Daisy

Daisy


Capítulo 12

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Se encontraban entre dos picos altísimos. La montaña caía en picado, formando un abismo de cientos, miles de metros, y al fondo se abría la vista de todo el valle del Río Grande, que estaba a más de tres kilómetros debajo de ellos.

Por un momento Daisy se sintió tan emocionada que no pudo respirar. Era como si estuviera encaramada en la columna vertebral del mundo. Al contemplar los enormes picos que tenía a lado y lado, casi se sintió mareada. Al mirar hacia el valle, a través del cual serpenteaba la línea delgada del Río Grande, se sintió diminuta. Podía ver la meseta que quedaba a unos sesenta kilómetros dentro del valle como si estuviera a veinte metros de distancia.

—Vengo aquí cuando me siento descorazonado —observó Tyler—. Algunas veces vengo solo porque me gusta estar aquí.

—¿Por qué?

—Mi familia cree que estoy loco porque sigo buscando oro. Después de tantos años, de tantos fracasos, a veces es difícil continuar.

Daisy se sorprendió de que Tyler le hiciera semejante confesión. Tenía la certeza de que no le diría algo así a Zac.

No sabía por qué la había llevado allí ni por qué la tenía apretada contra él.

—Pero cada vez que me subo aquí y veo un águila volando en lo alto, o veo las cabras subiendo rocas empinadas y resbaladizas, me doy cuenta de que nada es imposible. Comparado con esto, encontrar oro es una tarea insignificante.

Daisy trató de sentir lo que Tyler sentía. Se contagió un poco de aquel entusiasmo que convertía a un buscador de oro callado y flemático en un radiante visionario, pero el incipiente entusiasmo se le escapó de las manos con la suavidad de un suspiro.

—Eso no se puede ver cuando estás allá abajo —dijo Tyler, señalando el pueblo y sus edificaciones pequeñas, casi invisibles—. La gente y las pasiones se interponen en el camino. Pero aquí arriba puedes ver el mundo tal como lo ve Dios.

En ese momento, Daisy también lo sintió. Los grilletes que la ataban, es decir sus propios miedos, desaparecieron, como si se hubieran convertido en polvo. Las limitaciones que ella siempre había aceptado parecían haber perdido su enorme poder. Todas las barreras, las reglas, las convenciones que habían acabado con sus esperanzas desde el instante en que nacían, perdieron toda capacidad de hacer daño.

Impulsada por un júbilo indescriptible, Daisy casi se creía capaz de volar. Se abrazó a Tyler y volvió la cara hacia el viento. No hacía frío. El aire era tonificante, estimulante, la energía que había en la atmósfera se le había metido por todo el cuerpo. Por primera vez en su vida, las posibilidades de la vida le parecieron ilimitadas, como el paisaje que tenía enfrente.

Se sintió tan feliz que quería bailar encima de las rocas y reírse a carcajadas. Entonces levantó la vista hacia Tyler para compartir el momento. Pero se encontró con una expresión tan intensa que sintió miedo.

De repente, él la besó.

Ningún hombre la había besado. Las confidencias que había compartido con Adora Cochrane no habían sido preparación suficiente para el impacto que le produjo el abrazo y el contacto de los labios de Tyler. Daisy sintió que desaparecía toda su fuerza y se quedaba temblorosa e indefensa. Sin embargo, no pensó que debería separarse de él, la invadió una energía insospechada que la dejó sin aliento.

Entonces le devolvió el beso a Tyler, algo que nunca había pensado que haría con él ni con ningún otro hombre. Daisy no sabía nada sobre el arte de besar o los placeres que este prometía. Pero su cuerpo respondió instintivamente al contacto de Tyler, al tiempo que parecía prepararse para algo todavía más maravilloso.

Daisy tampoco estaba preparada para que la lengua de Tyler le invadiera apasionadamente la boca, pero no sintió ningún deseo de resistirse. Como si fuera una llave que daba la vuelta a un candado, la lengua de Tyler desató en su interior un torrente de deseo que la hizo dar un salto, más asustada de ella misma que del atrevimiento de Tyler.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Daisy, con la respiración entrecortada.

—Hace días que quería hacerlo.

—Pero ¿por qué?

—¿Tiene que haber una razón?

En ese instante, Daisy se dio cuenta de que, aunque Tyler no necesitara una razón, ella sí la necesitaba. Y movida por su necesidad, había creído ver miles de razones en el proceder de Tyler. En ese maravilloso momento que transcurrió entre el instante en que los labios de él tocaron los suyos y ella se echó para atrás asustada, su mente había elaborado una buena cantidad de razones y expectativas. Aunque no había tenido tiempo de traducirlas en palabras, ni siquiera en pensamientos concretos, sabía que sus razones eran muy distintas de las de Tyler. Las de ella hablaban de un futuro tan infinito como la vista que tenían frente a ellos.

Las razones de él tenían que ver con la pasión del momento.

Al saber esto, Daisy sintió que se enfriaba la mágica pasión que por un momento se había apoderado de su cuerpo.

La vista que tenía frente a ella perdió todo el encanto. Ya no era más que un montón de rocas y nieve. El viento le raspó la piel y sacudió su vestido. Sintió que sus pies resbalaban y se asustó, pues pensó que iba a caerse. Así que se agarró de la mano de Tyler para bajar las rocas y comenzó a caminar de regreso a la cabaña.

—¿Qué sucede? —preguntó Tyler, mientras la seguía.

La mujer no contestó. Tyler la alcanzó cuando ella se resbaló en un banco de nieve especialmente profundo.

—No fue mi intención perturbarte —le dijo, mientras la ayudaba a ponerse de pie.

Daisy se agarró de la mano de Tyler solo lo suficiente para recobrar el equilibrio y luego comenzó a correr.

—No corras. ¡Te vas a hacer daño! —exclamó Tyler.

Pero Daisy no se detuvo.

Tyler la alcanzó y le cortó el paso.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Tiene que pasar algo. Hace un minuto estabas bien y de pronto comenzaste a huir.

—No me gustan las alturas.

Daisy sabía que él no se iba a creer semejante explicación, pero no podía explicarle que el beso que le había dado le había prometido todo en un momento y que luego sus palabras habían dado al traste con todas esas promesas. Tyler no iba a poder entender de qué estaba hablando ella. Por un momento había creído que el futuro le deparaba algo más que casarse con el primer hombre que se lo propusiera. Por un momento había deseado todo lo que sueña una mujer joven, cuando tiene por primera vez plena conciencia de que es mujer.

—¿Estás segura de que eso es todo? —preguntó Tyler.

—Sí. Quiero volver a la cabaña, aquí está haciendo mucho frío.

Tyler dudó, pero ella no le dio más tiempo para hacer preguntas. Daisy avivó el paso por el camino que Tyler había abierto a la subida.

Todo era culpa suya, pensó Daisy. No debió irse con él. Tampoco debió permitir que el hermoso paisaje le hiciera olvidar las experiencias de toda una vida. Observar el panorama desde el borde de una montaña no podía cambiar nada. No importaba que las personas fueran demasiado pequeñas para poder verlas desde tan arriba. Todavía estaban allí. Siempre estarían ahí.

Daisy empujó una rama cargada de nieve al pasar y oyó cómo la rama recuperaba su posición y golpeaba a Tyler. Cuando dio media vuelta, vio que el gigante arrancaba la rama con rabia. Se asustó un poco.

Tyler se parecía mucho a su padre. Siempre estaba dispuesto a dar órdenes y esperaba que los demás lo siguieran. Desplegaba suficiente sentido común para hacer pensar a todos que era sensato y responsable, pero en realidad no tenía mucho de eso. Planeaba toda su vida alrededor de la posibilidad de encontrar una fortuna en el suelo. Y cuando el sentido común lo hacía dudar, se reafirmaba en su locura apostándose en el pico de una montaña.

Pero ella sabía cómo eran las cosas. Estar cerca de Tyler la confundía. El beso había sacudido todos sus cimientos. Hasta ahora había aprovechado todo lo que le molestaba de él para negar que le gustara, que su reacción era algo más que una respuesta física. Pero ahora sabía cómo eran las cosas en realidad y no iba a permitir que algo así volviera a suceder. Cuando llegó al patio sintió el alivio de estar otra vez anclada a la realidad por la sólida presencia de la casa.

—¿Estás segura de que no quieres decirme cuál es el problema? —preguntó Tyler.

—Será mejor que vayas a echar un vistazo a tu venado —dijo Daisy, mientras se sacudía la nieve que llevaba en las faldas del vestido.

—Estoy más preocupado por ti que por el venado.

Ella forzó una sonrisa.

—No fue nada más que un momento de pánico. No me había asomado nunca al borde de una montaña. Así, de repente… fue demasiado.

—No debí besarte —dijo Tyler—, pero pensé que confiabas en mí.

—Confío en ti —dijo Daisy, pues le molestaba que Tyler interpretara su reacción como una manifestación de miedo—. Nadie podría haberme cuidado mejor que tú.

—Hasta ahora.

—Incluso ahora —dijo Daisy—. El beso no tuvo nada de malo. No sentí miedo. Lo disfruté.

La incredulidad de Tyler era obvia, pero ella no tenía ninguna intención de ahondar en sus confidencias. Ya le había dejado profundizar lo suficiente.

—Ve a ver a tu venado. Yo iré a ver si Zac está despierto.

Cuando ella entró, Zac estaba levantado, vestido y, como siempre, jugando a las cartas.

—¿Tyler ha vuelto?

—Sí.

—¿Encontró un camino para bajar la montaña?

—La nieve sigue siendo demasiada.

—Habéis estado fuera, mucho tiempo —dijo Zac, con una mirada recelosa.

—Tyler me llevó a la cima de la montaña. Quería mostrarme la vista que hay desde allí.

—¡En un día como hoy!

—El paisaje es espectacular.

—Debes de estar tan loca como él. Tiene más de tres mil metros de altura. —Zac se estremeció—. En lo que a mí respecta, espero no tener que subir a más montañas en mucho tiempo.

—¿No sientes algo especial cuando miras desde las alturas?

—No, a menos que el deseo de vomitar pueda considerarse algo especial.

Daisy se dirigió a los ganchos que había en la pared. Se desabotonó el abrigo y se lo quitó. Se sintió aliviada al ver que a Zac el paisaje de la cima de la montaña no lo afectaba, como le sucedía a Tyler. No admiraba a Zac, pero mientras no hablara sobre naipes, el chico mostraba un poquito de sentido común. Y le alegraba que la reacción de Zac fuera parecida a la suya.

Sin embargo, no podía olvidar ese momento. Era distinto a todo lo que había experimentado hasta entonces. Seguramente no era nada más que un embrujo perturbador —era como pensar con el deseo, la misma clase de optimismo sin fundamento que había sustentado a su padre toda la vida—, pero no podía borrar de la memoria lo que había sucedido. Había ocurrido, y por un momento ella se había sentido mejor que nunca.

Probablemente eso era lo que sentían los borrachos cuando el primer trago de alcohol se les subía a la cabeza, pensó Daisy. Los primeros momentos eran de pura euforia. Pero pronto todo se derrumbaba y la gente acababa sintiéndose miserable. Daisy no tenía ninguna intención de derrumbarse ni de sentirse miserable. Posiblemente no podría olvidar la experiencia, y no siempre podría controlar su mente, pero se negaba a atribuirle importancia a esas sensaciones pasajeras. Solo eran un espejismo, maravilloso pero intrascendente.

Se abrió la puerta y entró Tyler.

—El venado no ha comido nada, voy a buscar otra cosa, a ver si hay algo que le guste.

—¿Qué suelen comer? —preguntó Daisy.

—Hojas, ramitas, corteza de árboles, moho.

—¡Uf! —exclamó Zac—. Ya entiendo por qué no me gusta el venado.

—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó Tyler a Zac.

—No voy a vagabundear por la montaña arrancando corteza de árboles para darle de comer a un venado.

—Yo te acompaño —se ofreció Daisy.

—Deberías echar una siesta —dijo Tyler—. Subir esa montaña fue un ejercicio fuerte, que no hacías desde hace mucho tiempo.

Ella no sabía si Tyler de verdad no necesitaba ayuda o simplemente no quería que ella lo acompañara. No podía culparlo, después de la forma en que se había portado.

—¿Qué tal si haces algo de desayuno antes de irte? —preguntó Zac.

—Yo lo hago —propuso Daisy—. No soy tan buena como Tyler, pero sé cocinar.

—No creo que seas capaz de arruinar un desayuno murmuró Zac.

—Puedo arruinarlo, pero no lo haré.

—Yo lo dejaría que se muriera de hambre. —Tyler aguardó un momento, como si estuviera esperando a que Daisy dijera algo, y luego cerró la puerta y se fue.

Daisy se dirigió a la ventana y vio que Tyler atravesaba una fila de árboles. Luego se abrazó, sobrecogida. El beso había cambiado algo. No solo la relación entre los dos, sino también algo muy profundo dentro de ella. Le alegraba quedarse sola un rato. Tenía que pensar en lo que sentía.

Solo dentro de sí misma encontraría la clave que la conduciría a entender qué le pasaba.

Daisy comenzó a pasearse de un lado a otro.

—Pensé que ibas a hacer el desayuno —dijo Zac.

—He cambiado de opinión —respondió Daisy y se sintió de maravilla al decirlo. Nunca se había negado a cocinar. Luego se detuvo, pues estaba segura de que Zac iba a decir algo para desafiarla.

—¿Sueles cambiar de opinión?

—No.

—Entonces, ¿por qué lo acabas de hacer?

—Simplemente, no tengo ganas de cocinar.

Zac la observó en silencio. A Daisy no le gustaba que lo hiciera. Era un chico muy observador, capaz de ver demasiado.

—¿Qué pasó allí afuera?

—Nada.

—Mentirosa.

—Nada importante —se sonrojó—. No quiero hablar sobre eso.

—Eso me imaginé.

—Entonces, ¿por qué preguntaste?

—Tyler está molesto por culpa tuya.

—¿Por mi culpa? ¿No se te ha ocurrido que pudo ser él quien hiciera algo que a mí me molestó?

—Tú siempre estás enojada por algo, pero Tyler nunca se deja afectar por las mujeres. ¿Qué le hiciste?

—¡Nada! —exclamó Daisy casi con un grito.

—No te creo.

—¡Perfecto, no me creas!

Daisy se metió en el rincón, pero casi podía sentir los ojos de Zac espiando a través de las mantas. Sacó uno de los libros que había colocado contra la pared. Pero aunque lo intentó, no se pudo concentrar.

Zac había dicho que Tyler nunca se dejaba perturbar por las mujeres. El debía de conocer bien a su hermano. De momento, ella sí lo había perturbado. De momento, ella sí le gustaba. De momento, para Tyler el beso sí significaba algo más que la expresión del deseo de un momento.

No, aquello no era más que confundir deseos con realidades, entregarse a las fantasías de su mente, algo que siempre había tratado de evitar. Si Tyler estuviera interesado en ella, lo sabría.

Pero ¿y si en realidad estaba tan encerrado en sí mismo que no sabía cómo comunicarse con otras personas? ¿No podía ser que no supiera cómo decirle a ella que le gustaba?

Daisy no podía soportar la cantidad de preguntas que le bombardeaban la cabeza. Dejó el libro a un lado y se levantó.

—¿Adónde vas? —preguntó Zac, al ver que Daisy atravesaba la habitación y volvía a agarrar el abrigo.

—Estoy demasiado nerviosa para quedarme aquí dentro.

—¿Te remuerde la conciencia?

—¡No!

—Tyler no quiere que salgas.

—Solo quiero un poco de aire fresco.

—Aquí adentro hay suficiente aire.

—Me siento encerrada aquí dentro.

—Tyler se va a molestar.

—Según lo que dices, ya está molesto por mi culpa. Que se moleste un poco más no tendrá mayor importancia.

—La tendrá, si se trata de Tyler.

Daisy suspiró con impaciencia y salió deprisa. El sol estaba más brillante, aunque el frío seguía siendo igual de intenso. Tuvo que ponerse la mano sobre la frente para protegerse los ojos del resplandor del cielo y la nieve. La intensidad del color blanco era casi insoportable.

Miró a su alrededor para ver hacia dónde podía dirigirse, o encontrar algo que pudiera hacer, pero lo único que había que hacer era cortar leña o dar de comer a los animales, y Tyler ya había hecho ambas cosas.

Luego miró hacia abajo, a través de los árboles. Era difícil creer que Albuquerque estuviera a un poco más de treinta kilómetros. Parecía otro mundo. Entonces miró hacia arriba, a la cima de la montaña a la que Tyler la había llevado hacía solo un rato. El lugar donde la había besado y donde había logrado desequilibrar todo su mundo.

Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el cobertizo. En realidad, en ese momento no estaba interesada en el venado, pero por lo menos se distraería con algo.

Cuando llegó al cobertizo, encontró la puerta abierta de par en par. Entró deprisa. Las mulas y el burro estaban adentro, pero el venado había escapado. Seguramente Tyler no había asegurado bien la puerta al salir. Corrió hacia la cabaña.

—¡El venado ha desaparecido! —gritó a Zac.

—¿Y qué?

—Tyler ha hecho todo lo posible para que se recupere. Tenemos que encontrarlo y traerlo de vuelta.

—Yo no voy a perseguir un venado.

Daisy entró rápidamente a la cabaña.

—Tú eres el chico más perezoso e inútil que he conocido en mi vida. No sé qué es lo que tu hermano ve en ti, pero si dependiera de mí, te cambiaría sin dudarlo por un venado —dijo y se dirigió a la pared donde Tyler guardaba los rifles.

—Oye, ¿qué estás haciendo?

—Me llevo un rifle.

—Pon eso en su sitio —le dijo, al tiempo que se levantaba de la mesa.

Daisy no le hizo caso. Agarró un montón de cartuchos y se los metió en el bolsillo.

—¿Sabes cómo cargar una de esas cosas?

—No, pero me las ingeniaré.

—¡Por todos los diablos! —exclamó Zac, mientras le quitaba el rifle—. Déjame cargarlo. Eres capaz de dispararte a ti misma.

—¿Vas a venir?

—No me dejas otra alternativa, ¿verdad?

—Date prisa. No sabemos qué le ha podido pasar a ese animalito.

Fue difícil seguir al venado. Era tan liviano que podía correr sin problemas por la delgada capa de hielo.

—Ese animal tan tonto se merece que le pegue un tiro —se quejó Zac.

—Si lo haces, yo haré lo mismo contigo.

El muchacho la miró con cara de pocos amigos.

—Estás lo suficientemente loca como para hacerlo. ¿Por qué te preocupa tanto ese venado? Seguramente el puma se lo comerá tarde temprano.

—Es el venado de Tyler.

Ella sabía que eso sonaba a idiotez. No podía explicar por qué era el venado de Tyler o por qué era tan importante, pero aquel animal representaba para él algo que ella no entendía, pero que se moría por compartir. Daisy sentía que ese animal tenía que ver con el secreto que hacía que la vida de él fuera mejor que la de ella.

—Si no lo encontramos, no será el venado de nadie.

—¡Mira! —dijo Daisy señalando la huella de un felino, seguramente el puma, en la nieve.

—Lo que nos faltaba —dijo Zac—. Ese cervatillo está sentenciado. Es mejor que nos volvamos.

Daisy debería estar asustada. Pero ya había desafiado a la bestia una vez. Por alguna extraña razón, estaba segura de que podía hacerlo de nuevo.

—No podemos abandonarlo sin más.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Piensas prohibirle al puma que se lo coma?

—Tú tienes un rifle. Dispárale. Mejor deja de hablar y apresúrate.

—Estoy tan loco como tú —murmuró Zac—. Ahora ese condenado gato va a poder decidir si le gusta más la carne tierna y joven de un Randolph o la de un apestoso venado.

—Es posible que seas joven y tierno, pero debes de tener un sabor horrible —le espetó Daisy.

—Para ser una chica del campo tienes una lengua muy afilada.

—¡Cállate! Ahí está el puma —dijo Daisy.

El felino estaba encaramado en la rama más baja de un pino. Parecía observar algo. Mientras lo miraban, apretó los músculos y se preparó para saltar.

—¡Dispárale! —le dijo Daisy a Zac—. ¡Rápido!

—Mantén la boca cerrada, muchacha estúpida. No puedo apuntar si estás dando alaridos como si fueras un indio.

—¡Dispara! —insistió Daisy gritando, al tiempo que trataba de quitarle el rifle a Zac.

Se oyó un estampido en medio del silencio.

—¡Vete al diablo! —le dijo Zac, mientras ambos caían en la nieve.

Tyler iba hablando entre dientes mientras caminaba con decisión a través del bosque, arrancando ramas y trozos de corteza.

—¡Eres un completo idiota! ¡Eres un imbécil! ¿Por qué no pudiste dejar las manos quietas? Lo menos que habrías podido hacer era tomar las cosas con calma, gradualmente. ¿Cómo querías que reaccionara si la agarraste como si fueras un maníaco sexual desesperado, como si no hubieras visto a una mujer en diez años?

Arrancó una rama de un árbol joven y la puso encima de un montón que recogería a su regreso. Luego siguió.

—No tenías por qué ponerle las manos encima. Le pediste que fuera a la cima de la montaña a ver el paisaje. Le dijiste que querías mostrarle algo mucho más bello de lo que cualquier hombre podía crear. ¿Y qué hiciste? La atacaste como un toro en celo.

Caminó alrededor de una enorme roca y se detuvo en un lugar donde una diminuta corriente de agua había formado un camino en la nieve. Escuchó con cuidado y alcanzó a oír las gotas de agua que caían sobre unas rocas. La nieve se estaba derritiendo. Si el tiempo seguía despejado, Daisy podría irse en pocos días.

—Estarás de suerte si no se escapa mientras estás fuera.

Estaba furioso consigo mismo por haber perdido el control. Se había portado de una manera estúpida, especialmente después de haber sido tan cuidadoso durante tanto tiempo. Hasta aquel momento, ella no tenía idea del deseo que ardía dentro de él. Pero ahora no se iba a sentir a salvo. Solo tendría que mirarlo para recordar lo que él había hecho.

—Probablemente se esconderá detrás de Zac.

Eso le iba a doler. Ya era bastante malo que ella quisiera alejarse de él, aunque se lo mereciera, pero no sabía si sería capaz de soportar que Daisy buscara la protección de Zac.

Ya era hora de que admitiera que Daisy le gustaba. Y mucho. El deseo seguía ardiendo con la misma intensidad, pero ahora estaba totalmente mezclado con algo más. Él quería besarla porque deseaba tocarla, quería sentirla entre sus brazos, sentirla cerca. No había podido olvidar la imagen de ella bañándose. La noche anterior había soñado otra vez que le hacía el amor. Se había entretenido besándole amorosamente cada centímetro del cuerpo, hasta que finalmente sintió que se perdía en una explosión tan exquisita y liberadora que se despertó.

Era consciente de lo que lo hizo perder el control. Pudo contenerse cuando la acercó a él y le puso los brazos alrededor de los hombros, pero perdió todo dominio de sí mismo cuando ella lo abrazó.

En ese momento Tyler encontró un pequeño bosque de robles y procedió a cortar varias ramas flexibles. No sabía por qué estaba escogiendo las ramas con tanto cuidado. Cualquier animal que pudiera arrancar la corteza de un árbol podía comer cualquier tipo de rama. Pero cuando empezó a recoger las ramas, oyó un grito seguido de inmediato por un disparo de rifle.

¡Los asesinos! ¿Cómo habrían podido encontrar la cabaña tan pronto? Había sido muy estúpido por su parte perderse en todas esas reflexiones, olvidándose de ellos. Mientras se insultaba a sí mismo mentalmente, comenzó a correr hacia la cabaña.

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