Crystal

Crystal


Capítulo 3

Página 5 de 31

 

Capítulo 3

 

Rio d’Incurabili, Dorsoduro, Venecia

Ingresé al patio a través de la reja que daba al canal y deposité las bolsas de las compras sobre la mesita de mosaicos.

–Hola, hermoso –me arrodillé para hacerle una caricia a Barozzi, el viejo gato de la

nonna. Anaranjado y holgazán, ese general del mundo felino había tomado el pedestal de la mesa como su puesto de comando, el sitio desde donde desafiaba con gruñidos al

beagle de la

signora Carriera y observaba desdeñosamente a los pájaros que hacía ya mucho tiempo habían descubierto que era demasiado remolón para perseguirlos. Alcancé a escuchar los ladridos de Rocco en el interior del apartamento de planta baja. La señora me había mandado a casa temprano (que para ella significaba que todavía quedara algo de luz) para llevarlo a pasear en su lugar–. Barozzi, te doy diez segundos de aviso, estoy a punto de soltar a Rocco.

Barozzi cerró los ojos. Tenía razón al no sentirse impresionado. La idea de Rocco de ser un perro feroz era lanzar un aluvión de ladridos histéricos. Ante la mínima señal de hostilidad del gato, buscaba refugio deprisa en mi falda. Los perros en Venecia son pequeños debido a la falta de espacio pero los gatos son muy grandes ya que es un paraíso para los ratones y no hay automóviles. El orden natural está invertido.

Después de abrir los pesados candados de la puerta principal de nuestra vecina, dejé libre al

beagle para que hiciera sus olfateadas preliminares alrededor del jardín mientras yo trepaba por la escalera externa a nuestro apartamento del primer piso. Cuanto más asciendes, Venecia se vuelve más moderna. El apartamento de la

signora Carriera era de finales de la Edad Media con vigas pesadas de madera y habitaciones sombrías. El nuestro era un agregado posterior y tenía solo algunos cientos de años de antigüedad y techos altos con mucha luz. Mientras depositaba las compras en la mesa de la cocina, eché un vistazo al pequeño patio con las cuerdas para colgar la ropa e infinidad de macetas con plantas en la pared y luego al Canal della Guidecca, el estrecho que separaba a Venecia de las islas que la rodeaban. El sol se estaba poniendo detrás de las grúas y de los techos del suburbio que se encontraba enfrente. Las rayas casi horizontales que teñían las paredes pálidas color salmón de la cocina me recordaron que no me quedaba mucho tiempo si quería pasear a Rocco antes de que oscureciera.

Me puse unos shorts negros de gimnasia, una camiseta blanca y cambié los elegantes zapatos del trabajo por calzado deportivo. La advertencia que me había hecho Xav unas semanas atrás de consultar a un médico me había vuelto más consciente acerca de mi salud y había comenzado a correr. Y, para mi sorpresa, lo estaba disfrutando. Me había servido de excusa para no ir a ver a ninguna clase de doctor. Sin Diamond para obligarme, nunca entraría por mi cuenta. Gracias al ejercicio físico, me sentía bien, lo cual implicaba que estaba bien. Y tenía suerte de vivir en uno de los pocos tramos de calles venecianas donde era posible correr en línea recta. La acera llamada

“Zattere” que bordeaba el Canal constituía una pista amplia y decente, y no estaba demasiado atestada de turistas.

Me recogí el pelo con un broche y después hice unas elongaciones tratando de ignorar el vacío del apartamento. Nunca había vivido sola hasta que regresé de Denver. Durante la época escolar, siempre había estado rodeada de compañeras y maestras, y luego había compartido la casa con Diamond. Tenía la sensación de estar jugando a ser una chica grande, que dirigía su propia vida, pero enseguida me encontré pagando la factura del teléfono y llenando el refrigerador, todas cuestiones que parecían propias de los adultos. Había pasado a formar parte de sus filas mientras en mi interior todavía me sentía una adolescente. Ni siquiera podía tener un arranque normal de malhumor cuando me hartaba de mi jefa, ya que no había nadie que se sorprendiera si daba un portazo o lanzaba una andanada de improperios. Había comenzado a hablarles a los animales. Al menos, no esperaba que me respondieran. Probablemente me estaba volviendo un poco excéntrica pero no estaba demente.

–Vamos, Rocco. ¡A pasear! –bajé saltando los escalones sintiéndome aliviada ante el simple entusiasmo del

beagle, que movía alegremente las orejas color caramelo y el hocico blanco. Corrimos en dirección contraria a las agujas del reloj alrededor del extremo del Dorsoduro y nos dirigimos al campanario de la Plaza San Marcos, que se elevaba por encima de los techos como un cohete cuadrado apoyado sobre una elegante plataforma de despegue. El centro de Venecia se asemeja un poco al símbolo del Yin y el Yang. La famosa Plaza San Marcos y el rosado Palacio Ducal se encuentran en la parte más ancha del lado negro del Yang; donde yo vivo, es justo la punta de la parte blanca. La curva que se halla en el centro es el Gran Canal, que divide ambas partes. Existen tres puentes repartidos de manera uniforme que unen los dos lados, incluyendo el famoso Rialto en el centro. Si conoces la zona (y es un hecho que, aun con un mapa, los extranjeros se pierden en nuestras calles laberínticas), entonces puedes recorrer la mayoría de los sitios emblemáticos en unos veinte minutos o subirte a un

vaporetto o autobús acuático y estar ahí en diez minutos.

No me tomó mucho tiempo llegar al extremo del Zattere. Me senté en los escalones de la iglesia de Santa María della Salute y acaricié a Rocco. Frente a mí, la punta del campanario de la Basílica de San Marcos estaba dorada por la luz del atardecer. Los turistas que se encontraban allí arriba debían estar disfrutando de un espectáculo magnífico mientras el atardecer cubría la laguna. Me pregunté si alguien me estaría mirando a través de sus binoculares. Por las dudas, agité la mano.

Tal vez debería reconsiderar seriamente eso de que no me estaba volviendo loca.

Aun viviendo aquí, era difícil observar Venecia con ojos nuevos. Había sido descripta innumerables veces por escritores, artistas y cineastas como un hermoso velero artesanal flotando en la laguna del Adriático, cubierto de una asfixiante acumulación de moluscos. De vez en cuando, hay que levantarlo del agua y rasquetearlo hasta dejar las tablas desnudas o se dará vuelta por el peso. Quizá yo proyecté en él mi propia comprensión inestable del mundo porque para mí la verdad fundamental del lugar –mis tablones desnudos– era que Venecia daba la sensación de ser una ciudad a punto de destruirse. Probablemente no resistiría hasta el siglo en que se elevaran los niveles del mar debido al calentamiento global. Era una civilización viviendo sus últimos momentos. Con ese destino en un horizonte no tan lejano, la vida acá era todavía más dulce: plazas soleadas, cotorras silbando en las ventanas de los pisos más altos, calles estrechas y sinuosas, rincones secretos; grupos de trabajadores, artistas y estudiantes que conectaban la ciudad como los eslabones de una cadena; la marea de turistas subiendo y bajando día tras día. Dado que se trata de un sitio poco conveniente para vivir –costoso y aislado–, todos los que nos encontramos aquí lo hemos elegido por alguna razón especial. La mía eran los lazos familiares, los recuerdos felices de la

nonna, pero también el deseo de vivir en un lugar único, que pudiera nutrir mi imaginación. Y a pesar de que nunca hubiéramos puesto nuestros sentimientos en palabras, yo sabía que Diamond sentía lo mismo. Las dos amábamos Venecia… me producía una emoción que no había sentido en ninguna otra de las ciudades en las que había vivido.

Una lancha a motor privada se detuvo en el embarcadero de la Salute, la estela blanca se tiñó del rosado del atardecer. Una mujer pequeña vestida de negro descendió ayudada por el robusto piloto de elegante uniforme azul marino. La reconocí de inmediato. Cualquiera que hubiera vivido algunos años en Venecia la conocía. La

contessa Nicoletta era dueña de una de las islitas cercanas al Lido, una tira angosta de tierra y playas entre Venecia y el Mar Adriático. La laguna estaba salpicada con enclaves tales como hospitales de infecciosos o monasterios. La residencia de la condesa no quedaba lejos de allí, cerca de la casa de Elton John y del exclusivo hotel donde se alojaban, en septiembre, todas las estrellas durante el festival de cine. Decían que era una joyita, perfectamente ubicada para tener fácil acceso a la ciudad pero, a la vez, su gran mansión le confería una total privacidad. Solo algunas antiguas familias italianas o estrellas de rock poseían semejantes propiedades. Desde los escalones de la iglesia della Salute, se podía visualizar el techo y los árboles circundantes. Continuaba siendo un delicioso misterio y, dentro de mi mente, se había convertido en algo tan seductor como había sido, para Mary Lennox, ese jardín cerrado en la novela

El Jardín Secreto. La anciana también me conocía… o al menos era muy amable con Diamond y, por lo tanto, debía haber registrado mi existencia, porque la condesa Nicolleta también era una savant.

Apoyando todo su peso en el brazo de su empleado, la vieja dama se dirigió tambaleante hacia la iglesia con el resto de las personas que iban a misa. Rocco comenzó a ladrar y llamó la atención sobre mi persona. Me puse de pie (cuando la nobleza italiana se digna saludarte, no puedes quedarte sentada).

La condesa le dio unas palmadas a Rocco y luego se volvió hacia mí.

–¿Crystal Brook, verdad? ¿Cómo estás, querida? –me preguntó en italiano. El piloto se detuvo para permitirle que me hablara, sus lentes de sol espejados ocultaban su expresión. Imaginé que debía ser una persona paciente para soportar las frecuentes pausas de su ama. Ella tenía tantos conocidos en esa ciudad y él había desarrollado un rostro completamente inexpresivo para esas ocasiones.

–Muy bien, gracias. Estoy trabajando para la

signora Carriera.

–Ah, sí, escuché que había recibido un pedido muy grande para esa productora de cine. ¡Qué entusiasmadas deben estar las dos!

Hasta el momento, el entusiasmo había sido silenciado por la gran cantidad de trabajo que implicaba la confección de los trajes del Carnaval. Todavía no había visto ni un destello del brillo de Hollywood.

–¿Y usted cómo se encuentra,

contessa Nicoletta?

Sempre in gamba –una frase graciosa, que se podía traducir básicamente por “siempre alerta”. Sus rasgos de águila se arrugaron en una sonrisa y sus pálidos ojos azules lanzaron destellos. Su rostro me recordaba a la cantante de ópera María Callas de grande: nariz fuerte, cejas todavía oscuras, los modales de una reina pese a estar un poco encorvada.

–¿Y qué novedades tienes de tu encantadora hermana? Pensé que a esta altura ya habría regresado de su viaje a Estados Unidos.

–No, se quedó más tiempo. ¿Se enteró de las novedades? Encontró a su alma gemela.

–¡Cielo santo! –la condesa comenzó a aplaudir y se bamboleó peligrosamente. Me alegré de que el hombre todavía la sostuviera con fuerza del brazo–. Oh, estoy tan contenta por ella. ¿Y quién es el afortunado?

–Se llama Trace Benedict… uno de los hijos de una familia de savants que viven en Colorado. En apariencia, son muy famosos en los círculos policíacos. ¿Ha oído hablar de ellos?

La expresión de la anciana se paralizó durante un segundo mientras su memoria defectuosa buscaba dentro de su cerebro. Luego su rostro se iluminó.

–Ah, sí. Los he oído nombrar. Qué… interesante. No estoy segura si será lo suficientemente bueno para Diamond… en realidad, no creo que nadie lo sea.

–La entiendo, pero pienso que él es una pareja excelente para ella.

Las campanas comenzaron a sonar llamando a misa. La condesa le dio un apretón al brazo del piloto para avisarle que estaba lista para entrar a la iglesia.

–Crystal, mándale mis saludos a tu hermana. Te veré, espero, cuando vaya a buscar mis trajes para el Carnaval –sus fiestas para la celebración previa a la Cuaresma eran famosas y atraían a las personalidades de la alta sociedad de todo el mundo–. Eso si la

signora Carriera puede hacerse un tiempo para mí este año.

Con una sonrisa, le aseguré que así sería. Nadie sería tan estúpido como para desdeñar esa tradición, aun cuando hubiera en la ciudad un equipo de filmación. Los directores iban y venían; la condesa Nicoletta siempre estaba allí.

Rocco y yo volvimos al patio trotando. Cuando entramos, la

signora Carriera ya había regresado. Se me cayó el alma al suelo cuando vi las pilas de tela que había traído consigo. Llevar el trabajo a la casa era un horrible hábito y, desde que yo estaba arriba, había comenzado a suponer que mis manos estaban siempre dispuestas. Rocco no tenía esos temores, corrió hacia su dueña con entusiasmo de cachorro y saltó a su alrededor mientras le lamía los dedos. Una mujer esbelta de cabello rubio con reflejos, la señora lograba con éxito disimular que ya había cumplido los sesenta. Llevaba los lentes colgados de una cadena de piedras brillantes alrededor del cuello. Al desplegar una maravillosa tela de terciopelo color verde esmeralda, las piedras saltaron contra el pecho.

–¿Cómo estuvo el paseo? –preguntó. Supuse que me hablaba a mí pese a que le prestaba más atención a Rocco.

–Bien, gracias. Nos encontramos con la condesa Nicoletta en su camino a la iglesia. Dice que pasará pronto para ver cómo van sus trajes.

La señora pasó una mano distraída por su cabello.

–Ay-yay-yay, ¿cómo haremos para cumplir con tanto trabajo? –sus labios insinuaron una ligera sonrisa mientras pensaba en las ganancias–. Ya nos ingeniaremos. ¿Te agradaría cenar conmigo? Estoy esperando invitados especiales de modo que hice trampa y compré lasaña hecha en el restaurante de enfrente.

En realidad, me agradó la idea de tener alguien con quien hablar además del gato.

–Sí, gracias. ¿Quiénes vienen?

–El director de la productora de la película y la encargada del vestuario. Llamaron justo después de que te marchaste –cortó un hilo suelto de una enagua de tejido dorado.

Recordé las últimas máscaras que me quedaban por terminar y los vestidos con el dobladillo levantado todavía sin coser.

–¡Pero no estamos listas!

Se encogió de hombros con un gesto de “¿y yo qué puedo hacer?”.

–Ya lo sé, pero ellos quieren ver lo que hemos hecho hasta ahora. Saben que no podemos enviar las prendas terminadas antes del sábado. La filmación comienza el domingo, por lo tanto casi no hay tiempo para cambios si no les llega a gustar lo que hice.

Ya me estaba arrepintiendo de haber aceptado la invitación. Si había que realizar muchos arreglos, ya pueden imaginar a quién le pediría que los hiciera mientras mi jefa lidiaba con los clientes usuales.

–Eso es todo lo que pude hacer hasta ahora –la

signora Carriera guardó sus tijeritas–. ¿Por qué no vas a ponerte uno de tus vestidos… El morado de corte cruzado podría ser –la señora me estudió con ojo profesional–. Sí, ese destaca muy bien el colorido de tu piel. Te da un toque dramático, como tus rasgos.

Lancé una risa ahogada.

–¿Tengo algo bueno que destacar?

–¡Ah, ya basta, Crystal! –exclamó de inmediato–. No sé de dónde has sacado esa idea de que eres fea.

¿Del espejo?, pensé.

–¡Es completamente ridículo! Ya te escuché demasiado. Tú eres una de esas chicas cuyos rostros no son meramente bonitos sino deslumbrantes. Cientos de mujeres pueden ser bonitas; pocas pueden ser impactantes.

Me quedé con la boca abierta. Pero enseguida pensé que un golpe en la cabeza también podía ser impactante.

Una vez que había comenzado a hablar de ese tema, la

signora Carriera tenía mucho que decir.

–Fíjate en las agencias de súper modelos. Ellos no buscan lo que la gente común considera “belleza”, eligen rostros recordables y modelos que puedan llevar la ropa y no dejar que la ropa las lleve a ellas. Eso,

bella, eres tú.

Bueno, guau. Después de un par de semanas horribles, de pronto me sentí maravillosa.

–Gracias. Iré a cambiarme.

Y con el aroma alentador a lasaña para levantarme el ánimo, me tomé un rato para arreglarme para la cena. Después de todo, iba a conocer a dos invitados acostumbrados a codearse con las personas más sofisticadas del mundo. Ni Venecia ni yo los íbamos a decepcionar. Mientras me colocaba rímel en las pestañas, me observé en el espejo tratando de ver lo que la

signora Carriera había señalado. ¿Rasgos dramáticos? Mmm. Seguía viéndome igual que siempre: cejas oscuras, ojos de color extraño, cabello alborotado, pero tal vez, si simulaba ser hermosa como ella había dicho que era, quizás empezaría a parecerme más a la persona que ella veía que a la que yo pensaba que era. Valía la pena intentarlo. Me puse un colgante que había hecho con cuentas de vidrio de Murano –colores llamativos engarzados en un hilo de plata– y un par de aretes que eran un recuerdo de la

nonna. Cuando terminé, me miré al espejo y, si bien seguía sin ver ningún tipo de belleza, pensé que era un rostro recordable.

 

James Murphy, el director, resultó ser un simpático irlandés que, en ese momento, se hallaba muy nervioso ya que tenía sobre sus hombros una película de varios millones de dólares. Ningún gigante; cuando le estreché la mano, noté que le llevaba varios centímetros, pero compensaba la altura con el ancho. Llevaba jeans, chaqueta y un cuello gris de polar: la versión californiana del atuendo de director. Lily George, la diseñadora de vestuario, era sorprendentemente joven para su trabajo, yo diría que no llegaba a los treinta. Era una rara combinación de rasgos etéreos: pelo rubio muy lacio, piel blanca, cuerpo menudo, con una voz estruendosa y una sonrisa franca. Me gustó apenas la vi.

Echado sobre el antiguo sofá de la

signora Carriera, el cineasta hizo girar su copa de

vino santo. Era imposible estar cómodo en ese instrumento de tortura pero yo dudaba de que la mujer alguna vez tuviera tiempo de sentarse en él para comprobarlo.

Signora, antes de comer, ¿tendríamos tiempo de mirar el vestuario? Usted ya sabe cuál es el estilo que estoy buscando: la emotiva noche del Carnaval, un momento para que los amantes y los asesinos se encuentren en el extranjero –bosquejó sus ideas en el aire amenazando con empaparnos a todos con su bebida–. Quiero que nuestro héroe, que estará vestido con su característico traje negro, esté enmarcado por los extravagantes trajes de colores intensos de los participantes del festejo. Ellos deben ser todo lo que él no es: descontrolados, coloridos, ruidosos.

El film era el tercero de una exitosa serie de thrillers de espías, un giro moderno y escéptico al personaje de James Bond con un protagonista que transitaba más a menudo por la zona oscura que por la del bien. Esto había construido la carrera del actor Steve Hughes, quien, con su pelo rubio y apostura, podía tanto atraer como atemorizar, una sola mirada ardiente a la cámara dejaba embelesadas a sus admiradoras.

Ah, por si no lo mencioné, soy una gran fanática de él.

La señora se puso de pie.

–Sí, tenemos tiempo de ver algunas prendas. Crystal se pondrá los vestidos para que los veamos.

Apoyé el vaso de

Coca-Cola en la mesa.

–¿En serio?

Lily se levantó del asiento de la ventana donde se había acomodado.

–Genial. Me encantaron los que ya nos envió. Lamento haberle encargado más tan a último momento pero James se puso eufórico al verlos… el vestuario agrandó mucho la escena –le lanzó al director una mirada cariñosamente exasperada.

–¿Qué?

¿Moi? ¿Eufórico? Imposible –respondió James con una gran sonrisa.

–Muéstreme cómo se usan así después podré darle las indicaciones necesarias al equipo que vestirá a los extras el domingo.

Nos encaminamos hacia la habitación adicional, donde la

signora había extendido los trajes. La vestimenta básica que había elegido era un vestido de fiesta del siglo XVIII para las mujeres y pantalones de montar con chaqueta para los hombres y, encima, todos llevaban una capa con capucha llamada “dominó”, máscara y sombrero. Era la máscara lo que realmente realzaba el traje y ahí era donde la habilidad de la señora realmente entraba en juego, ya que tenía un gran talento para crear versiones modernas de los diseños tradicionales, usando temas urbanos como grafiti o tecnología para transformar lo pasado de moda en algo sorprendentemente nuevo. Pero primero tuvieron que ponerme el vestido. Esto implicaba una abrumadora cantidad de tiempo acomodando corsés y enaguas para conseguir la silueta correcta. El vestido –una tela de satén rojo y blanco bordada en oro– me quedaba maravillosamente bien.

Lily me ubicó en el rincón más alejado de la habitación.

–Sí, sí, excelente. James quiere que los extras proyecten sombras largas a través del set… y esto va a ayudar a dar esa idea. Deben alzarse por encima de Steve, como figuras imponentes –me sentí decepcionada al enterarme por Lily que mi actor favorito solo medía un metro sesenta y siete. Al parecer, muchos actores protagónicos son de baja estatura, ya que la cámara los prefiere así–. Ponte la capucha. Mejor aún. ¿Cuál máscara?

La diseñadora eligió una color rojo sangre que tenía palabras superpuestas hechas con filigrana: Muerte, Pecado, Peligro, Pasión. Formaban una red de encaje que cubría dos tercios de mi rostro.

Lily deslizó el dedo por encima de ella.

–Ah, quiero una. Podría usarla en la oficina cuando tengo un día malo. Eso aterrorizaría a las chicas del taller. Ven, mostrémosle a James.

La siguiente media hora, la pasé dando vueltas y recibiendo indicaciones mientras ellos analizaban el potencial de cada traje. Hasta me pidieron que me probara la capa masculina con la máscara para ver el efecto general. Aprobaron todas las prendas y los tres se dejaron llevar por el entusiasmo creador de lo que se podía lograr con esos atuendos. Sin atreverme a comentar, yo también me sentí embargada por el ánimo que me rodeaba y recordé cuánto había disfrutado en la escuela el taller textil, que me había permitido utilizar telas para crear formas y siluetas de la nada. Por supuesto, que la escala y el presupuesto no eran comparables.

En un momento de la fantástica cena que consistió en vieiras del lugar seguidas por la lasaña con ensalada verde, James propuso un brindis para su anfitriona.

Signora, usted ha superado mis expectativas. Produjo todo lo que bosquejó para nosotros pero le agregó magia. Con esto, haremos una película maravillosa.

Grazie tante. No podría haberlo hecho sin mi asistente –destacó con generosidad.

Lily me dio unas palmadas en la parte interna de la muñeca.

–Crystal, tienes que venir el domingo a hacer de extra. Solamente debes repetir lo que hiciste esta noche, pues estuviste fabulosa. Me muero de deseos de elegirte yo misma la ropa apropiada. ¿No estás de acuerdo conmigo, James?

El

BlackBerry del director emitió un zumbido. Él bajó la vista y revisó el mensaje.

–Luce magnífica. Sí, Crystal, vente a la filmación, seguramente te resultará entretenida. Siempre hay que esperar bastante, pero así es el cine. Me temo que tengo que marcharme. Steve acaba de aterrizar su helicóptero en el hotel y quiere hablar conmigo sobre un problema con la prensa por ciertos rumores.

Signora, muchísimas gracias por la comida, es muy importante para mí conocer personas reales de Venecia. La burbuja que rodea toda filmación puede interferir en la captación genuina del lugar.

La señora abandonó la habitación para despedirlo. Lily no hizo ningún movimiento de marcharse con el director y continuó tomando vino reclinada sobre el respaldo de la silla con una sonrisa de felicidad semejante a la de Barozzi después de una buena cena.

–Es muy agradable –comenté mientras me servía más agua.

–Sí, James es un hombre encantador –Lily jugó ensimismada con un mechón de su corto cabello–. En este momento está nervioso porque hay mucho dinero en este proyecto pero nunca se desquita con su equipo. Disfruto mucho trabajar con él –su mirada pasó de la contemplación a concentrarse en el momento presente, con un destello travieso en la mirada–. Tu jefa también es todo un personaje.

–Muy trabajadora –repuse con una sonrisa–. Eso puedo asegurártelo.

–Y una artista. Podría aprender mucho de ella.

–¿Es por eso que no te has marchado… para aprovecharte de su sabiduría?

–Por supuesto –respondió Lily echándose a reír–. Cuando las costureras nos reunimos no podemos dejar pasar la oportunidad de hablar del tema con alguien que entiende este lenguaje de verdad. Pero también estoy interesada en ti, Crystal. No eres lo que esperaba encontrar en Venecia.

Me encogí de hombros.

–Solo soy italiana en parte… un cuarto. Fui a la escuela en Inglaterra, que es donde todavía viven mi madre y una de mis hermanas. El resto de los hermanos estamos diseminados por todos lados.

Ir a la siguiente página

Report Page