Despertar

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Capítulo 23

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—¿Se ha ido? —preguntó Tori en cuanto me acerqué.

Asentí e inspiré. El gélido aire nocturno me quemó en los pulmones. De todos modos, yo no sentía frío; vestía mi camisa, una de las sudaderas nuevas con la capucha puesta y, por encima, la enorme chaqueta. Me corría el sudor por la cara mientras luchaba por recuperar el aliento. Me había separado de los otros un par de manzanas más atrás, creyendo que sin el grupo podría perderlo con más facilidad. Tenía razón.

No sabíamos quién había ido a investigar los ruidos. Quizá la pasma, como pensaba Simon, o puede que gente de la calle; no nos habíamos quedado tiempo suficiente para averiguarlo.

Entonces nos encontrábamos en un recinto de aparcamientos, entre un monovolumen y una camioneta de esas con la zona de carga descubierta. Atronaba la música procedente de un local cercano. Eso me sorprendió; una zona de aparcamiento abarrotada y un bar lleno a altas horas de la noche en un día laborable. Después consulté mi reloj y descubrí que ni siquiera era medianoche.

—No deberías haberte alejado así —dijo Derek.

—Te dije lo que estaba haciendo, y funcionó, ¿verdad?

—No puedes…

—Dejadlo ya —murmuró Simon—. Necesitamos un nuevo sitio donde dormir.

—Gracias a alguien —terció Tori.

—No fue culpa de Chloe.

—Seguro que lo es. Incluso Derek lo dijo.

—No se refería a eso…

Levanté las manos.

—Cargaré con toda la culpa. Por favor, ¿podemos dejar de discutir? Sé que todos estamos al límite, pero si vamos a pasar por esto…

—Como empieces a soltar un discurso sobre cuánto necesitamos todos superar nuestras diferencias y trabajar juntos, voy a reventar —dijo Tori.

—Bueno, lo haría, pero me temo que esta sobrenatural modificada genéticamente sería devorada por un tiburón genéticamente modificado.

Simon estalló en carcajadas.

Deep Blue Sea —miró a Derek—. Tú no la viste. Samuel L. Jackson estaba dándoles una charla al grupo de supervivientes acerca de cómo tenían que dejar de pelear entre ellos y trabajar juntos. En medio del discurso, apareció un tiburón detrás de él y se lo comió. La mejor escena de muerte jamás filmada.

—Y una adecuada para cualquiera que haga ese tipo de discurso, razón por la cual no pienso hacerlo.

—Pero tienes razón —indicó Simon—. Es hora de pedir una moratoria en las discusiones.

—¿Una moratoria? —saltó Tori—. ¡Vaya! Menuda palabra. ¿Estás presumiendo, Simon?

Todos nos volvimos para mirarla.

—¿Qué? —preguntó.

—No discutir significa nada de pullas, ni insultos, sarcasmos y acosos —explicó Derek—. Y eso quiere decir que probablemente no soportaremos otra palabra tuya durante días.

—En cuanto a esta situación —dije yo—, asumo la culpa, así que arreglaré el problema. Quedaos aquí y encontraré un lugar…

Derek me agarró por la espalda de la chaqueta.

—Todavía tienes a un fantasma cabreadísimo buscándote, y hay una buena recompensa por tu cabeza. Quédate con Tori. Simon y yo encontraremos un sitio nuevo.

Derek se volvió hacia mí antes de que se fuesen.

—Lo digo en serio, quedaos justo aquí.

—¿Incluso si vienen los dueños de esto?

Tori dio un golpe en los vehículos aparcados a cada lado.

Derek no le hizo caso.

—Ella es tu responsabilidad, Chloe.

Tori se dirigió a mí en cuanto se marcharon.

—¿Por qué le dejas irse así? Te trata como a una cría.

No dije nada, sólo comencé a caminar alejándome del lugar donde Derek me dijo que me quedase.

Sonrió.

—Eso es más infantil.

La llevé hasta una pista de gravilla abierta entre dos edificios. Después me agaché en el suelo.

—Esto es más seguro, y todavía está bastante cerca.

Se quedó mirándome.

—Estás de broma, ¿verdad?

Estiré las mangas de mi chaqueta cubriéndome las manos para mantenerlas calientes.

—¿De verdad lo escuchaste?

—Sólo cuando tiene razón.

Se irguió por encima de mí.

—¿Vas a permitir que un chico esté dándote órdenes de esa manera? ¿Haciendo que las chicas aparquen las posaderas mientras los hombres van en busca de una cueva donde dormir, y quizás incluso trayendo a rastras algo de comida para alimentarnos?

—Sí.

—Bien, pues yo no. Voy a demostrarles a esos tipos que una chica puede hacerlo tan bien como ellos.

Me recosté contra la pared y cerré los ojos. Ella se alejó pisando fuerte. Abrí los ojos, observándola alejarse aún más.

Derek dijo que nos quedásemos. Y dijo que cuidase de ella. Encargos encontrados en ese momento. Sé que me había dicho que olvidase a Tori y me preocupase de mí. Pero yo no podía hacerlo.

—Espera —dije mientras trotaba tras ella.

—Si vienes a llorarme acerca de cabrear a Frankenstein, olvídalo.

—No estoy aquí para darte la brasa. Te ayudo a encontrar un sitio. Derek puede rastrearnos siempre que no nos alejemos demasiado —me aseguré de llevar puesta la capucha cuando salimos a la acera y después me apresuré a cogerla por la manga—. Podemos andar por estas calles desiertas. Pero yo necesito evitar a la gente tanto como pueda.

—Yo no. No es a mí a quien acechan los fantasmas y no hay medio millón de pavos por mi cabeza.

—Sí, pero si el Grupo Edison quiere recuperarnos a toda costa, pueden haberlo hecho público para hacernos salir. Ambas necesitamos ser cuidadosas.

Llegamos al final de la calle. Volví a detenerla al comenzar a girar a la izquierda.

—Por aquí —indiqué haciendo un gesto hacia el lado más oscuro de la calle—. Busca un buen sitio en el callejón. El viento sopla del norte, así que necesitamos una buena barrera orientada al norte. Una esquina, el fondo del callejón o la hornacina de una puerta de reparto sería lo mejor, así veríamos acercarse a cualquiera. Y, cuanto peor sea la iluminación, mejor. Queremos estar a oscuras y queremos estar aisladas.

—Eres tan mandona como Derek, ¿lo sabías? La única diferencia es que tú impartes las órdenes con simpatía.

Sin embargo, al parecer eso de dar órdenes con simpatía era una táctica que funcionaba, pues no hizo intentos ni de marcharse ni de ponerse al mando y se limitó a ir conmigo mientras examinábamos un sitio tras otro.

Detrás de una hilera de tiendas encontramos un callejón largo y estrecho con un muro a un lado y una sólida valla de casi dos metros al otro.

—Esto parece prometedor —dije.

—Ya,

descarao; si fueses Óscar el Gruñón —señaló con un gesto a una hilera de cubos de basura.

Levanté una tapa y señalé al papel hecho trizas en su interior.

—Reciclaje. No hay restaurantes por los alrededores, así que la basura no olerá.

Continué callejón abajo. Terminaba sin salida.

—Esto es genial —dije—. Tres lados, los cubos bloquean parte de la entrada. Podemos colocar cajas rígidas alrededor y poner papeles donde sentarnos.

—Y, quizá, si tuviésemos suerte, encontremos una caja de cartón lo bastante grande para arrastrarnos dentro para poder simular que somos gente sin hogar.

—Tori, justo ahora nosotros somos gente sin hogar.

Eso le cerró la boca. Me detuve cerca del final del callejón y lancé una carcajada.

—Ven aquí.

Suspiró.

—¿Y ahora qué?

Le indiqué con un gesto que se acercase.

—Vaya —se estiró para descongelar sus manos con la corriente de aire cálido que salía del conducto de ventilación.

Mostré una amplia sonrisa.

—Incluso tenemos calefacción. ¿Te parece lo bastante perfecto?

—Demasiado perfecto —dijo la voz de una joven—. Por eso este lugar ya está ocupado.

Tres chicas caminaban hacia nosotras callejón abajo. Todas rondaban nuestra edad. Una era rubia y vestía ropa de faena demasiado grande. Otra llevaba trenzas rizadas como los rastafaris. La tercera muchacha vestía una desgastada cazadora de cuero marrón y, al salir y situarse bajo un claro de luz de luna, vi una gruesa cicatriz corriendo desde su ojo hasta la barbilla.

—¿Veis eso? —la chica con rastas señaló a un símbolo pintado en la valla de madera—. Ésa es nuestra marca. Eso significa que este lugar es nuestro.

—No-nosotras no lo vimos. Lo siento. Nos iremos.

Comencé a alejarme, pero Tori me empujó para volver.

—No, no nos iremos. No puedes reservarte un callejón, con marca o sin marca. El primero que llega, el primero que lo usa. ¿Quieres éste? Pues ven más temprano mañana.

—Perdona, ¿qué?

La chica de la cicatriz sacó una navaja automática del bolsillo. Ésta se abrió con un chasquido.

Tori miró la hoja, pero no se movió, tenía sus ojos fijos en los de la chica.

—Mirad esto —le dijo la chica de la cicatriz a sus amigas—. Esta cría va a desafiarnos para quitarnos nuestro callejón. ¿Cuánto tiempo has estado en las calles, chavala? —miró a Tori de arriba abajo—. ¿Desde, más o menos, esta mañana a las nueve? ¿Mamá y papá dijeron que no podrías ver a tu novio en clases nocturnas?

Las chicas se rieron por lo bajo. Tori flexionó los dedos, preparándose para lanzar un hechizo. La sujeté por la muñeca. Intentó zafarse de mí. Yo tenía que hacerle notar las otras dos navajas similares en manos de las otras muchachas, pero su mirada regresó a la chica de la cicatriz y toda su ira acumulada durante aquellas veinticuatro horas comenzó a bullir. Las cajas próximas a las chicas empezaron a temblar y crujir. Los papeles se arremolinaban tras ellas. Las chicas no se volvieron en ninguna ocasión, desechando el ruido como cosa del viento.

Sujeté la muñeca de Tori con más fuerza y susurré:

—Son demasiadas.

Para mi sorpresa, su mano se relajó. Yo continué sujetándola, creyéndolo un truco, pero se zafó de mi mano con una sacudida, diciendo:

—Bien, nos vamos.

—Buena idea —se burló la chica de la cicatriz—. Manteneos apartadas, al menos hasta que dispongáis del equipo para jugar.

Comenzamos a pasar junto a ellas cuando salió disparada la mano de la chica con la cicatriz, plantándose en el pecho de Tori, deteniéndola.

—La vida por aquí fuera no es como pensáis, chavalas. Tenéis muchas lecciones que aprender.

—Gracias —gruñó Tori e intentó seguir caminando, pero la chica de la cicatriz la detuvo de nuevo.

—¿Recuerdas eso de las lecciones? Si van a aprenderse se tienen que sufrir las consecuencias. Así que voy a ayudaros a recordar ésta. Dame tu chaqueta.

Tendió la mano y Tori se quedó mirándola.

—La mía se está poniendo vieja —explicó la muchacha—. Me gusta más la tuya.

Tori resopló e intentó pasar de nuevo.

La chica avanzó colocándose frente a ella con la navaja levantada.

—He dicho que quiero tu chaqueta.

—Y su calzado —añadió la muchacha de las rastas, señalándome.

—Bien, la chaqueta y el calzado —dijo la de la cicatriz—. Quitaos las cosas, chavalas.

La muchacha vestida de faena se adelantó.

—Y yo también quiero los vaqueros de la pequeña. Nunca he tenido unos Sevens —sonrió mostrando un diente enjoyado—. Me van a hacer sentir como una estrella de cine.

Descarao, si puedes meterte en ellos —replicó la chica de las trenzas gruesas.

—Olvidad los vaqueros —concluyó la de la cicatriz—. La chaqueta y el calzado. Ahora.

Tori necesitaba su chaqueta y yo, sin lugar a dudas, necesitaba mi calzado. Me incliné para desatar una de mis zapatillas, simulando tener problemas para mantener el equilibrio, salté a la pata coja haciéndole un gesto a Tori para que me ayudase. Para mi alivio, se acercó. Me apoyé contra ella, forcejeando con el calzado, y susurré:

—Túmbalas de espalda.

Tori frunció el ceño.

Chasqueé los dedos.

—Derríbalas. Uno, dos y tres —asentí contando a cada una de ellas.

Tori negó con la cabeza.

—Sujeción.

—Demasiadas. Derríbalas.

—Vamos, chavalas —dijo la de la cicatriz.

Tori dio un suspiro exagerado y se inclinó como si me ayudase a desatar el calzado. Entonces disparó, sus manos salieron volando, golpeando a la chica de la cicatriz con… La muchacha se quedó helada. A pesar de mi consejo.

Al principio las otras dos no lo advirtieron. Se quedaron mirando a su cabecilla con impaciencia para que nos apurase de nuevo.

—A mi cuenta. Uno, dos…

—Oye, ¿qué pasa con…? —comenzó a decir la chica con ropa de faena.

Las manos de Tori volvieron a dispararse, pero ella continuó acercándose. Y la de la cicatriz a tambalearse, una vez roto el hechizo. Avanzó con la navaja levantada. Sus amigas se colocaron en posición, flanqueándola. Tori lo intentó otra vez pero, al parecer, había acabado con su energía, pues no sucedió nada.

—Cualquiera que fuese el truco —dijo la de la cicatriz—, era una verdadera idiotez. Tenéis tres segundos para deshaceros de todo. Las dos.

—Creo que no —replicó Tori—. Y, ahora, caed.

Chasqueó los dedos, pero la chica ni siquiera se balanceó.

—He dicho, ¡caed!

Volvió a chasquearlos. Las chicas continuaban acercándose. Di media vuelta para descubrir cuál es el problema con un callejón sin salida; si la entrada está cubierta, uno queda atrapado. De todos modos, hui corriendo con Tori a mi lado cuando la muchacha vestida con ropa de faena dio una zancada hacia mí.

Al llegar al final, realicé un giro brusco con la esperanza de coger a mi perseguidora con la guardia baja y rodearla. Funcionó con la del traje de faena. Pero la de las rastas vio mi finta y me bloqueó.

Esquivé su navaja, pero me dio una patada en la corva. Mi pierna se dobló y caí. Me escabullí apartándome. Pude echarle un vistazo a Tori, tenía las manos levantadas como si se rindiese. Entonces una de ellas salió disparada, agarrándose a la mano con la que la chica de la cicatriz empuñaba la navaja. La hoja destelló y abrió una raja a Tori en la manga de su chaqueta de cuero.

Tori dejó escapar un extraño aullido de rabia, como si en vez de la ropa le hubiese rajado el brazo. Sus manos volaron. La chica de la cicatriz se apartó de un salto para evitar un puñetazo, pero las manos de Tori se levantaron por encima de su cabeza y después bajaron de repente en un movimiento rápido.

Una ola invisible me golpeó, y lo siguiente que supe fue que estaba tumbada de espalda. Unas zapatillas de deporte golpearon el suelo y levanté la cabeza a tiempo de ver a Tori corriendo hacia mí.

—¿Estás bien? —no esperó una respuesta al ver que estaba consciente—. ¡Levántate!

Me levanté temblando, con mi pierna aún estremeciéndose por la patada de la chica con traje de faena. Eché un rápido vistazo a mi alrededor. Yacía a poco más de un metro de distancia.

Tori tiró de mí hasta ponerme en pie. La chica del traje de faena yacía echa una bola a los pies del muro. Emitió un débil gemido. La de la cicatriz estaba a cuatro patas, consciente pero aturdida.

Al ver la navaja de la chica de las rastas en el suelo la recogí y corrí hasta la muchacha vestida con ropa de faena, diciéndole a Tori que recogiese la navaja de la de la cicatriz mientras yo buscaba la de la otra. Había poco menos de un metro de distancia. La recogí. Tori ya iba corriendo callejón abajo. No hice caso al dolor de mi pierna y me apresuré a alcanzarla.

—¿Cogiste su navaja? —le pregunté.

—¿Por qué? Tú tienes dos.

—No es por eso por…

—¡Oye! —un grito a nuestra espalda—. ¡Vosotras!

Miré por encima del hombro para ver a la chica de la cicatriz viniendo tras nosotras cuchillo en mano. Por esa razón quería tener las tres.

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