David

David


25

Página 27 de 56

 

25

Tras cuatro meses desde que intentaron acabar con él y perdió a su compañero, las cosas parecían regresar a la normalidad entre aquellos muros, pero hablar con su amo no sirvió de más, que conseguir una tregua, seguía desconociendo el porqué de su comportamiento. Por los pasillos del Castillo, el ángel caído deambulaba absorto en sus pensamientos. La noche cubría su manto para traer la oscuridad, los más atrevidos estaban fuera buscando objetos o matando. Pero él solo buscaba un poco de paz, y algo de comer por mero placer. La comida no era algo que probase mucho. Sus pasos lentos se detuvieron al eco de dos voces, la conversación picaba en curiosidad, se trataba del Diablo y uno de sus otros guerreros.

—¿Está seguro de ello? Mi señor. —cuestionó el guerrero.

—Sí, ¡Odio a esas ratas emplumadas! El cielo arderá bajo mi espada, he estado mucho esperando para esto, pero antes debo deshacerme de una posible carga —respondió el Diablo.

—¿Una carga?

—Sí, pero no puedo decirte más por ahora. Tú encárgate de conseguir un mejor armamento, busca cualquier guerrero, mago o hechicero, toda magia negra es poca. He estado observando y espiando, el Paraíso está bastante preparado. Pero como todo, tiene un punto débil.

—Que así sea.

David continuó su paso lo más rápido y silencioso para no ser visto, pasó la habitación con reservas y la cocina, para salir al jardín trasero y alzar su vuelo. Si iba a haber una guerra contra el cielo, debería estar preparado. Muchos en este lugar le debían favores, pero no la persona que le iba a dar lo que buscaba. Su viejo amigo, el hechicero negro, lo encontraría en las montañas Capricornio, presentes en los páramos más alejados del Mar de los caídos, en una de las islas perdidas.

El batir de sus alas a la más velocidad que podía, y permitir que sus plumas se desprendiesen en las ráfagas de viento. La noche estaba alterada, el mar agitado y el cielo en frenesí. Parecía que no quisiese ninguna presencia, esta vez no aceptaría la ayuda del dragón para llegar. Se alzó con fuerza para abatirse, y de nuevo estabilizarse con más velocidad. Ningún demonio a la vista, bastante tranquilo en cuanto a presencias, un par de tirabuzones aéreos y de nuevo se dejó caer a medida que daba vueltas. Nueva estabilidad a ras de agua, quería sentirla y rozarla, se acercó lo más que pudo y sumergió su mano, las estelas del agua brillaban a la luna llena, que dejaba reflejar la punta de sus plumas malditas huidas de sus alas, y siendo rozadas por las gotas de agua escapadas por su brazo. De nuevo recobró su altura, la isla brillaba desde el horizonte con una tonalidad purpúrea y rojiza que ofrecían las plantas salvajes. El tiempo se le hizo corto comparado con su última visita, eso no quitaba que el tiempo era casi el mismo que entonces.

Sobrevoló el lugar y buscó la entrada desde lo alto para poner pies en tierra, estaba de regreso en la playa en los límites la tierra, no advertía del detalle, pero la arena que sus pies chafan se sentía más suave y mullida que la del Desierto. Era momento de prender sus manos, y adentrarse por el bosque en busca de la cueva.

El camino se iba dibujando en sus recuerdos a medida que se adentraba, como pequeños flashbacks, imágenes que aparecían de repente, podía ver a la dama de negro a pocos pasos de él, y al siguiente instante, en otro recuerdo estaba bastante más lejos. Una sucesión de momentos pasados rememorados, que le llevaron de nuevo hasta el terraplén que le permitiría estar de nuevo frente al portón de madera de la morada de su visita.

Rozó con la palma, sintiendo en los dedos descubiertos por sus guantes desgastados negros, y deslizó un poco palpando el tacto rústico y áspero de la madera. Y otra vez, empujó la misma para acceder, y llegar hasta la sala al final del pasillo, donde esperaba, y efectivamente, encontró al mago.

—Te estaba esperando, joven guerrero —dijo el hechicero mientras David cerraba la puerta.

Ambos sabían qué buscaba David. Sin darse la vuelta, él sabía lo que ocurriría, y el ángel oscuro se percató de la verídica predicción del hechicero.

—¿Será rápido? —cuestionó terminando de verter en una desde una pipeta, a un recipiente lo que andaba preparando.

—Sí —respondió David cortante.

El puño de David se envolvió en llamas negras juntando las puntas de sus garras negras, y atravesó la espalda del hechicero. Agarró el corazón del mismo rompiendo el esternón, desintegrando la caja torácica y el resto del ser, para salir por delante. Retiró la mano con el corazón de su víctima, lo miró fijamente con algo de despreció, y lo aplastó con mano corriendo la sangre entre los dedos. Paso los mismos por sus labios y tragó la sangre a medida que lamía la punta de sus dedos. La sangre directa del corazón de un hechicero multiplicaría su fuerza, velocidad, reflejos; y su poder, al volver a él, el alma de dragón. Era momento de regresar al Castillo, donde el Diablo esperaba para una nueva misión.

—Bien David, este encargo es importante. Muy importante. Deberás conseguirlo, o morir. Necesito que mates a alguien. Pero no a cualquier persona o demonio como has hecho hasta ahora, no. Tienes que atravesar el reino de la oscuridad. Al otro lado, se encuentran Los campos Elíseos, de la mitología griega, son reales. Allí dejamos ir las almas valerosas para que descansen en “paz”. Todo el que consigue llegar, podrá vivir tranquilo. Alguien muy poderoso reside ahí, pero debes acabar con su existencia.

—Diablo, no te enrolles más y dime a quien tengo que matar.

—Tienes que matar, a la muerte.

—¿¡Qué mate a la muerte!? ¿Pero estás loco? ¿Cómo se supone que voy a matar, a la muerte? ¿Y para qué? Si puede saberse.

—Como o hagas no es mi problema. No, no estoy loco. Y porqué me da la gana. ¿Algo más?

—No —respondió David en un suspiro de hastío dándose la vuelta. De hecho, quizá fuese una oportunidad de demostrar su auténtico poder. Un pensamiento que le llevó a sonreír con una pizca de malicia, a la vez que sus ojos brillaban con destello de sangre y miraba su brazalete izquierdo.

El guerrero salió volando del Castillo, que asco le tenía al Diablo, era un odio tan profundo que ni él mismo entendía como lo soportaba. Su mera presencia le daba el impulso de escupirle en la cara. Y no podía, pero todo eso ya estaba al caer. La verdad estaba muy cerca, y nada podría detenerlo ahora. ¿Para qué quería un fuego templado entre ambos? Si seguía manteniendo su arrogancia.

Un cielo turbio hacía rugir los truenos y rayos en la brillante luz del alba, la agitación y los fuertes vientos de espaldas impulsaban a David directo al reino maldito. La oscuridad profunda iba comiéndose los rallos luminiscentes poco a poco, y las manos de ángel caído se vieron obligadas a prenderse en llamas. El pecho del demonio estaba entumecido por los nervios y la ansiedad, su respiración más acelerada y el lugar no ayudaba. Traspasó el umbral como quien cruza una puerta, de pronto todo se tornó demasiado siniestro. El batir de sus alas fundidas con el entorno, el fuego y la luz comenzaba a tentar a aquellos que moran el lugar.

Un crujido alertó al ángel caído, no estaba sólo. Rápidamente deslizó las espadas hasta sus manos. Se volteó en busca de su adversario, sobre él no había nada, y un nuevo ruido le devolvió al lugar regresando la vista al abismo oscuro, para ver las fauces de una gran sombra. Sus ojos rojos, profundos y envueltos en odio. Su aspecto de lobo alado. Un rizo cercano para esquivarlo y el batir de sus alas en ascenso para acabar con él. La bestia se perdía entre la negrura, pero eso no era lo que a David le importaba, mas solo buscaba salir de aquel agónico reino sin sentido. Sin importarle el paradero de la sombra, continuó su camino dejando escapar tras de sí el fuego que se deslizaba de sus manos y alas mientras guardaba las armas.

Un largo camino, seguía agitando sus alas en rizos ascendentes para dejarse caer al vacío y retomar altura, ya casi terminaba de acostumbrarse al lugar, pero seguía nervioso e inquieto. Sentía una presencia, pero era difícil no advertir, suponiendo que en aquel lugar cualquier cosa es posible. El mismo crujido de nuevo, a sus espaldas, ya se acercaba veloz para atacar al siervo por la espalda y desestabilizarlo. David caía intentando frenar la caída y retomar altura, dos nuevas sombras buscaban su alma frente a él, no podía sacar sus armas, mas sus manos serían ahora su defensa. El descenso directo cara a cara, con uno de aquellos seres con forma de dragón para ser tragado, pero la luz que su fuego emitía, podría deshacer la oscuridad y alumbrar la victoria. Entró en sus fauces, para destruir a su adversario con el resplandor de las llamas. Salió dispersando con la ráfaga de ventisca de sus alas, el polvo negruzco. Batiendo sus alas ansiando la salida, sin saber que se impulsó de lleno hacia las otras dos sombras, el lobo, y otra con forma de centauro alado. De nuevo sus manos prendidas en llaman podrían acabar con aquellas bestias, pero no a lo que le aguardaba a sus espaldas. David se sorprendió cuando sus adversarios se alejaban, y se atemorizó liberando nervios que por su cuerpo, desataban las gotas de sudor frías cayendo por su rostro a lo poco que veía, el mismo lugar quería matarlo con todo lo que disponía, desde sus enemigos creados a partir de la oscuridad. Hasta las mismas tierras, moviéndose creando dos paredes rocosas cada vez de mayor amplitud. El batir de sus alas lo impulsaban lo más rápido posible, se dejaba caer trazando pequeños arcos para ascender y ganar más velocidad. Necesitaba salir de allí lo antes posible. Un tirabuzón le salvó de quedar atravesado con un trozo de tierra que se había alzado cual flecha desde el suelo. Una y otra vez, a su escasa visión, David luchaba contra los elementos más oscuros para esquivar los ataques y salir vivo de allí.

Ahora no podía defenderse, de nuevo las bestias venían a por su ser, pero no se iba a dejar coger. Las caídas picadas de sus adversarios eran esquivadas con agilidad, y si el momento era preciso, una llamarada desde sus manos los carbonizaba, no moriría sin luchar.

La luz se veía al final del lugar, casi lo había conseguido, pero sus adversarios y el propio entorno, ya había alcanzado con las paredes su altura, comenzaban a pisarle los talones. El tiempo corría en su contra mientras la oscuridad le perseguía, y la luz lo esperaba. Batió sus alas con fuerza... Un segundo más y... Conseguido.

Sus alas le fallaron al esfuerzo y cayó al suelo rodando sobre un suelo blando. Todo quedaba cubierto por plantas verdes y floridas, en el ambiente respiraba la paz, las sombras no podían acceder a aquel lugar, no había rastro de nadie, ni nada. Solo un gran campo de flores en un cielo nublado. David se puso en pie y observó atónito el lugar. Jamás, fuera de sus pensamientos, había visto nada parecido. Ya no era algo de su mente, era algo real, algo que podía ver y tocar, algo que podía sentir. La tenuidad del ambiente alejaba todo aquello que una vez encadenaba su corazón.

Pero no debía distraerse, era el momento de deambular en busca, de la muerte. Los campos exhibían su infinidad y monotonía cromática, para ver en el horizonte algo que rompía los esquemas del lugar, un gran y de viejo aspecto, árbol. Los pasos del ángel oscuro le acercaron hasta quedar ante él. Un gran árbol, de madera anciana y seca, firmaba un pacto de presencia allí desde los confines del tiempo, mas el rozar de sus manos con el tronco, hizo que un escalofrío recorriese su cuerpo. El entorno había cambiado, y David se sentía incómodo, sentía algo, pero fue cuando se giró, que pudo verla tras él. La auténtica muerte.

Un simple manto negro, dos esferas rojas como ojos, y una sombra en su interior, no había huesos, porque la muerte no era nada, no era nadie, no era más que otro siervo del Diablo, encargado de recoger a aquellos que pactan con él, y no cumplen su trato.

El guerrero la miró fijamente, y deslizó las espadas hasta sus manos, el momento había llegado. El enviado para destruir a quien acecha el mal. Y a su igual, el segador tenía una misión, acabar con el ángel oscuro. Desde una neblina grisácea en sus manos se materializaba un arma, una guadaña, pero no la típica de la que le habían hablado. Tenía un mástil de hueso, haciéndola más flexible, y ambos filos, uno en cada punta, como una lanza curvada.

La batalla podía comenzar.

David atacó primero, el filo cruzó desde arriba para ser esquivado con facilidad. En contraataque, la parte inferior de la guadaña buscó el estómago del demonio, pero la otra espada consiguió evitarlo. Cara a cara de nuevo, las espadas juntas en dos pasos como carrerilla, y salto buscando la cabeza al segador, un nuevo evite y una nueva oportunidad fallida. Pero le costaría caro haber usado las dos en confianza, cuando el ángel de alas negras tocó suelo, el filo de la guadaña abrió una brecha de arriba a abajo en la espalda de David, dejando correr sangre a la vez que exhalaba un gemido de dolor irguiéndose.

Sus miradas se cruzaron de nuevo, el ángel oscuro rugió con rabia guardando sus espadas para hacer aparecer la lanza de hielo. La volteó con agilidad por sus manos hasta llevarla a su espalda, y volver a quejarse de dolor al hundir el mango en su herida sin querer. Enfurecido y frustrado, el David se abalanzó directo, golpes de costado, giros y vueltas, cortes rectos y laterales, pero nada hace efecto, vio el filo atravesar el manto en varias ocasiones, una realidad confirmada al ver el desgarro en la tela, pero realmente no parecía funcionar. No se rinde y continua sin demora. El segador observaba los constantes e inútiles esfuerzos del ángel caído por acabar con él.

Cansado de juegos, embistió hacía el corazón de la muerte, mas la lanza lo atravesó, y por propia voluntad se dejó. Y avanzo, la lanza pasaba por su manto negro hasta llegar a David. La muerte se paró y vaciló un momento, para atravesar el cuerpo del ángel oscuro pasando al otro lado. El demonio no supo reaccionar. Una gran presión se encogió en su corazón, su boca entreabierta y su mirada perdida le hicieron soltar la lanza y posar una mano sobre el corazón. Se volteó lentamente mientras un escalofrió recorría sus piernas y susurraba rompiendo su voz.

—Qué, frío... Dios. —susurró David volteándose lentamente.

El ángel caído vio el manto negro de la muerte, su ira se había desecho al paso de la misma por su cuerpo. Alzó la mirada hasta los puntos rojos que suponían ser la mirada del segador, pudo verlo destellar con fuerza, ahora él tenía su ira. David exhaló un débil sonido atemorizado, un segundo antes de que el manto oscuro se abalanzase sobre él, haciendo que el demonio rasgase los hilos de paz al escapar un desgarrador grito.

La guadaña empezó a moverse cortando la piel de David e hiriéndole con gravedad, cortes en el rostro, brazos, piernas, y tórax. La sangre se deslizaba, y aún sin ánimo, no quería desistir y rendirse. Las manos del ángel oscuro se prendieron en llamas negras manchadas por su frustración y odio, buscaba retomar el control en su ser. El fuego consiguió darle un poco de margen para caer al suelo malherido y exhausto, de la comisura de sus labios apareció un derrame de sangre, tenía un corte medianamente profundo en el pecho. Mas como una estrella fugaz, recordó ser poseedor del segundo frasco de vida, robado a su amo y señor hacía una semana. Y si su plan funcionaba, podría conseguir la victoria.

El ángel oscuro deslizó hasta sus manos un pequeño frasco que guardaba en su interior una sustancia transparente con destellos verdosos, abrió el frasco mientras se ponía en pie de nuevo. La muerte volvía para llevarse el alma de David, y en un instante, se vio cubierta por la sustancia que el demonio le lanzó. Observando como el manto dejaba escapar humo, un cuerpo aparecía levitando y tocando tierra con unos nuevos pies. Sin perder un instante, David atravesó el cuerpo solido de la muerte, dejando así, que la vida de la misma se perdiese y desapareciese entre el humo y la sangre.

Muerta la muerte, la guadaña sería ahora su premio. Su misión cumplida, y su cuerpo malherido. La única posibilidad de sobrevivir, era la que le concedió la victoria, sin el elixir de la vida, y sin nadie que pudiese curar sus heridas, separado por el reino oscuro. David, perecería en Los campos Elíseos. No se detendría, jamás lo haría, su promesa sería real, y si moría, que fuese dando hasta el último segundo de su aliento. Con pasos lentos, deambulando por el lugar con la mano sobre la herida, sin idea de la distancia que dejaba atrás, observaba una neblina en el horizonte. Dentro de la misma, una sombra aparecía, ¿Su salvador? La persona que podría ayudarle a vivir. Ambos se acercaban, la sombra se hizo distinguible. El Diablo estaba ahí. El ángel oscuro continuó, y su amo le ganaba la ventaja para acabar uno frente a otro. Podía ver en las manos del mismo, la legendaria espada del Averno, era más imponente en persona.

—Se... Señor, ayúdeme. He cumplido su encargo —dijo David jadeando, derramando sangre que caía por sin control por sus labios, no pudo evitar perder un segundo el sentido, cayendo de rodillas, para ponerse de nuevo en pie intentando tener una postura a medida.

—Has cumplido. Claro que te ayudaré —dijo el Diablo.

El señor del Inframundo alzó su espada y atravesó con fuerza el corazón de David para hacerlo reventar en su interior y dejar atrás el cuerpo del mismo al salir por su espalda. No fue una punzada, no fue un quemón metálico e incómodo de un corte, se sintió como un puñetazo tan fuerte, que corta el aliento y arden los pulmones por la falta de aire. Se encogió su cuerpo adhiriéndose al filo del arma, y eso aún le estremeció más. Sin aliento miraba la espada incrustada en su cuerpo, y recorrió el filo con la mirada hasta llega a los ojos de su amo.

 

—¿Po... Porqué? —cuestionó David inundando su boca en la sangre que subía desde su garganta y escapaba de sus labios como un volcán. Sus ojos se sentían pesados teniéndolos abiertos como platos por las intensas y dolorosas corrientes que asolaban su cuerpo. La energía se escapada de sus dedos más rápido de lo que podía notar.

—¡Por traidor! Ahora no te interpondrás en mis planes —respondió su amo, rabioso.

El Diablo retiró la espada con fiereza y desprecio, permitiendo al cuerpo de David, caer y tocar suelo.

 

 

 

 

 

 

Parte 2

La maldición se había desecho.

Su sangre derramada abría el circulo rompiendo las cadenas.

Y todo llegó a su mente como una flecha maldita...

Ir a la siguiente página

Report Page