo que lo soy aquí dentro.

Lo medité… Y me imaginé al público chillando: «¡Tonta del culo! ¡Eso es un demonio!».

* * *

—Creo que no.

Su suspiro agitó mi camiseta.

—No hay suspiros más tristes que los de un semidemonio desesperado. Después de haber pasado décadas a solas en este lugar, golpeando los barrotes de mi celda, aullando a oídos sordos, me veo reducida a rogarle favores a una cría. Hazme tus preguntas y yo interpretaré el papel de maestra de escuela respondiéndolas sin pedir nada a cambio. ¿Sabes? Hubo un tiempo en el que fui maestra de escuela, y entonces una bruja estúpida me invocó invitándome a una posesión, cosa que no es muy prudente aunque una esté tratando de destruir el asqueroso villorrio puritano que la acusa de…

—No tengo ninguna pregunta.

—¿Ninguna?

—Ninguna.

Su voz se deslizó a mi alrededor.

—Hablando de brujas, podría contarte un secreto acerca de esa de cabello oscuro que visitaste. Su madre, demasiado ambiciosa bajo cualquier punto de vista, oyó hablar de otra bruja que criaba a la hija de un hechicero, así que tuvo que hacer lo mismo. Y ahora está pagando el precio. Un mestizaje sanguíneo entre lanzadores de hechizos siempre es un asunto peligroso.

—¿El padre de Tori es un hechicero? —dije muy a mi pesar.

—¿El hombre al que llama papaíto? No. ¿Su verdadero padre? Sí.

—Así que por eso… —me detuve—. No, no quiero saberlo.

—Por supuesto que quieres. ¿Qué pasa con el muchacho lobo? Los oí hablando contigo acerca de él. Recuerdo a los cachorros. Vivían aquí, ¿sabes?

—¿Ellos?

—Cuatro cachorros, tan bonitos como es posible concebir. Pequeños depredadorcitos saliéndoles colmillos y garras antes incluso de poder mutar su apariencia… Toda una completa basura. El lobo solitario. El lobo inteligente. Cuando, una vez, sus hermanos de manada exhibieron sus garras y colmillos demasiado, los opuestos a la inclusión de esas pequeñas bestias se salieron con la suya.

—¿Qué pasó?

—¿Qué les pasa a los cachorros que muerden la mano de su amo? Pues que los mataron, por supuesto. A todos menos al inteligente que no entró en sus juegos lobunos. Él hubo de salir y ser un niño de verdad —su voz volvió a cosquillearme en los oídos—. ¿Qué más podría contarte…?

—Nada. Quiero que te vayas. —Rió.

—Ya, por esa razón lames cada una de mis palabras como dulce hidromiel.

Encontré el iPod y, luchando contra mi propia curiosidad, me puse los auriculares y subí el volumen a tope.

Ir a la siguiente página

Report Page