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TERCERA PARTE - Terapia » 49

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Error. Y de los gordos.

Un jefe mafioso de Nueva Jersey y ex asesino por encargo llamado Benny

Goodman Fontana iba silbando una animada melodía de Sinatra mientras daba la vuelta con paso relajado hacia el lado del acompañante de su Lincoln azul oscuro; luego abrió la puerta con una floritura y una sonrisa de cien kilovatios de la que habría estado orgulloso el viejo Ojos Azules en persona.

Del sedán bajó una rubia pechugona, estirando las piernas como si estuviera haciendo una prueba para las Rockettes. Era una antigua aspirante a Miss Universo, de veintiséis años, con algunas de las mejores partes móviles que podían comprarse con dinero. Además era demasiado elegante y atractiva para que el mafioso se la hubiera ligado sin que unos cuantos billetes cambiaran de mano. Benny era una rata dura de pelar, pero no precisamente una estrella de cine, a menos que se pueda calificar de tal al tipo que hacía de Tony Soprano.

El Carnicero les observaba, casi divertido, desde su propio coche, aparcado en la misma calle a cosa de media manzana. Supuso que la rubia le cobraría a Benny quinientos la hora más o menos, tal vez dos mil por toda la noche si es que la señora Fontana estaba fuera de la ciudad visitando a su hija, a la que tenían interna en el colegio de Marymount, Manhattan.

Michael Sullivan echó un vistazo a su reloj.

Las siete cincuenta y dos. Esto era una represalia por lo de Venecia. O el principio de una serie de represalias. El primero de varios mensajes que tenía previsto enviar.

A las ocho y cuarto, cogió su maletín del asiento de atrás, salió del coche y cruzó la calle, manteniéndose en la leve sombra de los arces y los olmos. No hubo de esperar mucho rato hasta que una mujer con el pelo azul, envuelta en un abrigo de pieles, salió del edificio de apartamentos. Sullivan le sostuvo la puerta con una sonrisa amistosa y luego se coló dentro.

Todo seguía más o menos igual a como él lo recordaba. El apartamento 4C pertenecía a la Famiglia desde hacía años, desde que en Washington empezaran a abrirse las oportunidades para la Mafia. El lugar era un extra para cualquiera que estuviera en la ciudad y necesitara un poco de privacidad, por la razón que fuera. El mismo Carnicero lo había usado una o dos veces en los tiempos en que hacía trabajos para Benny Fontana. Pero eso fue antes de que John Maggione Junior sucediera a su padre y empezara a dejar de contar con el Carnicero.

Hasta el cerrojo de seguridad barato, coreano, de la puerta principal era el mismo, o muy parecido. Otro error. Sullivan lo forzó con un punzón de tres dólares del taller que tenía en casa. Volvió a guardar la herramienta en su maletín y sacó la pistola y una cuchilla quirúrgica, una muy especial.

La salita estaba básicamente a oscuras. Entraban conos de luz por dos puntos: la cocina, a su izquierda, y un dormitorio, a la derecha. Los insistentes gruñidos de Benny le decían a Sullivan que andaban algo más allá de a mitad de faena. Cruzó velozmente la salita sin hacer ruido hasta la puerta de la habitación y echó una mirada al interior. Miss Universo estaba encima —como cabía esperar— dándole a él su esbelta espalda.

—Eso es, nena. Así me gusta —dijo Benny, y luego—: Voy a meterte el dedo en…

El silenciador de Sullivan hizo un ruido sordo, sólo uno. Disparó a la ex aspirante a Miss Universo en la nuca, en mitad de su peinado, y la sangre y los sesos de la mujer se esparcieron por todo el pecho y la cara de Benny Fontana. El mafioso dio un alarido como si le hubiera dado a él.

Se las arregló para salir rodando de debajo del cuerpo sin vida de la chica e inmediatamente fuera de la cama, lejos de la mesilla, lejos también de su propia pistola. El Carnicero se echó a reír. No pretendía faltarle al respeto al jefe mafioso, ni el respeto a los muertos, pero es que Fontana lo había hecho prácticamente todo mal aquella noche. Se estaba ablandando, lo que era el motivo por el que Sullivan había decidido ir a por él en primer lugar.

—Hola, Benny. ¿Qué es de tu vida? —dijo el Carnicero al darle al interruptor de la luz general—. Tenemos que hablar de Venecia.

Sacó un escalpelo que tenía un filo especial para cortar músculo.

—En realidad, lo que necesito es que le des un mensaje al señor Maggione de mi parte. ¿Harás eso por mí, Benny? ¿Quieres hacerme de chico de los recados? Por cierto, ¿has oído hablar de la operación de Symes, Ben? Es una amputación de pie.

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