Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 23

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—Listo —susurró Koma Nepor, deteniéndose junto a una entrada en sombras.

—¿Está muerto? Ah. ¿Y qué parece?

—¿Quién puede decirlo, Jorn? Yo no lo miré. El Jondarita dejó la tetera en la mesa junto a la cortina, como siempre. Desde mi escondite detrás de la cortina, eché el plaga en la tetera. El anciano pidió su té y se lo sirvieron. Una hora después, salió el capitán y llegó el general. Luego, apareció Tharius Don y hubo muchos susurros y órdenes de enviar esto y lo otro. No me quedé para escuchar.

—¿Qué ocurrió con la tetera?

—Ahora los sirvientes están allí dentro, limpiando. Se la llevarán junto con las tazas. El plaga sólo está activo durante una hora, más o menos. Ya debe de haber desaparecido, supongo. Eso fue lo que me llevó tanto tiempo, desarrollar una cepa que no perdure.

—Ninguna prueba que se conecte contigo, entonces.

—Ninguna prueba que se conecte con nosotros, Jorn, contigo y conmigo. Ninguna. ¿Te parece que nos vayamos a la cama ahora? Así podrán venir a despertarnos.

Se alejaron por el sinuoso corredor, como dos sombras en la penumbra y susurrando con las cabezas inclinadas. Eran como Parlantes conspirando en las rocas.

—¿Cuándo le entregarás la carta a Jondrigar?

—Luego. Habrá una junta para discutir lo del funeral. Después de eso.

Desaparecieron en las sombras silenciosas.

• • • • •

A Shavian Bossit lo despertaron para darle la noticia. De inmediato envió un mensaje a Bormas Tyle, y aguardó su llegada con cierta impaciencia.

—¿Dónde has estado? —le preguntó en cuanto lo vio—. Te mandé llamar hace más de una hora.

—Lo mismo hizo mi superior —respondió el otro, mirándolo con ira—. Tharius Don. Parece que hemos perdido un Protector, ¿estamos a punto de ganar otro?

—Es antes de lo que habíamos planeado.

—De todos modos, nos viene bien.

—Es cierto. Pero no estamos listos. Gendra todavía está viva. Y también Jondrigar.

—Y bien, están con vida. Por unas pocas semanas, tal vez. Apoya a alguno de ellos para el puesto.

—¿Al general? ¡Ja!

—Bueno, a Gendra entonces. En su ausencia. Elige a Gendra como Protectora y eso dejará vacante el puesto de Mariscal de las Torres. Feynt ocupará ese lugar, tal como habíamos planeado, lo que te otorgará dos votos. Mientras tanto, el General no durará mucho tiempo. Yo ocuparé su posición cuando muera. Por último, Gendra desaparecerá y tú contarás con el voto de Feynt, el mío y el tuyo propio. Será suficiente, Bossit. —Bormas Tyle envainaba y desenvainaba su daga, un susurro de violencia en la habitación—. En unas pocas semanas o en meses habremos alcanzado nuestros propósitos.

—Eso supongo. Sin embargo, hay algo que me molesta en todo esto. Entre los sirvientes corren rumores sobre la muerte de Obol.

—¿Y esperabas lo contrario? —se mofó Bormas—. Los sirvientes murmuran sobre cualquier cosa.

—Es sobre la forma en que murió. Como si se hubiera congelado. Con un brazo extendido como un poste indicador.

—Suele ocurrir con algunos muertos.

—Eso supongo —volvió a decir Shavian—. Muy bien. Procedamos según lo planeado. El consejo se reunirá por la mañana, una hora antes del mediodía. ¿Y qué hay del funeral?

—No lo sé. Tharius tiene a nuestro viejo charlatán en los archivos, buscando qué ocurrió la última vez. Ni siquiera recuerdo quién fue Protector antes de Lees Obol.

—Su nombre era Jurniver —dijo Shavian, distraído—. Jurniver Quyme. Vivió durante cuatrocientos setenta y dos años. Llegó a Protector cuando tenía doscientos. Hizo quince Progresiones. Murió mucho antes de que yo naciera. Feynt lo sabe todo sobre él. Está en los archivos.

—Viejo farsante.

—¿Por qué dices eso?

—Finge ser un viejo lisiado cada vez que alguien quiere algo. Sin embargo, obsérvalo cuando cree que nadie lo está mirando, se mueve como un lagarto zancudo al acecho, rápido como el rayo.

—Es un papel que interpreta en consideración a Gendra.

—Es un papel que interpreta en consideración a sí mismo. No lo olvides, Bossit, cuando sea Mariscal de las Torres. Feynt no es ningún tonto.

—¿Estaríamos conspirando juntos si lo fuera? —Shavian hizo un gesto de impaciencia—. Ponte en marcha. Tendré que ver lo que ocurre en la junta del consejo. Si puedes encontrar a Feynt, dile que hemos hablado.

Atravesó la habitación y abrió las persianas de par en par. La brisa dulce del amanecer estival levantó de inmediato las cortinas de muselina, agitándolas como velos perfumados en el interior de la habitación. Shavian las golpeó con impaciencia. Fuera, en la plazoleta, las hojas de los árboles se habían desplegado y resplandecían bajo el sol ambarino. Era una luz verde bronce que lo cubría todo como agua, fluyendo y cambiando sobre las piedras y los muros en una marea constante. «Luz del Río», se la llamaba. «Luz del Río Estival», creada por el viento y los árboles.

La fuente producía un sonido encantador y se escuchaba el tintineo de las campanillas colgadas bajo su chorro. En los prados cercanos, los

weehar mugían y los

thrassil relinchaban; unos suaves sonidos. Con el viento en esa dirección, casi podían escucharse las hachas en las colinas distantes.

En el centro de la plazoleta, cerca de la fuente, Tharius Don y Glamdrul Feynt se encontraban en medio de una multitud de criados y artesanos que señalaban y hablaban muy fuerte. Los arreglos para el funeral, se dijo Shavian, con un bostezo. Evidentemente, pondrían un catafalco en la plaza de ceremonias, antes del entierro. A los miembros respetables de la Cancillería no se los arrojaba a los fosos cuando morían. Se suponía que los Sagrados Clasificadores los llevaban directamente de sus tumbas sin techo a los brazos de Potipur. Shavian volvió a bostezar. Eso sería muy fácil de comprobar, pensó, si alguien se tomaba el trabajo de encaramarse a una tumba y mirar. Pero, como estaba bastante seguro de lo que vería… y considerando la cantidad de aves pequeñas y de sabandijas que solían congregarse alrededor de los sepulcros, Shavian no se sentía tentado de hacerlo.

Tocó la campanilla para llamar a sus sirvientes. Tenía tiempo de tomar un baño y un masaje antes de la reunión del consejo. Ordenó perfumes para su baño y para rociar sobre su ropa. El salón de audiencias debía de oler a muerto.

Cuando se reunieron, el cuerpo de Lees Obol ya había sido retirado y no había ningún olor. Se sentaron con cierta impaciencia, aguardando la llegada de Jondrigar. Jorn y Nepor estaban uno junto al otro, fingiendo no prestarse atención aunque, por lo general, estaban confabulados como herejes. Shavian observó esto con cierta curiosidad. Aquellos dos estaban tramando algo. Al otro lado de la mesa, en una segunda fila de sillas, Bormas Tyle y Glamdrul Feynt mostraban expresiones similares de indiferencia. Sin duda, si Gendra hubiese estado presente se habría mostrado igual. Shavian adoptó un gesto de atención e interés. ¿Por qué no romper el molde, comportarse de un modo distinto y confundirlos a todos?

Tharius cavilaba, pero, claro, él siempre cavilaba. No le había enviado un mensaje a Gendra. Esperaba que nadie lo hubiera hecho, pero no tenía garantías respecto de la Oficina de las Torres. O Bormas Tyle, tal vez. Tharius no se hacía ilusiones respecto a la lealtad de su comisionado, Bormas Tyle sólo era leal a sí mismo.

Se oyeron unos pasos en el corredor, varias personas. Las puertas del gran salón se abrieron y el General Jondrigar entró a la cabeza de una compañía de tropa. Los demás los miraron. Ezasper Jorn emitió una pequeña exclamación y dirigió una mirada de soslayo a Nepor. ¿Qué significaba esto?

Shavian, no menos sorprendido que los demás, decidió tomarlo como una situación normal.

—Lo hemos estado esperando, Jondrigar. ¿Desea sentarse?

—Permaneceré de pie —bramó él—. Hay poco tiempo para hacer lo que debe hacerse. He recibido el mensaje que Lees Obol me envió. «Ve», me dijo, y yo debo ir. Él desea que finalice el trabajo que no pudo terminar. Desea que haga mío el título de Protector del Hombre.

Hubo un atónito silencio. En ese silencio se deslizó el sonido de la daga de Bormas Tyles, deslizándose dentro y fuera de la vaina. Shavian Bossit tragó saliva y trató de concentrarse, dividido entre la risa y la sorpresa. ¿Qué habían dicho él y Bormas Tyle esa misma mañana? Apoyar al General o a Gendra para el puesto de Protector. Pronto ambos estarían muertos. Digirió su sorpresa y recuperó la voz:

—Yo le apoyaré, Jondrigar. —Se volvió y encontró dos rostros clavados en el suyo, el de Jorn y el de Nepor. Ah, de modo que sí habían estado tramando algo—. Tharius, tu respaldarías el ascenso de Jondrigar al título, ¿verdad?

—Sí —asintió Tharius con una voz extrañamente ronca. Era otra señal. Una señal del cielo. Del Dios de la humanidad, por decirlo de esa manera. De Pamra Don—. Yo respaldaría al General Jondrigar. El sabe todo lo necesario para proteger a la humanidad.

—Ya he comenzado —bramó el General—. Cuando regresé con Pamra Don del paso, envié la orden a todas las minas para que los esclavos fueron liberados y trasladados a sus respectivas tierras natales. —Hubo exclamaciones en toda la mesa. Shavian se mordió la lengua. Tharius miró al General, con los ojos brillantes de amor—. Ahora debo ir al lugar donde se encuentra la Reina Fibji, para suplicarle su perdón. Y, cuando lo haya hecho, regresaré y me haré cargo de este gran deber, el cual Lees Obol me tenía destinado desde mi nacimiento.

Se volvió y partió con las pisadas de su tropa marchando a sus espaldas. Detrás de él quedó el silencio.

—¿No hay esclavos en las minas? —susurró Bormas.

Shavian sacudió la cabeza, a modo de aviso.

—Hay metal en los depósitos. El suficiente para un largo tiempo. Podremos soportarlo.

—La Reina Fibji tendrá pruebas de la esclavitud cuando su gente regrese a casa.

—Crucemos ese arroyo cuando lleguemos a él.

Ezasper Jorn y Koma Nepor no dijeron nada. Estaban paralizados por la sorpresa.

—Que así sea —sentenció Tharius Don—. Tal vez estemos entrando en una nueva era.

Jondrigar no había dicho nada respecto a los voladores, pero, si realmente había comprendido a Pamra Don, no pasaría mucho tiempo antes de que también avanzara en aquella dirección. Primero los Noor; luego los voladores. Primero los que estaban cerca y, luego, los más lejanos. Tharius Don se llevó una mano a los ojos, cubriendo las lágrimas de debilidad que comenzaban a asomar. Aquellas manos eran tan delgadas, tan traslúcidas, que casi podía ver a través de ellas. Debía comer. Tenía que hacerlo. Había tareas que le aguardaban. Su estómago se revolvió ante la idea. No. No. Comería después de que todo hubiese concluido.

Y muy pronto todo habría concluido. Después, podría morir, morir agradecido por no haber tenido que recurrir al golpe, agradecido por saber que Pamra Don estaría a salvo al cuidado del General…

Al igual que el mundo de los humanos.

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