@daniela

@daniela


Quien pierde, paga

Página 30 de 35

Quien pierde, paga

 

 

Nos duchamos juntos, jugueteando con el jabón y riendo por nada entre besos y caricias. Y de allí pasamos a su cama, enredando pies y piernas, mientras seguimos hablando hasta que el sueño nos venció.

Cómo habían cambiado las cosas en apenas cuatro meses…

No necesito el amor, no necesito dormir con alguien, no tengo esas necesidades… ¿Qué había hecho Bruno conmigo? Sonreí al despertarme en su cama, con sus manos enredadas en mi cuerpo. Ay Dani, estás colada hasta las trancas. Me giré para verlo dormir. Debería ir acostumbrándome a aquel vértigo porque, la verdad, me daban ganas de vestirme y escapar corriendo antes de que despertara. Y no porque no quisiera estar con él, sino porque estaba cagada, tal cual él me había dicho más de una vez. ¿Iba a saber salir con Bruno? Quiero decir, tener ese compromiso, ese respeto y todas esas cositas que hay en una pareja formal.

—Daniela… Deja de pensar o te va estallar la cabeza.

—Buenos días —le dije sonriendo por su comentario.

—Buenos días —un beso en los labios, suave, y se esfumaron mis dudas—. ¿Qué te preocupa?

—¿Cómo lo sabes?

—Por la arruguita que se te forma aquí —y me señaló la frente.

Suspiré.

—Estoy un poco…abrumada, por todo esto. No sé si voy a saber hacer las cosas bien, Bruno.

—A ver, nena, abrumados estamos los dos. Y no hay nada que saber, Daniela. Esto no es un examen. ¿Quieres estar conmigo?

—Sí  —respondí al segundo y él sonrió.

—Pues ya está, lo demás viene solo. Tú déjate querer.

Nos reímos los dos.

Antes de ir al curro, pasé por mi piso y Sofía hizo las bromas esperadas sobre el asunto. Martín seguía durmiendo pero Eli apareció por la cocina y cotilleamos las tres sobre Bruno y yo.

Estaba contenta, mucho. Y él también, se nos notaba a los dos. Y Toni en cuanto nos vio a ambos lo soltó.

—Esta noche alguien lo ha pasado bien...

Nos reímos porque lo decía con cariño.

Quienes no me miraron nada bien fueron Carla y Natalia, sobre todo la primera. También había notado el buen rollito que había entre nosotros. Pero ni ellas lograban quitarme la sonrisa de la cara. La verdad, currar con él al lado era mucho más ameno. Volvimos juntos otra vez en el metro.

—Me encanta verte así... —Bruno me miraba sonriendo.

El móvil nos interrumpió. Era mi hermana para pedirme si podía quedarme con Lucía. Le dije que sí, faltaría más. Bruno me mordió el cuello con suavidad y me reí.

—Sí Rouse, está conmigo... No, no nos has pillado in fraganti... Estamos en el metro, chica —nos reímos las dos—. Ok, después paso a recogerla, sí.

—¿Tarde con Lucía?  —me preguntó y asentí mientras guardaba el móvil—. ¿La llevamos al Warner?

Lo miré sorprendida.

—¿En serio?

—Claro, ¿te hace?

—Le va a encantar.

Pasamos una tarde con la enana genial. Se montó en todo lo que pudo, conmigo o con Bruno, comimos palomitas de colores, Bruno le consiguió un oso panda en un juego de aquellos de puntería y acabamos viendo un espectáculo en el que mi sobrina sonreía con una felicidad absoluta.

De vuelta, en el coche de Bruno, Lucía se durmió en su sillita y Bruno bajó el volumen de la música.

—Se ha dormido  —me dijo flojo y me giré para verla.

Jolines, qué bonita era.

—Se parece un poco a ti, sobre todo así —dijo mirándola por el espejo retrovisor.

Bruno la sacó con cuidado del coche y la llevó en brazos hasta la casa de mi hermana. Mi cuñado abrió y nos hizo pasar. Rouse nos miró con cariño.

—Lucia, nenita…

—Buno —murmuró ella.

Mírala que lista, la niña.

—Lucia, cariño —Álex la cogió e intentó despejarla—. Hora del bañito. Te esperan los patos, la tortuga y el delfín.

Lucía abrió los ojos, en un esfuerzo y nos sonrió.

—Otro día, más —nos dijo a Bruno y a mí, y nos despedimos de ella con un fuerte beso.

Álex se la llevó al piso de arriba y estuvimos comentando lo que habíamos hecho, mientras Rouse nos ofrecía una cerveza fría. También nos invitó a cenar pero le dijimos no, gracias. Le propuse a Bruno picar algo en cualquier garito y dejamos el coche en su calle, para ir andando a un bar que había cerca de mi piso.

—Que pequeño es el mundo —dijo en un murmuro y no lo entendí hasta que vi a Martín entrando con una chica.

—Vaya, a veces me pregunto si vivo en Madrid o en un pueblo de trescientos habitantes —Bruno me sonrió  y yo tomé un sorbo del café—. No lo digo en broma.

Martín nos vio y primero se sorprendió, pero después vino hacia nosotros, con esa rubia despampanante detrás. ¿Un ligue?

—Menuda casualidad —le dije a Martín dándonos dos besos.

—Tampoco tanta Daniela, vivimos aquí al lado. Ella es Cristina, la prima de Eli.

¡Ah bueno! Era de la familia... Nos presentamos y yo le presenté a Bruno, porque ellos dos solo se saludaron diciendo sus nombres.

—Bruno...

—Martín...

Qué expresivos...

Se sentaron un par de mesas más allá pero me sentía incómoda, como si Martín fuera una sombra molesta entre nosotros. Bruno se mostró igual de encantador pero yo iba echando alguna que otra mirada a Martín, y no me dejaba de sorprender ver que mi mejor amigo y la prima de Eli estaban coqueteando. Estuvimos diez minutos más: café y pagar la cuenta, pero supe fijo que aquel tonteo terminaba en polvo. No era mi problema, pero me molestaba ser testigo.

Al salir, nos dijimos un rápido adiós y, ya en su piso, entramos como dos torbellinos, arrasándonos con besos, caricias, quitándonos la ropa casi a estirones y juntando nuestro cuerpo desnudo. Nos quedamos en el salón, apoyados en una de las paredes, y Bruno me acarició con sus manos, con suavidad. Nos miramos sonriendo. Nos teníamos ganas, muchas, después de estar toda la tarde y parte de la noche acompañados.

—Daniela…

—¿Sí?

Me giró hacia la pared y apoyó su cuerpo contra el mío. Piel con piel.

—Vamos a jugar…

—¿A qué? —sentí la excitación entre mis piernas.

—Yo pregunto y tú respondes. Si no me gusta tu respuesta, te dejaré con las ganas.

Sonreí.

—Empieza —le ordené.

Apretó su mano en mi cintura y con la otra rozó su sexo con el mío. Ufff. ¿Y el preservativo?

—Bruno…

—No puedes hablar —me ordenó seco.

—Pero…

Entró de una estocada, sin previo aviso, y sentí todo su calor envolviendo mi interior, madre mía.

—¿Te gusta? —preguntó en mí oído con voz sensual.

—Sí… —solté gimiendo.

La retiró despacio y quise moverme pero no me dejó.

—Quietecita nena.

Oí que rasgaba un preservativo y se lo ponía.

—Vamos a ser buenos, Daniela, porque me vuelves loco con ese cuerpo que tienes.

La dejó en la entrada y empezó a acariciarme el cuello, los pechos, el estómago hasta llegar a mi clítoris. Gemí de placer al notar su dedo en el sitio perfecto.

—¿Te masturbas pensando en mí? —Su voz en mi oído me hacía estremecer.

—Sí... —últimamente casi siempre.

Entró de golpe y gemí.

—¿Quieres probar cosas nuevas conmigo?

—Sí...

Me daba igual el qué, la verdad, en ese momento sólo quería sentirlo a él. Me embistió un par de veces más, excitado por mi respuesta.

—¿Qué quieres ahora?

—A ti...

Entró y salió varias veces, provocando el incremento de mi placer.

—Pide nena...

—Te quiero a ti...

—Dios, Daniela, me tienes loco, ¿lo sabes?

No respondí porque mis gemidos no me dejaban ni hablar. Entraba y salía con una rapidez increíble, con un control exacto de sus movimientos  y de repente paró. No, joder...

—Ven...

Me cogió de la mano y desnudos subimos a su habitación. Nos tumbamos en la cama y busqué su sexo intuitivamente.

—No...No... —Bruno se separó de mí.

—Bruno, no seas malo —le dije entre besos y caricias.

Me dejó con las manos vacías y se puso de pie, al lado de la cama. Cogió el mando a distancia.

—¿Qué haces? —pregunté sin entender para qué quería el mando.

De repente, apareció la imagen: una chica que estaba siendo toqueteada por tres hombres. Porno, vamos.

Lo miré sonriendo y él se colocó a mi lado.

—¿Quieres saber el final, ahora? —le pregunté en broma.

—No, quiero jugar un poco contigo...

Esa voz y sus manos recorriendo mi piel me dejaban sin palabras. Gemí de gusto mientras una de sus manos atrapó la mía y la guio hacia mi clítoris.

—Tócate —no era un ruego, era una orden.

—¿Y tú?

—Vamos a hacerlo los dos. Viendo la película y nada de tocar al otro. ¡Ah! Y nada de correrse.

Joder, ¿nada? No podría resistirme.

Bruno se quitó el preservativo y comenzó a pasar su mano por su larga polla. Ufff. Era sexi verlo, tan masculino, tan erótico.

—Mira la pantalla —ordenó de nuevo—. Quien pierde paga.

—¿Qué paga?

—A ver... si pierdes serás mía durante un día entero.

—¿Y eso qué significa?

—Que yo planearé ese día y tú tendrás que acatar...en todo.

No sabía a qué se refería pero me encantaba no saberlo.

—Y lo mismo, al revés —me aclaró.

Mmm, ¿Bruno mío durante un día? Podía ser divertido...

—Vas a perder —le dije lamiendo mis labios y los miró con su media sonrisa.

—Ya lo veremos...

Ambos miramos la película porno donde la chica estaba ya desnuda y los chicos en bóxer. Uno la besaba, otro le lamía los pezones y el tercero miraba, masturbándose.

—Joder Daniela, ese soy yo, viendo cómo te tocan mientras me masturbo...

Miré su mano unos segundos y me subió el calor unos grados más. Era más excitante su voz y su mano, que aquellas imágenes. Y él lo sabía.

—Nena...cómo me tienes...

Miré sus ojos vidriosos, por el placer que le daba su mano. Madre mía... seguí tocándome, despacio, y sintiendo como las oleadas de calor iban buscando el orgasmo. No podría aguantar tanto...

—Bruno...

No le miré pero sabía que me estaba observando. Curvé mi espalda y subí mis caderas. Me abrí para él y pasé una mano por mi pecho, gimiendo. Sentía placer, mucho, pero intenté controlarme un poco para que él siguiera viendo cómo me masturbaba.

—Daniela, voy a hacerte mía, una y otra vez, sin descanso. Vas a pedirme que pare... vas a suplicarme porque no podrás más...

Ufff...

—Y voy a entrar primero muy despacio, para que la sientas toda, dentro...llenándote...

Cerré las piernas de golpe, con ganas de que aquello fuera verdad.

—Y a pelo, nena...voy a tomarte a pelo...

Ay Dios, no a pelo no, sí, a pelo o como quisiera.

—Bruno...

—Quiero sentirme dentro de ti, que me aprietes con tu coñito...mojada...nena...

Empecé a notar algunos temblores y quise parar pero Bruno no me dejó.

—Si paras...pagas...

—Bruno —le supliqué sintiendo llegar mi orgasmo.

Lo quería dentro. Ya. En ese momento.

—¿Daniela? —Su autocontrol me ponía a mil.

No pude más y me rendí. Me coloqué con rapidez sentada encima de él, cogí su pene mirándolo mientras él sonreía y la introduje de un golpe de cadera. Se mordió el labio y yo apreté los míos. Dios. La Virgen. Y la Iglesia entera.

No me moví, quise sentirlo dentro, sin preservativo, unos segundos. Yo tomaba la píldora pero eso no te evitaba infecciones y enfermedades varias. Así que jamás lo hacía sin.

Bruno estiró un brazo para coger un preservativo de uno de los cajones y cuando lo tuvo en la mano, a punto de abrirlo mientras me miraba con esa intensidad tan suya, moví un poco mis caderas. Me miró alzando las cejas en modo aviso y le miré provocándolo, en plan zorra. ¿No querías jugar? Pues juguemos.

Me puse el dedo índice en la boca y lo lamí frente a su cara de deseo. Lo bajé por mi cuello, pasó por mis pechos, mientras Bruno seguía mis movimientos, atento. Bajé hasta mi clítoris y comencé a masturbarme, sin prisas. Estaba muy caliente, y yo me conocía a la perfección. Sabía que tocando mi punto correctamente, era cuestión de segundos. Bruno me cogió de la cintura, con sus ojos fijos en mi dedo. Empecé a gemir, pero flojo, no quería que supiera cuál era mi jugada. Me retuve de expresar lo que sentía hasta que noté que llegaba. Y ahí me dejé llevar.

—Bruno...

—Nena...

Y lo pillé desprevenido cuando llegó mi orgasmo y envolvió su pene al completo. Cerré los ojos, jadeé diciendo su nombre y me mordí los labios al sentir aquellos calambres en mis piernas y en el centro de mi sexo.

—La hostia... —oí a Bruno decir y me encantó tener ese dominio sobre él.

Me corrí en su pene, tal cual, y Bruno aguantó estoicamente mis convulsiones alrededor de su piel...casi hasta el último segundo, en el que mis pequeños movimientos lo superaron y empezó a moverse dentro de mí.

—Sí... sí... —era lo que quería, que no pudiera más, que me follara, que ni pensara en el preservativo.

Bruno, eres mío.

—Daniela...joder nena, ven, ven...

Nos miramos unos segundos, entre gemidos, pelo revuelto, piel húmeda, olor a sexo, mucho.

—Dios...me encantas...

Le sonreí con malicia y le puse una mano en su estómago duro para que se detuviera. La sacó brillante y húmeda. Uffff. Que visión. Nos tumbamos de lado y enredamos nuestros pies.

—Eres muy mala, ¿lo sabes?

—Un poco —respondí jugando.

—No querré hacerlo con condón Daniela, no deberías haber hecho eso...

—No lo hagas —le provoqué.

—Joder, Daniela, eres diabólica —hundió su boca en mi cuello y su sexo rozó otra vez el mío—. Pero me tienes pillado.

—¿Pillado? —me reí por la expresión.

—Sí, pillado, colado, imbécil perdido. Dilo como quieras.

Con la tontería, mientras hablábamos, Bruno volvió a colarse dentro. Gemí al sentirlo, al saber que hacíamos algo que no debíamos y al saber que él lo deseaba tanto como yo.

—Bruno... ¿no querrás ser padre?

Resopló y apretó las mandíbulas. No quería salir de allí.

—Ni pillar algo  —le recordé jugando.

—¿Qué algo? Si estamos sanos ¿no?

—Lo estamos —repetí riendo para mí—. ¿Y si me haces un bombo?

Bruno me miró serio.

—Solo un par y salgo —dijo rogando en un tono infantil y me reí.

Seguía dentro y notaba el calor que desprendía.

—Está bien, solo un par —le dije como quien da el consentimiento para que le entre solo la puntita.

Bruno me besó despacio y saboreó mis labios. Se puso encima, con las manos, apoyadas a mi lado y entró otra vez.

—Dos  —le recordé divertida.

—Dos —repitió cerrando los ojos.

Salió despacio y pude ver lo que sentía Bruno, madre, eso me ponía más que mil películas porno.

Me miró otra vez y sentí un escalofrío por todo mi cuerpo. Ahí lo supe, yo sentía más de lo que creía por Bruno. Mucho más. Y a través del sexo era más sencillo expresarlo. Subí mis caderas un poco y Bruno no pudo resistirse a entrar otra vez. Cerré fuerte entorno a él y Bruno soltó un pequeño gemido. Salió despacio, cumpliendo su palabra, solo dos.

—Bruno...

—¿Mmm?

—Tomo la píldora —se lo dije muy seria porque lo que le estaba diciendo era otra cosa: si lo hacemos a pelo es porque aquí hay algo, sino déjalo.

Bruno se humedeció los labios.

—Daniela, yo lo tengo claro hace muchos días. Te lo dije ayer.

Y yo también lo sabía. Era Él. Me atraía desde el primer día pero ahora quería pasar las horas con él.

—¿Qué hacer chicas cuando sabes que es Él? ¿Qué tiene ese chico que nos vuelve locas? No somos enamoradizas, no solemos obsesionarnos con un chico pero aparece Él y lo pone todo patas arriba. ¿Qué hacer? —Bruno sonrió al oír sus palabras en mi boca, su columna de agosto, que me la sabía de memoria de tanto leerla.

—Cuando la vemos desaparece el mundo, cuando la escuchamos la miramos como bobos y cuando olemos su perfume con la excusa de los dos besos al saludarnos, se nos va la sangre del cerebro y solo pensamos en…besarla —Bruno besó mi cuello y le sonreí.

—Hasta no terminar. Hasta que nos quedemos los dos sin aire —besé su boca, buscando su lengua.

—Hasta que ella, con sus ojazos, nos indique que quiere tenernos en su vida... —dijo esperando mi respuesta.

—Quiero tenerte en mi vida —Bruno me dio uno de sus besos suaves y entró con lentitud, sin dejar de mirarme.

—No quiero perder un segundo más sin verte...sin sentirte... —empezó a moverse con tranquilidad, dejando que ambos sintiéramos nuestra piel, nuestros sexos sin nada de por medio—. ..Sin besarte...Daniela...

—Bruno...

Comenzamos los dos a gemir, a movernos hasta comenzar a jadear, a respirar fuerte para coger aire. Era increíble el placer que recorría por mí cuerpo y no me hizo falta tocarme para volver a sentir cómo Bruno me llevaba de nuevo hacia otro orgasmo. Me estremecí y grité mientras me iba. A los segundos lo hizo él, soltando un gemido grave que se mezcló con los míos.

Madre mía…muchos más como aquel orgasmo y me iba al otro barrio con veinticinco años.

Bruno me abrazó y yo acaricié su pelo. Aquellos mimos nos llevaron a quedarnos dormidos en los brazos del otro.

 

El jueves por la mañana me despertó el ruido de una maquinilla de afeitar y en cuanto me situé, me acerqué a darle los buenos días, vestida con una de sus camisetas.

Bruno estaba como siempre, guapo a rabiar. Vaqueros negros ajustados, camiseta verde oscuro con cuello de pico, bambas de verano y ese pelo que le caía de cualquier manera.

—Bonitas piernas —dijo con una gran sonrisa

—Péinate —le repliqué y nos reímos los dos, recordando cuando nos conocimos.

Parecía que habían pasado meses y tampoco eran tantos. Cuando vives con intensidad, muchas cosas, una detrás de otra, parece que el tiempo se alarga. En  cambio, cuando vives en la rutina, el tiempo vuela. Podía considerarme una afortunada por haberlo conocido, pasara lo que pasara en un futuro.

Bruno me abrazó y me plantó un beso en los labios.

—¿Puedo usar tu ducha?

—Toda tuya. ¿Te preparo el desayuno?

Nos miramos los dos y soltamos una carcajada. Aquella situación era tan típica de parejas que nos sentíamos algo raros.

—Lo que quieras Abreu. Estoy muerta de hambre.

—Normal, con los dos orgasmos que te gastaste anoche... Por cierto, gané el juego.

Nos volvimos a reír.

Bajo la ducha, rememoré aquella sesión de sexo. Joder con Bruno. No había un día que fuera igual con él en la cama. Y eso me encantaba. Era un añadido más a todo lo que me gustaba de él. También lo recordé con Lucía y la buena mano que tenía con ella. Todo el día juntos y todavía quería más. Ay Dani, que estás muy, muy pillada...

Ir a la siguiente página

Report Page