Cristina

Cristina


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La elegante biblioteca de la Escuela Internacional de Washington se erguía en un edificio adyacente a la estructura principal. Contaba con cuatro pisos llenos de una exuberante cantidad de libros de todas clases y asignaciones, y una cantidad considerable de computadores donde los alumnos podían trabajar desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. También contaba con un salón de conferencias y varias áreas privadas de estudio. En una de estas áreas esperaba Cristina a los chicos recomendados por el señor Anderson. El pequeño cubículo lo llenaba una mesa redonda con seis sillas y una pizarra blanca con marcadores, la misma se apoyaba en la pared exterior dejando espacio para una ventana que daba al costado del edificio desde donde se podía visualizar la escuela y los campos de deportes. Las áreas de estudios estaban dispuestas a continuación una de otra en forma de piezas cuadradas o rectangulares, según el tamaño, separadas por paredes de cristal. Estas pequeñas habitaciones de estudio tenían además la fachada de vidrio transparente, separándola del centro de la amplia pieza central, y algunas tenían ventanas que daban a la pared exterior. Además estaban diseñadas parcialmente a prueba de sonido para beneficio de los estudiantes. Era difícil conseguir una de estas áreas de estudio por lo que había que reservarlas con anticipación, pero como Cristina trabajaba con tantos estudiantes y maestros, tenía una designada siempre para su uso particular equipada con computadora e impresor.

Sentada en una de las sillas que daba de espaldas a la pared exterior, vio venir a uno de sus futuros alumnos. En cuanto lo vio lo reconoció, era Will Smith, el magnífico wide–receivers del equipo de Football, de la escuela. William Smith era un muchacho afroamericano, de facciones suaves y radiante sonrisa que mostraba unos dientes blancos y perfectos, con mandíbula cuadrada que lo hacía lucir muy varonil, muy guapo el muchacho, pensó Cristina, que nunca lo había mirado tan detalladamente. Con seis pies dos pulgadas, unas 175 libras muy bien distribuidas, y al parecer ni una sola onza de grasa en el cuerpo, era la pura imagen de un atleta/modelo de los que aparecían en la revista GQ. El joven venía acompañado de una muchacha también afroamericana muy linda. Cristina pensó por un momento que la conocía, claro, era en la clase de cálculo avanzado donde la había visto antes. Siempre la saludaba con una sonrisa que Cristina le respondía con creces. Eran pocos los muchachos y muchachas del último año que le dirigían la palabra, pero esta muchacha, ¿Cómo se llamaba? siempre la saluda muy afectuosamente.

Ambos se acercaron y Will abrió la puerta para que entrara su compañera, Cristina inmediatamente se levantó de su asiento y extendiendo su manito como toda una adulta les dijo.

–Hola, mi nombre es Cristina.

–Hola Cristina, mi nombre es Alison, pero mis amigos me llaman Ali, tú y yo estamos en la misma clase de cálculo avanzado pero nunca nos han presentado formalmente.

–Si claro, siempre me saludas y eres muy amable conmigo, gracias, tengo mucho gusto en conocerte.

–Este es mi novio, Will, él es uno de los estudiantes que el señor Anderson te recomendó.

–Hola Will, yo te veo jugar todos los viernes, eres un excelente wide–receiver.

–Gracias, y también gracias por aceptar ayudarme.

En eso entró un muchacho de aproximadamente la misma talla de Will, moreno de ojos grandes y oscuros, casi negros. La expresión de su cara altanera y arrogante le daba un aire de distinción y seguridad que se afirmaban con los altos pómulos y el cuadrado mentón. Sus cejas formaban una tupida mota de pelo negro que se partía en medio y que se confundían con el cabello largo que le caía sobre la frente haciendo su mirada provocadora, zalamera y desafiante. Sus labios eran gruesos y rosado, su piel dorada por el sol dejaba ver la sombra de una barba tupida que llevaba varias horas sin cortarse. El conjunto era la viva fotografía de un adonis.

–Hola, soy Paul Gallagher y tú debes de ser Cristina, el genio del colegio.

–Yo soy Cristina pero no soy ningún genio, soy una niña de 10 años de edad que ha tenido la gran suerte de tener un coeficiente intelectual alto, eso es todo.

–Okey, eres un geniecito entonces.

Diciendo esto, el apuesto muchacho se dirigió hacia sus compañeros olvidándose de Cristina.

–¿Dónde se metieron? Ando buscándolos por más de media hora, ¿Por qué no me contestaron el teléfono?

–Porque tu dijiste que no te esperáramos que no sabías si ibas a estar listo a tiempo.

–¿Y el teléfono, lo tienen roto?

–Hemos estado en la biblioteca todo el tiempo y recuerda que aquí la señal no es buena.

–Lo que no es nada bueno es ese teléfono de Mickey Mouse que ustedes usan.

–Perdón ¿Podríamos empezar?–Dijo Cristina dirigiéndose a los muchachos que parecían haberse olvidado de ella por completo.

–Si claro.–Dijo Alison dándose cuenta de lo que sucedía.

–Tomen asiento por favor.

Cristina esperó que estuvieran sentados y después de dejar pasar unos segundos de silencio tratando de obtener su atención, les dijo.

–Cuando el señor Anderson me pidió que los ayudara, porque al parecer están teniendo problemas manteniendo sus calificaciones al nivel requerido para poder jugar, mi respuesta fue, ¿Por qué no estudian más? Según él, ustedes tienen circunstancias especiales que les impiden estudiar tanto como deberían. También me insinuó que ambos están bajo mucha presión porque al ser las estrellas del equipo su popularidad los distrae de sus deberes académicos mucho más que al resto de los alumnos. Yo respeto al señor Anderson y no quise discutir con él, pero pienso que su respuesta no es válida, creo que la mayoría de los chichos de su edad tienen de una manera u otra un sin número de presiones a su alrededor ¿Por qué serian ustedes diferentes? Si no les importa quisiera que me dijeran con sus propias palabras por qué creen que están tan atrasados en sus clases. Puedes empezar tú.–Dijo Cristina señalando a Paul.

–Un momento, yo vine aquí a que me ayudaras con dos clases que estoy teniendo algunos problemas, yo no tengo por qué darle ninguna razón de mis actos a una niñita de 10 años.

“Estoy loco” pensó Paul, por qué le he contestado tan mal a esta niña; es que estas celoso de sus habilidades, quizás…

Se hizo un silencio incomodo que rompió Cristina diciendo

–Nueve años, todavía no tengo diez. Y tu William, que tienes que decir.

Alison lo miró como apuntándole “Piensa bien lo que vas a decir antes de hablar”

–Veras, yo tengo dificultad entendiendo los problemas de ciencia, también necesito ayuda para mejorar mi escritura y mi compresión en la lectura. Yo no le estoy dedicando todo el tiempo que debiera a mis estudios, esa es la verdad, sin embargo estoy dispuesto a hacer lo que tú digas por mejorar. Si no mejoro mis calificaciones no podré ir a la Universidad.

–¿Por qué no te ayuda Alison?

–Porque yo también necesito ayuda ̶ Respondió Alison ̶ Yo sí le dedico tiempo a mis deberes académicos pero hay muchas cosas que no entiendo y pensé que tú podrías ayudarme. Yo sé que el señor Anderson no te habló de mí, pero te juro que lo único que haré será oír y aprender y no te quitaré tiempo.

Cristina guardó silencio y pensó en las respuestas de estas tres criaturas tan distintas. Paul era el típico niño rico y engreído que pensaba que se lo merecía todo, había muchos como él en esta escuela y ella no respetaba a ninguno de ellos. Will era el pobre becado que tenía que ganarse con su trabajo todo lo que quería y quizás su alianza con este niño rico lo había desviado de sus metas, y por último Alison, ella era la fiel compañera de Will que no estaba allí porque necesitaba ayuda si no por no hacer sentir mal a su novio. Parecía que Alison tampoco había aprendido a mentir muy bien porque Cristina notó el engaño bien intencionado enseguida.

─Muy bien, tu puedes marcharte ̶ dijo mirando a Paul ̶ Ustedes, muéstrenme el primer tema que quieran tratar.

─Un momento ̶ Dijo Paul malhumorado ̶ ¿Qué es eso de que me marche? Tú tienes que asesorarme en las asignaturas que necesito, eso fue lo convenido con Anderson.

─Falso. Yo le dije al señor Anderson que yo hablaría con ustedes y si veía que estaban dispuestos a aplicarse y trabajar duro, los ayudaría. Tú no estás dispuesto a hacerlo, así que márchate y no nos hagas perder el tiempo.

–Esto no se va quedar así.–Dijo Paul levantándose bruscamente y haciendo que su silla se cayera hacia atrás. Sin recogerla del suelo salió tirando la puerta la cual por poco se hace añicos.

–Cristina, discúlpalo, el es un buen…

–Perdón, mí tiempo es muy limitado, vamos a dedicarnos a lo que vinimos.

Con la misma cogió los cuadernos que Will y Alison le mostraron y comenzó la instrucción. Estaba enojadísima con el tal Paul pero trató de controlarse ante los chicos. Que impertinente y grosero, por muy buen quarterback que fuera, ella no le iba a consentir malacrianzas ni desplantes.

Su padre le había dicho en varias ocasiones “Mientras seas una niña y hasta cuando seas adulta, muchas personas tratarán de menospreciar tu talento solo por ignorancia y miedo. Tienes que ser fuerte y no dejarte arrastrar como una pluma en el viento. Dios te ha dado un regalo, úsalo siempre para bien. No le hagas mucho caso a los resentidos pero tampoco te dejes dominar por ellos, al final, la última palabra siempre la tendrás tú”. Que falta le hacía su papá, pensó Cristina, y esto era solo el comienzo. Gracias a Dios que tenía a Rosi. No se dejaría caer, llegaría hasta donde su infinita inteligencia e imaginación la guiaran cumpliendo así la promesa que le hiciera a su padre.

En uno de los impresionante cubículos de cuidados intensivos del hospital Walter Reed, donde fue internado Juan Francisco después de su infarto, Cristina sostuvo su última conversación con aquel ser que no solo le había dado vida sino que era su vida. “Cristina” había dicho su padre “tienes que ser fuerte. Tienes todas las herramientas necesarias para triunfar. No te detengas por nada ni por nadie. Cuando tengas dudas guíate por tu intuición. Tu madre y yo seremos tus ángeles guardianes y siempre velaremos por ti. Prométeme que vas a ser feliz, que vas a cumplir todos tus sueños y que no te dejaras vencer por el miedo. El miedo es el origen de todos los males, deséchalo de tu corazón y confía en Dios.” Cristina se lo había prometido pero nunca pensó que tratar de ser feliz iba a ser tan difícil.

A veces su mente vagaba, como ahora, y soñaba que su padre estaba allí, hablando con ella. Lo interesante del caso era que nunca, en ninguno de sus viajes imaginarios, había dejado de atender la realidad de su presente. Por eso ahora, mientras mantenía esta conversación consigo misma podía seguir su labor de tutora con los chicos sin que estos se dieran cuenta que ella se había transportado al lugar donde los sueños se hacen realidad y donde ella podía compartir con su padre.

Casi a las nueve de la noche terminaron la primera sesión de estudio. Habían cubierto mucho material y las observaciones y recomendaciones de Cristina los dejaron visiblemente impresionados.

–¿Cómo vas a llegar hasta tu casa? ¿Te viene a buscar alguien?–Preguntó Alison.

–Sí, mi nana Rosi me está esperando abajo. Si bajan conmigo la pueden conocer.

Efectivamente cuando salieron de la Biblioteca Rosi estaba sentada en la escalinata delantera leyendo una revista.

Rosa María Espinosa Oquendo, nació en un pueblecito llamado Arroyo Blanco, de la entonces provincia de Camagüey, en Cuba. Había emigrado a los Estados Unidos con sus ansíanos padres, de los cuales era responsable, huyendo del comunismo de Fidel Castro, el cual los despojó de todos sus bienes. El padre de Rosi había sido propietario de una finca donde criaba ganado cebú, y producía leche y carne. Su madre había sido ama de casa, Rosi era hija única. Antes de llegar Fidel Castro al poder, la vida de la familia Espinosa era placentera y feliz, con algunos lujos y con todas sus necesidades más que cubiertas, pertenecientes a una clase que les permitía disfrutar de una existencia desahogada y feliz; Rosi nunca sufrió carencias de ningún tipo.

Rosa María había terminado el bachillerato sin problemas académicos pero siempre bajo las presiones en que se encontraban los niños cubanos que no pertenecían a ninguna entidad gubernamental. Rosi no pudo entrar en la universidad porque nunca perteneció a la Asociación de Pioneros de Cuba, ni a la Juventud Comunista, requisitos indispensables para avanzar en Cuba, y sus padres tampoco formaron parte de los Comités de Defensa de la Revolución, ni su padre nunca fue Miliciano. En Cuba cuando uno no estaba integrado en el gobierno era considerado “contrarrevolucionario” y bautizado como “gusano”. A los gusanos se les perseguía y castigaba públicamente con manifestaciones de “repudio” por parte de la población “revolucionaria”, se les excluía del derecho a trabajar y constantemente los sometían a vejaciones y encarcelamientos acusándolos de enemigos del régimen.

La decisión de irse de Cuba la tomó Rosi cuando vio un día como unos malagradecidos y resentidos del pueblo se llevaban a su padre preso acusado de “contrarrevolucionario”, cosa que era completamente incierta. Su padre lo único que hizo toda su vida fue ayudar a las personas pobres de su pueblo y darles trabajo, pero ahora aquellos mismos a quienes ayudara se tornaban en su contra. Todo era parte de la nueva ola “revolucionaria” que instigaba a los vagos e incompetentes que nunca obtuvieron nada por si mismos a arrebatarle al ciudadano trabajador lo que había logrado con el esfuerzo de toda una vida. Al no verle solución a semejante problema, Rosi aplicó para obtener una visa Americana y venir a vivir a los Estados Unidos. Durante los tres años que tuvieron que esperar para salir fueron víctima de todo tipo de bajezas e insultos por parte de la crápula comunista que a través del miedo dominaba la población.

Cuando Rosi y sus padres llegaron a Miami, los enviaron a Washington D.C donde a través de una iglesia Episcopal les dieron albergue y le consiguieron un trabajo a Rosi limpiando casas. Fue allí donde Alejandra la conoció, ya que Rosi limpiaba la casa de una de sus amigas. Alejandra y Rosi congeniaron al instante de conocerse, Alejandra tenía siete meses de embarazo y le propuso a Rosi un empleo fijo como nana de su bebé. Rosi aceptó encantada y fue así como sin saberlo se convirtió en la única persona que velaría por Cristina después de la muerte de sus padres.

–Rosi, estos son mis nuevos amigos Alison y Will.–Le dijo Cristina cuando llegaron donde Rosi la esperaba.

–Mucho gusto en conocerlos.

–Igualmente Rosi. Si usted quiere para la próxima lección nosotros podemos llevar a Cristina.

–Muchas gracias, pero no es necesario, vivimos muy cerca de aquí.

–¿Cuándo quieres volver a reunirte con nosotros?

–Vamos a reunirnos mañana de nuevo, traigan toda su tarea y la hacemos aquí juntos. Los exámenes trimestrales son en 3 semanas y hay mucho que trabajar.

–De acuerdo, gracias y hasta mañana.

Rosi y Cristina empezaron a caminar hacia su apartamento en la calle 35 del Noroeste, justo frente al Instituto de Arte y diseño Corcoran, a solo unas cuatro cuadras de la escuela. La noche fría de fines de Octubre se colaba por debajo de sus largos abrigos, pero el cielo estaba despejado y la luna pintaba de plata la avenida Whitehaven haciendo el paseo agradable a pesar de la baja temperatura.

–Pensé que ibas a trabajar con dos jugadores de Football.

–Sí, eran dos, pero despedí a uno por impertinente.

–¿Qué? ¿Cómo pudiste hacer eso? Acuérdate que la soberbia es un sentimiento vacío que no lleva a nada productivo.

–No te preocupes, solo quise darle una lección. Si la aprendió, regresará mañana, si no, pues no valía la pena ayudarlo.

–Eso me sigue sonando a soberbia.

–No Rosi, confía en mí. Este chico es un muchacho que todo lo que tiene lo ha obtenido muy fácilmente, y ahora que quiere hacer algo por su propia cuenta no está dispuesto a trabajar duro por ello. Déjalo que lo piense un poco, si de verdad quiere progresar volverá mañana, ya lo veras.

–Mi niña, cuando te oigo hablar así con solo nueve años me asusto.

–Y hasta yo. Pero acuérdate que tengo casi diez…

Las dos se echaron a reír.

Rosi y Cristina eran felices, sobre todo estando solas sin la presencia de la madrastra haciéndoles la vida imposible. La susodicha se había ido justo después de la muerte de Juan Francisco y no había vuelto a aparecer. Las llamó diciéndoles que estaba en la Riviera Francesa. Ellas no le creyeron, sabían que ya Gavina no tenía dinero para esas extravagancias; solo Dios sabía dónde estaba.

3

Cuando Cristina salió de su última clase al día siguiente lo primero que vio fue al señor Anderson y a Paul que aparentemente la estaban esperando en el pasillo. Durante la jornada escolar no se había acordado de aquel muchacho insolente que tanto la molestó la noche anterior, pero ahora que lo vio se puso un poco nerviosa sin saber por qué.

–Cristina, tienes un minuto, Paul tiene algo que decirte.

Cristina se detuvo y levantando su vista se les quedó mirando desde sus cuatro pies, ocho pulgadas de estatura, deteniendo finalmente sus bellos ojos en los de Paul.

–Cristina, quiero que me disculpes por la manera con que me comporté contigo ayer.

Cristina se quedó en silencio esperando el resto. El tono de voz de Paul no era muy convincente.

–Quisiera que me admitieras de nuevo en tu grupo y me ayudaras.

Cristina no soltaba una palabra. Chiquitica y erguida parecía un pequeño David enfrentando a dos viles y malvados Goliat.

–Cristina, lo que Paul quiere decir es que siente mucho haberse comportado de la manera que lo hizo y que está dispuesto a hacer lo que tú digas. Veras, si tu no lo admites, no puede jugar el Viernes, hoy es Martes, tú dirás. Él es el quarterback del equipo, sin él sería muy difícil ganar. Tu estas muy interesada en que el equipo gane el campeonato este año. Si no lo ayudas, no podrá jugar y perderemos, así que tú dirás. No lo hagas por él, sino por el equipo. Si no lo ayudas y perdemos el campeonato la culpa será tuya, ¿Tú crees que puedas vivir con ese cargo de conciencia?

–Señor Anderson ¿Usted cree que yo soy una persona inteligente?

–Tú eres la niña más linda que yo he conocido en mi vida.

–Perdone, lo que yo le pregunté es que si usted cree que yo soy una persona inteligente.

Los muchachos que pasaban alrededor se iban quedando rezagados queriendo oír la conversación que se estaba desarrollando en el pasillo. Anderson inmediatamente se dio cuenta y dijo.

–¿Por qué no terminamos esta conversación en mi oficina?

–Señor Anderson, yo lo respeto como maestro de esta escuela y como una persona mayor, pero no crea que por eso puede intimidarme. Si el señor Gallagher quiere que yo lo ayude que me lo demuestre. Y usted, de ahora en adelante, si quiere algo de mí, déjemelo saber a través del director como lo hacen los demás profesores. Además quiero que esta misma tarde me devuelva el cuaderno que le di ayer. Puede dejarlo en la oficina del director.

En cuanto terminó de hablar se dio cuenta que una vez más la soberbia la había hecho actuar de aquel modo tan rudo y tan lejano a su verdadera personalidad. “Ay Dios mío, que falta me hace mi papá”, pensó sintiéndose un poco avergonzada por su comportamiento del día anterior. Pero lo dicho, dicho estaba, así que con la misma se dio la media vuelta y se fue dejándolos a los dos sin saber qué hacer. Anderson estaba rojo de la ira pero Paul tenía una sonrisa de oreja a oreja. Miren la chiquitica esta qué bien se defiende, pensó, me gusta la chavalita.

–Coach, yo que usted iba a buscar eso que ella le prestó y lo dejaba donde ella le dijo ahora mismo, con esta niña no se puede jugar.

–Es una malcriada, engreída. Maldita sea la hora en que le pedí ayuda. Y tú vete a ver como arreglas esto.–Le dijo y se fue maldiciendo por el pasillo.

Paul aprovechó para salir corriendo detrás de Cristina que ya salía del colegio en compañía de una señora.

–Cristina, dame un minuto por favor. Eso que hiciste con el coach fue genial, no porque seas una niña te dejas manipular de nadie, eres muy valiente para ser tan chiquitica. Perdona mis malacrianzas y mis desplantes, voy a hacer lo que me digas pero por favor admíteme en el grupo de nuevo, te lo ruego.

Cristina lo miró de arriba abajo y en el proceso se encontró con la mirada de Rosi que le decía, “La soberbia es mala consejera” o en otras palabras “Déjate de majaderías y ayuda al pobre muchacho”.

–Está bien, esta noche, en el mismo lugar y a la misma hora.

–Gracias Cristy, hasta la noche.

¿Cristy? Nunca nadie la había llamado así, le gustó el apodo pero no dijo nada, solo se dio la vuelta y empezó a caminar rumbo a la casa. Rosi se le quedó mirando, nunca antes había visto esa expresión en la cara de la niña. Esta, muy risueña se viró hacia donde Rosi y le dijo.

–Cuando yo sea grande me voy a casar con él.

Desde el primer día que Cristina vio jugar a Paul se había enamorado del adonis futbolista. Por su puesto, el amor de una niña de apenas cinco o seis años de edad que era lo que tenía cuando entró en este colegio, estaba lleno de fantasías y sueños inconcebibles para un adulto, pero ella no sabía nada de eso. Aunque muy madura para su edad, y con una gran inteligencia, vivir era una carrera profesional de la que nadie se podía graduar antes de tiempo y Cristina todavía tendría que poner sus años como cualquier otro ser humano para adquirir experiencia y obtener su diploma de adulto.

Rosi la cogió por la mano y se la llevó casi arrastras riéndose pero evitando que Cristina la viera.

–¿Por qué te ríes Rosi? ¿No me crees cuando digo que me voy a casar con él?

–Claro que te creo, pero de momento debemos dejar tu predicción de matrimonio como un secreto entre nosotras, todavía faltan muchos años para que eso suceda, y si se lo dices a este muchacho se va a llevar el susto de su vida.

–Yo no lo creo Rosi, viste como me miró, el también se enamoró de mí, lo que sucede es que todavía no lo sabe, pero ya verás que el tiempo me dará la razón. Está bien, no vamos a decírselo a nadie por ahora pero veras que ocurrirá.

Entre las risas y las bromas Rosi sintió un frio que le subió por la espalda y tuvo el presentimiento de que la vida de aquellos dos seres acababa de unirse para siempre y que el futuro vendría acompañado de nubes negras cargadas de miedo y misterio. Sin embargo al momento desechó el pensamiento como algo ridículo y completamente imposible. Como siempre la imaginación de Cristina la hacía decir cosas como aquellas, por muy inteligente que fuera era solo una niña de nueve años que no sabía nada de la vida.

 

♣♣♣

 

Cuando Cristina llegó al cuarto de estudio al día siguiente ya la estaban esperando Alison, Will y Paul. Sin entrar en explicaciones empezó a trabajar con ellos. Les explicó los problemas de matemáticas con los que tenían dificultad y les dio otros para practicar. Mientras ellos trabajaban ella leyó sus escritos para las clases de literatura y ciencias sociales, los corrigió y se los devolvió. Al final hicieron todas las tareas que tenían para el día siguiente hasta que terminaron alrededor de la 9 de la noche

–Cristy, eres un fenómeno. ¿A qué universidad piensas ir?–Le preguntó Paul, pero tanto Alison como Will se veían interesados

–Antes de contestarles quiero saber si pueden guardar mi respuesta en secreto.

Los tres se miraron entre ellos sonriendo, esta niña además de inteligente era comiquísima.

–Claro que te guardaremos el secreto.–Dijeron todos.

–Voy a ir a Harvard.

–Perfecto, ya no tengo que preocuparme de mi rendimiento académico porque te voy a tener a ti para que me ayudes.–Le respondió Paul. Cristina se le quedó mirando con una sonrisa entre suspicaz y pícara.

–Con una condición.

–Tú dirás.

–Quiero que seas mi compañero en el baile de graduación cuando ambos nos graduemos en Harvard, de aquí a unos seis años.

Los muchachos se echaron a reír; aquella niña era un encanto.

–Por supuesto que seré tu compañero en la fiesta de graduación.

Cristina abrió su gigante mochila y sacó de ella un papel que le extendió a Paul.

–Toma, este es el contrato, fírmalo.

Ahora sí que las carcajadas se oían en todo el recinto bibliotecario. Cristina por supuesto también reía, estaba encantada de ser tan popular entre estos muchachos grandes con los que nunca pensó poder conversar. Cuando diseñó el documento había dudado en enseñárselo a Paul, pero como su papá decía, “Si lo que deseas hacer no es ilegal, ni inmoral y no perjudicas a nadie, hazlo.”

–Cristy, nosotros también queremos ir a Harvard y estaríamos encantados si tu quisieras seguir siendo nuestra tutora. Estamos dispuesto a firmar donde tú quieras.–Le dijeron Will y Alison a Cristina muy sonrientes.

–No, ustedes no tienen que firmar nada. Si quieren de ahora en adelante pueden ser mis hermanos. Yo no tengo hermanos, ni padres, solo a Rosi.

–¿Y por qué yo no puedo ser tu hermano?–Le preguntó Paul.

Cristina pensó la respuesta antes de dársela. Era perfectamente legal y moral, además no perjudicaba a nadie, así que por qué no.

–Porque yo voy a casarme contigo cuando sea grande y uno no puede casarse con los hermanos.

–¿Y por qué quieres casarte conmigo?

–Porque tú eres el mejor quarterback que he visto en mi vida, siempre tiras la pelota con gran precisión y fuerza, por eso siempre ganamos los juegos, además eres muy lindo.

–Pues te diré que tienes muy buen gusto y acepto tu proposición de matrimonio ahora mismo. ¿Quieres que firme en algún lugar?

–No todavía no podemos firmar nada porque soy muy pequeña. De aquí a seis años todos estaremos en Cambridge, Massachusetts. Allí la ley me permite casarme a los 14 años sin consentimiento paternal y con solo dos testigos, y así lo voy a hacer. Ya lo investigué.

Las risas y carcajadas eran tantas que uno de los bibliotecarios tuvo que venir a decirles que hicieran silencio

–Cristy eres la niña más linda del mundo.–Le dijo Paul levantándose, cogiéndola en sus brazos y dándole dos sonados besos en las mejillas. Alison y Will también vinieron a abrazarla y darle besos. Cristina estaba feliz, nunca ningún muchacho de esa edad le había demostrado tanto cariño.

Cristina no tenía amiguitos niños como ella. En vida de su padre, él acaparaba todo su tiempo, el resto se lo dividían los profesores del colegio. Aunque su padre al principio se aseguraba de que la niña tuviera el tiempo suficiente para jugar y hacer las cosas apropiadas para su edad, eso se fue quedando a un lado a medida que Cristina crecía.

Cuando salieron de la biblioteca la niña aprovechó para presentarle a Rosi a su nuevo amigo.

–Rosi, este es Paul, del que te hable ayer.

–Mucho gusto en conocerlo, mi nombre es Rosi y yo soy la nana de Cristina.

–Rosi, eres muy afortunada de cuidar de una preciosura como esta.

–Sí, ya lo sé.

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