Cross

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PRIMERA PARTE - Nadie va a quererte nunca como te quiero yo (1993) » 6

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—Ya hay sangre en este bisturí —dijo el Carnicero en un susurro ronco, destinado a volverla loca de miedo—. ¿La ves? —Entonces se tocó los vaqueros por la zona de la entrepierna—. Pues esta cuchilla no hace tanto daño. —Blandió el bisturí ante los ojos de la chica—. Pero esta otra duele un montón. Puede desfigurar tu cara bonita de por vida. Y no estoy vacilando, universitaria.

Se bajó la bragueta y apretó el bisturí contra la garganta de Marianne Riley, pero sin cortarla. Le levantó la falda y le bajó las braguitas azules de un tirón. Dijo:

—No quiero cortarte. Eres consciente de eso, ¿no?

Ella apenas podía articular palabra.

—No lo sé.

—Tienes mi palabra, Marianne.

Entonces empujó con suavidad, introduciéndose en la estudiante lentamente, evitando hacerle daño con una embestida. Sabía que no debía quedarse allí mucho rato, pero se resistía a renunciar a sus prietas interioridades. «Qué demonios, no volveré a ver a Marianne, Marianne después de esta noche».

Al menos fue lo bastante lista como para no llorar ni tratar de resistirse con las rodillas o las uñas. Él, cuando hubo rematado la faena, le enseñó un par de fotografías que llevaba encima. Sólo para asegurarse de que ella entendiera su situación, de que la entendiera perfectamente.

—Tomé estas fotos yo mismo. Mira las fotos, Marianne. Y escucha: no debes hablar nunca de esta noche. Con nadie, pero especialmente no con la policía. ¿Me has entendido?

Ella asintió con la cabeza,

sin mirarlo.

Él prosiguió:

—Necesito que pronuncies las palabras, niñita. Necesito que me mires, por mucho que te duela.

—Entendido —dijo ella—. Nunca se lo contaré a nadie.

—Mírame.

Levantó la vista y sus miradas se encontraron, y la transformación que se había obrado en ella era asombrosa. Sullivan vio miedo y odio, y era algo de lo que disfrutaba. El porqué era una historia muy larga, una historia sobre crecer en Brooklyn, un asunto entre padre e hijo que prefería guardarse para sí.

—Buena chica. Te parecerá raro que diga esto, pero me gustas. Quiero decir que siento afecto por ti. Adiós, Marianne, Marianne. —Antes de salir del lavabo, rebuscó en el bolso de la muchacha y cogió su cartera—. Es un seguro —dijo—. No hables con nadie.

Entonces, el Carnicero abrió la puerta y se marchó. Marianne Riley se permitió desplomarse sobre el suelo del lavabo, temblando de pies a cabeza. Nunca olvidaría lo que acababa de ocurrir; especialmente, aquellas terroríficas fotos.

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