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CUARTA PARTE Matadragones » 97

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Veinte minutos más tarde, estaba en su posición. Y tenía su gracia: había hecho este mismo tipo de ataque de comando siendo sólo un crío. Jimmy Sombreros, Tony Mullino y él habían trepado por una escalera de incendios desvencijada en la Setenta y ocho, para luego correr por la tela asfáltica de las azoteas hasta un edificio cercano al club social. A plena luz del día. Sin miedo.

Se «dejaban caer» para ver a una chica que conocía Tony en el edificio contiguo al club social. La tía se llamaba Annette Bucci. Annette era una italianita calentorra que se enrollaba con sus amigos cuando todos tenían trece o catorce años. Veían en la tele Happy Days y Laverne & Shirley, como idiotas que eran, fumaban cigarrillos y hierba, se bebían el vodka del padre de ella y se la follaban hasta quedarse lelos. Nadie tenía que ponerse condón, porque Annette decía que no podía tener hijos, lo que hizo de los tres chicos los hijos de puta con más suerte del barrio aquel verano.

De todos modos, esta aventura actual era mucho más fácil, ya que era de noche y la luna estaba casi llena. Y claro, tampoco estaba allí para tirarse a Annette Bucci.

No, tenía asuntos muy serios que tratar con Maggione Junior, asuntos pendientes que probablemente se retrotraían a Maggione Senior, que se había cargado a su colega Jimmy Sombreros. ¿Qué más le podía haber pasado a Sombreros si no? Así que la cosa iba de venganza, que iba a ser tan dulce que el Carnicero ya casi la paladeaba. Veía a Maggione Junior muriéndose.

Si esta noche salía bien el plan, en el barrio lo iban a estar comentando durante años.

¡Y, naturalmente, iba a haber fotos!

El corazón le latía con fuerza mientras corría por las viejas azoteas, confiando en que no le oyera nadie en los pisos superiores, no fueran a subir a echar un vistazo, o incluso a llamar a la poli. Por fin, llegó al edificio de piedra rojiza contiguo al del club social.

Parecía que nadie se había enterado de que estaba allí. De modo que se agachó sobre la azotea para recuperar el aliento. Esperó a que el pulso bajara, pero la ira no desapareció. ¿Hacia Maggione? ¿Hacia su padre? ¿Qué más daba?

Mientras estaba allí sentado, Sullivan se preguntó si no se había vuelto suicida llegado a este momento de su vida. En cierto sentido, al menos. Tenía la teoría de que la gente que fumaba tenía que serlo, y los capullos que bebían y conducían demasiado rápido, y cualquiera que se subiera a una moto. O que matara a su propio padre y se lo diera de comer a los peces de Sheepshead Bay. Suicidas secretos, ¿no?

Como John Maggione Junior. Había sido un inútil toda su vida. Había ido a por el Carnicero. Y ahora, mira lo que le iba a pasar.

Si el plan salía bien.

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