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CUARTA PARTE Matadragones » 96

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El Carnicero estaba ciego de ira, y eso no acostumbraba a ser bueno para el índice de población mundial. De hecho, se estaba cabreando más a cada minuto. O más bien a cada segundo. Joder, odiaba a John Maggione.

Distraerse un poco ayudaba. El viejo barrio estaba bastante distinto de como lo recordaba. No le gustaba entonces, y ahora le traía aun más al pairo. Con una vaga sensación de déjà vu, siguió la avenida P y luego giró a la izquierda por el paseo Bay.

Que él supiera, aquella zona seguía siendo el principal centro comercial de Bensonhurst. Una manzana tras otra de edificios de ladrillo rojo, con comercios en la planta baja: putos restaurantes italianos, panaderías, charcuterías, todo italiano. Había cosas que no cambiaban nunca.

Volvía a ver ráfagas de la carnicería de su padre: todo siempre blanco inmaculado; la cámara frigorífica, con su puerta de esmalte blanco; dentro de la cámara, ganchos con cuartos traseros de vaca colgando; bombillas en cajas de rejilla metálica en el techo; cuchillos, hachas y sierras por todas partes.

Su padre, ahí de pie con la mano bajo el delantal; esperando a que su hijo se la chupara.

Giró a la derecha por la calle Ocho-primera. Y allí estaba. No la vieja carnicería: algo mejor todavía. ¡La venganza, un plato que sabe mejor si se sirve caliente, humeante, quemando!

Localizó el Lincoln de Maggione aparcado detrás del club social. Matrícula: ACF3069. Estaba bastante seguro de que era el coche de Junior, por lo menos.

¿Error?

«Pero ¿error de quién?», se preguntó mientras seguía caminando por la calle Ocho-primera. ¿Tan arrogante era el hijo de puta de Junior como para andar entrando y saliendo cuando le apetecía? ¿Era posible que no tuviera miedo del Carnicero? ¿Ni respeto por él? ¿Ni siquiera ahora?

¿O le había tendido una trampa?

Puede que fueran las dos cosas a partes iguales. Arrogancia y engaño. Estandartes del mundo en que vivimos.

Sullivan se detuvo en un Dunkin' Donuts que había en el cruce de New Utrecht con la Ochenta y seis. Tomó un café solo y un bagel de sésamo demasiado harinoso e insulso. Tal vez ese tipo de bollería basura tuviera algo que hacer en los estados del Centro, pero nadie compraría un bagel tan cutre en Brooklyn. De todos modos, se sentó a una mesa a ver pasar las luces de los coches por New Utrecht, arriba y abajo, y pensó que le gustaría entrar al club de la calle Ochenta y uno y liarse a tiros. Pero eso no era un plan, ni mucho menos: era sólo una fantasía violenta y tentadora, de momento.

Naturalmente, tenía un plan de verdad en mente.

Maggione Junior podía darse ya por muerto, y probablemente algo peor aún. Sullivan sonrió al pensarlo, luego comprobó que no lo miraba nadie pensando que estaba loco. Nadie lo miraba. Y sí que estaba loco. Perfecto.

Tomó otro sorbo. Lo cierto era que el café del Dunkin' no estaba nada mal. Pero los bagels eran de lo peor.

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