Cristina

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Al despedirse quedaron de reunirse al día siguiente en el mismo lugar y hora. Los nuevos amigos de Cristina estaban muy contentos con su joven tutora y Cristina estaba encantada con sus nuevos alumnos.

Trabajaron todos los días de la semana en la biblioteca, con la diferencia de que cuando Will, Alison y Paul llegaban a la casa se iban a dormir o a hacer cualquier otra cosa que los relajara, pero Cristina todavía tenía muchas cosas que hacer, así que se desvelaba hasta tarde para compensar las horas que le estaba dedicando a sus nuevos amigos futbolistas.

Llegado el viernes los profesores que tenían que reportar el progreso de Will y Paul lo hicieron sin ningún problema, estaban asombrados del cambio de actitud de los muchachos. Anderson devolvió los papeles a Cristina por mediación del director y nunca más habló de lo acontecido, sabía que tenía que darle las gracias a la niña por su labor con los jugadores, puesto que los demás que habían seguido su método por solo cuatro días también habían mostrado una gran mejoría y todos ellos se sentían muy orgullosos de sus logros, pero él nunca le dijo nada al respecto, se sentía avergonzado ante su propio comportamiento para con la niña y en su vacía cabeza que solo entendía de Football, no concebía pedirle disculpas a una chiquilla de diez años.

El viernes cuando sonó el timbre de salida, Paul y Will estaban esperando a Cristina en el pasillo que quedaba en frente de su última clase y le pidieron que viniera con ellos. La llevaron hasta la cafetería donde se encontraban los otros jugadores que estaban siguiendo su método de estudio y todos le dieron las gracias y le prometieron ganar el juego en su honor. Cristina estaba “en el país de la maravillas”, la felicidad se le salía por las orejas, la mochila parecía haber perdido peso y los saltos que pegaba cuando vio a Rosi y le empezó a contar lo acontecido llamaban la atención de todos los que estaban a su alrededor.

Como se lo habían prometido, esa noche el equipo de Football, de la Escuela Internacional de Washington derrotó a uno de los equipos más fuertes de la liga y todos celebraron el gran triunfo. En medio de tanta alegría nunca nadie hubiera podido profetizar lo que el futuro les tenía deparado a Cristina y sus nuevos compañeros.

Con cada día que pasaba, más se acercaban los nuevos amigos y más mejoraban las calificaciones de todos, Alison incluida. El equipo de Football, de la Escuela Internacional de Washington ganó el campeonato regional invicto y Cristina recibió como regalo la pelota que se usó en el último juego. Anderson estaba tan contento con el resultado de la temporada que se olvidó por completo del impase anterior con la niña y la declaró miembro honorable del equipo.

 

♣♣♣

 

En el último jueves de Noviembre, cuando se celebraba el día de Acción de Gracias, fecha extremadamente significativa para todo el país, Cristina y Rosi fueron invitadas a la cena familiar en casa de Will. Alison tenía que cenar con sus padres y el resto de su familia porque esa era la tradición, pero había prometido venir enseguida que pudiera zafarse de las garras de sus parientes.

La casa de los Smith estaba localizada en los suburbios de Columbia Hights, en el 2243 de la calle 13 del Noroeste, en Washington, DC. Dicha casa estaba clasificada por los expertos en arquitectura como un edificio de estilo Neoplatónico, género significativo de principios del siglo XX en América. El inmueble era una reliquia que compraron en ruinas los padres de Will y que restauraron hasta el punto de convertirla en un monumento nacional, resguardado por las leyes que regía el Instituto para la Preservación del Arte Estadounidense. Sus paredes eran de ladrillos rojos con ventanas azul pastel y techo del mismo color, desde donde salían dos torres delanteras teniendo incrustadas en ellas dos ventanas. La entrada se adornaba con un arco neoplatónico encima del cual se asomaba un balcón con ventanas a cada lado y puerta central. La edificación constaba con dos pisos, el sótano y el ático. Este último lo había arreglado su padre para que Will tuviera espacio y privacidad.

Los Smith pertenecían a la clase media trabajadora, su mamá empezó de maestra de escuela elemental y con los años había alcanzado el puesto de directora de dicho centro, y el papá empezó de cartero regular y subió hasta el puesto de Jefe Ejecutivo de su distrito postal. Los Smith tardaron siete años en tener a Will, que era único hijo, cosa rara en familias afroamericanas de esa época. La madre de Will había perdido varios embarazos antes de nacer Will y después de la llegada de este no quisieron tentar la suerte.

Los padres de Will le habían proporcionado a su único hijo una vida tranquila y sin necesidades, cosa que el muchacho agradecía constantemente. Cuando Will entró en la Escuela Internacional de Washington con una beca para jugar Football, hizo que sus padres se sintieran muy orgullosos y fue evidente que sus esfuerzos no habían sido en vano.

Aunque Will les había hablado a sus padres de Cristina muchas veces, estos todavía no la conocían personalmente y estaban muy contentos de tenerla de invitada, especialmente ante la gran mejoría que habían tenido las calificaciones del muchacho desde que Cristina lo ayudaba.

Cuando Rosi y Cristina llegaron en un taxi ya Will las estaba esperando afuera.

–Pensé que no llegaban.

–Nos fue difícil conseguir un taxi, hoy nadie está en la calle.

–Yo podía haber ido a buscarlas.

–No importa, ya estamos aquí, si quieres puedes llevarnos de regreso.

Entraron y Will hizo las presentaciones pertinente. La Familia Smith tenía muchos parientes y la casa estaba llena. Cristina se fue con Will para que le enseñara su ático y Rosi se quedó conversando en la sala con las señoras.

–Este es mi reino.–Le dijo Will a Cristina mostrándole un cuarto lleno de posters y artículos deportivos que colgaban del techo y de todas partes. Las paredes del cuarto estaban surcadas de ventanas y entre ellas, travesaños y recovecos donde yacían estantes para libros, trofeos deportivos y otros curiosos objetos que les daban un carácter único a la habitación. Cristina estaba fascinada.

–Tienes un cuarto precioso.

–Muchas gracias, está a tu disposición.

Cristina se mantuvo en silencio por unos minutos y luego se atrevió a decir

–Gracias por invitarnos Will, esta es la primera vez que paso el día de Acción de Gracias sin mi papá y… Bueno, me alegro de estar en familia.

–Claro que esta es tu familia. Yo soy tu hermano y estoy muy contento que estés con nosotros.

Siguieron conversando y al rato los llamaron para cenar. La comida, que estuvo exquisita, consistió en el tradicional pavo asado, acompañado con puré de calabaza y jalea de arándano. Cristina, como siempre, comió mucho más de lo que parecía físicamente posible para una personita de su tamaño, pero ya Will estaba acostumbrado a verla comer en el colegio y así se los informó a los demás en la mesa.

–No se preocupen que se vaya a reventar, ella aguanta eso y mucho más.

–Desde que nació es así..–Dijo Rosi tratando de justificar el apetito de la niña.

–Pero nunca se enferma ni sube de peso, es algo así como un milagro.

–Por lo que tenemos entendido su sola existencia es un milagro.–Dijo el padre de Will, después de lo cual se hizo un silencio molesto y largo; este enseguida se dio cuenta de que Cristina bajaba la cabeza avergonzada.

Aunque su padre le había dicho una y mil veces que ella era un persona normal, cada vez que oía comentarios como este no podía dejar de pensar en que ella era algo así como bicho raro y extraño, un error de la madre naturaleza, sobre todo para los demás que no sabían cómo pensaba y sentía. “Dios te dio dos grandes regalos hija mía, la inteligencia y la belleza. Durante tu niñez y adolescencia te será muy difícil sobrevivir con tus cualidades, pero una vez que llegues a una edad adulta las cosas mejoraran, ya lo veras”. Tenía que recurrir a estas lecciones que estaban en su memoria para poder seguir adelante.

–Eso lo dice porque no me conoce mejor, señor Smith, pero pregúntele a Will, soy una niña completamente normal.

–Te lo decía en forma de halago.

–Yo lo sé y se lo agradezco, pero si se pone a pensar, yo no he hecho nada para tener la inteligencia que tengo, a mi me la dieron mis padres a través de su genes, así que no puedo vanagloriarme de algo que no he ganado por mí misma. Mi trabajo consiste en saber emplear bien mis talentos para que mis padres, aun desde el cielo, puedan estar orgullosos de mí.

–Estoy seguro que lo están.

Una vez expuesta la peculiar existencia de Cristina, la velada continuó sin percances. Cuando ya habían terminado con el postre y estaban sirviendo el café, llegó Ali. Estaba muy linda, nunca la había visto vestida de una manera tan elegante. Ella fue directamente a donde estaban los padres de Will y luego de saludarlos con un beso, continuo haciendo lo mismo con el resto de la familia. Cuando terminó con ellos fue a donde estaba Cristina y le dio un besito, mientras lo hacía le dijo al oído

–Me alegro mucho de que estés con nosotros. Vine principalmente por ti.

–Gracias Ali, yo también estoy muy contenta de estar con ustedes.

4

Mientras tanto en la residencia Gallagher se sentaban a la mesa Agnes y Anthony Gallagher, padres de Paul, el abuelo Paul Anthony Gallagher, patriarca familiar, y su único nieto Paul. La mansión de los Gallagher se encontraba localizada a unas 30 millas del centro de la ciudad de Washington D.C., en al 334 de la avenida Garnett Dr, en la tradicional y afluente área de Bethesda, justo a las orillas del Kenwood Country Club, colindante con la carretera 190. Bethesda es la única región del estado de Maryland que no tiene definición geográfica en término de bordes o condados. Su nombre proviene de la Iglesia Presbiteriana de Bethesda fundada en 1820 la cual a su vez fue nombrada por el Manantial de Jerusalén en Bethesda, conocido en arameo como “Casa de Piedad”. El significado de su nombre ha perdido con los años no solo lo que se refiere a piedad sino también los laxos con la iglesia.

Entre los aproximadamente 55,000 habitantes del área se encontraban una gran cantidad de personas influyentes como Michelle Bachelet, quien fuera Presidente de Chile, John R. Botton, embajador de los Estados Unidos en la ONU y Secretario de Estado, John Glenn, astronauta y Senador, J.W. Marriot, Presidente de la cadena de hoteles Marriot, y muchos más que ratificaban la categoría del lugar.

Anthony Gallagher, padre de Paul, era Lobbyist en Washington D.C. El trabajo de estas personas consistía en representar intereses de industrias o entidades privadas ante el Congreso y el Senado Norte Americano, no oficialmente, sino a nivel particular. Los Lobbyists tenían una gran influencia ante los legisladores con los cuales gastaban una enorme cantidad dinero, tanto en sus campañas para reelección, como en regalos personales, en su afán de convencer a los políticos que hacían las leyes, que su punto de vista era el mejor. Por supuesto la idea que los Lobbyists tratan de vender a estos políticos es siempre la que hará incrementar los intereses de las industrias o grupos a quienes representan.

Anthony Gallagher no era un buen Lobbyist, pero su padre, el viejo Gallagher, no le había podido encontrar un lugar donde meterlo en su multinacional GALLCORP, así que se había conformado con mandarlo a Washington D.C, a él y a su esposa Agnes, y dejar que se divirtieran jugando a ser importantes lejos de sus intereses. El viejo Gallagher tenía todas sus esperanzas puestas en Paul como futuro dueño y señor de GALLCORP.

–Papa, tú empiezas, como siempre. –Le dijo Agnes al viejo Gallagher, ella era la única persona que podía irritarlo con su sola presencia hasta perder la compostura.

El comedor de la mansión Gallagher ocupaba una tercera parte del ala anterior de su primer piso, al que se llegaba por el salón principal de la entrada. Las paredes se vestían con paneles de roble ámbar–oscuro que a su vez se partían por moldes de una pulgada formando un conjunto de rectángulos alargados de cuyos centros colgaban costosas pinturas. Un exquisito candelabro de cristal Zwarovski colgaba en el centro de la colosal mesa de caoba estilo acordeón que sentaba holgadamente a doce personas. El juego de comedor del famoso diseñador John Seymour de Boston, que ahora descansaba sobre una alfombra Sultanabad hecha en Turquía, formaba el conjunto perfecto con la chimenea de mármol italiano que más que calentar, adornaba el lugar.

–Gracias Dios mío por darle sentido a mi vida con la presencia de mi único nieto Paul.–Dijo el viejo Gallagher. Esto era lo que el abuelo repetía todos los años, pensó Paul, desde que era muy pequeñito nunca le había oído dar gracias por otra cosa que no fuera él.

–Ahora tu Anthony.

Le indicó Agnes a su esposo.

–Gracias Dios mío por mi familia.

–Ahora tu Paul.

–Gracias Dios mío por la presencia de mi abuelo en mi vida.–Dijo Paul, sin mencionar a sus padres, cosa que pasó desapercibida únicamente para Agnes que solo escuchaba su propia voz.

–Ahora yo. Gracias Dios mío por todo lo que tengo, mi familia y mis bienes.

–No tienes que darle gracias a Dios por eso, sino a mí. –Le dijo el viejo Gallagher con una ironía que era ya inevitable cuando hablaba con su nuera. Esta nunca le gustó, pero con el pasar de los años se le hizo casi imposible tratarla, como único podía dirigirle la palabra era protegiéndose en una coraza de sarcasmo. Al principio le daba lástima con su hijo por haberse metido con semejante alimaña, pero la lastima se convirtió en aversión cuando se dio cuenta de lo débil y pusilánime que era su primogénito como para dejarse mangonear por una arpía como aquella. Anthony Gallagher era un monigote de su esposa y esto era algo que el viejo no podía resistir. Era por eso que se había hecho cargo de la educación de su nieto. Tenía grandes proyectos para su futuro y todos excluían a los ineptos padres.

La cena se desarrolló en absoluto silencio por parte de los comensales masculinos, y duró apenas unos 30 minutos durante los cuales solo se oyó la voz de Agnes elogiando la bajilla nueva de Lenox que había encargado para la ocasión, al mismo tiempo que criticaba la comida con su impertinente forma de hallarle falta a todo lo que hacían sus sirvientes. Al llegar la hora de los postres Paul se levantó y les dejó saber que se iba.

–¿Cómo que te vas? Esta es una ocasión familiar la cual no puedes abandonar.–Le dijo Agnes con su desagradable voz de bruja gritona.

–Le prometí a Will que iba a pasar por su casa.

–Otra vez con el maldito negro para arriba y para abajo.

Paul la miró como queriendo traspasarla con cuchillos afilados, pero una vez más pensó que no valía la pena. No le contestó, sino que se viró hacia donde estaba su abuelo sentado y le preguntó.

–¿Quieres venir conmigo Papa?

–Encantado.

–Anthony, como vas a dejar que tu hijo y tu padre se vayan, diles que se queden, hazles que se queden, ahora mismo.

Anthony miró a su esposa con cara de resignación y amargura pensando que no valía la pena responder, así que se levantó muy despacio y abandonó el comedor siempre llevando su copa de vino lleno hasta el tope en una mano y la botella de dicho brebaje en la otra.

–Paul, no puedes irte, no puedes dejarme sola en este día.

Paul y su abuelo salieron del recinto sin prestar atención a los gritos de Agnes.

–Yo tengo la esperanza que un día de estos mi padre se dé cuenta de la situación en que vive y se divorcie de mi madre.

–Yo perdí las esperanzas en cuanto a tu padre se refiere hace mucho tiempo.

Paul no respondió. Era verdad que su padre era una persona débil y que se dejaba manipular por su madre como un trapo, pero él sabía que bajo aquella figura de mentecato había un hombre de buenos sentimientos. Aunque a decir verdad él no sabía mucho acerca de su padre, este era callado, introvertido, y la mayoría de las veces estaba ebrio, y Paul no se acordaba de haber tenido una conversación con él que durara más de 10 minutos. Lo que no entendía era como no había dejado a su madre ya, qué lo ataba a aquella mujer vacía y desagradable era un misterio que nadie podía entender.

Anthony si lo sabía, pero su hijo nunca se lo preguntó. Su matrimonio había sido un fracaso porque él nunca debió casarse con una mujer que no quería, pero cuando Agnes se embarazó, el viejo lo había hecho casarse diciéndole, “Aunque sea por una vez en tu vida, afrontaras tu responsabilidad”. Anthony resintió la manera con que su padre lo trató en aquel entonces; su desquite consistió en mantener a Agnes en la familia para hacerle ver al viejo que el error había sido de él, no de Anthony.

Paul y el abuelo subieron a la limosina y Paul le dio la dirección al chofer.

–¿Cómo van las cosas con los estudios de Will?

–Muy bien, de seguro le darán la beca para que pueda ir a Harvard conmigo. Mis calificaciones también están muy bien, la verdad era que quería hacerte ese regalo para navidad pero no me lo puedo callar por tanto tiempo.

–Me alegra mucho lo que me dices. Yo ya estaba haciendo trámites para que ambos entraran, pero si pueden hacerlo por ustedes mismo, mucho mejor. ¿Están estudiando mucho?

–Más que eso, tenemos una tutora que es una maravilla.

–Y ya le echaste el ojo…

Le preguntó su abuelo en tono zalamero. Paul tenía fama de Don Juan en el colegio, las chicas se lo peleaban y consideraban un deber aguantarle todas sus majaderías de adonis futbolístico con tal de pasearse de su brazo en los terrenos del colegio. Pero Paul no les daba el gusto, aunque salía con todas, no se ataba a ninguna ni dejaba que se exhibieran con él. De hecho él solo las necesitaba para una cosa…

–No, no, es una niña de apenas 10 años, es un genio. Hoy la vas a conocer, ella esta cenando con los Smith. Es un encanto de criatura, ya verás.

–¿Cómo es eso de que tiene 10 años?

–Pronto los cumplirá, pero como ya te dije, es un genio, de verdad, tiene un coeficiente intelectual incalculable. Ella también irá a Harvard, solo que ella tomará muchos más cursos que yo y hará varias licenciaturas y doctorados a la vez. Será Médico y Abogado.

El abuelo Gallagher no recordaba nunca haber oído a su nieto hablar tan entusiasmadamente de nadie, y se dijo que esta niña tendría que ser en verdad alguien muy especial. Sin saber por qué tuvo la intuición de que esta niña cambiaría la vida de Paul, pero no dijo nada. Había aprendido a guardarse sus corazonadas que en la mayoría de las veces no lo defraudaban. Esta vez sin embargo sintió un temor que no pudo explicar. Sin duda la vejez estaba empezando a hacer sus estragos en su forma de pensar y calcular el futuro.

El chofer de los Gallagher tomó la carretera 190 Sur que se convertía en la avenida Wisconsin, llego a la avenida Massachusetts e hizo una izquierda yendo en sentido Sureste, de ahí llegó hasta el círculo Sheridan que hoy parecía desierto. Desde allí tomó la avenida Florida hacia el Norte hasta llegar a la calle 13 donde hizo otra izquierda. En apenas 20 minutos llegaron a casa de Will, las calles de la capital estaban vacías, todos estaban celebrando el día de Acción de Gracias. Paul llamó a Will por su teléfono móvil para avisarle que ya estaban llegando. Cuando la limosina se detuvo ya Will estaba en la acera con Alison y con Cristina.

–Al fin llegas, ya casi no queda pastel de arándano.

–No protestes y saluda a mi abuelo.

–Como está señor Gallagher, muchas gracias por venir.

–No, gracias a ti por invitarme.

Alison se adelantó y le dio un beso en la mejilla.

–Hola Papa, gracias por venir.

–El gusto es mío querida. ¿Y esta personita quién es?–Dijo el abuelo Gallagher inclinándose delante de Cristina.

–Yo soy Cristina.

–Ah, qué bien, tu eres la niña que ha hecho que Paul y Will mejoren sus calificaciones en tan poco tiempo.

–No exactamente. Yo les he sugerido que hacer, y ellos lo han hecho, el mérito es todo de ellos.

–La humildad es una virtud, sin embargo en tu caso tiene que ser muy difícil, me dicen que eres muy inteligente.

–Sí, quizás, pero yo no puedo adjudicarme esa virtud, yo nací así, en todo caso mis padres fueron los que me dieron la carga genética que tengo, o quizás fue Dios, no lo sé, lo que si se es que yo no tengo nada que ver con eso.

–Pues yo creo que tienes todo el mérito del mundo y desde ahora, si me lo permites, quisiera ser tu amigo, puedes llamarme Papa.

–Gracias Papa. Tú eres el abuelo de Paul ¿Verdad? Pues algún día serás mi abuelo también porque cuando yo sea grande me voy a casar con él.

–Me parece una excelente idea, yo siempre quise tener una nieta.

–Si quieres no tienes que esperar, yo puedo ser tu nieta desde ahora mismo. Will y Alison son mis hermanos.

–Ya veo. Pues, encantado de ser tu abuelo.

Todos entraron a la casa riéndose a carcajadas pero disimulando al máximo sus sonrisas para no ofender a Cristina. Los padres de Will ya conocían al viejo Gallagher. Will y Paul se hicieron amigos al momento de conocerse y después de tres años jugando juntos eran inseparables. El abuelo Gallagher nunca se perdió un juego en el que jugara su nieto. Los padres de Paul solo asistían cuando se anunciaba la presencia de alguien importante de la sociedad capitalina. Los padres de Will sin embargo siempre estaban allí para admirar y animar a su hijo.

5

Una fría y constante llovizna que oscurecía el cielo madrileño de Noviembre avisaba la llegada del invierno español. Adentro, en el elegante y aristocrático edificio del siglo XIX, en la calle Zurbano, número 84, la humedad antigua de la dinastía de los Habsburgo, peleaba por sobrevivir frente a la fuerza de los calentadores modernos que se habían instalado en el viejo inmueble años después de su fabricación.

La familia Malpaso ocupaba un piso que abarcaba la quinta planta completa. Era una construcción vieja pero sólida, que mantenía el linaje del Madrid de otros tiempos, los que muchos conocían como el Madrid de los Asturias. Durante el reinado de Carlos I, el monarca se dio a la tarea de embellecer la ciudad con edificios y palacios renacentistas, pero en verdad fue Felipe II quien convirtió a Madrid en la capital de España, y quien hizo de ella una de las capitales más significativas de Europa. Este edificio era de esa época de belleza imperial que se fue para nunca más volver.

–¿Qué vas a hacer por fin con tu hijastra?

Le preguntó Ignacia Rebote a su hija Gavina. Ambas tomaban una copa después de la cena en el salón de estar del hogar madrileño.

Gavina no le contestó. La madre estaba acostumbrada a que la ignorara, pero insistió.

–¿Le vas a poder sacar algún dinero?

–No lo creo. Las becas que ha conseguido tienen un gran valor en dólares pero yo nunca veré un centavo de ese dinero. Todo estará repartido entre el precio de su matrícula, los libros, la vivienda y su manutención. Además, creo que le han dado un trabajo a la criada para que pueda cuidar de ella, no lo entiendo bien. Ya sabes cómo son los norteamericanos, hacen todo al revés de nosotros.

–¿Por qué no la traes para acá? Quizás aquí puedas sacar algo de ella.

–No, aquí no hay dinero para fenómenos como ella. Además tendría que darle albergue y comida y yo no estoy para esos quehaceres. Déjala que se quede por allá, al menos no me va a costar nada.

–¿Qué vas a hacer con la casa de Washington?

–Esa casa pertenece a la embajada, con muebles y todo. Los libros de Juan Francisco los quería la chiquilla, pero como yo no tenía donde metérmelos, los empacaron y los guardaron en la embajada para cuando la muy mojigata los pueda reclamar.

–¿Entonces no hay nada más de valor que puedas utilizar para vender?

–Nada más. La pensión es una miseria y para colmo la tengo que compartir con la piruja esa.

–¿Y qué piensas hacer?

–Me voy a quedar aquí, de momento, hasta ver que resuelvo.

–Tu padre y yo no estamos en condiciones de mantener una persona con tus gustos, por mucho que queramos estirar los euros.

–Ay no empieces con tu cantaleta de miseria mamá, no pienso quedarme aquí más de lo necesario, a mi esta pocilga me da asco.

Ignacia no le contestó, los desplantes de su hija Gavina eran notorios, sobre todo con sus padres a los que nunca respetó. La culpa la había tenido ella misma por haberla criado del modo desenfrenado y pretencioso como lo hizo. Su esposo se lo advirtió muchas veces pero ella nunca lo escuchó.

Gavina se levantó y fue a servirse otra copa de brandy. Caminó hasta la ventana que daba a la calle Zurbano y se puso a escuchar desde el balcón entreabierto los ruidos del Bar Rio Tormes, que quedaba justo al lado de la puerta de entrada al edificio donde vivían sus padres. Cuantas veces había tenido que cruzar por la acera delante del cochino bar con sus amigas de la secundaria que se reían del lugar donde vivía. Cuanto odiaba los infelices que venían a tomarse una caña o un tinto al humilde establecimiento. ¿Por qué su padre nunca se mudó de semejante realengo?

Pensó en los trabajos y escaseces que pasó con su primer marido, un “escritorucho” del diario ABC, con salario de repartidor de periódico, del que se enamoró como una idiota creyendo en las promesas de su cándido pretendiente que predecía premios y novelas que los llevarían hasta las más altas cimas de la literatura contemporánea española. Cuando quedó viuda y enterró los sueños en el mismo ataúd de su esposo, juró nunca más ser pobre. Sin perder tiempo en una viudez miserable y ridícula se inscribió en un curso para azafata que ofrecía la aerolínea Iberia, y una vez terminado este, pasó a trabajar para la compañía española, donde meses después conoció al apuesto diplomático Quiroga que viajaba frecuentemente en primera clase de Washington a Madrid.

En los poco meses que duró su noviazgo y su matrimonio vivió como una dama de la aristocracia madrileña, pero no pudo engañar a nadie en el círculo de amistades de su esposo, para ellos seguía siendo la azafata joven, bonita y pobre que trató de salir de su hueco pescando un cuarentón con futuro.

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