@daniela

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¡Glopss!

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¡Glopss!

 

A partir de ahí, lo esquivé, en cualquier situación. No quería salir salpicada ni enfrentarme a él con Carla dándole coba. La mejor opción era pasar, así evitaría cabreos innecesarios. Y así pasé la semana, con un humor de perros. Con Bruno en mi cabeza, sin dirigirle la palabra, y enfadada con Martín.

Aquel jueves Jaime nos llamó al despacho, a los dos y nos pidió que bajáramos un poco el tono de los escritos, nos estábamos pasando.

—¿Os pasa algo? —preguntó Jaime discretamente.

—Nada, relajaré un poco el ánimo, Jaime, no te preocupes. Es la pasión de escribir, ya sabes —dijo Bruno muy en su línea.

—¿Daniela? —Me miró viendo que no decía nada.

—Se intentará —le dije escueta.

Jaime me conocía de sobras y sabía que entre nosotros no había buena sintonía en esos momentos.

—Necesito que vayáis juntos a cubrir la llegada de Rhianna, mañana da una pequeña rueda de prensa en el Ritz —Bruno iba a decir algo pero Jaime lo cortó—. Te necesito allí, eres el que domina mejor el inglés. Y Daniela, quiero las mejores fotos que hayas hecho en tu vida.

Nos miró serio.

—Las tendrás —le dije resolutiva.

—De acuerdo —confirmó Bruno a mi lado.

—A las once de la noche allí, puntuales. Hablad con Lidia, os dará los pases.

En otras circunstancias hubiera dado un bote al salir del despacho: ¿ver a Rhianna en persona? ¡Increíble! Pero no estaba para dar saltos y más bien me fastidió tener que ir con Bruno.

Nos vimos allí a la hora convenida y, sin decirnos nada, entramos en la sala que el Ritz tenía preparada para la rueda de prensa. La diva del pop nos hizo esperar media hora larga pero al final apareció con un traje rojo y corto, espectacular. Guapísima. Le tomé fotos junto a los demás fotógrafos y después vinieron las correspondientes preguntas de turno, a las que fue respondiendo amablemente. Bruno preguntó lo que tenía escrito en el bloc que nos pasó Lidia y aproveché para mirarlo desde la esquina de la sala. Mira que era guapo el jodido. Y que no me lo quitaba de la cabeza.

Antes de irse, pudimos hacerle algunas fotos más y no desaproveché la ocasión. Rhianna era muy fotogénica y quedaron unas fotos geniales. Jaime estaría contento, pero si con ese trabajo intentaba que Bruno y yo acercáramos posiciones, lo llevaba claro.

Al salir, comenzamos a andar. El hotel estaba muy cerca de nuestra zona, así que él no había cogido su coche. Silencio absoluto entre nosotros, el orgullo nos podía. Pasada la fuente de Neptuno, Bruno podía seguir recto por la calle Cervantes hacia su piso pero continuó a mi lado.

—No hace falta que vengas —le dije deteniéndome.

—Voy donde me da la gana —respondió del mismo modo.

—No necesito canguro —le solté comenzando a andar a zancadas.

Bruno me siguió detrás. Me giré y se detuvo.

—¡Lárgate! —le exigí cabreada.

Bruno se fue a la otra parte de la calle y lo miré echando fuego por los ojos. Imbécil.

—Métete la vena protectora por donde te quepa —le solté mientras lo veía cruzar la calle.

Llegué a mi piso, con Bruno pisándome los talones, y justo entonces salió Martín del portal.

—Mira, ya os podéis ir los dos gilipollas de copas —les dije buscando mis llaves, no sé para qué, porque aquel portal siempre estaba abierto, joder.

Ambos me miraban. Bruno frunciendo el ceño y Martín con cara de no haber roto un plato en su vida. Habíamos hecho las paces a medias, porque hablar directamente no lo habíamos hecho. Yo estaba todavía muy mosqueada, sí, porque me pareció que Martín se había pasado por el forro nuestra amistad, por muy bebido que fuera. Aquello había sido indignante y sucio, no sé cómo describirlo bien, me hizo sentir sucia.

Entré, no sé ni cómo, de los nervios que llevaba encima. Di un portazo de aúpa, sin pensar que Sofía estaba en el salón y casi la mato del susto.

Acabé hablando con ella, de todo lo ocurrido, porque no podía más con toda esa mierda encima. Sofía me animó diciendo que todo pasaría, ya verás como sí. Pues pasan los días y no veo mejora, no sé cómo lo ves. Bruno, al principio, había tirado hacia Carla y Natalia, pero supongo que le habían aburrido porque solía desayunar solo en la barra, con la excusa de leer el periódico. Y a la hora de comer o se quedaba en la oficina o charlaba con Toni, supongo que de Andrea. Se habían hecho buenos colegas, y Toni y Andrea habían empezado a salir. Qué bonito es el amor, pensé. Para los demás, claro.

Aquellos días, había terminado refugiándome con los míos; mis padres y mi hermana. No les había explicado nada pero ellos sabían que algo me rondaba por la cabeza. Mi madre me lo había preguntado directamente e incluso había intentado saber si tenía que ver con el escritor, pero yo no había soltado prenda. No quería consejos ni sermones. Necesitaba que pasaran los días y como más rápido mejor. Quitarme de encima esa sensación de que me faltaba algo y empezar a ser yo de nuevo. Daniela, libre, feliz y caprichosa. ¿Era lo que realmente quería?

Sofía me dijo que lo primero que debía hacer era arreglar lo mío con Martín, no podíamos continuar con esas tiranteces. Muy mona ella, nos preparó el sábado una cena, para nosotros dos solos. Y después saldríamos a celebrarlo los tres, como en los viejos tiempos.

Martín y yo nos mirábamos, con toda la mesa puesta por Sofía.

—Empieza —le dije poco amable.

—Daniela —suspiró pesadamente—. Lo siento, te lo he dicho ya mil veces. Fui un imbécil, y se me fue la cabeza con la bebida.

—Me humillaste delante de una desconocida. ¿Qué soy para ti? ¿Un polvo, Martín?

—Sabes que no Daniela, eres mi mejor amiga y yo un capullo.

—De mucho cuidado, ¿sabes cómo me sentí? No entendí nada Martín, nada de todo aquello. ¿Desde cuándo nos tratamos así?

—Me equivoqué de habitación y al verte con esa camiseta…se me fue la cabeza. Creo Daniela que deberíamos cortar el tema sexo entre nosotros dos.

—Creo que eso está ya muy claro Martín.

—Ya me entiendes. No deberíamos mezclar las cosas. Daniela, estás muy buena. Tienes un cuerpo de infarto y encima eres mi mejor amiga. Y te quiero. Y yo soy un tío, y no puedo aguantarme las ganas de querer follarte en según qué momentos. Si sé que no puedo tocarte, será todo más fácil, ¿me comprendes nena?

—Sí  —le dije analizando sus palabras—. Será lo mejor para todos.

—¿Me perdonas? ¿De verdad? —se levantó y vino hacia mí.

Se puso de rodillas haciendo el tonto.

—Anda, levántate bobo —cogí sus manos y besó las mías.

—Nena, lo siento. Jamás querría hacerte sentir una mierda.

“No somos perfectos, todos la cagamos, yo, tú, él, ¡todos! Así que si vienen disculpándose que menos que aceptar esas disculpas y entender que el ser humano es torpe por naturaleza pero también noble. Cualidad que podemos destacar de los chicos, sí, sí, chicos hoy rompo una lanza a favor vuestro, aunque parezca increíble. Me gusta esa nobleza que os caracteriza porque veis las cosas con cero maldad (normalmente, siempre hay excepciones). Hago un llamamiento a las chicas para que aprendamos un poquito en ese sentido y que nos dejemos de putear entre nosotras. Ánimo girls.” @danielatuespacio.

Acabamos la cena diciéndole a Sofía que se sentara con nosotros, agradeciéndole el gesto. Más tarde salimos los tres por Madrid, primero a un bar dónde podías hablar con tranquilidad. Martín nos fue explicando anécdotas del curro y nos echamos unas risas. Después nos dirigimos hacia El Huerto, donde Sofía sabía que estaría Santi, quien había salido aquella noche con Toni. Al llegar, no los vimos así que pedimos una copa y nos pusimos a bailar los tres. Reímos, bailamos y saltamos.

Sonó Alaska y Dinarama con Ni tú ni nadie y los tres la cantamos como desesperados, entre risas y gritos: “dónde está nuestro error sin solución…”. Al finalizar la canción noté una mirada: Bruno, mirándonos con una cerveza en la mano. Lo miré unos segundos, borrando mi sonrisa, y pensé que esa canción nos iba que ni pintada.

Estaba con Santi y Toni.

—No tenía ni idea de que venía Bruno —me dijo Sofía al ver hacia dónde miraba.

—No pasa nada —le dije retirando mi mirada de él.

Saludé a Santi y Toni con la mano y Sofía fue hacia ellos. Me quedé con Martín en la pista, bailando e intentando no pensar en Bruno. Pero mis ojos traicioneros lo buscaban y nos fuimos echando alguna que otra mirada. ¿Qué nos decíamos? Que nos seguíamos gustando, que nos atraíamos y que hubiéramos dado medio brazo por un beso.

Y sonó la canción, Faded, aquella canción iba a ser la CANCIÓN. La del beso. La banda sonora de Bruno-Daniela. Se me encogió el estómago y me dieron ganas de gritar, mucho y fuerte. Hubiera ido hacia Bruno, me hubiera puesto de puntillas delante de él y lo hubiera besado hasta quedarme sin aire, escuchando la letra de Alan Walker. En cambio, hice lo mejor que sabía hacer; huir.

Me fui al baño, y había una cola de mil demonios. Mejor. Así cuando saliera dejaría de escuchar la cancioncilla de marras. Mierda de sentimientos, mierda de agobio y mierda de querer algo y no poder tenerlo. Salí aireada y concienciada de que no pasaba nada, ya está. ¿Nada? Deja que me ría Dani, la cosa siempre puede empeorar, ¿no te lo habían dicho?

Santi y Toni estaban en la pista con Sofía y Martín. Y Bruno, en la barra, sonriente, con su cerveza en la mano y haciendo gestos con la otra, mientras hablaba animado con una chica. Pelo negro, larguísimo y boca roja pasión. Perfecto. Traga Dani, no te queda otra. Me obligué a no mirarlo más, a cortar esas miraditas. Si ya tenía a una chica a su lado, ¿para qué seguir haciendo el idiota? No escarmentaba, joder.

Aquella noche la cerramos en el Huerto, a las cuatro. Sofía se fue con Santi. Toni, Martín y yo compartimos un taxi. Y Bruno, desapareció. Supuse que con aquella tía porque no quise ni preguntar a mis compañeros de curro. No quería demostrar que me importaba ni un pelo, aunque no fuera así.

Cuando entré en mi cama, desnuda, sintiendo la suavidad de mis sábanas, sentí que algo había cambiado en mí. Me faltaba Bruno. Esa era la gran verdad. La gran putada.

El lunes ni lo miré ni lo saludé ni respondí con monosílabos. No existes Bruno. Creí que si algo se rompe puede rehacerse. Si yo me había colado por él podía volver atrás, volver a ser yo y dejar de sentir ese dolor de estómago cuando pensaba en él. Pero era una ingenua en el tema del amor, y lo que no sabía era que podía provocar el efecto contrario: querer desesperadamente estar con él, y él conmigo…

Estaba con Toni en el cuarto oscuro revelando unas fotos y era pleno verano. Yo llevaba la camiseta, como siempre, como un top y Toni a pecho descubierto, sin camiseta, pero a ninguno de los dos nos molestaba. Él, ahora, sólo tenía ojos para Andrea y yo, para el hermanito.

Llamaron a la puerta y Bruno entró cuando Toni le dio paso. Nos miramos en la penumbra pero yo seguí a lo mío. Ni caso Dani. Bruno quería comentarle unos datos que habían subido a la revista on line y estuvieron charlando sobre aquello un par de minutos hasta que el móvil de Toni sonó. Es el tuyo, le dije sin girarme. Toni respondió y salió de la sala para seguir hablando. Me giré y vi a Bruno mirándome, me giré porque no sabía si seguía allí.

Sala oscura, solos, calor. Danger Dani.

No hube acabado de pensar aquello que sentí sus manos en mi cintura. Uffff. No, no… pero no me moví. Subió con delicadeza y volvió a bajar. Temblé y estoy segura de que él lo notó. Debería haberle dicho que se metiera las manos en la bragueta pero no pude, no me salían las palabras al sentirlo detrás de mí.

El roce de sus labios acarició mi cuello y cerré los ojos a la vez que me mordía los labios para no gemir. Madre mía… Una de sus manos subió por mi pierna lentamente y apreté mis piernas sabiendo dónde iba ir a parar.

—Daniela…

Oímos a Toni que entraba despidiéndose por el teléfono y Bruno se separó de mí con rapidez. Apreté dientes y piernas, y seguí con el revelado. Bruno se fue después de aclarar el tema.

Debería haberle dicho, en frío, que no pusiera sus manos encima de mí pero la verdad, iba necesitada de él. De sexo. Llevaba de celibato desde nuestra pelea, no había tenido ganas de estar con nadie y había rechazado las llamadas de Damián. No me apetecía acostarme con otros. Hasta ese punto habíamos llegado… y aunque estuviera segura de que él sí lo haría, yo sabía que sería un sexo vacío, que no me llenaría como antes. Necesitaba tiempo, pensé, el tiempo dejará a un lado toda esta tontería y nos recuperaremos Dani, me repetía inocente de mí.

Al día siguiente, a mediodía, me crucé con Julen en la puerta de El Café; supuse que había venido a hablar con Sofía pero se había ido antes por un artículo.

—No pierdas el tiempo, Sofía no vendrá —le dije con retintín.

—Mira, si es Julen, el abusón —Bruno se plantó frente a él.

—¿Qué eres, el guardaespaldas? —preguntó él sin miedo.

—Te crees muy listo, Julen, abusando de tu fuerza con una chica. Me parece que eso no es propio de un policía, no sé cómo lo ves tú.

—Perdona chaval, pero Daniela se estaba enrollando con otros, así que…

—¡Mentiroso! —le grité yendo hacia él.

—¿No te besabas con el gogo aquel, acaso? ¿O me vas a decir que no veo bien?

Bruno me miró fijamente.

—Él me besó a mí, tú ves lo que te da la gana, cerdo mentiroso —le respondí con rabia.

Aunque yo me enrollara con el local entero, él no tenía ningún derecho a besarme.

—Eres una zorra de mucho cuidado…

—Vigila esa boca —le amenazó Bruno—. Si vuelves a tocarla, vendré a romperte esa cara de desgraciado que tienes.

Julen se quedó de piedra ante el tono de Bruno y el resto de la gente pasó mirando a Julen.

—Iros a la mierda —dijo Julen yéndose.

—Ándate con ojo —le avisó de nuevo.

—No necesito que me defiendas Bruno —le acusé.

—¿Los coleccionas? —Lo miré sin entender de qué hablaba—. Martín, el gogo y ¿cuántos más?

Me mordí la lengua y no quise responderle. Llegas tarde, pensé, no voy a darte ninguna puta explicación.

—Te lo habrás pasado bien a mi costa.

—Sí, claro, igual que tú el sábado.

Él tampoco dijo nada a mi comentario y entramos en El Café.

—¡Nela! —la enana estaba con mi hermana en una mesa y con ellas el carrito donde estaba Lucas.

Vino corriendo hacia mí y la cogí al vuelo. Dimos un par de vueltas riendo.

—Hola Buno —le dijo ella porque él todavía seguía a mi lado.

Supuse que quería saludar a Lucía.

—Hola Lucía, ¿cómo estás? —se agachó a su altura y se dieron un abrazo.

—Bien, con mamá, allí —Rouse nos saludó con la mano.

Lucía lo cogió de la mano y pasaron por delante de mí. Me quedé pasmada viendo a Lucía con Bruno.

—Nela, ven —me pidió la enana y los seguí.

—Hola, Rosa, estás estupenda. ¿Cómo va todo?

Se dieron dos besos y seguidamente Rouse le mostró al pequeño durmiendo en el carrito. Y Lucía sin soltarle de la mano; curioso el buen gusto de mi sobrina.

—Está precioso —dijo Bruno admirando a Lucas.

La verdad era que tenía una carita muy bonita.

—Buno, el domingo lo… ¿cómo se dice eso mamá?

—Lo bautizamos —respondió mi hermana con cariño.

—¿Quieres ir? —Le preguntó Lucía.

—¡Ah sí! ¿Podrías venir, verdad? —preguntó mi hermana al aire mirando a Lucas.

No, ni hablar.

—Bruno no podrá, estará fuera —lo excusé yo con lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Al final no es seguro que me vaya —me dijo con una mueca.

La madre que lo parió.

—Pues si no te vas, ya sabes.

Y lo dicho, que en mi casa éramos así. ¿Un bautizo? ¿Una boda? Qué más daba; dónde come uno comen dos y así hasta no acabar.

Al día siguiente, Santi nos dijo que quería montar una fiesta en su piso con los del curro porque el viernes era su cumpleaños. Todos lo aplaudieron por su gran idea y algunos nos ofrecimos a echarle una mano. Sofía se encargó de recoger el dinero para hacerle un buen regalo y ella misma lo compró: una raqueta de pádel que costaba trescientos pepinos, casi nada.

Aquella semana hubo una gran novedad en nuestro piso. Martín trajo a una chica a casa. No era de noche, ni estaban follando. Al llegar Sofía y yo de currar, el miércoles, los encontramos mirando algo en el ordenador, en la cocina, con un par de cafés y una caja de muffins de chocolate.

—Ehm, hola —saludó Sofía que entró la primera.

Me dio tiempo a darle un repaso a la chica. Alta, delgada y buen pecho, pelo moreno y cortado recto por el hombro, y ojos muy expresivos. Guapa, sí.

—Hola —les saludé.

—Buenas —nos saludaron los dos—. Ella es Eli.

Nos dimos los besos, nos presentamos y Sofía y yo desaparecimos de allí mirándonos con una sonrisilla cómplice. ¿Quién sería Eli? No habíamos oído hablar de ella.

Por la noche lo acribillamos a preguntas y Martín confesó que era una chica que le molaba, trabajaba con un amigo suyo y se conocían de coincidir en algún que otro bar. Aquella tarde, Martín había quedado con aquella panda y había empezado a charlar con ella. Al final se quedaron solos en el bar y él la había invitado a tomar un café en el piso. Estaban mirando por internet un grupo de música que les gustaba a ambos. Y poco más. Bueno sí, que habían quedado en verse el viernes, ¿te parece poco Martín?

Le informamos que nosotras estaríamos en la fiesta de Santi, que Sofía no volvería y que yo lo haría tarde. Para que aproveches el piso como quieras, le dijimos con gestos obscenos y nos echó del salón con lanzamientos de cojines.

Y llegó el viernes, y pasó la semana. Bruno y yo bajamos el tono de nuestros piques en la red pero seguíamos igual de mosqueados. Él creyendo lo que no era y yo por no pedirme una simple explicación en su momento. Bruno estaba marcado por su pasado, y aquella pillada en la cama de su ex la seguía teniendo en mente, por mucho tiempo que pasara, aquella imagen, aquella sensación no se le borraría jamás. Y yo, yo no tenía ni puta idea de llevar una relación, ni de empezarla, de modo que así seguíamos los dos. Con ganas de besarnos, de tocarnos, de tenernos, pero ignorando nuestros deseos.

Sofía y yo coincidimos en vestuario. Vestido corto, negro y de tirantes. Me reí al verla y le dije que ya me cambiaba yo de ropa. Me puse unos shorts muy cortos y ajustados y una blusa suelta y entallada en la cintura que dejaba al aire un hombro.

Llegamos las primeras, como no, y ayudamos a Santi con los últimos retoques. Su piso era grande pero acogedor. La mesa, abierta, estaba cubierta por un mantel oscuro y estaba llena de bandejas preparadas con canapés, tostaditas y cosas varias. En un lado del salón había colocado otra mesa, más pequeña, con un sinfín de bebidas y copas. Los refrescos los tenía preparados en la nevera, en la cocina. Había retirado los sofás para dejar espacio y la música sonaba a un volumen suave.

A la hora convenida comenzaron a llegar todos y los últimos en llegar fueron Bruno y Toni, quien nos enseñó un juego de cartas llamado Glopss Game, dónde en la caja había escrito: un juego que combina amigos, copas y diversión. Me sonaba el juego pero no lo había visto hasta entonces. Toni dijo que más tarde podíamos probar, que él había jugado con la versión Glopss Yo nunca y que se habían reído mucho.

—Pues probaremos —le dije a Toni divertida y Bruno me miró con una de aquellas miradas que podía derretir a cualquiera.

Después de picotear, beber, charlar y reír le dimos nuestro regalo a Santi. Le encantó, por supuesto. Le cantamos el cumpleaños feliz y comimos una tarta de nata que había preparado Toni. Joder con estos hombres, qué apañados ¿no? Estaba deliciosa y todas le dijimos que queríamos meterlo en nuestra cocina. Todas lo dijimos en broma, claro, excepto Diana que seguía mirándolo como si fuera un Dios.

Llegó el momento del juego, y aunque no todos querían jugar, al final no les quedó otra. Nos sentamos por donde pillamos, sofás y suelo, con nuestra correspondiente copa. Yo me puse un vodka con lima, flojito porque no quería perder el norte. Además el juego aquel consistía en beber y no sabía cuánto, así que mejor curarse en salud.

Me senté entre Ruth y Toni, Sofía y Santi juntitos, evidentemente y Bruno rodeado de sus seguidoras Carla y Natalia, frente a nosotros. Natalia estaba remolona y supuse que quería aprovechar la ocasión para llevarse a Bruno a la cama, o donde fuera. Nos miramos unos segundos y él apartó la mirada cuando Natalia llamó su atención. Risas y coqueteos por parte de ella y cierta indiferencia por parte de él. Era un tío que sabía controlar sus emociones y eso me gustaba porque cuando las dejaba salir….telita marinera.

Toni nos explicó de qué iba el juego. Debíamos coger una carta del montón y leerla en voz alta. La carta indicaba lo que debías hacer y sino cumplías tocaba beber. En fin, que sobre la marcha iríamos viendo de qué iba el jueguecito de marras.

La primera carta la cogió Santi, un honor para el cumpleañero. La cogió y la leyó concentrado.

—A ver, Sofía  —la miró muy serio y todos nos quedamos esperando—. Me acuerdo de ti hasta cuando estoy cagando, cada pedo que me tiro es un beso que te mando.

Nos partimos la caja, todos, ella incluida. No podíamos parar de reír y Bruno y yo nos miramos. Cuando logramos parar Santi se explicó.

—Aquí pone, di algo gracioso. Si algún jugador se ríe, bebe éste. Si nadie se ríe, bebes tú —nos la mostró alzando las cejas y todo cogimos nuestra copa sonriendo.

Qué ingenioso, joder. En pocos segundos había soltado una buena y nos había hecho beber a todos.

Sofía fue la siguiente.

—Todos los jugadores debéis hacer el trenecito mientras cantáis la canción de la cucaracha.

Esta era fácil y nos pusimos uno tras otro y empezamos a cantar a pulmón. Nos dio la risa y la dejamos a medias. Pero valía, sí, sí, esta vez nada de beber.

—Todos los jugadores empezáis a beber. Puedes dejar de beber cuando quieras. El resto, solo pueden parar cuando el de su derecha pare —aquel era Enrique.

—¿Cómo? —Le preguntó Ana.

—Pues que empezamos a beber todos y yo puedo parar cuando quiera, pero vosotros solo si deja de beber el de vuestra derecha.

Nos miramos entre nosotros. A la derecha de Ruth estaba Enrique, ufff, suerte la mía porque si me tocaba esperar a que todos dejaran de beber me daba algo.

—¿Se ha entendido? —preguntó Toni

—¿Y si dejas de beber antes?  —preguntó Diana, sabiendo que sería de las últimas.

—No puedes —le respondió él y todos nos quejamos.

—Venga, vamos.

Comenzamos a beber y yo procuré tomar mini sorbitos, dejando bajar solo un hilito de líquido. Enrique se portó y dejó el vaso al poco, pero Ruth continuó bebiendo. La miré, jodida de ella, y entre risas dejó el vaso con lo que yo lo hice de inmediato. Pero Toni fue más cabrón y continuó un poco más. A medida que iban dejando las copas nos íbamos riendo por las caras que ponían los demás. Bruno se portó y también fue rápido en dejar de beber.

Lo malo de aquello era que beber así, subía a la cabeza y ya empezábamos a oír risas tontas por el salón.

—Tenemos que señalar con el dedo a la persona que creemos que…—Ruth esperó a que todos la escucharan—que dice todo lo que piensa. ¡Ya!

Yo señalé a Bruno y él a mí. El resto se repartió entre nosotros dos.

—Bueno, los que señalen al que tengo menos manos beben.

Mandaba cojones la cosa. Me tocaba beber porque yo me había llevado la mayoría de dedos y Bruno me sonrió alzando sus cejas.

Mi turno. La leí y apreté los labios riendo. Que aquello me tocara a mí…

—Yo nunca…he sido infiel.

—El que no haya sido infiel bebe  —aclaró Toni.

Risitas, comentarios varios y la mitad del grupo cogiendo su copa. Yo la primera, sin pensármelo dos veces. Bruno me estaba mirando fijamente, mientras bebía. Quizás pensaba que sí le había sido infiel pero primero, no me había acostado con Martín, y segundo, que yo supiera, no teníamos una relación.

—¡Me toca! —exclamó Toni—Veamos… —se rio al leer la carta—. Puedes escoger tres chicos y tres chicas, ponerlos de frente y conseguir que se den un beso. Sino, a beber todos.

Hubo un griterío ya incontrolable, como si fuéramos quinceañeros igual.

Toni lo tuvo claro rápidamente. Santi y Sofía. María y Enrique, Bruno y la menda lerenda, o sea, yo. Gracias Toni, te debo una, una hostia, claro.

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