Cross

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PRIMERA PARTE - Nadie va a quererte nunca como te quiero yo (1993) » 7

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—¿Quién anda levantado tan de buena mañana? Vaya, bendito sea Dios, pero mira quién es. ¿Estoy viendo a Damon Cross? ¿Y no es aquella Janelle Cross?

Mamá Yaya llegó puntualmente a las seis y media para cuidar de los críos, como hacía cada día de entre semana. Cuando irrumpió por la puerta de la cocina, yo estaba dándole a Damon copos de avena con una cuchara, mientras Maria sostenía a Jannie para que eructase. Jannie estaba llorando otra vez, malita, la pobre.

—Son los mismos niños que estaban levantados a mitad de la noche —informé a mi abuela, a la vez que apuntaba con la cuchara rebosante de gachas en la vaga dirección de la gesticulante boca de Damon.

—Damon puede hacer eso él solo —dijo Yaya, resoplando al dejar su fardo sobre la encimera de la cocina.

Parecía que había traído galletas calientes y…, ¿caería esa breva?…, mermelada casera de melocotón. Además de su surtido habitual de libros para el día.

Arándanos para Sal, El regalo de los Reyes Magos, La luna de las buenas noches.

Le dije a Damon:

—Dice Yaya que sabes comer solo, amiguito. ¿Me lo estabas ocultando?

—Damon, coge la cuchara —dijo ella.

Y él lo hizo, por supuesto. Nadie se enfrenta a Mamá Yaya.

—Maldita seas —le dije a ella, y cogí una galleta. ¡Alabado sea el Señor, una galleta caliente! Siguió un bocado lento y delicioso con sabor a gloria—. Bendita seas, anciana. Bendita seas.

Maria dijo:

—Alex está un poco sordo últimamente, Yaya. Está demasiado ocupado investigando unos asesinatos que tiene entre manos. Le dije que Damon ya comía solo. Casi todo el rato, vaya. Cuando no está dando de comer a las paredes y al techo.

Yaya asintió.

—Come solo todo el rato. A menos que quiera pasar hambre, el niño. ¿Quieres pasar hambre, Damon? No, claro que no, cariño.

Maria empezó a reunir sus papeles del día. El día anterior se había quedado trabajando en la cocina hasta después de medianoche. Era trabajadora social municipal, y llevaba tantos casos como para parar un tren.

Cogió del colgador que había junto a la puerta trasera, además de su sombrero favorito, un pañuelo violeta, que combinaba con el resto de su indumentaria, predominantemente negra y azul.

—Te quiero, Damon Cross. —Se acercó apresurada y besó a nuestro hijo—. Y a ti, Jannie Cross. A pesar de la noche que nos has dado. —Le dio a Jannie un par de besos en cada mejilla.

Y luego cogió a Yaya por banda y le dio un beso.

—Y a ti también te quiero.

Yaya sonrió como si acabaran de presentarle a Cristo en persona, o a la Virgen tal vez.

—Y yo a ti, Maria. Eres un milagro.

—Yo no estoy aquí —dije desde mi puesto de escucha de la puerta de la cocina.

—Ah, eso ya lo sabemos —dijo Yaya.

Antes de poder irme a trabajar, yo también tuve que besar y abrazar a todo el mundo y repartir «tequieros». Sería cursi, pero no dejaba de sentar bien, y era un corte de mangas a quienes piensan que una familia ocupada y con mil agobios no puede disfrutar del amor y la diversión. Nosotros, desde luego, teníamos de eso a carretadas.

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