Cristal

Cristal


46. Renacer

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Sintió una brutal sacudida en cada fibra de su ser y se llevó las manos a la garganta. Algo había cambiado. Tosió con fuerza. Era una sensación extraña. Estaba de rodillas sobre algo húmedo, e incluso aquello le pareció agradable. Llevaba tanto tiempo sin sentir el contacto de algo que no fuera la fría piedra convertida en meras ilusiones...

Veía borroso, sus ojos no terminaban de acostumbrarse a aquella luz. Sintió algo que ni siquiera en esos ochenta años en la nada había sido capaz de simular: corría una suave brisa. Sus pulmones habían perdido la costumbre de llenarse de aire. Cuando se dio cuenta de que las dificultades que tenía al respirar eran por eso se sintió algo más relajada.

Al cabo de unos minutos volvió a la normalidad. Se echó el pelo, que le ocultaba la cara, agachada, hacia atrás y alzó la vista hacia el cielo. Era azul, de un azul oscuro, intenso, pero real. Estaba salpicado por nubes que ocultaban, a ratos, las estrellas. Era una noche sin luna, oscura, fría, en la que el fresco helaba los huesos. Sin embargo, a Cristal se le antojó la noche más luminosa y cálida de toda su vida.

Se puso en pie y cerró los ojos al tiempo que sentía las briznas de hierba bajo las plantas de sus pies. Sin pensarlo demasiado, se quitó la túnica que llevaba puesta y dejó que el viento acariciara sus hombros desnudos. Respiró, tomándose su tiempo, y parpadeó varias veces para poder admirar el paisaje.

No había demasiado, unos cuantos árboles, quizá en medio de un bosque. El resto estaba demasiado lejos y oculto por las ramas del follaje como para Cristal pudiera verlo.

―¿Sienta bien el aire fresco, verdad?

Cristal se volvió hacia el hada, dispuesta a darle una simpática contestación, pero enseguida recordó que se estaba olvidando de que había sido ella quien la había encerrado en aquel horrible lugar, y el hecho de que la hubiera sacado no cambiaba nada.

―¿Y bien, qué pasará ahora? ―Le preguntó, con frialdad.

―Ven, tienes que conocer a la persona que te quiere en sus planes.

Cristal no protestó, sabía que sería inútil. Su esencia, alma o como quisiera que se llamara ya no le pertenecía. Volvió a ponerse la túnica y caminó a través del bosque y, poco a poco, su cuerpo fue acostumbrándose al nuevo ambiente. Llegaron frente a una gran casa de piedra. Los centinelas que vigilaban la puerta las miraron de arriba abajo, sobre todo a Cristal. Al hada del infierno parecieron no prestarle demasiada atención, por lo que Cristal dedujo que no se encontraban en la Tierra.

Pasó a través de los pasillos guiada por el hada. En uno de ellos, la pared estaba adornada por un espejo. No pudo evitarlo, no sabía si el reflejo que había estado viendo hasta entonces lo había alterado su imaginación, y se aproximó para ver su aspecto.

Se acercó arrastrando sus pies por las baldosas. El pelo le llegaba hasta la cintura, era largo, sedoso, fino y de un color indefinible. Entre castaño oscuro y castaño claro, pero con destellos que lo hacían indescriptible. Con el peso, tan solo tenía ondulada la última parte de su larga melena, desde la mitad de la espalda hasta las puntas.

Tenía los ojos algo extraños, pero lo atribuyó a que no los podía abrir del todo intentando acostumbrarse a la realidad. Estaba más delgada y más pálida. Su collar verde esmeralda, engastado en cuatro aristas de plata, resplandecía en su pecho.

Al percatarse de que el hada la esperaba, dejó el espejo atrás y se encaminó de nuevo hacia ella.

Por cada pasillo que cruzaban, los sirvientes y guardias la observaban con detenimiento y curiosidad. Pero no le molestó. Poco a poco se dio cuenta de que algo había cambiado en ella, la percepción de la gente era diferente. Además de verlos, oírlos, y sentirlos había algo más, algo en su cabeza...

Tanto tiempo allí dentro, en la nada, debía de haberla vuelto loca. Así que hizo lo posible por no pensar en ello.

Se pararon frente a una gran puerta, y el hada la abrió con ceremoniosidad, mirando a Cristal antes que al interior, seguramente para ver su reacción. Sin embargo, y a pesar de lo que vio, no dejó que sus emociones se reflejaran en su rostro. Entró en la sala acompañada por el hada y caminó hasta que se detuvo frente a ella, frente a Cheo, la mujer que había jugado con su vida y la de su familia.

Se lo temía desde hacía tiempo, pero no había querido pensar en ello, era en lo único en lo que no había pensado. Todo lo que sucedió el día en el que descubrió quién era su hermano pasó demasiado deprisa, sin que tuviera tiempo para procesar la información.

―Cheo. ―Murmuró.

―Bienvenida Cristal, no has cambiado mucho.

Nada más decir aquello Cristal alteró su expresión. Fue como si dentro de ella estallara algo muy fuerte y poderoso que había estado dormido. Quizá fuera ira, odio, rabia por todo lo que le había hecho pasar... Pero detrás de aquello surgía una nueva sensación, aún más intensa y poderosa, algo que había notado desde que se había cruzado con la primera persona allí dentro. Era como si, además de sus cinco sentidos de siempre, poseyera uno más. Hasta ese momento no había sido capaz de describirlo, pero fue al escucharla hablar cuando la sacudida se hizo más aguda.

Se llevó la mano a la cabeza, como si temiera que se le fuera a desprender del resto del cuerpo.

―¿Ya lo sientes? ―Volvió a hablar Cheo y, tras sus palabras, experimentó una especie de eco que murmuraba cosas parecidas y que al escucharlas, todas a la vez, no comprendía. ―Veo que esos ochenta años han causado efecto en ti.

<<Ochenta... ochenta... años dentro, objetivo... objetivo... mi objetivo... casi cumplido. Satisfacción, ochenta años... yo gano... estás desconcertada... bien, Ochenta... ochenta han sido muchos y suficientes...>>. Repetía un eco constante, incansable y sin sentido. Y entonces escuchó más ecos, con diferentes voces.

<<¿Quién es esa... esa... esa... extraña?, es una cría, ¡qué bella... bella...!>>.

<<Ganas de que termine este día, cielos, ¡qué tarde es...! tarde... quizá, este trabajo... no debería haberlo cogido... cogido... trabajo... Cheo... ¿Quién es esa?>>

<<¿Qué le pasa... pasa...pasa... por qué se lleva las manos... manos a la cabeza?>>

Cristal se alarmó y miró a todos los rincones de la habitación, buscando los dueños de las voces. Pero las voces no eran físicas, las escuchaba dentro de su cabeza.

―¿Qué me has hecho?― Sollozó, cayendo al suelo de rodillas y abriendo los ojos como platos.

―Te he hecho una de las criaturas más poderosas de las seis realidades, no me lo agradezcas. ―Le sonrió Cheo con malicia. Levaba puesto un larguísimo vestido, y el pelo recogido en un moño alto del que resbalaban un par de tirabuzones. Se levantó de una especie de trono en el que había estado sentada hasta entonces y caminó hasta la joven. ―Es normal tu reacción, ahora te asustas porque no eres capaz de controlar las voces. ―Se agachó y le agarró de la barbilla para hacerle levantar el rostro. ―Dentro de un par de horas, serás capaz de asociar las voces a las personas de las que provienen y, entonces, el resto solo será cuestión de práctica, muchacha.

Dio media vuelta y le hizo un gesto al hada para que se la llevara de allí.

―¡Espera! Necesito respuestas.

―Dentro de un par de horas hablaremos. ―Contestó ella sin ni siquiera girarse.

Se incorporó intentando recobrar la compostura, y siguió de nuevo al hada. Si había sido capaz de esperar respuestas durante ochenta años, lo sería también durante un par de horas. Llegaron hasta una habitación, la habitación que según le explicó la criatura sería su cuarto en el palacio.

Era amplia, tenía un baño, una gran cama, y unas bonitas ventanas por las que se podía ver el jardín. Incluso tenía una pequeña sección que podría usar para las comidas y las cenas.

Estuvo allí hasta que volvió a buscarla. Abrió los armarios con curiosidad, y descubrió dentro de uno de ellos algo que le partió el alma. Era su traje de Guerrera Esmeralda y sus armas. No sabía qué hacían ahí, pero no le importó, se despojó de su ajado atuendo y se vistió con el uniforme que tanta ilusión y orgullo le había proporcionado.

Como había predicho Cheo, poco a poco fue aprendiendo a controlar las voces que, de vez en cuando, cada vez que alguien pasaba por delante de su puerta, iba escuchando. Comprendió que esas voces eran los pensamientos de la gente. Ya era mentalista, no una iniciada en aquel arte, sino una consagrada. Por una parte se sintió feliz de haberlo logrado, pero también se daba cuenta de que lo había conseguido encerrada en ese horrible lugar. Y que si era mentalista solo era porque estaba en los planes de Cheo ¿por qué sino haberla encerrado allí?

De vuelta al salón principal fue fijándose en las voces que le llegaban, y descubrió que no era una tarea tan difícil controlarlas a todas.

―Voy a ser clara. ―Le informó con su voz melosa. ―Tú tienes que servirme. El plan es que te infiltres en la corte, que estreches relaciones con sus miembros, cosa que no te será difícil con tu título de Liánn. Y, después, matar a los miembros de la corte; así de simple.

―¿Para qué quieres que los mate?

―Porque ellos son los que gobiernan Deresclya. Hay mucha gente que piensa como yo, vampiros y humanos. Y tengo un ejército de considerables dimensiones preparado para luchar, pero necesito más gente. Si eres tú, una Liánn, quien mata a los miembros de la corte en nombre de la libertad de Deresclya, muchos te seguirán. El pueblo ama a tu familia.

―Te lo pregunté una vez, y te lo preguntaré de nuevo ¿Qué te hace pensar que te ayudaré?

Cheo hizo un gesto con la mano, y dos centinelas avanzaron agarrando por los brazos a un muchacho. Por un momento temió que se tratara de Luca, pero enseguida se dio cuenta de que no. Y aunque le hubiera gustado verle, prefería que no fuera así.

Se trataba de un joven algo mayor que ella, de pelo un tanto largo del mismo color que el suyo, y de una mirada igual de verde. Cristal sonrió.

―¿Hielo? ¿Crees que voy a matar a miembros de la corte por él? ―Sonrió divertida.

Cheo volvió a ponerse en pie y caminó con parsimonia hasta ella.

―Sé que es un farol. ―Les hizo un gesto a los guardias y uno de ellos apuntó con su espada al cuello del muchacho. Hielo intentó liberarse de ellos, pero otros dos soldados acudieron junto a sus compañeros y lograron retenerlo frente a la espada.

―Si no accedes a hacer el trato, lo mataré.

―No pienso matar a nadie por ese miserable, y menos en nombre de los Liánn. ―Contestó, con decisión.

Cheo volvió a sonreír enseñando todos sus dientes perfectamente blancos, y movió la cabeza de un lado a otro. Hizo un gesto a uno de sus hombres y este golpeó al muchacho con fuerza en las costillas. Cristal siguió sin inmutarse, cruzó sus brazos ante el pecho y sonrió apenas un poco, como si disfrutara del espectáculo.

―Mátalo. ―La animó burlona. Si se concentraba en los pensamientos de la mujer podía incluso llegar a adivinar que ni siquiera ella tenía claro si merecería la pena matarlo o no. Cristal se aprovechó de esa ventaja y, tras tantear un rato sus pensamientos, acabó comprobando que no tenía pensado quitarle la vida al joven. Era demasiado valioso para ella. También era un Liánn. ―Es una lástima que en realidad no quieras matarlo, yo lo habría hecho encantada.

―No me tientes, mocosa. Con una simple orden puedo acabar con su vida.

Cristal se acercó, sin miedo, a ella y pasó de largo para acercarse al grupo de soldados que retenía a su hermano.

―No, sé que no lo quieres matar. ―Se volvió hacia ella y se atrevió a dirigirle una mirada amenazadora. ―Gracias a ti. ―Comentó con regocijo. ―Ahora puedo leer la mente, ¿recuerdas? Me has convertido en una de las criaturas más poderosas de las seis realidades. ―A medida que pronunciaba cada palabra un coraje que antes había estado oculto y una rabia indescriptible crecían dentro de ella e iban saliendo a la luz. ―Sin embargo, ¡yo sí que quiero matarlo! ―Tras gritar aquello se giró de nuevo hacia Hielo y, con una habilidad que ella misma desconocía, desenvainó la espada de uno de los guardias. La empuñó con firmeza y no le tembló la mano cuando atravesó a su hermano con ella. En el último momento, alguien, intentando retenerla y movido por los gritos de la mujer, la agarró por los hombros y, al desequilibrarse, no acertó a apuñalarlo en un lugar mortal.

Sacó la espada de su cuerpo y se disponía a volver a clavársela cuando todos los soldados de la sala se abalanzaron sobre ella. Esquivó a los primeros con facilidad y no le costó quitarles la vida. Dio una vuelta sobre sí misma para no dejar al descubierto su espalda, y haciendo uso de todo lo que había aprendido aquellos largos años recluida en esa horrible prisión, se enfrentó a todos los que osaban atacarla, con saña.

En el caos de la batalla, Hielo, herido en el costado, logró deshacerse de los guardias. Dejó inconsciente a uno de un fuerte codazo en la frente y le robó la espada a otro de ellos. Sin hacer caso de las órdenes desesperadas de Cheo, que le gritaba que se quedase en su sitio, se abrió paso con una rabia ciega hacia Cristal, que mataba a todos los soldados que le salían al paso.

Cheo seguía gritando intentando detener a ambos hermanos. Sin embargo, ninguno le prestaba la más mínima atención. Estaban concentrados en sembrar un campo de cadáveres en su salón para llegar el uno hasta el otro, para matarse mutuamente.

Cada vez que se deshacía de un guardia aparecía otro más, y cuando alzaba la cabeza para ver dónde se encontraba Hielo, lo encontraba en su misma situación. Odiaba con toda su alma a aquel joven. Cheo había llegado a pensar que solo por tener su misma sangre, podría tenerle un mínimo de afecto, pero estaba muy equivocada. Hielo era un vampiro que mataba vampiros, mataba inocentes, estaba cegado por su ignorancia, y lo peor de todo era que se sentía orgulloso de lo que era. Cristal le odiaba por ello y le odiaba sobre todo por no haber nadado aquel terrible día, el día de la competición. Si lo hubiera hecho, todo habría sido diferente. Decidió que debía morir.

Consiguió dejar atrás al grupo que intentaba abatirla, y comenzó a matar a los que intentaban reducir a su hermano. Hielo también luchó con más fuerza, y estaban a punto de llegar el uno hasta el otro cuando algo que cortó el aire los empujó hacia atrás.

Fue una sacudida que los desplazó varios metros. El impacto fue considerable. Cristal intentó serenarse y volver a enfocar la vista tratando de averiguar qué había pasado. Si no hubiera estado tan inmersa en la pelea quizá se habría percatado de la presencia de aquel recién llegado que pretendía detenerlos a los dos haciendo uso de sus poderes con la magia.

Para cuando quiso ponerse en pie, varios guardias la sujetaban de pies y manos, impidiendo que se moviera. La habían desarmado, y se maldijo por no haber cogido las armas que estaban junto a su traje. Intentó deshacerse de ellos, como lo intentó Hielo, pero fue inútil.

―¡Lleváoslos de aquí! ―Gritó Cheo fuera de sí. ―A Hielo a la habitación más alejada de la de Cristal. Poned vigilancia en sus puertas, no quiero que puedan pensar si quiera el uno en matar al otro sin que yo me entere. ¡Vamos, lleváoslos de aquí y limpiad todo este desastre!

Arrastraron a Cristal, que pataleaba, a través de los pasillos. Y cuando Cheo ya se había sentado en su trono, suspirando, crispada, la joven volvió a irrumpir en la estancia fuera de sí. Había conseguido liberarse de los soldados y buscaba a Hielo. Cheo gritó con rabia ante su persistencia, y tras una sonora orden un rayó volvió a atravesar el aire. Y aquella vez la hizo caer al suelo, sin sentido.

Al despertar, se encontró con que estaba de pie, encadenada a la pared, sin opción a moverse. Alzó la cabeza y se encontró con la mujer. Nada más verla, Cristal sintió la necesidad imperiosa de escupirle en la cara, pero tenía la boca reseca.

―Que no hayan sido capaces de reducirte mis hombres solo puede significar dos cosas: o que son extremadamente incompetentes, o que tus años encerrada han merecido la pena. En parte me alegro del espectáculo de antes, así he comprobado que me serás útil.

―No pienso ayudarte, ya has visto que Hielo no me da ninguna pena.

―Sí, me he dado cuenta. Pensaba que, después de haber estado tanto tiempo encerrada, y sabiendo que él lo había estado también, sentirías compasión...

―Ni la más mínima. ―Respondió ella, cortante.

―No importa. Hiciste un trato: tu vida a cambio de la de Luca... Puedes romperlo cuando quieras, nadie te retiene. Pero ya sabes lo que ocurrirá si haces eso... ―Cheo rió con malicia, había acertado. ―Bien, no creas que soy tan mezquina, una vez terminada tu parte del trato, volverás con los tuyos y te dejaré en paz; a ti y a toda tu familia, para siempre.

―¿Y cuándo se supone que acabo? ―preguntó, con un tono esperanzado en su voz.

―Cuando no haya nadie que quiera hacerme frente, y no quede nadie que ose contradecir mi palabra.

―Después de hacerte con el poder de la corte. O cuando mueras... ―Adivinó.

―Exacto. Pero si muero a manos tuyas o del bando en el que esté Luca... aunque tu vida y la suya dejen de pertenecerme, tus recuerdos desaparecerán por competo, ¿entiendes? No recordarás absolutamente nada, te olvidarás incluso de tu nombre, olvidarás los rostros de toda la gente a la que conoces. ―Hizo una pausa ¿lo aceptas, pues?

Cristal pensó en lo que tendría que hacer. Aquella gente le caía mal, pero no le gustaba la idea de matar a nadie inocente. Sin embargo, si no lo hacía Luca moriría o, peor aún, lo encerrarían en la horrible prisión en la que había estado ella.

―Sí.

―Has hecho bien. ―Con un gesto de su mano derecha llamó al hada, que entró cantarina, en la estancia.

―No sentirás nada. ―Le aseguró acercándose a ella con el leve tintineo de sus alas.

―¿Qué me va a hacer? ―Dijo, dirigiéndose a Cheo.

―Va a hacer que cumplas tu tarea con más facilidad. Tienes demasiados escrúpulos, y va a hacer que desaparezcan. Como ya sabrás, es especialista en hacer olvidar cosas a la gente. A ti te hará olvidar todos tus sentimientos hasta ahora.

―¡Espera, espera! ―Gritó, alarmada. ―Cumpliré con mi parte del trato, pero conservando todos mis recuerdos.

―Tranquila, recordarás todo, incluso los sentimientos, pero no los entenderás. ―Le dijo el hada.

―¡No! ―Se revolvió en sus cadenas, pero sabía que era en vano.

―Si no accedes, entonces el trato se romperá. ―Le advirtió Cheo.

―¿No volveré a sentir nada?

―Claro que sí, podrás volver a sentir. Y, cuando termine el trato, se te devolverán tus recuerdos. Pero si me fallas, no solo será la capacidad de entender tus sentimientos lo que se borrará en ti, se borrará toda tu memoria.

Cristal asintió. No le gustaba demasiado la idea, pero no tenía más remedio. Quería con locura a aquellos que siempre la habían protegido, y no podía fallarles. <<Un poco más>> Se dijo a sí misma. Ya había aguantado mucho en esa travesía y podría aguantar más si sabía que al final del camino le esperaban los suyos.

Cerró los ojos cuando vio que una luz la envolvía y, de pronto, sintió como si algo dentro de ella se cortara, un hilo tal vez, un puente entre dos partes de su vida. Quiso gritar, salir huyendo de allí. Sabía que iba a perder algo muy importante para ella, pero, cuando se dio cuenta de lo que había pasado, ya no le importó.

Abrió los ojos lentamente. Con una expresión que no mostraba enfado, ni alegría, ni miedo. Simplemente era una expresión neutra.

Cristal había muerto, la Asesina de Escarcha había nacido. Yo había nacido.

 

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