Despertar

Despertar


Libro Segundo » Capítulo 22

Página 66 de 79

C

a

p

í

t

u

l

o

2

2

22

En medio de bostezos, un criado despertó a Tharius Don para entregarle el mensaje.

—El general pide que se presente de inmediato en el salón de audiencias, Señor Propagador. Con suma urgencia.

Esperó alguna respuesta y cuando Tharius lo despidió agitando la mano, se escabulló en la oscuridad. La campana de medianoche había sonado hacía poco; Tharius la oyó entre sueños, a través de la penumbra color púrpura que constituía la noche en aquella estación.

Se envolvió en una gruesa bata con capucha y bajó por los corredores resonantes y las interminables escaleras hasta la sala de audiencias. Las cortinas de muselina pendían sobre las persianas cerradas y parecían espectros a la luz de las antorchas. En un lateral, donde se encontraba el nicho de Lees Obol, las cortinas estaban abiertas de par en par. Allí se encontraba Jondrigar, con el rostro impasible y una mano sobre el cuchillo. En su postura había algo que recomendaba cautela. Tharius Don se acercó lentamente, se detuvo a cierta distancia y preguntó:

—¿Me necesitaba, General?

—Muerto —respondió Jondrigar—. Eso creo. Muerto.

—¿Muerto? ¿Quién? —Pero de inmediato comprendió de quién se trataba y por qué esa llamada a medianoche—. ¿El Protector?

El General asintió con la cabeza y dio un paso a un lado, indicando a Tharius que se acercase. En el nicho, todavía sobrecalentado por la pequeña estufa de porcelana que ya se estaba apagando, se encontraba la cama con las mantas hacia atrás. Sobre la sábana bordada yacía el cuerpo inmóvil de Lees Obol. Sus ojos estaban abiertos. Tenía un brazo extendido hacia arriba, como petrificado, señalando.

—¡Me dice que vaya! —aseguró Jondrigar, indicando la mano—. Como siempre hacía.

—Es la rigidez —murmuró Tharius—. Todos los muertos se vuelven rígidos, General. Eso no significa…

—Me dice que vaya —repitió el General con los ojos brillantes—. La rigidez llega mucho después. Murió así. Es un mensaje para mí.

Tharius se acercó a la cama y posó las manos suavemente sobre el envejecido rostro, sobre el cuello, sobre los hombros. Estaba tieso, con la rigidez de la muerte. O del plaga. Su rostro se oscureció. Una conspiración. Tal vez.

—¿Cuándo lo vieron con vida por última vez?

—Usted estuvo aquí una vez.

—Sí. Anoche. Shavian Bossit y yo nos encontramos en el salón. No miré a Lees Obol, aunque es posible que Shavian sí lo hiciera.

—Lo hizo. A través de las cortinas. El capitán Jondarita me informó de ello. —Jondrigar se quitó el yelmo y se pasó una mano temblorosa por el cabello—. El capitán Jondarita miraba dentro cada hora. Servía el té muy tarde, como quería el Protector. Entonces, con la campana de medianoche, volvió a mirar. Esto fue lo que encontró.

«Podríamos tener un baño de sangre aquí», pensó Tharius. Pero sería mejor olvidar eso.

—Nos ha sorprendido que viviera tanto tiempo, General. Todos sabíamos que moriría muy pronto. El elixir no proporciona vida eterna. Sólo más años, no la eternidad.

—Nadie lo ha matado.

Podría haber sido una pregunta o una afirmación. Tharius Don decidió interpretarlo como ambas cosas.

—No, nadie lo ha matado. Ha sido la edad; como ocurrirá con todos nosotros.

—Pero él me dejó un mensaje —volvió a decir el General—. Me dice que vaya.

Tharius consideró más prudente no decir nada. No tenía idea de lo que estaba pensando el General y decidió no correr el riesgo de molestarlo.

—La Reina Noor se dirige al Paso del Río Partido —manifestó el General de pronto—. Debo ir allí.

Tharius pensó que la mente del General no funcionaba bien y dijo con tono tranquilizador:

—Habrá una junta del consejo en pocas horas. Es necesario que usted esté presente.

El General asintió con la cabeza.

—Sí. Después iré al Paso del Río Partido.

Se dio la vuelta y abandonó el salón con pasos vacilantes, como si se hubiese encontrado bajo una fuerte presión. Por unos instantes, Tharius se sintió invadido por la compasión. Lees Obol representaba toda la vida de Jondrigar; ¿qué haría ahora?

Dejó a un lado la pregunta. Había cuestiones que atender.

—Que alguien vaya a buscar a Glamdrul Feynt —le ordenó al capitán Jondarita, que se movía contra la pared—. Que le digan que se entere de las disposiciones funerarias que se tomaron cuando murió el último Protector y, luego, que venga a decirme cuáles fueron. Envíe a otra persona en busca de los sirvientes. Que laven el cuerpo y lo vistan en forma apropiada. Después, ponga en marcha a los mensajeros. Que lo sepan en las Oficinas de las Torres y que la noticia se envíe a los poblados. Probablemente habrá un período de duelo. Averigüe quién está a cargo de eso en ausencia de Gendra y envíelo a verme. Ah, y encuentre a mi comisionado, Bormas Tyle, y dígale que venga a verme también.

Tharius se mordisqueó una uña. ¿Debía enviar un ave mensajera a Gendra Mitiar? ¿Y si justo en ese momento Pamra estaba logrando algo con los Parlantes? ¿Y si el mensaje interrumpía algo vital? Tharius se estremeció. Mejor no enviar nada. Tal vez lo hiciese más adelante.

Se volvió y, por el rabillo del ojo, alcanzó a ver una figura que se escurría. ¿Nepor? ¿Allí? No era posible. Probablemente se trataba de un sirviente curioso, atemorizado de que lo viesen descuidando sus quehaceres habituales. Bueno, pronto todos tendrían satisfecha su curiosidad.

Ir a la siguiente página

Report Page