Cristal

Cristal


47. Fin del espectáculo

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Fue así como perdí mis sentimientos, al perder la capacidad de entenderlos; estaban ahí, pero no significaban nada para mí. Perdí la capacidad de entender lo que sentía. De ser una adorable Guerrera Esmeralda, con una causa para luchar y orgullo por mi patria, pasé a ser una fría asesina que mataba para no aburrirse.

Después de ese día, ya conocéis la historia. Aprendí en un par de meses a controlar mejor mis poderes, y durante veinte años hice todos y cada uno de los encargos que Cheo me pidió, empezando por el de la corte.

No fue muy difícil. Simplemente escribí una carta dando explicaciones por mi ausencia durante tanto tiempo y pedí que, por motivos confidenciales, no revelaran que yo acudiría a la ciudad. Por el momento, no me convenía que nadie más lo supiera. Les comenté que me gustaría estrechar la relación con ellos, y a los pocos días recibí su contestación. Estarían encantados de recibirme.

Empecé los preparativos, un baúl con varios vestidos y con armas ocultas. Contraté un carruaje, y revisé mis modales. Al llegar, me recibieron como si de una reina me tratara. No podía estar mejor. Me dieron alojamiento en una de las habitaciones más grandes del palacio y estuve atendida en todo momento. Aquella misma noche escogí uno de los vestidos más bonitos que tenía. Uno azul que resaltaba mis ojos, y caía suavemente desde los hombros, formando ondas semejantes a los tirabuzones del cabello. Me puse zapatos de tacón. Después de ochenta años practicando ya sabía andar con ellos. Me maquillé a conciencia, sin pasarme, para conservar mi belleza natural, pero resaltando mis puntos fuertes.

Cuando mi aspecto era el de una princesita de cuento, y mi pelo resbalaba por mis hombros perfectamente cuidado y suave, me dispuse a unirme a la cena. Hablé más de lo normal, fui extremadamente amable y como contaba con la ventaja de que podía saber lo que pensaba cada uno... Me aproveché de ello y decía solo lo que todos querían escuchar. Al cabo de un par de horas tenía a todo el mundo en el bolsillo.

Ocurrió algo extraño aquella noche, algo a lo que no le di demasiada importancia. Sentí que alguien se dirigía hacia mí en la pista de baile. Sin embargo, estaba demasiado lejos como para verle y saber quién era o leerle la mente. Dos guardias salieron de pronto de su habitual pose indiferente y lo prendieron. Lo sacaron de allí arrastras, pude escuchar el jaleo que armó. Gracias a eso, escudriñando entre la multitud, reconocí a algunos que ya había visto la última vez que había estado allí, cuando Cristal había estado allí. Y un rato antes de que acabara la velada vi a un conocido, Gairel.

Decidí empezar por ahí. Caminé hasta él con aires elegantes y le saludé. Tardó en reconocerme, pero cuando pronuncié el apellido de Liánn se le iluminaron los ojos. Pareció que incluso tenía que controlarse para disimular su alegría.

―Buenas noches, ¿te acuerdas de mí? Cristal de Liánn.

―Oh, claro. Oí que visitarías la corte, pero no sabía cuándo. Si no es una impertinencia... me gustaría preguntarte dónde has estado todo este tiempo.

―Bueno... ―Leí en su mente cuánta curiosidad tenía y lo ansioso que estaba por descubrirlo. ―He estado realizando un largo viaje en el que me he estado formando.

―¿Formando para qué? ―Me preguntó él, sonriente.

―Para empezar a formar parte de la sociedad de la corte, por supuesto. ―Le dije tras unos minutos para captar qué era lo que él quería escuchar.

A pesar de ser exactamente la respuesta que mejor englobaba sus deseos, se mostró sorprendido.

―Desconocía que se requiriera preparación para ello. Pero bueno, ¿y ha servido de algo tu largo viaje?

―Oh, claro que sí. ―Respondí, cogiendo una copa que me servía el camarero en una bandeja. ―¿Y qué tal estás tú? ¿Cómo está tu familia?

Antes de que respondiera, yo ya conocía su respuesta. Su tío era entonces miembro de la corte vampírica, uno de los siete. Seguí hablando durante un rato con él, escuchando todo lo que me contaba con atención y grabando en mi mente hasta el último detalle.

Cuando la gente empezó a retirarse, nosotros decidimos abandonar la fiesta también. Me acompañó hasta mis aposentos y nada más cerrar la puerta sonreí. Entrar en aquel mundo no me sería demasiado difícil. Tenía a Gairel en el bote.

Mi objetivo era matar a los siete miembros uno por uno, llamando la atención, pero de forma que en el proceso nadie se percatara de que era yo quien los mataba. Llegado el momento, yo misma se lo revelaría. Como para entonces estaría totalmente unida al pueblo y la alta sociedad vampírica, si había desempeñado bien mi papel, no tendrían más remedio que seguirme. La cosa era agarrarme a un cabo, a uno que me llevara directamente hasta la corte, y ese cabo era Gairel.

No necesité más que un mes para conocer a su tío. Un hombre serio, siempre peinado hacia atrás y luciendo trajes de gala. No entendía por qué todo el mundo le tenía tanto respeto. Bien, imponía, parecía fuerte y poderoso; pero seguía sin entender por qué sabiendo que cualquiera de una familia noble podría llegar hasta allí, tenían a alguien así en tanta consideración. Yo misma podría haber sido una de las siete y estaba segura de que, si eso llegaba a ocurrir, en ese momento sería a mí a quien guardarían respeto. Incluso a Gairel o a cualquier otro que ocupase ese puesto. Las caras no importaban, solo los apellidos y los cargos.

Como había previsto, no me costó demasiado llegar a la corte. Simplemente me dejé arrastrar por los siete pasos. A ellos les interesaba que formara parte de ella, porque así el pueblo estaría más contento. Los de Liánn siempre habían sido magnánimos y caritativos. Las personas de a pie les tenían mucho aprecio porque ya conocían a mi abuela como miembro de la corte.

Además, por mis venas corría una de las sangres más nobles de toda Deresclya, y tener a alguien así aumentaba el poder de la corte considerablemente. Tuve que matar a menos personas de las que me esperaba porque, al dar los siete pasos, uno de los miembros de la corte sufrió “un accidente” en el que yo no tuve nada que ver y dio la casualidad de que estaba dispuesta a ocupar su cargo.

Una vez dentro, con tan solo seis miembros a los que matar, y con la estrecha relación que tenía con el sobrino de uno de ellos, lo único que me quedaba era dar muerte al resto. Desde que empezara a matar al primero hasta que matara al último tendrían que transcurrir menos de tres días, porque ese era el tiempo legal en el que se decidía el sucesor del miembro muerto o retirado. Tenía que acabar con todos antes de que nadie tuviera tiempo de sustituirlos, para quedarme yo con el poder absoluto.

Durante el tiempo en el que estuve en la corte me comuniqué con mi emperatriz mediante cartas que los mensajeros le hacían llegar. Ella me decía cómo comportarme, qué debía hacer en cada momento. Pero cuando descubrió que lo tenía todo bajo control, me dio más libertad, hasta tal punto que llegué a hacerme cargo de todo yo sola.

Le escribía contándole todos los detalles. Aproveché ese periodo también para formar más mi mente como mentalista. Mi trabajo se convirtió en averiguar quiénes estarían a favor del cambio que proponía la emperatriz y quiénes, por el contrario, se opondrían. Además, tenía que hacerlo por medio de preguntas sutiles para que no sospecharan nada. A los que se oponían, los iría matando.

Cuando lo tuve todo previsto, convencí a los miembros de la corte para que dieran un discurso en una de las plazas del pueblo. Así, según mi opinión, se acercarían más a su gente. Declaré que me encargaría de organizarlo todo, y que no tendrían nada de qué preocuparse.

Me ocupé de que colocaran siete despachos tras el escenario en el que darían la charla, y le asigné uno a cada miembro de la corte. Sus ayudantes prepararon discursos para ellos. Todo estaba tan bien preparado que, cuando llegó el día, no estuve nada nerviosa por mi primer encargo como sicario.

Había leído en las mentes de todos los miembros. Existía uno especialmente desconfiado cuya mente me costaba más sondear. Aunque eso era lo de menos, no era rival mental para mí.

Transcurrió bastante tiempo desde que hice el trato con la emperatriz hasta el día del discurso, unos dos años. Me había convertido en el tema de cotilleo de toda Deresclya y, para entonces, todos los vampiros sabían de mí. Sin embargo, no había visto a ninguno de los que habían sido los amigos de la antigua Cristal. En ese tiempo, tampoco vi en persona a la emperatriz. No podría asegurarlo, pero tenía la sospecha de que ella se encargaba de que no asistieran a actos públicos como ese para que no nos encontráramos.

Para seguir ganándome la confianza de la gente, me interné entre el público mientras los últimos miembros de la corte ultimaban sus discursos en los despachos. Estábamos en una plaza grande. En medio de ella se encontraba la plataforma sobre la que habían improvisado un atril y detrás los estudios habilitados para la corte. Todo estaba plagado de guardias y agentes. Muchos de ellos estaban al servicio de Cheo, de incógnito.

Saludé a los pueblerinos, me interesé por sus vidas, fui una magnífica anfitriona. Cuando ya me había mezclado con la gente, alguien se puso a gritar. Los guardias se lo llevaron de allí. No pude saber de quién se trataba. Intenté acercarme a él para escuchar lo que decía y descubrir qué exigía. Pero llegué tarde, y uno de los guardias, servidor de Cheo por cierto, me recomendó que no me adentrara más entre la multitud y que volviera a la plataforma.

Como el resto de mis compañeros ya habían aparecido, acepté su consejo, y volví a ocupar mi puesto. Cuando todo el mundo estuvo callado, todos empezamos a recitar las palabras que tan cuidadosamente habían sido elegidas para que las leyésemos. Yo estaba totalmente concentrada, ajena a lo que pasaba a mi alrededor, pero muy consciente de lo que realmente era importante en esos momentos: las mentes.

Rompí los papeles que debía leer delante del público y con eso conseguí captar su atención. Di un golpe en la mesa y me puse de pie.

Sonreí, ya estaba en mi poder la mente de uno de los miembros del consejo, no me había costado demasiado manipularlo. Había pensado en manejar la de los otros seis, pero siendo él el más débil, comprendí que tan solo tenía que controlarlo a él para que hiciera el trabajo sucio por mí.

―Me gustaría salirme del protocolo para deciros unas palabras, a vosotros, al pueblo, porque nada de lo que hemos dicho antes os importaba en realidad. Vivimos en una sociedad en la el pueblo cree que tiene palabra, pero en realidad no somos más que siete miembros que gobiernan todo un mundo.

<<¡Vivimos atrasados, señores y señoras!>> Grité. <<Conocemos un mundo en el que, con menos capacidades, viven peor que aquí. Sin embargo, nosotros tenemos el poder para llevarles la luz, y aprender de ellos a la vez. Nuestra sociedad mejoraría, cogeríamos lo bueno de su cultura y la mezclaríamos con lo bueno de la nuestra sin cambiar las buenas tradiciones. Pero nosotros vivimos bien, la gente de la corte no quiere cambios, y el pueblo no sabe que esos cambios podrían existir. ¿Por qué? Porque nunca ha interesado que se sepan>>.

Entonces, empezó el espectáculo. Hice que el miembro del consejo al que controlaba se pusiera también de pie e interrumpiera mi discurso. Las caras de sorpresa del resto de los miembros eran reales. Lo que le iba a obligar a decir no quedaría fuera de lugar.

―¿Qué es esto señorita de Liánn? Sabíamos que tenía ideas progresistas, y que defendía al pueblo, pero esto sobrepasa su autoridad. No tiene derecho a revelar nada.

El público empezó a hablar, no sabían qué ocurría.

Entonces comenzó una disputa verbal entre el miembro de la corte que se había puesto en pie y yo. Aunque en realidad, era solo yo la que discutía, porque todas y cada una de las palabras que salían de su boca las controlaba yo.

Hice que las cosas se pusieran muy feas en poco tiempo, le hice decir cosas horribles sobre el pueblo. Él defendía los privilegios de la nobleza, y yo declaraba que esos privilegios podrían seguir conservándose si hacíamos un cambio e intentábamos aprender de ese mundo que estaba peor que el nuestro.

El resto de los miembros de la corte callaron. Aunque estuvieran de acuerdo con mi oponente no podían decirlo, porque entonces pondrían a todo el público en su contra. Estaban en un aprieto. No podían defenderme, porque eso sería como firmar públicamente que accedían a realizar esos cambios de los que se hablaban. Y tampoco podían hacerme callar, porque entonces se ganarían la antipatía de todo el mundo.

Yo no declaré que ese mundo del que hablaba era la Tierra, y tampoco di más explicaciones. Yo solo había prendido la mecha, que la pólvora estallara era cuestión de tiempo. La gente no se quedaría de brazos cruzados, querría saber, querría descubrir qué era eso que se podía hacer para vivir mejor. Además, la chispa de la rebeldía había estallado en ellos en el momento en el que el miembro al que controlaba había salido en mi contra y había expresado su sentimiento de superioridad frente a la gente de a pie.

Me dirigí hacia el resto de los representantes del consejo, y los puse entre la espada y la pared.

―¿Vosotros qué me decís? ¿No creéis que el pueblo se merezca algo mejor?

Pude leer en sus mentes la rabia que sentían, incluso algunos la mostraban en sus rostros, pero no podían dejar que nadie más la apreciara.

―Estamos de acuerdo, de Liánn. ―Se atrevió a mentir uno de ellos. ―Sin embargo, no creo que este sea el momento para discutir algo así.

―¿No le parece que la conducta de nuestro compañero es inapropiada? ―Dije, dirigiéndome hacia el que había hablado para que su respuesta dejara claro que estaba de mi parte.

―Sí, totalmente inapropiada. ―Reconoció a duras penas.

Entonces, el miembro al que manipulaba insistió en que debía hablar con ellos, sin que estuviera yo delante, en uno de los despachos, para hacerles entrar en razón. Para que no resultara tan sospechoso, volví a discutir, en un tono de voz que permitiera que todo el pueblo pudiera entender que yo quería estar presente en la súbita reunión. Pero los otros cinco integrantes, que querían silenciarme y darle la razón a su compañero, tampoco querían que yo estuviese presente. Si no fueran a morir.... después de esa reunión me sustituirían inmediatamente. Mis palabras eran peligrosas, pero lo que no sabían era que al aceptar hablar con su compañero a solas, estaban firmando sus sentencias de muerte.

Me dejaron sola ante el público, y yo seguí incentivando las almas revolucionarias de los espectadores. Los pobres no sabían dónde se metían al vitorear mis gritos. No podían adivinar que en unos años estarían sumidos en la oscuridad de una guerra que ellos mismos aceptaban al aplaudir mis palabras.

Entonces hice que todos los oyentes callaran, y yo me tomé unos segundos para retomar mi monólogo. Sin embargo, aprovechando el silencio, hice que el espectáculo continuara y se escucharon cinco disparos consecutivos. Mucha gente no conocía las armas de fuego. Sin embrago, no era extraño que una persona de semejante riqueza poseyera una, por lo que no me pareció una mala idea que el verdugo de mi plan la usara.

Acto seguido, salió de los despachos el hombre al que manipulaba, con la camisa salpicada de sangre. Estaba fuera de sí, con los ojos desorbitados. Los que entendieron lo que pasaba se llevaron las manos a la cabeza, turbados. Yo me di la vuelta hacia él y di un par de pasos hacia atrás, fingiendo preocupación.

Él avanzó con el arma en alto. Balbuceando cosas como: “ Tú tienes la culpa, ahora habrá que cambiar...“ Los guardias reaccionaron a tiempo y acudieron a prenderle. El, en un último intento por conservar la dignidad, y ante su inminente arresto, se quitó la vida dándose un tiro en la cabeza.

Yo grité y caí al suelo, fingiendo conmoción.

Fin del espectáculo.

 

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