@daniela

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Una noche contigo pueden ser cien páginas de mi vida

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Una noche contigo pueden ser cien páginas de mi vida

 

 

El miércoles por la mañana, parecíamos tres muertos vivientes, algo inusual en aquella casa.

Sofía seguía taciturna, era como si se sintiera culpable por algo que realmente ella no había provocado. Estas cosas pasan cada día Sofía, no le des más vueltas, pero no entraba en razón.

Martín, mudo no, lo siguiente. Ni nos miramos siquiera.

Yo seguía enfadada, me había costado un millón de minutos dormirme y encima había dormido fatal. La falta de sueño me provocaba mal humor. Me sentía ofendida por Martín, como si fuera yo quien lo llevara por aquel camino, cuando era algo que surgía entre los dos sin pensarlo. El “no vamos a follar más” no me molestaba por el hecho de no acostarme con él, sino por el modo de decirlo. ¿De qué vas? ¿Es que me estás haciendo un favor? Venga hombre.

En la cafetería me puse a mirar cosas con el móvil y eso quería decir: no me molestes o puedo morderte. No era de las que suelen usar el móvil con gente a mí alrededor, prefería las relaciones en directo. Bruno llegó más tarde y se sentó en la barra. En esta ocasión yo fui a por él.

—¿Se puede saber para qué llamaste? —Mí tono lo puso sobre aviso. El ambiente estaba caldeado.

—¿Por qué no lo cogiste? —respondió preguntando.

Porque estaba a punto de echar un polvo con Martín y tú nos jodiste bien.

—Porque no te oí —mentí.

Lo miré cabreada, cabreada con él, con Martín, conmigo.

—Estaba escribiendo, el libro, ya sabes —lo escuché atenta pero con el ceño fruncido—. Y una de mis protagonistas, es fotógrafa amateur. Quería hablar sobre la sensación de captar con la cámara un segundo de la realidad, de fotografiar emociones, pero no me salían las palabras. Y pensé en ti. Acabé llamando a un colega y solucioné el bloqueo.

Bueno, no podía culparlo a él directamente de mi enfado con Martín pero no tenía ganas de cháchara, así que le dije que tenía curro y me fui.

Iba escribiendo en el ordenador pero mi cabeza estaba con Martín y cada vez que me acordaba de sus palabras me cabreaba más. Encima él curraba hasta las tantas y no lo vería cuando llegara. Tampoco quería hablar con él pero quería saber si él sí quería hablar conmigo.

A la hora de comer Rouse me dio un respiro cuando la vi esperándome en la salida.

—¡Nela!

—¡Lucía!

—He ido al centro de compras, que la enana tiene fiesta en el cole,  y pensaba decírtelo pero no sabía si terminaría a tiempo —Rouse me dio dos besos.

Cogí en brazos a mi sobrina y empezó a contarme lo que habían hecho aquella mañana. Desapareció el resto del mundo y solo tuve ojos para ella. Sofía aprovechó para irse con Santi y nosotras tres nos sentamos en una de las esquinas de El Café. Pedimos ensalada y calamares a la romana para Lucía.

Sentí la mirada de Bruno, estaba con el resto sentado un par de mesas atrás. Supuse que tenía curiosidad por saber quién me acompañaba. Lucía, que lo vio, le sacó la lengua y él cruzó los ojos haciendo el payaso. Nos reímos las dos, sobre todo la enana. Rouse nos miró perpleja y se giró para ver de qué nos reíamos. Él le mostró su bonita sonrisa.

—¡Joder Daniela! ¿Y ese Adonis?

—El nuevo —le indiqué.

Ella se volvió a girar, porque mi hermana mayor es la cosa más disimulada que te puedas tirar a la cara.

—Me dijiste que era guapo  —me acusó.

—¿Y no lo es?

Puso una de sus caras en plan ¡madre mía! Nos reímos y me alegré tanto de que estuviera allí, que en un subidón de esos de adrenalina, le dije a Bruno que viniera con la mano.

—Bruno, mi hermana quiere conocerte —miré a Rouse quien sacó su sonrisa “Profiden”.

—Bonito embarazo —le dijo Bruno con simpatía.

Se dieron los besos de presentación y Bruno se dirigió a Lucía.

—¿Y tú quién eres?

—Lucía.

Reconozcámoslo: Rouse y yo lo mirábamos un poco agilipolladas.

—¿Y ella es tu mami?

—Sí.

—¿Y Daniela?

—¿Nela? Es mi tía preferida.

Nos reímos por su tono de sabidilla.

—¿Eres su novio? —preguntó entonces ella—. Dice que eres guapo.

Bruno me miró unos segundos y volvió la vista hacia ella. Me entraron todos los calores por su forma de mirar.

—No puedo ser su novio porque tu tía no quiere novios.

—Pues yo tengo novio  —le dijo en su estilo.

—¿Tienes novio?  —le pregunté riendo.

—Claro, se llama Juan y me da caramelos.

Nos reímos los tres y Lucía sonrió, que bonito…

—Oye Lucía, ¿y si le doy un caramelo a tu tía? ¿Crees que funcionará?

—¡Sí!

Miré a Bruno sonriendo y él volvió a mirarme.

—Después le daré una piruleta de corazón —me dijo con su voz suave aunque a mí me pareció que me decía otra cosa: después te doy un beso de esos que hacen historia.

Ay Dani.

—A ver si es verdad —le repliqué.

—Oye —Lucía nos interrumpió y la miramos—. Yo también quiero una de esas.

Nos volvimos a reír y Bruno se fue con los de redacción, después de prometerle a Lucía que le daría esa piruleta.

—Estoy alucinada Daniela —dijo Rouse casi susurrando.

—Sí, es majo cuando quiere —le dije sin darle más importancia.

—No, no, si con quien alucino es contigo —dijo muy segura—. Pero, ¿y esas miraditas? ¿Y ese tonteo?

—¿Qué dices? No hay nada de eso, no te imagines cosas que no son.

—Si, vamos, que ahora estoy ciega.

—Nela, ese señor me gusta para que sea tu novio.

Soltamos otra carcajada.

—Olvidaros de novios, pesaditas —les dije mientras levantaba la mano para que el camarero trajera la cuenta.

Era evidente que me había gustado el trato de Bruno hacia mi sobrina, normalmente los adultos pasan bastante de los niños, cuando no son suyos me refiero. Y ver a Bruno charlando de esa forma me había llegado. Y a mi hermana ya no te digo. Si no es porque la conozco, hubiera pensado que en esos cinco minutos se había enamorado, pero de verdad, de Bruno.

Le comenté la jugada a Sofía, mientras íbamos en el metro y coincidió con mi hermana: entre Bruno y yo pasaba algo. Y yo le dije lo de siempre: lo que le cuelga al galgo. ¿Qué va a pasar? Pasa que trabajamos juntos, que escribe sobre mí y que nos miramos algo más de la cuenta, porque el tío está bueno y para ver una pared, mejor mirarlo a él ¿no? Excusitas, me dijo Sofía. Oye Sofí, que tú estés en plan rosa palo me parece perfecto, pero no nos metas a todos en el mismo saco. Ni quería algo ni pasaría nada.

Empecé a pensar que quizás si me lo tiraba se terminaba la tontería. Era algo muy común: cuando ya has conseguido aquello que ansias, entonces viene el bajón y ya no lo deseas con tantas ganas. Aquella idea anidó en mi cabeza, añadiendo que así mataba dos pájaros de un tiro. Por una parte, disfrutaría con él en la cama, y por otra, quizás así nos dejábamos de tanta tontería. Había un riesgo, mínimo, pero debía tenerlo en cuenta. Ya me lo había planteado días atrás: ¿y si queríamos más? Bueno, entonces debería poner más empeño en no repetir.

—En Barcelona, me lo cuentas. Ya me dirás a ver qué pasa porque los dos juntos en la misma habitación… ¿qué te va que pasa algo? Y no me refiero a un beso como el de la discoteca.

Al final se lo había cantado.

No, no podía tirármelo porque tenía las de perder. Si me gustaba, si lo hacía como los dioses (cosa que empezaba a sospechar y no sé por qué) o incluso si me sorprendía en la cama, la habría cagado.

—Que lata me dais con Bruno, no le voy a dar ni los buenos días, ¿mejor así?

—Que terca eres Daniela. El sábado me lo cuentas —insistió.

—Te voy a contar un cuento —le contesté y al entrar en casa me vino a la cabeza Martín—. Por cierto, tengo que explicarte algo Sofi.

Y me desahogué con ella. Sofía, que ya estaba de mucho mejor humor gracias a Santi, me escuchó en silencio y después estuvimos intercambiando opiniones. Le expliqué la confesión de Martín, sus acercamientos y la discusión de anoche. Ella creía que Martín estaba algo extraño conmigo últimamente y no estaba segura que solo fueran celos. Lo son Sofía, no hay más que verlo, con la llamada de Bruno reaccionó exageradamente y no pensó: voy a tirarme a Daniela y que se joda el mundo entero. Lo que hizo fue rechazarme y hablarme como un tirano. Aquí se hace lo que yo digo. No convencí a Sofía pero ella tampoco me convenció a mí.

Aquella noche de chicas, solo ella y yo, me acabó de arreglar el día.

Y el jueves me levanté con mucho mejor humor. Mañana de curro, tarde en casa de mis padres, dejando que me sirvieran una merienda de reina, y noche de fotos con Bruno. Cuando llegué a casa y vi a Martín en la cocina con Sofía, le dije a ella que no cenaría. Me fui a la ducha directa y me puse cómoda en mi cama, leyendo un rato, esperando a que fueran las once y media, para ir hacia Malasaña, donde había quedado con Bruno a las doce. A las once me vestí y cuando estaba con el rímel oí que alguien llamaba. Sería Santi, seguro. Solía pasar muchos ratos por casa.

—¿Está Daniela? —¡Bruno!

Me pinté la mejilla de negro porque se me fue la mano. Me limpié con una toallita y terminé de maquillarme con rapidez. Oí a Sofía charlar con él. Cuando salí los vi en la entrada del salón, y Martín en el sofá mirando la televisión. ¿Lo habría saludado?

—¿Y esto?  —le pregunté yendo hacia él.

—Soy así de cabezón.

—Ya veo, me vas a superar y todo —cogí la cámara, y Bruno se ofreció a llevarla—. No te la dejo ni que me compres unos Louboutin.

Nos reímos y miré a Martín, quien seguía fijo en la pantalla.

—¿En vaqueros? —preguntó Bruno observando mis pantalones ceñidos como si viera un fantasma.

—Bobo  —le dije sin entrar al trapo.

—¿Vais a Somnis?  —preguntó Sofía sabiéndolo.

—Sí, el dueño es amigo mío.

—¿El dueño?  —le pregunté yo.

Me había dicho que conocía a alguien pero no que era el dueño de aquella discoteca para gente vip.

—¿No te lo dije? Sí, Antón es un viejo conocido.

—Pues podrías estirarte y pedirle unos pases ¿no?  —le dijo Sofía riendo.

—Sin problemas —Bruno lo decía sin darle importancia. Tener los pases de una de las discotecas más chics de Madrid no era una prioridad para él—. A ver si después de la juerga, nos acordamos Daniela.

Lo miré divertida. Juerga sobre todo.

—¿Vamos? —me adelanté a él y dijimos adiós pero solo respondió Sofía.

Martín seguía en sus trece, pues perfecto. Seguiríamos así.

Bruno abrió la puerta de un Golf negro, reluciente y casi nuevo.

—Cómo te los gastas —le dije irónicamente.

—Como me habéis comprado todos el libro… —alzó sus cejas y me reí.

Arrancó el coche y puso música: el primer disco de Estopa. A mí también me gustaba, sobre todo algunas de aquellas canciones como la de El del medio de los chichos y cuando la oí no pude no tararearla. Bruno me miró y sonrió.

Eran casi las doce y había mucho ambiente por las calles de Malasaña. Cámara en mano y carnet de prensa en el cuello, nos dirigimos hacia uno de los locales que siempre estaba hasta los topes: el Huerto. El tipo de música que ponían era una mezcla de todo y eso gustaba al personal. Nos adentramos entre la gente y Bruno estuvo un par de minutos hablando con uno de los camareros. Nos dejaron pasar tras la barra y allí disparé un par de fotos hacia las muchas botellas expuestas en sus estantes. Otra foto la hicimos hacia una parte del techo, que tenía un espejo enorme, y dónde se veían las cabezas de la gente, manos, copas y poco más. La última foto se la hicimos a un camarero, concretamente a sus manos preparando un cóctel.

—No te muevas  —le dije sonriendo.

—Yo hago lo que tú digas, preciosa —el chico no estaba mal pero cuando curraba no estaba para historias.

—Pues quietito así.

Enfoqué y disparé. Perfecto.

—Genial —le dije dándole las gracias y él me pidió el teléfono.

—Lo siento, estamos currando  —le dijo Bruno diplomáticamente.

—El jefe manda  —le dije escaqueándome de aquel camarero ligón.

Nos dirigimos hacia Somnis, que estaba un par de calles más hacia abajo y por el camino hice alguna que otra foto. Bruno no me habló de aquella forma tan seca, sino que se mostró más amable. Fotografiamos, con el debido permiso, los pies de una pareja junto a sus vasos de plástico, se suponía que cargados de alcohol.

—¡Eh Bruno! ¿Qué pasa tío? —miré por encima del objetivo y vi un grupo de tres chicos que le saludaban.

Volví a centrarme en disparar la foto: zapatos de tacón y las Converse del chico. Pero alguien tropezó conmigo y mandó a tomar por saco la foto.

—Joder —murmuré cabreada.

—Sal de en medio chavala —me increpó el borracho aquel.

—Si no te aguantas en pie es tu problema, niñito.

Tendría unos veinte años y llevaba una buena peana encima. La pareja que estaba sentada en el bordillo esperando que yo terminara se rio pero a mí no me hizo ninguna gracia, no me gustaba que me interrumpieran cuando me centraba en la foto.

—Menuda boca de chupa pollas tienes —me dijo el imbécil acercándose a mí en plan chulesco.

—Y tú menudo descerebrado estás hecho. Será mejor que te vayas a dormir la mona.

—Si es contigo…

Y me cogió de la cintura, restregando sus partes sensibles. Lo aparté de un empujón y el tío se tambaleó aunque al segundo un brazo lo sujetó con fuerza y quedó inmovilizado.

—Joder, me haces daño —se quejó sin saber a quién.

—Y más que te haré como no te largues de aquí —Bruno lo miró iracundo.

—Mira que os gusta hacer el idiota a los de tu quinta, pírate —dijo uno de aquellos amigos de Bruno. Estaban los cuatro frente a él.

Aquel pobre diablo se fue todo lo rápido que pudo y deseé que se le quitaran las ganas de ponerse tan gallito con las chicas.

—¿Tienes un imán para los problemas Daniela? —preguntó Bruno acercándose.

—¿Lo dices por ti?

Sus amigos se rieron y Bruno me sonrió.

—¿Estás bien?

—Ya me lo había quitado de encima. Estoy bien.

—Daniela, estos son mis colegas de…

—De correrías —se adelantó uno hacia mí—. Soy Fede, el guapo del grupo, como puedes comprobar.

Era un chico alto, con buen cuerpo y atractivo, aunque no guapo precisamente

—No te flipes Fede —habló uno más bajo y trajeado, con corbata incluida—. Soy Julio, encantado.

Me dio dos besos y el último de ellos, uno muy moreno y con los ojos más verdes que había visto en mi vida, se acercó con timidez.

—Soy Rafa…

—Soy Daniela —le dije intentando ser amable porque con ese hombre, que debía tener la misma edad que Bruno, me dieron ganas de ¿protegerlo? Como si fuera débil o flojo o demasiado tímido.

Me miró como si me estudiara y le sonreí.

—Así que tú eres la que nos pone a caldo —soltó Fede.

—¿La que dice esas verdades? Esa soy yo.

—Suerte que Bruno nos va a defender porque menuda lengua tienes —Fede, aparte de creerse el guapo, era el que más hablaba, estaba clarito.

—¿Lengua, en qué sentido?

Nos reímos los cinco.

—¡Eh! Perdona, ¿vas a hacer la foto esa? —era el chico de las Converse.

—Sí, sí, lo siento chicos. Un momento.

Dejé a Bruno y sus amigos charlando y oí trozos de su conversación: fotos para un artículo del trabajo…sí, es guapa…Fede ni se te ocurra tirarle los trastos…

Enfoqué de nuevo la parte que me interesaba de esa escena, desconecté del mundo y disparé. Saltó el flash y di un vistazo a la pequeña pantalla que me mostraba la foto. Perfecto.

—¿Puedo verla? —Bruno se acercó a mí y sentí el olor de su perfume —. Buenísima —Me sonrió—Bueno, tenemos que irnos, gentuza.

—Menudo trabajo el tuyo —le dijo Julio irónicamente.

Bruno alzó las cejas un par de veces, a su manera, y nos marchamos hacia Somnis.

—¿Son amigos de toda la vida?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañado.

—Por la confianza que os tenéis. Parecéis casi hermanos.

—Sí, del colegio. Por entonces, ya íbamos juntos los cuatro, bueno éramos cinco. Sergio murió en un accidente de coche hace casi diez años.

—Vaya…

—Sí, fue una gran putada. Salimos de fiesta aquella noche y Sergio llevaba su Peugeot nuevo. Aquella noche él conducía y no bebió ni gota, pero se cruzó con un hijo de puta que iba borracho y drogado, y lo mató.

En su voz había un deje de rabia todavía.

—Era mi mejor amigo. Lo pasamos todos mal aquellos meses.

—Joder Bruno, lo siento —le dije pensando que si le pasara algo a Martín o Sofía no levantaría cabeza.

En cuanto llegara a casa hablaría con mi mejor amigo, quisiera o no.

“¿De qué sirve estar cabreados? Es un estado en el que las dos partes lo pasan mal, así que ¿para qué? ¿No es mejor solucionarlo hablando? ¿De qué te sirve estar de morros y no hablarle? Se entiende que en un primer momento te enfades y esperes a que baje esa mala leche que te sube por las venas, pero pasado un rato, cuando ya estás calmado, lo suyo es no dejarlo para más tarde y solucionar el problema. Es que soy orgulloso. ¿Y qué te aporta ese orgullo? Te aporta pasarlo mal, hacerlo pasar mal a otra persona, perder un amigo o incluso acabar no hablando de lo que ha sucedido, haciendo ver que los días de cabreo han quitado importancia a esa discusión. No siempre vamos a estar de acuerdo en todo pero para eso tenemos la capacidad de parlamentar. Piénsalo bien, porque quizás cuando quieras decirlo ya no estés a tiempo.” @danielatuespacio.

Durante el resto de la caminata, Bruno me explicó algo más de sus amigos.

Fede, era ligón por naturaleza, ya de pequeño no tenía otra idea en la cabeza. Bueno sí, los juegos de ordenador y ahora se dedicaba a ello: era programador de video juegos. No es el que desarrolla las ideas sino el que hace que el diseño cobre vida y es un trabajo duro pero que le encanta. Obviamente, no salía con nadie de forma habitual, aunque a veces empezaba dos o tres relaciones a la vez, y se iba cansando de ellas de forma progresiva.

Julio, era divertido y un apasionado de la naturaleza. Trabajaba de controlador aéreo en el aeropuerto, así que tenía unos horarios algo extraños y pasta larga, pero no presumía jamás de eso. Salía con un chica desde hacía año y medio; Noemí, una chica ocho años más joven que lo llevaba loco pero que lo quería de verdad. O eso parecía.

Y Rafa, el chico de los ojos verdes, era Asperger, muy leve pero sufría ese trastorno. Fue diagnosticado de bien pequeño porque afortunadamente topó con una experta en el tema y por ello su tratamiento tanto a nivel escolar como familiar fue el idóneo para que Rafa tuviera una infancia feliz. Bruno y los demás pensaban que tenía ciertas manías, hasta que en la adolescencia, fue el mismo Rafa el que les explicó qué le ocurría. Bruno sonreía al recordar cómo había hecho un montaje con Power Point para hacer esa explicación. Curraba en la empresa de su padre y era un crack con los números.

—De ahí que hayas visto que te miraba de esa forma —me indicó Bruno.

—Y habla poco, supongo.

—Entre otras cosas…

—Conozco el síndrome, mi hermana Rosa es psicóloga.

Llegamos a Somnis y el portero nos pidió el pase. Bruno le enseñó un carnet de color negro con la letra ese en color plata. Y entramos en aquella discoteca. Me picaba la curiosidad, la verdad.

El lugar era como muchos otros: música, luces y gente bailando. La música algo menos estridente y la decoración más cool.

Seguí a Bruno hasta una de las barras y mientras él hablaba con una camarera, yo di un vistazo a mí alrededor. Podía decirse que la gente vestía algo más pija y que veía mucha ropa de marca, pero por lo demás, era una discoteca como otras muchas.

—¿Creía encontrar usted el paraíso, señorita Sánchez?

Lo miré observándome.

—No me llames así —le dije molesta—. Y yo no busco el paraíso en ninguna parte, eso para los que creéis que existe.

Bruno rio.

—¿Y que buscas?

—Nada… —iba a decirle que solo miraba pero me cortó.

—Todos buscamos algo, Daniela.

—Oh sí, ser felices y comer perdices, como si lo viera.

—Que yo sepa tú buscas placer, por ejemplo.

Su voz se tornó más grave y yo tragué saliva ante su intensa mirada.

—Sí, en eso no te equivocas.

—¡Ey Bruno!  —un hombre algo más mayor que él lo saludó a un palmo de nosotros—. ¿Cómo estás?

Se dieron un abrazo de esos de hombres: un amago de abrazo, no vaya a ser que nos toquemos las pichas. O eso pensaba yo, cuando los veía abrazarse de esa manera.

Me lo presentó al segundo: Antón, el dueño de la discoteca. Fue muy amable y tenía buen rollo con Bruno. Nos dijo que nosotros mismos, que confiaba en su amigo y que adelante con las fotos. ¡Ah! Y que cuando termináramos estábamos invitados a una copa. Mira que bien.

En menos de una hora acabamos con las fotos. Con la última me subí a la tarima e hice varias fotos a las cabezas que saltaban y bailaban en medio de la pista.

—Esto ya está —le dije satisfecha.

—Las dos de la madrugada, ¿tomamos esa copa? Mañana tenemos permiso para entrar algo más tarde.

Jaime era majo hasta en eso.

—Venga —le dije ya más relajada al saber que en mi cámara teníamos lo que queríamos.

Bruno le pidió a uno de los camareros que la guardara como oro en paño y yo le miré sonriendo. Pedimos un par de vodkas con lima y brindamos con una sonrisa permanente. Charlamos y bebimos como dos amigos, dos amigos que se gustan pero que no por eso no pueden hablar de miles de temas, de cosas banales que te acercan al otro y que te hacen entender mejor a esa persona.

Después de esa copa tranquila nos marchamos y seguimos parloteando hasta el coche. Y volvió a sonar Estopa.

—Llega el momento me piro, al filo de la mañana ¡qué frío!... —cantamos los dos toda la canción enterita, entre alguna que otra risilla.

—Que mal cantas Bruno —le dije riendo.

—Lo sé pero Estopa me puede.

Nos reímos a la vez; aquella copa había acabado de distender el ambiente. Y seguimos cantando las siguientes canciones.

Al llegar, Bruno bajó el volumen y yo toqué de pies al suelo. Bueno, pues adiós, ¿no? Había sido una noche distinta, y amena, y divertida, e interesante… Y sin sexo Dani.

—Daniela, quería darte una cosa, espera —Abrió la guantera y sacó una bolsa pequeña de papel.

La abrí y saqué un libro; el suyo. Miré la primera página y leí su dedicatoria: Para Daniela, mi compañera, contrincante, fotógrafa, que besa como si fuera el último beso de su vida. No dejes de ser como eres. Bruno.

Tragué algo que no era saliva simplemente, y que se me quedó en el principio del esófago.

Miré por inercia dentro de la bolsa y vi varias piruletas de corazón.

—Son para Lucia —dijo sonriendo.

—Gracias —atiné a decir.

—Daniela…

Miré sus ojos fijos en mis labios y me acerqué a él. Acarició mi boca con sus labios y la entreabrí, dejando paso a su lengua con gusto a alcohol. Nos besamos sin prisas pero recorriéndolo todo, sin dejarnos ni un centímetro de boca.

—Nena… —se separó para que cogiéramos aire los dos.

Estaba claro qué deseábamos y me faltó un pelo para decirle que subiera, pero recapacité a tiempo y me dije No. Y ese “no” vino por Martín, porque no creía conveniente que mi amigo se encontrara a Bruno por su casa. Además debía recordarme que había decidido que lo mejor para mí era no acabar entre los brazos de mi enemigo.

—Tengo que irme —le dije indecisa.

El alcohol me había subido un poco a la cabeza, sino ya me hubiera ido sin apenas decir adiós.

—Le diré a Lucia que ya tiene sus piruletas.

—Una es para ti —me dijo acercándose y cogiendo mi cara con sus manos suaves.

Humedecí mis labios ante mi incapacidad de reacción y Bruno me besó marcando su boca en la mía. Besos directos a mi sexo, que palpitaba con fuerza junto a mi corazón.

—Nos vemos mañana —dijo cerca, muy cerca.

—Hasta mañana.

Y salí del coche alelada, como si sus besos fueran alguna especie de droga que me dejara sin fuerzas, sin fuerzas y sin capacidad de pensar mucho más allá. Me metí en la cama, cerré los ojos y di un repaso a aquellas horas con Bruno. ¿Podía ser que la noche hubiera dado para tanto? Fotos, amigos, una copa, charla amena y un beso de los suyos. Joder, cómo besaba el amigo.

¿Y el detalle de libro? Sentí un pinchazo en el estómago. Ay Dani.

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