Despertar

Despertar


Capítulo 24

Página 27 de 47

C

a

p

í

t

u

l

o

2

4

Lancé una de las navajas a las manos de Tori y le dije que corriera. Lo hizo, lanzándose a toda velocidad. Sus largas piernas pronto me dejaron atrás, que no era lo que quería. Pero teníamos bastante ventaja. Sólo necesitábamos llegar… Lancé un vistazo atrás, hacia mi perseguidora, y no reparé en el bordillo. Trastabillé e intenté recuperarme, pero mi rodilla dañada cedió y caí espatarrada sobre un parche de hierba. Clavé ambas manos con intención de levantarme a toda prisa, pero la chica aterrizó en mi espalda y el aire se fue de mis pulmones.

Forcejeamos, si alguien puede llamar a mi frenético pataleo y aspavientos una pelea. No tardó en asegurarse sobre mi espalda y ponerme la navaja en el cuello. Eso me detuvo.

—Yo… Yo… Yo —tragué—. Lo siento. ¿Quieres mi chaqueta? ¿Mi calzado?

Su cara se crispó con una mueca de disgusto.

—No tienes nada que yo quiera, rubita.

Me bajó la capucha de un tirón, arrancándome un mechón de cabello. Hice un gesto de dolor y me mordí para ahogar un chillido.

—¿Mechas rojas? —una sonrisa sin humor—. ¿Crees que eso te hace dura? ¿Que te hace muy guay?

—N-no. Si quieres mi calzado…

—Nunca me valdrían. Yo quería la chaqueta de tu amiga, pero se fue hace rato. Una buena amiga la que tienes por ahí. Ni siquiera llegó a mirar atrás —la chica se acomodó, con la navaja aún en mi garganta—. Fue un arma Taser, ¿verdad?

—¿Cómo?

—Lo que me hizo ahí atrás. Utilizó un arma de electrochoque conmigo, y después con mis chicas. Apuesto a que pensaste que fue divertido.

—N-no. Yo…

—Dije que iba a enseñarte una lección y, como no tienes nada que yo quiera…

Levantó la navaja hasta que su punta estuvo a poco más de dos centímetros por encima de mi ojo. Vi a la punta bajar y me volví loca, forcejeando por liberarme, pero me había inmovilizado clavándome el antebrazo sobre el cuello, cortándome el aire mientras me debatía. Todo lo que pude hacer fue observar cómo aquella punta iba directa a mi ojo. Un gimoteo salió de mi interior. Ella rió y bajó la hoja hasta dejarla descansando sobre mi pómulo.

La punta presionó. Sentí la punzada de dolor y después la sangre caliente bajando por mi mejilla.

—Ésta no es vida para niñas pijas, rubita. ¿Una cosita mona como tú? Te daría una semana antes de que un elemento te pusiese a hacer trucos. ¿Y yo? Yo tengo suerte. No tengo que preocuparme por eso. —Inclinó la cara, mostrándome la horrible cicatriz de su mejilla—. Voy a hacerte el mismo favor.

El cuchillo mordió dentro, clavándose más profundo. Cerré los ojos frente al dolor y después sentí a la chica saltando para quitarse de encima de mí con un gruñido de ira.

Al incorporarme como pude, me di cuenta de que el gruñido no era suyo. Y no había saltado para quitarse de encima; estaba flotando, con los ojos desorbitados y el cuchillo cayendo de punta sobre la tierra mientras Derek la levantaba en el aire. La giró hacia el muro.

—¡No! —chillé.

Creí que ya era muy tarde, demasiado tarde, pero en el último momento cobró conciencia de sí de un modo tan repentino que se tambaleó. La chica hizo aspavientos y pataleó. Su pie alcanzó el objetivo, pero Derek no pareció notarlo. Miró a su alrededor, vio la valla y, con un gruñido, la tiró por encima. La chica se estrelló al otro lado.

Ya casi me había levantado, tambaleante y temblorosa, cuando me agarró por el cuello de la chaqueta y me enderezó de un tirón.

—¡Muévete!

Descubrí la navaja caída y la recogí. Me empujó hacia delante con tanta fuerza que trastabillé. Después eché a correr. Él iba por delante, dirigiéndome. Habríamos recorrido poco más de cuatrocientos metros cuando dio media vuelta, mirándome a los ojos de una manera que me hizo retroceder encogida. Me agarró del brazo obligándome a quedarme quieta.

—¿Te dije que te quedases en el sitio?

—Sí, pero…

—¡Te dije que te quedases en el sitio! —rugió.

Lancé un vistazo a mi alrededor, temerosa de que nos oyesen, pero nos encontrábamos detrás de la hilera de tiendas y todas las ventanas estaban oscuras.

—Sí —contesté manteniendo la voz baja y uniforme—. Lo dijiste. Pero también dijiste que vigilase a Tori, y ella se marchó.

—Me importa una puta mierda Tori. Si se larga, déjala. Si se planta frente a un autobús, deja que se plante.

Al mirarlo a los ojos vi el terror tras la ira y supe con quién se había cabreado de verdad; consigo mismo, por haber estado a punto de arrojar a la chica contra el muro como hiciese con aquel muchacho en Albany.

Quité sus dedos de mi brazo sin decir nada. Él se apartó, abriendo y cerrando la mano.

—Si ella se va, la dejas ir —dijo entonces, más tranquilo—. No me importa lo que le pase.

—A mí sí.

Retrocedió un paso, frotándose el antebrazo con aire ausente. Al verme observándolo, se detuvo.

—Es un picor —dijo—. Un picor cualquiera.

—¿Tienes algún otro síntoma? Fiebre o…

—No —contestó con brusquedad—. Y no cambies de tema. Necesitas poner más cuidado, Chloe. Como antes, con ese cadáver. Tienes que pensar en lo que podría suceder.

Tenía razón. Pero verlo rascándose me recordó que yo no era la única que había sido descuidada, que había ignorado una amenaza potencial.

—¿Y qué pasa contigo? —señalé cuando volvió a rascarse el brazo—. El hombre lobo que aún no ha sufrido su primera transformación, pero que sabe que se está desarrollando muy rápido. Sin embargo, cuando te inquietas, sufres fiebre y picores, ¿no ocurre cuando ya te has transformado? Dejaste que pasase… Hasta que comenzó la noche que se suponía que íbamos a escapar.

—Yo no iba a ir con vosotros, chicos.

—Pero si no me hubiese quedado para encontrarte, Simon jamás se hubiera marchado. Podrías haber pifiado la fuga al no saber qué te estaba sucediendo.

—No lo hice.

—Igual que yo no me sabía capaz de levantar a los muertos con mis sueños. ¿Y acaso te eché la bronca? ¿Llegué incluso a mencionar lo cerca que estuve de ser atrapada por quedarme para ayudar?

Miró a lo lejos, moviendo la mandíbula, y después dijo:

—Yo también intentaba ayudarte. Y recibí esto —señaló con un gesto el arañazo en su mejilla.

—Porque me desperté con un tipo sujetándome contra el suelo. Sé que intentabas impedir que viese a ese zombi reptando sobre mí. Un buen plan, pero muy mal ejecutado. Después perdiste la paciencia por completo y no dejaste de ladrar órdenes.

—Intentaba ayudar.

—¿Y qué pasa si te lo hubiese hecho yo? ¿Y si te hubiese berreado que acabases de transformarte antes de que nos atrapasen?

Volvió a mirar a lo lejos.

—Yo… Acerca de aquella noche. Yo no he dicho… —cuadró los hombros—. Tenemos que regresar. Simon va a preocuparse por ti.

Caminamos unos veinte pasos en silencio, yo siguiéndolo. Cuando sus hombros cayeron supe que volvía a pensar en eso otra vez, y rogué para que lo dejase pasar. «Por favor, sólo déjalo…»

Dio media vuelta situándose frente a mí.

—La próxima vez que te diga que te quedes, quiero que te quedes.

—No soy un perro, Derek.

Mantuve la voz firme, pero su mandíbula se tensó y sus ojos verdes destellaron.

—A lo mejor no, pero es obvio que necesitas a alguien que cuide de ti, y yo estoy cansado de hacerlo.

—No lo hagas.

—¿Que no haga el qué?

—¿No quedamos en dejar de discutir?

Su rostro se volvió sombrío.

—Esto no es…

—Estás enfadado contigo y estás pagándolo conmigo.

Yo pretendía ser razonable, pero estalló acercándose a mí tan rápido que di marcha atrás y choqué con un vallado de cadenas.

—Estoy cabreado contigo, Chloe. Te largaste. Te metiste en problemas. Tuve que rescatarte.

Continuaba viniendo hacia mí. Me aplasté contra la valla y los eslabones de la cadena chirriaron su protesta.

—Y deja de hacer eso —dijo—. Retrocediendo y lanzándome esa mirada.

—¿Como si me estuvieses asustando? Quizá lo estés haciendo.

Retrocedió tan rápido que tropezó. Después recuperó el equilibrio y la expresión de su cara… Se desvaneció en un momento, y volvió el ceño fruncido.

—Nunca te haría daño, Chloe. Deberías saberlo —se detuvo. Hizo una pausa. Después dio media vuelta y comenzó a alejarse—. Y la próxima vez te las arreglas sola. He terminado de cuidar de ti.

Quería volar tras él, gritar que no le había pedido que cuidase de mí, que ni lo quería ni lo necesitaba. No si aquél era el precio; su ira, su culpa, su desprecio.

Las lágrimas me picaban. Las quité parpadeando y esperé hasta que estuvo lejos, lo suficiente para no volverse hacia mí otra vez. Después lo seguí hasta Simon.

Tori ya estaba allí. No me dijo ni una palabra, como si mencionar lo sucedido implicara explicar por qué me había dejado atrás.

Nadie dijo mucho de ninguna cosa. Estábamos demasiado cansados y teníamos demasiado frío. Nuestro nuevo sitio fue una plataforma de reparto. Un lugar seguro, pero el viento del norte le daba directamente. Nos acurrucamos contra la pared con las mantas recogidas alrededor de nosotros, e intentamos dormir.

Ir a la siguiente página

Report Page