David

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Caminando por un parque, el césped brillaba al sol de la tarde junto a la sombra de los árboles. Va acompañado por el grupo de chicos que fueron agredidos en el instituto por los compañeros de la clase de él, siempre tan insoportables. David fue directo para enfrentarse y ayudarles, pero el pase por el aula de dirección no se lo pudo quitar nadie. En agradecimiento, y aprovechando el final de las clases, decidieron ir a ver como estaba a la salida.

Ahora dirigían su paso a un sitio tranquilo donde poder charlar y presentarse. Se sentaron en un banco del verde lugar, junto a un paquete de pipas y comenzaron las presentaciones.

—Yo soy Amy Ruiz. —una chica rubia con dieciséis primaveras, cuyo pelo cae hasta la mitad de la espalda. Algo destacaba notablemente en su cabello. De mitad abajo estaba teñido de color rosa clarito. Sus ojos verdes exteriorizan una mirada que se clava en la mente de cualquier persona que establece un contacto visual directo a ella. Unas cejas alargadas y finas pero voluminosas, además de la punta del rabillo del ojo más estirada le brinda una mirada felina. Su sonrisa blanca como la nieve iluminaban su rostro con un brillo propio, procedente de la chispa que ardía en sus ojos. Su vestimenta es conformada por unos pantalones vaqueros negros decorados con una cadena que cuelga del bolsillo, cruzando el agarre del cinturón. Una chaqueta rosa mas oscura a juego con el pelo, y unas zapatillas rosas con estampado trivial negro en la parte inferior, y la suela blanca.

—Y yo soy Samuel Tilla. —hablo el chico de pelo castaño claroscuro, corto y echado hacia delante cubriendo ligeramente la parte inferior de sus cejas. Los ojos azules reflejan los rayos solares devolviendo una mirada iluminada que se acompaña a una sonrisa que se extiende poco mas de su nariz. La edad comienza a alejarse de los quince años, va vestido con un pantalón vaquero azul y su chaqueta de tela negra combinada.

—Mi nombre es Luis Mascarós, pero puedes llamarme Luis. —un joven de pelo negro, probablemente teñido por el reflejo azulado al sol dar en él. Liso y medianamente largo. Tiene dieciséis años, se considera un chico emo. Sus ojos castaños no presentan ningún rasgo especial que rompa la monotonía de su rostro, tiene una estatura de un metro setenta y cinco y va vestido también con un pantalón vaquero negro y una chaqueta blanca, cabe destacar que lleva una pulsera negra de pinchos en la mano izquierda.

—Me llamo Raúl Belles —dijo el joven de pelo rubio y piel blanquecina por la falta de sol en el verano pasado, quince años y unos ojos azules clarito donde el centro destaca por un halo de color marrón también con falta de pigmento. Sus ojos se ven precedido a cualquier mirada, ya que su primer rasgo característico son esas cejas más gruesas de lo normal, aunque le otorgan cierta dulzura y gracia a su cara, A lo que refiere sus mejillas sonrojadas por el frío. Va vestido con un pantalón de chándal gris, una sudadera roja con el logotipo en la parte izquierda, justo sobre la raya blanca y roja que domina ese lateral, y unas zapatillas rojas.

—Yo soy Beatriz Gil. —una niña de pelo castaño oscuro, unos ojos verdes oscuro no muy definidos, pero bastante cuidados. Su cara está un poco pálida debido a su dieta, consiste en ingerir los menos alimentos posibles. Va vestida con una chaqueta marrón oscura, unos pantalones grises y unas botas bajas de color marrón oscuro.

—Yo me llamo Andrea Marina. —una chica de pelo rubio con unas mechas californianas, tiene diecisiete años. Sus ojos azules encajan perfectamente con el tipo de mujer que pasaría por los desfiles en muestra de los nuevos conjuntos de temporada, aunque su vestimenta se basa en una sudadera verde con unos pantalones negros y unas zapatillas negras.

—Yo soy María Molino. —una chica de piel morena, su cabello luce un pelirrojo natural que ofrece un tono anaranjado con partes claroscuras, mide alrededor de un metro sesenta y cinco, sus ojos castaños definen en su rostro el otoño. Con dieciséis años recientemente estrenados y viste unos vaqueros azules, unas zapatillas azules oscuro y una sudadera negra.

Él también se presentó.

—Y yo Soy David Perez. —un chico de pelo largo color castaño oscuro, su estatura de metro setenta y nueve, con su vestimenta complementada por unos vaqueros negros, una cazadora negra abierta que deja ver su sudadera de rayas rojas y granates con un extraño texto mal escrito, pero gracioso en blanco No fumal, fumal puede matal 96. Y calza unas zapatillas rojas, negras, y blancas de lengüeta grandes tipo rapero.

—Lo de antes ha sido increíble, ¿Cómo aprendiste a pegar así? —cuestionó Luis con algo de emoción.

—Estuve dos años aprendiendo artes marciales y defensa personal —respondió David sin mucho alarde.

—Como mola.

—¿Y qué harás ahora? —preguntó Bea.

—¿A qué te refieres?

—A lo de la expulsión.

—Tranquila, para el lunes volveré a estar en clase, ya lo veras.

—No creo que solo con decirlo te vayan a readmitir —comentó María.

—Tengo mis armas.

—¿Qué? Como mola, ¿Vas a matar a alguien? —preguntó Samuel.

—Es una expresión, no voy a matar a nadie... Por ahora.

—Por ahora, por ahora —dijo Sam entre risas.

—Bueno, y una cosa que nadie se ha dignado en preguntar ¿Cuántos años tienes? —cuestionó Amy.

—Dieciocho.

—Y.. —dijo Amy siendo interrumpida por Andrea.

—¿Y dónde te has metido todo este tiempo?

—Pues...

David contó un poco su historia, pues quería responder la pregunta sin profundizar demasiado por si acaso pensaban mal de él. Esa era una de las pocas veces que entablaba conversación con gente ajena a su familia.

Se ha hecho tarde y ya oscurecía, por lo que David decide acompañar a sus nuevos amigos a casas. Tras tanto rato hablando parecían conocerse casi como de toda la vida.

 

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Lunes primera hora. Ocho y veinte, en el patio del instituto, tras la gran entrada de las vallas del edificio.

—Hola chicos —dijo David saludando con la mano al grupo.

—¡Hola! —respondieron todos.

—¿Qué haces aquí, no te habían expulsado? —cuestionó Samuel.

—He movido unos cuantos hilos externos y... Aquí estoy.

—¡¿Cómo que hilos?! —preguntó Raúl.

—Pues hice una llamada al inspector de educación, el cual llamó al director. Lo demás os lo podéis imaginar. Aunque sinceramente, no esperé que fuese tan rápida la respuesta. ¿Ahora qué tenéis?

—Ya veo. Yo matemáticas. —Dijo Amy.

—Sí vamos, una cosa... Me muero de ganas. —añadió Andrea con sarcasmo.

—No le hagas caso, que siempre dice lo mismo —dijo Sam.

— No, si la entiendo. Es que no sé quién es el imbécil; porque no tiene otro nombre, que pone matemáticas a primera hora, cuando más de medio instituto está zombie.

—Ves, lo sabía, él me entiende. —exclamó Andrea.

—Y a ti, ¿Qué te toca ahora? —cuestionó la chica de pelo rosado.

—Química.

—Vaya, yo pensaba en algo parecido —comentó Amy con segundas.

—Sí, ya... Pues no pienses demasiado —dijo Andrea con algo de agresividad en la voz.

—¿Qué pasa? —preguntó David sin entender.

—Nada, que por las mañanas desvarío mucho.

—Bueno chicos, nos vemos luego —dijo David entrando junto al resto al escuchar el timbre.

—Adiós.

De camino a clase Amy va al baño y Andrea la sigue.

—Escúchame bien, zorra, David es mío, ¿Entendido? —dijo Andrea cogiendo a Amy por el cuello y chocando su cabeza contra la pared

—¿Pero qué haces? ¿Estás loca o qué? Como me vuelvas a tocar un pelo, te reviento. ¿Entendido? —replicó la chica de ojos verdes empujando a Andrea para liberarse.

—Tienes suerte de que esté David a la salida. Porqué si no, te reventaba— ¡Zorra!

—Deja de fumar, no te sienta bien. Ah, y por cierto, para cuando tú has levantado el puño, yo ya te he dejado en el suelo. Que no se te olvide lo de la última vez.

Ambas salen del baño como si no hubiese pasado nada y se van a clase. Dejando caer el rato hasta la hora del patio, donde ir hasta el final a sentarse en su sitio y comer su bocadillo.

—¿Dónde se ha metido? —comentó Samuel al aire.

—A qué se está pelando las clases.. —dijo Andrea.

—No creo, se le ve buena persona —respondió Amy

—No juzgues un libro por su portada. —añadió Luis.

—No sé. Anda vamos a donde da el sol, que tengo frío.

La pandilla se va al final del fondo, pues es donde da el sol y así tener menos frío. Amy gira la cabeza hacia su izquierda, donde hay una valla de dos metros del instituto.

—Mirad ahí. —exclamó la chica de pelo rosa.

—¿Y esa mochila? —preguntó Samuel.

Poco después ven a David saltando la valla con agilidad. Al caer, recoge la mochila y les saluda desde lejos levantando el brazo.

—Os lo dije, se ha pelado las primeras horas. —reafirmó la chica con mechas en el pelo.

—Hola chicos. Perdonad la tardanza, pero he tenido que ir a cogerme algo para almorzar, que se me ha olvidado el mío en casa —dijo David al llegar hasta ellos.

—¡Sí! Lo sabía. —habló Amy alegre—. ¡En tu jeta! —exclamó señalando a Andrea.

—Suerte.

—Envidia cochina la que tienes.

—Alguien me lo explica por favor. —preguntó David.

—Pues que Amy dice que tú eres un buen chico y que no te saltas las clases. Y Andrea que no hay que juzgar un libro por su portada y que has hecho pellas hasta la hora del patio. —argumentó Raúl.

—Pues la ganadora es Amy —comentó David sonriendo.

—¿Qué tal las clases? —preguntó la chica levantándose para abrazarlo.

—Un rollo.

—Hey, ¿Para mí qué? ¿No hay nada? —replicó Andrea

—No seas celosa. —habló Amy sacando la lengua.

—No soy celosa, pero os abrazáis con un ímpetu... Ni que fueseis novios.

—Nos conocemos desde ayer, ¿Y ya son novios? No te jode. Anda Andrea, cállate un poquito, que eres muy pesada —dijo Samuel sarcástico.

—Cómeme el coño.

—Que lo haga David, que lo estás deseando.

—A mí no me metáis en vuestros royos —comentó David girándose.

—¿Sam? —replicó Andrea poniéndose en pie.

—¿Qué?

—Tienes tres segundos para correr, o te mataré.

—Sí claro. Ahora mismo. Yo te creo, yo te creo.. —dijo vacilando.

La chica de ojos azules agarra la mochila y se la lanza a Samuel.

—¡Hostia! Pero si va en serio.

—¿Y cuándo Andrea no ha dicho algo en broma —cuestionó Bea?

—Ni idea. —gritó el chico de ojos azules siendo perseguido.

—Amy, ¿Podrías soltarme ya por favor? —preguntó su nuevo amigo.

—¿Qué no te gusta? —cuestionó fingiendo una voz entristecida.

—Claro que me gusta, pero tengo hambre y el almuerzo lo llevo en la mochila.

—Ah bueno. Disculpa —respondió liberándole con una risita.

Coge su almuerzo mientras escucha las continuas quejas de sus nuevos amigos sobre los profesores.

—Bueno, poneos en el lugar del profesor, tener que aguantar a un montón de alumnos. Además, nosotros acabamos a las dos, pero ellos se quedan mucho rato más y se levantan antes que nosotros, ¿Algo que decir al respecto? —comentó David con el último pedazo de comida en la mano.

—Qué eres tonto. —habló Bea.

—Qué graciosa ¿Verdad? —comentó David sarcástico.

—Pero sí tiene razón. Vamos a ver, ¿Tú te preocupas de ti o de los profesores? —Añadió Luis, el chico de pelo negro.

—De mí, claro está.

—Pues eso mismo.

El timbre suena.

—Se acabó lo bueno.

—Nos vemos al acabar este Infierno —dijo la chica de ojos azules.

—¡Ole! Ole esas descripciones de Andrea —comentó Sam.

—Bueno, adiós David —dijo Amy.

—Adiós chicos —dijo el chico de pelo castaño largo—. ¿Mejor ahora? —preguntó acercándose por detrás a Andrea para darle un abrazo.

—¿Ves? Así mucho mejor.

 

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Ahora, día a día todos se reunían a la hora del patio. Pues por la tarde David trabajaba. Los fines de semana salían, a veces los llevaba a su casa a jugar con él, mas desde ese momento, no solo se sentía mejor, sino que sus notas se reflejaron. Subieron mucho más, al fin y al cabo, había conseguido todo lo que quería. Vengarse de sus acosadores, había hecho muy buenos amigos, tenía su propia casa y estaba a pocos meses de sacarse el carnet de conducir y comprarse un coche.

Los días van pasando, y el pilar de la confianza entre ellos va creciendo. Pasan días, semanas, hasta que cuatro meses después, con el verano a la vuelta de la esquina.

Es por la tarde después de las clases, sobre las siete menos veinticinco de la tarde, el chico que cambió su sudadera de rayas por una camiseta naranja a llamado a sus amigos a su casa.

—Chicos. Quería deciros que la semana que viene, más concretamente el viernes, es mi cumpleaños. Y estáis todos invitados —dijo David con sus amigos en el salón.

—Qué bien, un cumple, ¿Pero qué vas a hacer? —preguntó la chica de pelo rosado.

—Pues tenía pensado, ya que cae en viernes, irnos todos a una discoteca.

—Tenemos dieciséis, no dieciocho. Así que no se puede, ya deberías saberlo —comentó María.

—Nada, nada. Si está hecho. Conozco a los gorilas del local. He hablado con ellos y podéis pasar.

—¿De veras? —cuestionó la chica de ojos azules.

—Sí.

—Como mola, una discoteca, será la primera a la que vaya —dijo Amy.

—Os lo advierto, cuidado con el alcohol. No quiero tener que traerme a nadie borracho.

—¿Y qué te hace pensar que vamos a beber? —preguntó Sam.

—Tú no sé, pero yo.. —comentó Andrea.

—¿Tú desde cuándo bebes?

—Pues no sé, desde que me da la gana, ¿Y tú qué? ¿Nunca has hecho botellón?

—Ninguno de nosotros ha hecho botellón, excepto tú.

—Bueno, da igual. Lo hecho, hecho está —dijo David.

—Está bien.

—Entonces, ¿Cómo quedamos? —preguntó Bea, la joven de ojos verde oscuro.

—Vosotros venid con energía a la puerta de mi casa el viernes que viene sobre las diez de la noche y entonces ya comenzamos.

—¿Creo que las discotecas abren más tarde? —comentó Luis.

—Eso es verdad, abren a cosa de las once y media, doce. Pero estaremos en mi casa haciendo tiempo, luego si eso, ya nos vamos.

—Ah vale, eso ya es otra cosa

—Bueno, pues solo eso ¿Os vais u os quedáis y jugamos a algo?

—Yo me quedo —dijo Samuel, el chico de ojos azules.

—Y yo. —añadió María.

—Yo también —dijo Amy

—Sí, ¿Por qué no? Total, no tengo nada mejor que hacer. —habló Andrea también.

Los demás se van a su casa, mientras que estos se quedan a jugar a la consola. Como hay chicas, decide poner un juego de cantar.

—Esto... ¿Por qué no pones algo divertido? No sé, algo de sangre, disparos, carreras... Con la de juegos guapos que tienes y me plantas esta mariconeria, ¿Qué eres? ¿Una chica? —dijo Andrea irónica.

—No soy una chica, pero vosotras sí. Por eso lo puse, pero que si queréis otro juego por mí encantado.

—Yo coincido con Andrea, pon algo divertido. Somos chicas, no muermos. —añadió Amy.

—¡Coño! Lo más inteligente que he oído en todo el día.

—Está bien, está bien. Lo siento, bueno, y ¿A qué queréis jugar? —cuestionó David.

—Algo sangriento.

—Pues a matar se ha dicho.

David saca el juego, lo pone en la consola y todos se ponen por turnos en la historia de un guerrero traicionado en busca de la muerte de un Dios. Tras varias horas enfrente de la pantalla jugando, sus amigos se van, excepto Amy, la cual se queda a pasar la noche.

—¿Qué quieres para cenar? —preguntó David.

—No sé, ¿Qué tienes? —cuestionó la chica de ojos verdes.

—Coliflor, zanahoria, lechuga, tomate. No sé, cosas de esas.

—¿Tienes algo de carne?

—Solo te tomaba el pelo, ¿Te hace una pizza?

—Hombre, esas cosas no se preguntan.

—¿De qué la quieres?

—¿Yo? Pues, que tal una de atún y bacón.

— Pues una de atún y bacón y otra carbonara —dijo David por teléfono pidiendo.

Tras el rato de espera a la llegada, suena el timbre, va a la puerta donde espera el repartidor para entregar la cena, recibir el pago e irse. Mientras, la chica rebusca por los cajones de la cocina en busca de unas tijeras para cortar la comida. Una vez todo servido en la mesa del comedor, ambos cenan en tranquilidad con la televisión de fondo. Al acabar.

—¿Te has quedado bien? —cuestiono el chico de ojos castaño.

—Sí, gracias —respondió Amy.

Tras recoger la mesa, ambos se sentaron a jugar a la consola un poco más, para intentar acabar el juego esa noche, estaba en una dificultad sencilla por lo cual no les llevaría mucho, así como las risas hablando o comentando las distintas formas de usar las armas del personaje. Una noche apacible hasta pasadas las doce.

—¿Nos vamos ya a la cama? —preguntó la joven de pelo rosa.

—Claro, ¿Duermes conmigo en la cama grande o en el cuarto de invitados? O... Donde quieras.

—Pues claramente dormiré contigo, no quiero estar sola.

—Pues vamos.

Los dos se van a la cama donde no tardan mucho en dormirse.

Al día siguiente, son las once y ambos se han levantado, seguido esto el desayuno, ambos vestidos y ya camino a casa de Amy, pues decidió acompañarla. A la vuelta Andrea esperaba en la puerta de su casa.

—Vaya, vaya. Mira quien tenemos aquí.

—Hola Andrea ¿Qué te cuentas?

—Venía a ver que hacíais. Por si Amy y tú os veníais a dar una vuelta por ahí. Yo que sé, hacer algo. Es que en casa me aburro y estos no salen.

—Joder... Acabo de acompañar a Amy a su casa, podías haber aparecido antes. Da igual, ya no hay vuelta de hoja. La llamo y vamos, a mí no me cuesta nada. Yo también me aburro.

—Déjala, pobre. Si la has llevado ya ¿Por qué hacer que se del pateo de nuevo? Nos vamos tú y yo.

—Como quieras. ¿Adónde quieres ir?

—¿Qué tal si vamos al centro comercial?

—Vale, y así me miro unas zapatillas, que las mías están ya muy viejas.

—Pues venga, vamos ya.

 

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Los días han pasado y el cumpleaños de David ya ha llegado. Ahora son casi las diez y media de la noche y toda la panda ya ha llegado a su casa.

—Bueno, pues... Ya estamos todos ¿Ahora qué hacemos? —cuestionó Luis.

—¿Queréis cenar algo? —comentó David.

—Sí, por favor —dijo Sam junto a las cabezas asintiendo de los demás.

—Está bien, ¿Qué os apetece?

—¡Ah! ¿Qué podemos elegir? —preguntó Luis.

—Supongo. Vamos a ponernos de acuerdo en algo que comamos todos. ¿Queréis un par de pizzas?

—No. —habló Andrea desganada.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Amy.

—¿Comida china?

—A mí me parece buena idea —dijo David.

—¿Alguien se opone?

Un absoluto silencio por parte de todos otorgaba paso a aquella idea. El chico de camiseta naranja agarró su teléfono para llamar al restaurante donde hacer el pedido. La espera un poco larga, aunque válida la pena. Una buena cena y tiempo para reposar hicieron transcurrir la noche tranquilamente, hasta la hora de salir camino a la discoteca.

Pasadas un par de horas en el lugar, el aburrimiento comenzaba a invadir las mentes de David y el resto de la panda, por lo que decidieron salir del lugar, y se fueron al parque a dar una vuelta. Por suerte Andrea no había bebido demasiado y los demás, aunque no les gustaba, la probaron, pero sin resultado positivo. Por lo tanto, todos iban bien serenos camino a un banco donde hablar y reírse un rato antes de ir a casa. Ya eran las cuatro menos diez y a pesar de que la hora no importaba, era mejor tenerla controlada para prevenir cualquier problema con los padres de sus amigos.

Una media hora después, los acompañaba nuevamente a sus respectivas casas. Era tarde, había perdido media hora extra en llevarlos. Pero los efectos de la bebida energética no se pasaban. Jugando a la consola se aburría, por lo cual decidió salir a correr un rato. Si algo le gustaba, era salir a hacer ejercicio, sólo, o en compañía. Llenó un par de botellas con agua en la mochila del instituto y salió a correr. Sabía que no podía tardar mucho, pues mañana era domingo y debía estudiar, pues estaba en bachiller, y eso sin contar la época de exámenes que acababa de empezar.

Uno de filosofía y otro de latín, estaba harto de hacer declinaciones, pero si quería estudiar en la universidad la carrera que más le gustaba. Primero tendría que pasar por el agujero.

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