Daisy

Daisy


Capítulo 13

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—¿Le has dado? —preguntó Daisy, mientras trataba de ponerse de pie.

—Es poco probable, pues no me has dejado que le apuntara —refunfuñó Zac. Levantó el rifle del suelo y lo mantuvo lo más lejos posible del alcance de Daisy—. Por lo menos ha desaparecido. —Señaló la rama donde había estado el felino, ahora vacía.

—Está persiguiendo al venado. —Daisy corrió al árbol donde había estado el puma—. ¡Corre!

—¡Espera! ¡No podemos salir corriendo detrás de un puma! —Zac salió corriendo detrás de Daisy—. Lo mismo lo alcanzas.

Daisy no disminuyó el paso, pero empezó a hacer el mayor ruido posible. Quería asustar al puma, aunque esperaba no asustar también al venado, de modo que saliera corriendo y ya no pudiera alcanzarlo. Zac la seguía, haciendo casi tanto ruido como la joven, solo que sus gritos iban dirigidos a ella y no al puma. Daisy no le prestó atención, simplemente siguió corriendo entre la nieve hasta que un rugido le heló la sangre y la hizo detenerse súbitamente.

El puma estaba muy cerca. Pero en lugar de seguir persiguiendo al venado, se volvió hacia ella. Solo en ese momento Daisy se dio cuenta de las manchas rojas que había sobre la nieve. Zac sí le había dado al puma y aunque la herida no era lo suficientemente grave para matarlo, sí lo había hecho enfurecer. Y ahora tenía la evidente intención de descargar su rabia en Daisy.

La muchacha dio media vuelta para escapar, pero al mirar por encima del hombro vio que, aunque el felino tenía la cadera herida, ya casi la estaba alcanzando. Por otra parte, Zac no parecía estar cerca. Si no iba a seguirla, debía haberle dado el rifle, pensó Daisy.

Después de haber subido a la cumbre con Tyler, de la angustia que le había producido el beso y de perseguir al venado, no sabía si tenía la energía suficiente para llegar hasta la cabaña. Sufrió un tropezón, pero se levantó de inmediato. Luego se sorprendió al ver que tenía sangre en las manos. Al caer se había cortado con el hielo.

Hizo caso omiso de la sangre y siguió tratando de escapar. Pensó en subirse a un árbol, pues aunque sería difícil hacerlo, creía que el puma no podría trepar con una cadera herida. Entonces volvió a tropezar. Trató de levantarse de nuevo, pero resbaló en el hielo y cayó cuan larga era. Aterrada, miró por encima del hombro, pensando que vería al felino ya casi encima de ella.

En ese momento sonó un disparo de rifle. El animal lanzó un rugido aterrador y Daisy estuvo a punto de desmayarse. Entonces se oyó un segundo disparo que acalló el rugido.

Daisy levantó la vista y se encontró a Tyler, de pie junto a ella, con un rifle en las manos. La expresión que vio en su rostro fue como un bálsamo para su alma. Estaba demasiado asustado para sentirse furioso, pero eso no iba a durar mucho. En ese momento, Daisy se dio cuenta de que Tyler sí había tenido una razón para besarla en la cumbre.

Tyler la ayudó a ponerse de pie.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo, mientras se sacudía la nieve que tenía encima.

—Solo me he resbalado.

—Estás herida.

—No es un corte profundo, son solo unos rasguños.

—¿Estás segura?

—Sí.

Tyler miró hacia el puma, que estaba tirado en el suelo, muy quieto.

—Estuvo cerca.

—Zac lo hirió.

—¿Dónde está el venado? —preguntó Zac, que finalmente había llegado y estaba detrás de Tyler.

—No lo sé —contestó Daisy—. Me imagino que debe de estar lejos.

—¿Por qué lo dejasteis salir? —preguntó Tyler, que ya estaba al borde de perder el control.

—Seguramente dejaste la puerta mal cerrada —dijo Daisy—. Cuando salí, ya se había ido.

—¿Y te fuiste detrás de él?

—Tenía que hacerlo, está herido.

—Estaba más cansado que herido. Seguramente ya está rumbo a Colorado. —Se volvió hacia Zac—. Y tú deberías haber tenido la sensatez de no dejarla salir a perseguirlo.

—¿Yo? —exclamó Zac.

—Tienes más experiencia sobre la vida en las montañas que Daisy.

—Ella es la que ha crecido en este miserable lugar —resaltó Zac—. Yo estaba viviendo en Boston, ¿recuerdas? Y por allí no tenemos venados ridículos ni pumas furiosos.

—De todas maneras, tú conoces mejor este lugar —dijo Tyler, que ahora estaba verdaderamente furioso—. Quisiera retorcerte el pescuezo. —Tyler agarró a Daisy del codo y comenzó a caminar en dirección a la cabaña—. El puma pudo haberla matado o herido gravemente. Tu responsabilidad era cuidarla.

Zac miró a su hermano con la boca abierta.

—Es imposible impedirle que haga cualquier locura que se le meta en la cabeza. Le dije que no fuera. Deberías darme las gracias de que le haya quitado el rifle, de otro modo, se habría disparado ella misma.

Zac protestó todo el camino, pero Tyler se negó a dirigirle la palabra. Cuando llegaron a la cabaña, empujó a Daisy para que entrara. Zac iba justo detrás de ellos, pero Tyler le impidió la entrada.

—Puedes quedarte fuera hasta que adquieras algo de sentido común.

Después de decir esas palabras, le cerró la puerta a Zac en las narices y echó el cerrojo. Zac comenzó a golpear en la puerta con los puños y a insultarlos a ambos, pero Tyler lo ignoró.

—No puedes dejarlo afuera —dijo Daisy—. Ha sido culpa mía. Él me dijo varias veces que no saliera.

—Habría podido detenerte.

—Yo no le habría hecho caso.

—Él habría podido obligarte a hacerlo.

—¿Cómo?

—Así —respondió Tyler, agarrándola por los hombros—. ¿Crees que yo te habría dejado ir? —preguntó con voz firme.

—No.

Zac había comenzado a patear la puerta con las botas, pero esta no presentaba signos de que pudiera romperse. Daisy estaba aterrada por los golpes, pero Tyler parecía ignorarlos.

—No tenías nada que hacer afuera, ni siquiera en el patio.

—Tenía que encontrar al venado.

—El venado es un animal salvaje, él sabe defenderse allí fuera, tú no.

—Pero era tu venado.

—¿Y cuál es la diferencia?

—No lo sé. Simplemente era importante.

Tyler la miró con rabia durante un momento.

—Entonces, ¿te enfrentaste a ese puma por mí?

—No sabía que estaba allí. No creo que hubiera ido si lo hubiese sabido —confesó.

Ahora Zac estaba golpeando en la ventana. Daisy estaba segura de que iba a romper un vidrio en cualquier momento.

—¿Te fuiste a perseguir el venado por mi causa?

—Pensé que era importante para ti —contestó, sin pensarlo mucho—. Te habías tomado tantas molestias para cuidarlo, hasta estabas buscándole algo de comer, que pensé que te ibas a desilusionar si no lo encontrabas a tu regreso.

Zac dejó la ventana y comenzó a golpear la puerta con un hacha, con un tronco, o algo parecido. Daisy no podía concentrarse en Tyler con todo aquel estruendo.

Sin advertencia previa, Tyler la acercó hacia él y la besó con tal ferocidad que Daisy pensó que las piernas se le iban a doblar. No era un beso tierno o amoroso. Era un beso apasionado y ardiente. Cuando Tyler la soltó, la joven solo se quedó quieta, no era capaz de moverse, no era capaz de entender lo que acababa de ocurrir.

Seguramente habría permanecido en ese estado de conmoción por más tiempo si no hubiera oído pisadas en el techo. Después oyó que la estufa crujía y chisporroteaba.

—Zac está tirando nieve por la chimenea —explicó Tyler.

—¿No crees que es mejor que lo dejes entrar?

—No entrará hasta que empiece a romper el techo. Creo que empezará dentro de unos cinco minutos. Hará eso, o romperá una ventana.

Daisy tuvo la sensación de que estaba en un sueño. Nada tenía sentido: ni el venado, ni el puma, ni el beso de Tyler, ni Zac sobre el techo. Aquello no podía estar pasando de verdad. Si todavía no estaba tan loca como los Randolph, pronto iba a estarlo.

—Tienes que dejarlo entrar —dijo Daisy, al tiempo que se dirigía a la puerta—. Todo ha sido culpa mía. No puedo permitir que lo dejes afuera o que destruya la cabaña. Nos moriremos de frío sin ventanas.

—Tengo más vidrios y tablas —respondió Tyler.

Pero Daisy simplemente no era capaz de seguir afrontando la situación, así que abrió la puerta.

—¡Zac, entra! —gritó.

Unos tres segundos después, Zac aterrizó a los pies de Daisy, acompañado de una avalancha de nieve. Con una sarta de improperios que la hizo abrir los ojos de par en par, se levantó y entró dando grandes zancadas. Para sorpresa de ella, no dijo ni una sola palabra, aunque era evidente que tenía el humor de un energúmeno. Se dirigió a la mesa, se sentó, agarró las cartas y comenzó a jugar. Daisy miró a Tyler de reojo, pero él tampoco mostraba ninguna reacción ante el silencio de su hermano. Simplemente colgó el abrigo, se sentó y comenzó a limpiar el rifle.

Daisy se sintió incapaz de manejar la situación y se refugió en la intimidad de su rincón.

Tyler la había vuelto a besar. Una vez podía ser casualidad. Pero dos veces ya no eran un accidente.

Ella había podido observar en su rostro el pánico que había sentido al verla cerca del puma. Pero en su expresión había algo más que temor por su seguridad. Era el miedo a perder algo importante. A Daisy le costaba trabajo creer que ella pudiera ser la causa de semejante expresión de espanto.

Era difícil saber qué significaba realmente para él ese segundo beso. Había sido tan corto, tan intenso y tan brusco… Parecía evidente que él no la habría besado así si ella no le gustara.

Posiblemente le gustaba mucho. Zac había dicho que Tyler no prestaba mayor atención a las mujeres. De hecho, a ella no le había prestado mucha atención al principio. Pero sí últimamente. ¿El segundo beso significaría que estaba enamorado de ella?

Y lo que era más importante aún, ¿estaba ella enamorada de él?

La pregunta prácticamente la dejó en estado de shock, porque no sabía la respuesta. Sus sentimientos hacia Tyler habían cambiado en los últimos días. Finalmente se había dado cuenta de que, debajo de un exterior imperturbable, había un hombre bueno, considerado y gentil. Ahora él le gustaba mucho.

También había que considerar el efecto que producía en su cuerpo el hecho de tenerlo cerca. Tyler despertaba en ella unos instintos primarios que estaban más allá de su control. Daisy desconfiaba de esas sensaciones, pero se moría de ganas de volver a experimentarlas.

Daisy se dejó caer sobre la cama. Todo aquello era una locura. Estaba haciendo todo lo posible por enamorarse del tipo de persona que había jurado evitar. Peor aún, él podía estar enamorándose de ella. Daisy dejó escapar un gruñido. Sí, él era muy capaz de hacer algo así… pero ella era demasiado sensata para permitirse tal lujo.

Mientras se decía que nunca haría nada tan estúpido como malgastar sus pocas esperanzas en sueños vacíos, pensó en el beso, en la fuerza del abrazo, en la sensación de seguridad que sentía cuando lo tenía alrededor.

Pero inmediatamente se recordó que se trataba de una seguridad falsa. Él podía protegerla de pumas y matones, pero nunca podría proporcionarle una vida decente.

No podía ser, a menos que quisiera vivir el resto de su vida en una cabaña en la montaña y comer venado eternamente.

Tyler tenía los ojos clavados en el libro, pero realmente no lo estaba mirando. No podía negarlo por más tiempo. La atracción que sentía por Daisy iba más allá del deseo físico. Lo había sospechado desde el comienzo, pero hasta aquella mañana siempre había encontrado razones para negarlo. Sin embargo, cuando vio que el puma se le iba a echar encima a Daisy, sintió un terror desconocido. Aun ahora, la sola idea de lo que habría podido pasar le producía calambres en el estómago.

¿Estaba enamorado de ella?

Creía que no, pero llevaba tanto tiempo alejado de las emociones que realmente no sabía lo que era estar enamorado. Y si juzgaba por lo que había experimentado hasta ahora, no le gustaba. Entonces recordó la felicidad resplandeciente de Rose y a George caminando como si alguien acabara de regalarle un millón de vacas.

Pero él no se sentía así. Se sentía miserable. Quería estrangular a Zac, llevar a Daisy con los Cochrane, hasta Santa Fe si era necesario, y enterrarse luego en las montañas y actuar como si esos últimos días no hubieran existido.

Willie decía que él llevaba demasiado tiempo en la montaña. Aseguraba que buscar oro era una actividad para hombres viejos, que habían olvidado lo que podían hacer con una mujer. Creía que Tyler nunca iba a encontrar oro porque no podía quitarse de la cabeza a las mujeres que lo esperaban en el pueblo. Y Tyler nunca había podido convencerlo de que solo pensaba en esas mujeres cuando estaba en su presencia. Después las olvidaba enseguida.

Pero no le sucedía lo mismo con Daisy. A ella no se la podía sacar de la cabeza. Tyler miró hacia la cortina y se preguntó si ella estaría pensando en él. ¿La habría afectado el beso tanto como lo había afectado a él? Ella no había dicho nada. Tal vez estaba más preocupada por las protestas de Zac y todos los líos de las últimas horas.

Pero el beso sí que la había afectado de alguna manera. Se quedó perpleja. Tal vez no sabía qué decir.

¿Qué habría querido él que ella dijera?

El hecho de saber que ella había salido a perseguir al venado para complacerlo lo había desconcertado. En ese momento se sintió igual que un ternero cuando le amarran las patas para marcarlo. Lo embargó un inesperado sentimiento de ternura y felicidad, que parecía fluir directamente hacia Daisy. Tyler se rio de sí mismo. ¿Cómo podía decirle uno a una mujer que acaba de besar que lo había hecho sin pensar y que no sabía por qué lo había hecho? Lo más seguro es que ella le diese una bofetada.

¿Qué iba a hacer cuando ella saliera de detrás de las cortinas? No podía seguir actuando como si no hubiera pasado nada. Algo había cambiado. Pero él no estaba listo para afrontarlo. Tenía que darse tiempo para entender de qué se trataba y después decidir qué era lo que quería hacer al respecto.

Tyler dejó escapar un suspiro. No era el momento propicio para que algo así sucediera. Parecía que el tiempo iba a seguir despejado. Y si la nieve continuaba derritiéndose, podría bajar de la montaña con Daisy en unos pocos días y regresar después a su labor de búsqueda. Pero eso dejaría muchas preguntas sin respuesta.

Daisy miró a Tyler desde el otro lado de la mesa. Él también la miró, pero con ojos inexpresivos, y luego desvió la mirada. Daisy suspiró y se recostó en el asiento. Zac también estaba silencioso. Así estaban las cosas desde la mañana anterior, cuando Tyler dejó a Zac a la intemperie y la besó a ella.

Ella sabía que tenían mucho que decirse, pero no sabía por dónde empezar. La tensión era tan grande que tenía miedo de romper el silencio. Alguien tenía que darse pronto por vencido.

—Me voy de cacería —anunció Tyler, al tiempo que se levantaba de la mesa—. Se nos acabó la carne.

Daisy lo miró, pero no dijo nada. Zac ni siquiera lo miró.

—Los dos tenéis que quedaros en la cabaña, sin salir para nada —dijo Tyler.

—El puma está muerto —alegó Daisy.

—Pero los asesinos siguen por ahí.

Daisy decidió quedarse en la cabaña. Cada vez que salía, pasaba algo.

—Yo recogeré los trastos —propuso, feliz de hacer cualquier cosa que pudiera aliviar la tensión.

Tyler no dijo nada hasta que estuvo listo para salir.

—Es posible que esté fuera todo el día.

Zac no respondió. Daisy decidió hacer lo mismo.

La cabaña parecía vacía sin Tyler. Él tenía una vitalidad de la que Zac carecía. El hermano pequeño se sentó, encorvado, sobre las cartas, mientras Daisy comenzó a recoger los platos.

Daisy se preguntó si sería porque Tyler era el mayor. Definitivamente, era el que tenía el control. Echó un vistazo por la ventana y alcanzó a verlo antes de que desapareciera detrás de los árboles.

Daisy recogió el plato de Zac, pero este no pareció darse cuenta.

Ella sabía que la nieve se derretiría pronto y Tyler la acompañaría montaña abajo. Le alegraba la perspectiva de irse. Tenía que poner sus emociones en orden. No podía seguir sintiéndose así respecto a él. Ella no quería irse, pero temía no poder hacer nada mientras estuvieran encerrados en la misma cabaña. Gracias a Dios, Zac estaba con ellos. Aunque estuviera de mal humor, servía de escudo entre los dos.

—Ya he soportado los malos tratos de Tyler durante suficiente tiempo —anunció Zac de repente—. Y estoy harto de estar en esta montaña, a punto de congelarme y comiendo carne de venado. —Se levantó y se dirigió a las repisas. Sacó una lata, la abrió y agarró un puñado de billetes.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Daisy.

—Me voy, no aguanto más que Tyler me dé órdenes y me regañe todo el tiempo.

—Me refiero a qué estás haciendo con ese dinero. ¿Acaso no es de Tyler? —No sabía cómo era posible que Tyler tuviera tanto dinero, pero era más lógico pensar que era de él y no de Zac.

—Él no lo necesitará —contestó Zac.

—¿Qué piensas hacer?

—Me voy para Nueva Orleans. Siempre he querido ir allá. No veo ninguna razón para posponerlo más.

—Pero no puedes irte con el dinero de Tyler.

—Ya era suficiente que me echara la culpa de todas las cosas malas que pasaban por aquí, pero no tenía derecho a dejarme al aire, para que me congelase.

—Estaba molesto por lo del puma. Te iba a dejar entrar al cabo de un rato.

—Eso ya no importa. Estoy harto —dijo Zac. Puso el dinero sobre la mesa y comenzó a reunir sus pertenencias.

Realmente se iba a marchar. Y se iba a llevar el dinero de Tyler.

—No necesitas todo ese dinero para llegar a Nueva Orleans —dijo Daisy, sin dejar de recoger, pero a la espera de que Zac le diera la espalda—. ¿Cómo va a comprar provisiones?

—George le dará más.

—¿Por qué no le pides a George el dinero que necesitas?

Zac le dio la espalda y Daisy se acercó a la mesa.

—George no me daría ni un centavo.

—¿Por qué no?

—Porque me escapé del colegio. Se enojará conmigo. Pero tendrá compasión de Tyler.

Zac dio media vuelta justo a tiempo de impedir que Daisy le echara mano a los billetes.

—No es tuyo —le dijo ella—. No tienes derecho a llevártelo. —La joven hizo el intento de arrebatárselo, pero Zac se lo metió en el bolsillo.

—Se lo devolveré.

—De todas maneras no tienes derecho a llevártelo.

—Puedes decirle a Tyler que es culpa suya, por la manera en que me trató.

—No es culpa suya —replicó Daisy—. Lo que pasa es que tú eres un flojo. —A ella no le gustó la manera en que Zac la estaba mirando, pero no se amilanó—. ¿Qué tipo de persona le roba dinero a su propio hermano? No creas que me asustas con esa mirada —le dijo, con la esperanza de que no fuera a llegar más lejos—. Tú puedes ser un mocoso y un ladrón, pero no eres de los que pegan a las mujeres.

Por un momento, Daisy tuvo miedo de haberlo provocado demasiado. Pero de repente él sonrió.

—Tengo un castigo peor para ti.

—¿Cuál? —preguntó Daisy con nerviosismo.

—Dejarte sola con él. Os merecéis el uno al otro.

—¿Qué quieres decir?

—Estás loca por Tyler. Lo sé hace días. Y él está embobado contigo.

—No, no lo está.

—Él todavía no lo sabe, pero sí lo está —dijo Zac, al tiempo que recogía sus últimas pertenencias—. A lo mejor os estoy haciendo un regalo a los dos. —Dicho esto salió, dando un portazo.

Daisy vio con impotencia cómo Zac se dirigía al cobertizo y reaparecía un momento después con una de las mulas. Quería detenerlo, pero, aparte de usar una pistola, no se le ocurría qué más podía hacer.

Se dejó caer en una silla. ¿Sería cierto lo que Zac había dicho? ¿Era posible que estuviera enamorada de Tyler?

Daisy, en realidad, ya sabía la respuesta. Había llegado a esa misma conclusión en algún momento durante la noche. No le importaba que fuera una estupidez, ni que estuviera tan molesta consigo misma que no sabía qué hacer. Amaba a Tyler, y no podía ignorar esa verdad.

No sabía si él también la amaba. Tenía sus dudas, pero no era problema de ella. Tenía que encontrar la manera de aprender a no amar a Tyler. Amarlo sería acabar con su futuro, con su vida.

Todavía estaba sentada a la mesa cuando Tyler regresó con un venado. Lo miró e instantáneamente se dio cuenta de que Zac estaba en lo cierto.

—Zac robó tu dinero y se fue para Nueva Orleans —le dijo, y mientras lo decía se preguntaba qué más podía salir mal en su vida—. También se llevó una de las mulas.

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