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Amor sin celos no lo dan los cielos

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Amor sin celos no lo dan los cielos

 

 

Aquella noche Santi se quedó también en el piso. La verdad era que la cosa iba acelerada pero les había dado fuerte a la pareja. En cuanto Sofía estuvo libre, no hubo ninguna excusa para no empezar a salir juntos. Ella estaba colada por él y Santi bebía los vientos por ella. A mí me caía bien y a Martín tampoco le molestaba. Aquella noche de lunes cenamos los cuatro juntos de casualidad. Ellos trajeron la cena y entre todos la preparamos. Y fue una cena amena y divertida. Nos reímos bastante y ya con los postres sacaron el dichoso tema del cambio de habitaciones.

—Gracias Daniela, sé el sacrificio que haces —dijo riendo Sofía.

—Ya que me das por culo, supongo que lo aprovecharéis… —le dije sonriendo.

—¿De qué va esto? —preguntó Martín sin entendernos.

Entre Sofía y Santi se lo explicaron mientras yo iba haciendo alguna intervención de las mías.

—Muy listos son estos dos  —le dije a Martín quien me miraba inquisitivamente.

—Ya es casualidad —dijo con retintín.

—Carla llevaba un cabreo… —añadió Sofía—Está colgada por Bruno, bueno, ella y la mitad de la revista. El otro día vino Sabrina, la de marketing, y un poco más y pone las tetas en las manos de Bruno.

Nos reímos y Martín solo sonrió.

—Él tecleaba, ya sabes cómo, con su musiquita y medio recostado —sí, al estilo Bruno—. Y ella le puso el ciento diez de pecho que tiene encima del teclado, en serio, casi me meo encima al ver la cara de Bruno…

Nos volvimos a reír porque Sofía hizo un careto de los suyos.

—Bruno es mucho Bruno —añadió Santi—. A mí me cae de puta madre, me da que es un tío legal y aunque tiene ese físico…

—¿Te mola eh? —Le interrumpió Sofía riendo.

—Sí, pero me dijo que no, que no le iban las “pishas”…

Nos reímos de nuevo.

—¿Así que el nuevo mola eh? —Me preguntó Martín.

—Bueno…

Sofía me cortó de nuevo.

—Vamos Daniela, que os hemos visto reír hoy como dos tortolitos.

—¿Pero qué dices?  —le pregunté medio riendo.

—A ver, te persigue por la cafetería desde el día uno y no me digas que no… —aquel era Santi metiendo cizaña.

¿Desde cuándo los tíos eran tan observadores?

—No, no, no tengo genes femeninos. Esa frase es de Ruth —me aclaró.

La peña hablaba más de la cuenta, como si lo viera.

—Y que calladito lo tenías Daniela —soltó Martín—. Si resulta que te vas a echar novio y no nos dices nada.

Nos reímos todos aunque el tono de mí amigo no era nada amigable. Y cambiamos de tema pero me mosqueó la actitud de Martín hacia mí a partir de esa charla. En cuanto Santi y Sofía desaparecieron, fui a por él.

—¿Se puede saber a qué viene este cabreo Martín? Y no me digas que no pasa nada, porque te conozco mejor que tú y sé cuando estás de mala leche. Solo hay que verte.

—Me voy a la cama —dijo dejándome plantada en el salón.

¿Pero y este? Entré en su habitación cabreada como una mona. Él estaba quitándose la ropa, tranquilo y como si nada.

—¿Pero de qué vas? —le pregunté a sus espaldas.

—De nada  —respondió con parsimonia.

A veces me ponía nerviosa esa calma suya.

—¿Qué te pasa joder? ¿Es por Bruno? Hemos hablado de él y te ha cambiado la cara. Te cae mal, vale, ¿y?

—No me gusta, eso es todo.

—¿Y te cabreas conmigo?

Martín se giró y observó mis ojos llameantes. No me gustaba que actuara de esa forma. Siempre habíamos hablado de todo y sin problema.

Puso su frente junto a la mía y oí su respiración, no estaba tan tranquilo como quería parecer.

—Nena…

—¿Qué?

El ambiente de repente se volvió denso, como si a los dos nos faltara el aire.

—No sé qué me pasa…

—¿Conmigo?

—Sí, contigo…

Madre mía. Madre mía.

—Vale.

Intenté ser razonable porque iba perdida. Y seguimos charlando en aquella extraña postura.

—A ver, yo creo que quizás nos hemos pasado con los besos y eso…

“Eso” era las cuatro veces que habíamos follado.

—No lo sé…

¿Tendría Bruno razón? ¿Aquello no era tan normal como yo había creído? ¿Estaba haciendo daño a Martín? Porque eso no me lo perdonaría.

—Intento convencerme de que no puede ser, de que eres Daniela, mi mejor amiga pero…Creo que tengo celos porque hasta ahora no había oído el nombre de un chico en tu boca más de dos veces, ni en la de Sofía, y resulta que tenemos Bruno hasta en la sopa. ¿Me entiendes?

—Sí —claro, que lo entendía. ¿Pero esos celos de qué tipo eran?—. Pero Martín, no ha cambiado nada entre nosotros, bueno, sí, resulta que follamos más que nunca. Lo que quiero decir es que seguiremos siendo amigos, se cruce quien se cruce ¿no?

Martín me abrazó con cariño y yo me apreté también a él.

—¿Y si te enamoras de él? —Su tono suave acarició mi oído.

¿De Bruno? No, no podía ser…porque…no.

—Creo que tiene pareja —busqué una razón de peso externa a mí—. Martín…

—¿Qué?

—¿Y si conoces tú a alguien? A ver, porque cualquier día puede pasar. Pues entonces seguiremos siendo igual de amigos, pero sin sexo, claro.

—Ya… Quédate un rato —me pidió casi rogando.

Nos metimos en su cama, yo con una de sus camisetas, y seguimos abrazados, procurando que nuestras partes íntimas no se tocaran demasiado.

—¿Te gusta Bruno?

—Es un tipo curioso y listo, pero también es un gilipollas. ¿Quién se enamora de un gilipollas?

—Fijo que tú.

Nos reímos los dos.

—Y… ¿ha pasado algo?

Bueno, Martín y yo siempre nos lo contábamos todo, todo, todo. ¿Para qué mentirle?

—Hemos tonteado y nos dimos un beso pero se largó porque lo llamó una chica, que creo que es una novia oculta que tiene porque nadie habla de ella. Me parece que era aquella del cine, ¿te acuerdas?

—Sí, la del pelo corto.

—Sí, esa. Y ya sabes que yo paso de tíos con pareja.

—Ya.

Y ahí terminó nuestra charla sobre Bruno, sobre mis sentimientos y sobre los suyos. Entendía a Martín perfectamente porque un par de años atrás yo también había sentido celos de una chica que había traído a casa en más de una ocasión. Al final no cuajó y no me alegré, con lo cual entendí que lo que yo padecía eran sentimientos de posesión: Martín es mío y no quiero que me lo toquen. Y estaba segura de que a mi mejor amigo le ocurría algo parecido. Era un ni contigo ni sin ti; no queremos salir juntos pero tampoco que lo hagamos con otros. No era lógico, cierto, pero nuestra relación jamás se había basado en la lógica. Nos queríamos, mucho, nos entendíamos perfectamente y el sexo era algo de más, como un añadido a nuestra amistad.

Ahora comprendía mejor todos aquellos acercamientos de Martín; estaba marcando territorio.

Al día siguiente, tuve otro enfrentamiento verbal con Carla, la tía estaba muy pesada con el tema de las habitaciones. Y entonces fui yo quien buscó a Bruno diciéndole que por favor hiciera algo con su club de fans. Se rio a gusto pero a mí aquello no me solucionaba nada. Tener a Carla detrás cuatro días más y aguantarla el fin de semana en Barcelona, era demasiado, incluso para mí.

—Está bien, le diré a Ana que haremos un cambio a espaldas de Carla. La convenceré con un par de frases y ya está.

Me miró serio.

—Ni se te ocurra —me avisó Bruno—. Ya hablo yo con ella.

—Así me gusta.

Y habló, vaya que habló.

Durante la comida, Sofía me estaba explicando el nuevo viaje que preparaba para la revista cuando oí que Bruno me nombraba.

—Daniela…

—¿Qué?

—¿Salimos el jueves?

La mesa entera calló para escuchar el cotilleo.

—Sí, claro —respondí entendiendo que se refería al tema del artículo.

—Nena, ¿una cena primero?

Lo miré flipada.

—¿Dónde fuimos el otro día? —continuó.

Sofía me dio un codazo y reaccioné.

—Ehm, sí.

Carla, al lado de Bruno, estaba roja como un tomate. Todos sabían que estaba por él y él sabía que de ese modo Carla dejaría de tocarme la moral. No era Daniela contra Carla, ahora era contra Daniela y Bruno, y eso para ella, era muy distinto.

—¿Paso a recogerte?

¿No podía dejar ya el teatro?

—¿A las nueve va bien? —insistió.

—Sí, perfecto —le dije sonriendo falsamente.

—A ver, recuérdame tu dirección, ne-na —me reí por dentro porque menudo gilipollas estaba hecho el Bruno.

—Calle de los tontos número ocho.

Nos reímos todos pero Sofía habló por encima del coro de risas.

—Calle Moratín, Bruno, después te paso los datos exactos.

Jodida Sofía. La miré con gesto interrogatorio.

—¿Qué quieres? Si soy novata en eso de que coquetees con alguien  —me dijo flojo.

Me reí y Bruno me miró con su sonrisa de machoman.

 

Al llegar a casa, nada más poner la llave, Martín abrió la puerta hecho una furia.

—¿Se puede saber de qué coño va el nuevo? —preguntó gruñendo.

Se refería a Bruno, claro, pero ¿por qué? Me señaló con el dedo nuestra revista TuEspacio que estaba en el sofá, abierta. Martín había leído la columna que claramente hablaba de nosotros dos.

Era el primer lunes del mes de junio y Martín era el encargado de comprarla, entre otras varias que a Sofía y a mí nos gustaba leer para no perder de vista lo que escribían otros periodistas. Y yo no había pensado en ponerlo sobre aviso.

—Lo sé Martín, habla de nosotros. Ya discutimos sobre esto y él cree que tiene derecho a opinar sobre mí, si lo escribo en la revista.

—Menudo imbécil. Ha simplificado lo nuestro a un polvo Daniela, ¿te das cuenta? Como si yo solo quisiera follarte y me diera igual todo lo demás. ¿Pero a este qué le pasa?

—Yo qué sé. Tendrá sus historias en su cabeza.

—¿Lo justificas?

—¡Claro que no! La tuvimos gorda por esto y no estoy de acuerdo en nada, como si no me conocieras Martín. No tengo más que rebatirle en mi próximo escrito y ya está.

—Claro, y mientras yo tengo que tragar sus gilipolleces.

—A ver, Martín, no te lo tomes tan a pecho. Está en la revista para eso; para decir lo contrario que digo yo, para que haya debate y para que nos enfrentemos verbalmente hablando, así que relájate.

Me miró frunciendo el ceño, pero entendió lo que le decía.

—¿Dice alguna verdad? No, pues punto. No le des más bombo.

No le des más bombo, pero ipso facto abrí el Twitter en el ordenador y lo que me temía: un regimiento de hombres alzando la mano y diciendo: Brunooo, Brunooooooo, Brunooooo. Bueno, esa imagen es la que vi en mi cabeza. En el ordenador, tan solo leí cientos de tweets apoyando a mi contrincante, sobre todo, chicos y alguna chica que decía que ella no tenía amigos de género masculino porque se la querían follar. Si es que somos más majas entre nosotras…

Fui a mi tweet y entré al trapo, pero no pude evitarlo:

@danielatuespacio

“Chicas, chicas, oigo rumores de que nos van a comprar unos Louboutin, ¡qué suerte la nuestra! No lo tengáis en cuenta, a veces la neurona, tiene demasiado espacio en ese cerebro y va rebotando de un lado a otro, provocando conexiones extrañas en ellos.”

Y empezaron las risas, los comentarios y a ver quién la decía más gorda.

 

—Dudo que creas que tengo solo una neurona, señorita Sánchez —Bruno me miraba sonriendo y se dirigió a Mario para pedir su habitual cortado corto de café y con leche fría.

—Has escrito un libro, muy bien, quizás tienes un par más que el resto de los de tu género —cogí las tazas que me dio Mario.

—¿Tu amigo también va tan escaso?

—Ni lo nombres  —le dije yéndome.

Martín había pillado un buen rebote y a la hora de la cena, con Sofía en la mesa, había vuelto a salir Bruno en nuestra conversación. Pero esta vez había sido mi mejor amigo quien había sacado el tema. Lo dejó de capullo para arriba y Sofía intentó ser conciliadora. Yo no quise meter más cizaña pero tampoco me habían gustado sus palabras.

Bruno se sentó a mi lado, tenía ganas de seguir con la discusión.

—¿Mal rollo en casa?

—Todo perfecto, gracias —tomé un sorbo y lo miré cara a cara—. De todas maneras, tampoco me extraña que no seas capaz de entender mi relación con Martín. Supongo que no has sido lo bastante inteligente como para plantearte ser amigo de una mujer.

—Lo soy.

—Sí, claro.

—De mi hermana. Que seamos hermanos no implica que seamos amigos, ¿me equivoco?

No, no se equivocaba.

—Pero no me vale, porque con tu hermana eliminas con facilidad el factor atracción. Así que sigo pensando que debes ser incapaz de ser amigo de una chica, ¿por qué? Supongo que estás chapado a la antigua, treintañero —remarqué la última palabra a modo de burla y me giré hacia Toni, quien justo en ese momento me nombró.

—Si quieres podemos ser amiguitos —me susurró en el oído y me entro un escalofrío.

¡Gallina de piel!

Le miré de reojo, sabiendo que estaba demasiado cerca.

—Ni en sueños —le dije sin girarme hacia él.

—¿Ni eróticos?

Mira que era liante.

—Bruno, tienes un club de fans en la revista, presidido por Carla, y yo no estoy incluida en él. Así que si te pica, que te rasquen.

—Pero es que a mí quien me gusta eres tú.

Nos miramos fijamente. Intenté ver si iba en broma o lo decía en serio. Y más bien me pareció lo segundo.

—Daniela, ¿vamos? —era Sofía frente a mí—. Tengo que comentarte lo del viaje a Venecia.

—¿Qué viaje? —abrió los ojos indicándome la salida—. Ah, sí, vamos.

Una vez fuera creí que me iba a decir algo de Bruno, pero vamos que no sabía el porqué, solo estábamos hablando. Pero como ella veía cosas que yo no…

—Es Julen, mira el mensaje.

“Me han dicho que estás con un tío del curro. De puta madre que me entere por otros ¿no? ¿Por eso me dejaste? Quiero hablar contigo.”

Es lo que tiene Madrid, que es un pueblo tan pequeñito… Pequeño no, pero a la gente le gustaba más cascar que cardar. Que poca faena, Jesús.

“Celos, ¿qué son los celos en una pareja? Hasta ahora nos habían hecho creer que son una demostración de amor, pero no es cierto. Si estoy celoso es porque te quiero. Y una mierda. Si me miras el móvil, el ordenador o mi agenda, no me quieres. Tienes un problema muchacho y el problema no soy yo, sino tú. Chicas, no dejéis que se justifiquen porque si empezamos a ceder en cosas pequeñas puede acabar la cosa mal. No te pongas esa falda, no vistas así, no mires a un chico o no salgas sin mí. ¿Todo eso es porque me quieres? ¡Ja! Deja que me ría en tu cara. Los celos no son buenos, no traen nada positivo. Si quieres demostrarme que me quieres, hazlo, con el día a día: con un beso, unos mimos, un cómo te ha ido el día o qué tal tu reunión. Al loro con los celos que no nos convienen chicas. No lo olvidéis.” @danielatuespacio.

—Pues quedas con él y le dices que no. Que lo dejaste porque no le quieres y que ha dado la casualidad que has empezado a salir con Santi. No hace falta que des más explicaciones. Se terminó Julen. Te quise mucho pero en pasado.

—No me apetece nada Daniela… y me jode porque le quiero, pero no como él quisiera.

—Pues no quedes o que venga a casa y que estemos nosotros por si se le va la pinza.

—Sí, será lo suyo...

—Pequeña, ¿va todo bien? —Santi preguntó al ver la cara de mi amiga.

Iban saliendo todos de El Café y Santi nos acompañó mientras, Sofía le explicaba que Julen quería hablar con ella. A Santi no le hizo ninguna gracia, por supuesto, después del último episodio con él, y los dejé solos hablando sobre el tema.

Aquella mañana la pasé con Bruno, preparando el artículo que nos había encargado Jaime. Ambos coincidimos en bastantes ideas y me extrañó que no nos tiráramos constantemente los trastos a la cabeza. Curiosamente éramos capaces de olvidar lo mal que nos llevábamos y la guerra que había provocado con su columna. Supongo, que a eso lo llaman profesionalidad.

Y que yo le gustaba…

También hablamos sobre el tipo de fotografías que queríamos para el artículo: nada de sacar fotos a personas concretas, sino de coger planos generales del ambiente festivo de Madrid. Bruno propuso ir a Malasaña; conocía un par de sitios donde no pondrían pegas para que tomáramos fotos, siempre y cuando no fotografiáramos a sus clientes. Debíamos llevar nuestro carnet de prensa, por si acaso.

—Pasaré a recogerte —dijo una vez terminamos de concretar los detalles.

—No hace falta, cojo un taxi y nos vemos allí.

—No seas orgullosa, si no me cuesta nada, paso por tu barrio de todas formas.

—Que no Bruno, quedamos delante de Somnis a las doce.

No insistió más pero puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua.

Incluso en esa pose chulesca me parecía guapo. Y yo le gustaba, me repetí. A ver, lo sabía de hacía días, uno no besa a alguien sino le gusta mínimamente, pero decirlo era otra cosa ¿no? Me encantaban los chicos directos y sinceros, que no se cortaban, que no tenían miedo de decir lo que pensaban o sentían. Y él reunía todos los requisitos. Ay Dani, que este sabe más que los ratones coloraos.

 

Una vez en casa, los tres esperamos la aparición de Julen; habían quedado a media tarde. Llegó puntual como siempre y le abrió Martín, haciéndole pasar al salón, donde estábamos Sofía y yo.

Nosotros dos nos fuimos a la cocina, no para cotillear, que lo podía parecer, sino para asegurarnos de que Julen se comportaba con su habitual normalidad.

Estuvieron un buen rato charlando, sin alzar la voz, porque apenas oíamos lo que decían. Mientras, Martín estuvo liado con el ordenador con un cursillo sobre fuegos forestales, y yo comí, leí y paseé por la cocina como un animal enjaulado. Tenía ganas de que marchara Julen y dejara en paz de una vez a Sofía.

Martín, al verme algo nerviosa, me dio palique y estuvimos hablando sobre los artículos de la revista de este mes. Acabamos comentando el artículo que preparaba con Bruno y le gustaron mis ideas, aunque no las de Bruno. Lo suyo ya era cabezonería porque aunque puede que alguien no te agrade, debes reconocer su mérito, si lo tiene. Y Bruno, podía ser muchas cosas, pero bueno en lo suyo, lo era y de largo.

—¡Julen! ¡Las cosas no han sido así! —Martín y yo callamos por si teníamos que rescatar a Sofía.

No queríamos meternos pero tampoco nos fiábamos de Julen. Quién lo hubiera dicho…con la poca sangre que siempre había demostrado y ahora que lo dejaba Sofía, parecía otro.

—¿Entonces cómo es que ya estás con otro? ¡No has tardado ni dos días!

—Hemos cortado Julen, no estoy de luto y todo esto ya no es cosa tuya, ¿lo entiendes?

—No, no lo entiendo Sofía, porque primero me pides tiempo y en dos días ya lo has tenido claro.

—Sí, es verdad. Sé que no quiero estar contigo, lo tengo muy claro.

—Pero hace un mes estábamos hablando de las vacaciones…

—Y hace dos de comprar un piso, pero de un tiempo aquí que no lo veo claro Julen. Me decía a mí misma que era una crisis más, que pasaría pero no pasaba…

—Joder, joder.

—No puedo decirte que no lo siento. Lo siento Julen pero así son las cosas.

Y así se las hemos contado, pensé yo.

—¡Me has mentido, me has estado mintiendo!

No, perdona, es diferente mentir que omitir.

—No, Julen, escucha….

Y Julen no entendía que de un día para otro se había quedado sin su Sofía, pero quizás si hubiera estado más atento en aquella relación, más pendiente de los detalles, quizás hubiera intuido que algo no iba bien. Sofía llevaba meses dándole vueltas pero no había querido hablarlo con nadie, ni conmigo. Temía verbalizarlo y que fuera real, como si al no decirlo aquello no fuera verdad. A ella también le fastidió, en un primer momento, que todo lo que había construido en su cabeza con Julen se estaba desmoronando con una rapidez que daba miedo. Y casi podía decirse que lo había negado, pero Santi abrió aquella puerta y pasó lo que tenía que pasar.

Oímos que salían del salón y que se dirigían hacia la puerta. Martín y yo nos miramos a la espera.

—Cuídate Julen —dijo Sofía al abrir la puerta.

—Diles a tus guardaespaldas que ya pueden salir. Adiós.

Se marchó y salimos a por Sofía.

Estaba serena pero sin humor para nada más que para irse a su habitación, no quiso ni cenar ni un Cola Cao de los que hacía Martín, con doble extra de espuma.

Así, cenamos solos y después vimos una película en el sofá. En una de las pausas fui a ver a Sofía y estaba durmiendo como una bendita. Supuse que ese agotamiento mental debía pasarle cuentas a su cuerpo.

—Duerme como un ángel —informé mientras me sentaba de nuevo—. Sonríe y todo, mira que te digo.

—Tú también duermes así —me dijo sonriendo.

—¿Yo?

—Sí, pones cara de felicidad.

—Y lo sabes porque…

No porque yo hubiera dormido con él, porque eso no había ocurrido nunca.

—Porque alguna que otra vez te he mirado.

—¡Anda! Tendrás morro. ¿Y eso?

—No te quejes, que no te miro cuando estás follando con un tío ¿eh? —nos reímos al recordarlo—. Pues te miro como lo haces tú con Sofía, para saber que estás bien.

—Que bonito  —le dije tirándole un cojín.

—Un día me hice una paja —dijo atrapando el cojín y lo miré sorprendida—. Es que se te veía una teta y me pusiste cebollón.

Intentó aguantarse la risa pero no pudo y empezó a reírse procurando no hacer demasiado ruido. Era mentira, obvio.

—Que idiota eres —le dije queriendo quitarle el cojín aquel para atacarle de nuevo.

Nos empezamos a pelear, bromeando, y al final Martín me retuvo las manos por encima de mi cabeza, medio tumbado en el suelo, encima de mí y usando sus piernas para inmovilizarme.

—Venga, ríndete. ¿A ver cómo lo dices? No te oigo Daniela.

Me reí porque sabía que yo no usaba aquella palabra. ¿Rendirme? Ni borracha.

—Joder Martín, me has bajado los pantalones y no llevo nada debajo. Súbemelos —llevaba unos pantalones cortos con goma en la cintura.

Era mentira pero Martín giró su cabeza automáticamente hacia la zona en cuestión y aflojó mis manos. Intenté escapar pero no me dejó y nos reímos los dos por mi intento fallido.

—Ya me has puesto tonto Daniela —hincó su erección en mi pierna—. Voy a tener que comerte las tetas para después ir a masturbarme en el baño.

Ufff, Martín sabía tocar mi fibra. Directo. Sin miedo. A por ti.

Y nada más decir la última palabra comenzó a bajarme el tirante de la camiseta con sus dientes y me miró. ¿Qué esperaba? ¿Qué me negara? No soy de piedra.

Mi pecho quedó al descubierto y pasó su lengua por él, con mucha calma, una calma agónica que lograba encender mi sexo. Era una sensación deliciosa y me relajé al segundo.

—Daniela…

Su voz grave me acarició a la vez que su lengua. Mi pezón erecto quería más y el pálpito en mi sexo despertó mi sed. Me apreté contra él y Martín mordisqueó mi pezón, muy flojito pero lo suficiente para que lo sintiera. Me estremecí de placer.

—Más…

—Nena, quiero follarte…

—Fóllame…

—Quiero que toques el cielo. Quiero que te muerdas el labio de esa forma tan sexy y quiero que grites mi nombre, Daniela —iba hablando y mordisqueándome.

—Martín…hazme tuya…

Me miró a los ojos y acercó su boca a la mía. Nos besamos lánguidamente, saboreando nuestras lenguas. Mis manos seguían atrapadas por las suyas y sentía sus besos con más intensidad, como si al no poderlo tocar, mi sentido del tacto estuviera todo acumulado en mis labios.

Y sonó un móvil en la mesita. El mío. Y a Martín le dio por levantar la cabeza y mirar, en lugar de pasar del maldito teléfono.

—Es Bruno —me dijo—Joder.

Y se levantó, como si lo hubiera pillado su novia o su madre, no sé con cuál de las dos se hubiera separado de mí con esas prisas.

—¿Y qué?  —pregunté con el calentón encima.

—Que no quiero que tenga razón —volvió a mirar el móvil que seguía sonando.

¿Qué cojones querría Bruno?

A Martín le bajó todo y a mí me subió a la cabeza.

—Muy bien Martín, si ahora te has hecho del club de los payasos, me lo podías haber dicho.

—No vamos a follar más  —dijo rotundo y me sentó como una patada en los mismísimos.

—No vas a follar tú conmigo porque yo me voy a hinchar —Y aquella vez fui yo la que me largué cabreada, sin dar un portazo porque Sofía dormía, pero me quedé con las ganas.

Sonó de nuevo el móvil y me cagué en todo lo que se menea. Pero pasé de ir a por él. Ni quería ver a Martín ni quería hablar con Bruno. Joder, para no salir con nadie, menudos marrones me comía últimamente.

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