Cristal

Cristal


30. Heridas

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Despertó. Por fin lo hizo, pero no sabía distinguir si seguía en uno de sus sueños o estaba consciente. Sentía las sábanas de una cama sobre su piel, su dolorida piel... Le dolía, pero menos que días atrás. Sabía que la estaban sedando, ¿por qué si no, no podía despertar y no sentía ninguna de sus articulaciones?

En ocasiones, podía ver entrar y salir gente de la habitación, pero no era capaz de decir nada. Estaba inmersa en una especie de sopor que no la dejaba pensar con claridad. Se sentía lejos de allí, en otro lugar, muy lejos de todo el mundo...

Aquel día, la despertó el dolor. Sentía dolor y se sentía extraña. Abrió los ojos y vio en una silla junto a ella a alguien que velaba su sueño. Intentó enfocar la imagen que tenía ante ella pero no lograba distinguir con claridad sus rasgos. Descubrió una cabellera de mechones castaños casi rubios y una sonrisa risueña.

―Luca... ―Logró musitar. Pero los somníferos parecían empezar a hacer efecto, y volvió a caer rendida.

Después de aquella prueba, tuvo tiempo para pensar en Luca. En los momentos en los que vagaba entre los límites del sueño y la consciencia podía recordar instantes que había pasado con él. Incluso llegaba a preguntarse y a imaginar cómo le habría ido con la natación.

Varios días después, sin ser consciente del tiempo que había transcurrido ya, despertó por completo. Vio dormido en una silla a Angelo y decidió llamarlo. Se aclaró la voz, que después de tanto tiempo no sabía si sería capaz de utilizar.

―Angelo. ―Murmuró, pero él no contestaba. ―Angelo. ―Volvió a repetir aquella vez más alto. ―¡Angelo! ―Gritó. Pero llamó más la atención de lo que pretendía y Andrea se precipitó en la habitación abriendo sin miramientos la puerta de golpe. Pasó al lado de su hermano y lo despertó de una colleja, sin ni siquiera mirarlo. Este dio un respingo en su asiento y pareció sorprenderse.

―¿En qué estabas pensando, eh? ¡Dime, en qué estabas pensando! ―Gritó, haciendo amago de agarrarla por los hombros. Pero, en el último momento, se arrepintió y no llegó a zarandearla.

―¿He pasado la prueba?

―Cómo puedes ser tan... tan...

―Imprudente. ―Intervino Angelo.

―¿Desde cuándo está en tu vocabulario la palabra imprudente, señor juicioso? ―Contraataco ella con sorna.

―Basta. Angelo tiene razón, fuiste una insensata, estuviste a punto de... de... ―No se atrevía a finalizar la frase, pero no hizo falta, ella lo entendió a la perfección.

―Lo siento. ―Dijo mordiéndose los labios al ver que estaba realmente enfadado.

―Sé que no te arrepientes, maldita sea. ¿Cómo pudiste hacer algo así, eh?

Sacudió la cabeza y dio media vuelta, dejándolos solos en la habitación.

Angelo bostezó y se sentó a su lado. Cristal hizo esfuerzos por incorporarse. Entonces se dio cuenta de que llevaba la zona del estómago vendada, y levantó las sábanas para ver el estado de su pierna izquierda, que le dolía. No pudo ver nada, también la tenía vendada.

―¿Cuánto tiempo he estado dormida?

―Una semana y dos días.

―Oh, cielos. Más de una semana sin ducharme, debo oler fatal. ―Bromeó ella al ver que Angelo estaba bastante serio.

―Pues sí, pero el olor de tu sangre lo tapa bastante. Vi la prueba, ¿realmente estabas cuerda cuando decidiste repetirla solo para conseguir graduarte?

―¿Graduarme...? ¡¿Me he graduado?! ―Gritó ella, emocionada. Angelo asintió. ―¡Soy una Sombra del Plenilunio, soy una Sombra del Plenilunio! ―repitió, sin podérselo creer. ―¿Te han dicho para qué he sido seleccionada, cuál será mi trabajo?

Angelo sonrió con picardía, pero no le contestó. Cristal insistió.

―Vamos, dímelo.

―¿Tú qué crees que serás? Andrea se llevó una sorpresa, creía que seguirías su camino... pero, en realidad, pareció alegrarse.

―¿No seré una protectora? ¿Trabajaré investigando en el sistema de la Tierra?

―No, ninguna de las dos cosas. ―Dijo él, dejando llevarse por la ilusión.

Cristal hizo ademán de aplaudir, pero su estado no se lo permitió. Por cada articulación que movía sentía como si mil agujas se clavaran en su piel.

―Guerrera Esmeralda. ―Susurró, despacio, como si saboreara cada sonido antes de que saliera de sus labios.

―Sí, Guerrera Esmeralda. Asesina de verdugos. ¿No es increíble?

―Sí... ―Repitió Cristal, entusiasmada. Después de hablar durante un rato más se atrevió a preguntar lo que llevaba rondándole bastante tiempo la cabeza. ―¿Luca... está aquí?

―¿Luca?... Ah, el otro día dijiste su nombre.

―Lo vi en esa silla, justo ahí.

―Era yo. ―Angelo arqueó una ceja, divertido. ―Sé que Luca y yo somos muy parecidos. La gente nos suele confundir, sobre todo los que no nos conocen y también las jóvenes moribundas alocadas y atolondradas.

―¿Eras tú? Vaya... ―Se quedó absorta en sus pensamientos durante unos segundos. ―No importa. ¿Dónde estamos?

―En un hospital de la ciudad de las cavernas. Andrea dijo que si al recuperar el conocimiento estabas medianamente bien, volveríamos a la villa ese mismo día.

―Bien, tengo ganas de verles a todos.

―Estas algo chiflada, pero eres encantadora. ―Le dijo Angelo, poniéndose en pie y revolviéndole el pelo.

―Eh, no te vayas. Llevo nueve días sin hablar con nadie, ¿y pretendes dejarme aquí, sola?

―Necesitas descansar; y si no te dejo, Andrea me matará.

―Siempre pones a Andrea de excusa.

―Hasta ahora me funcionaba. ―Rió él. ―No, en serio, le tengo miedo. ¿Has visto cómo me ha pegado antes?

Cristal le devolvió la sonrisa y le hizo caso. Dejó que se fuera y volvió a recostarse en la cama. Al día siguiente debían partir. Por primera vez después de la prueba, volvió a ponerse en pie. Le costó bastante, teniendo en cuenta que no disponía de la agilidad que le gustaría y que su pierna izquierda, el costado y el hombro derecho estaban en un estado bastante lamentable. Ni siquiera podía usar una forma de apoyo, porque para eso necesitaba hacer con el brazo una fuerza con la que no contaba.

Andrea no dijo nada las primeras horas del viaje. Angelo no dejaba de reírse de su estado, y Cristal intentaba callarlo para que no le recordase a su hermano nada acerca de la prueba.

Aquella mañana se había duchado y para ello había tenido que quitarse las vendas. Tenía las heridas mejor de lo que las recordaba. Incluso la herida de la pierna había mejorado. Los sanitarios le aseguraron que no le quedarían marcas pero, aún así, no le gustaba verse en ese estado.

La herida del estómago ya era otra cosa. Gracias a las técnicas vampíricas, se le había cerrado por los bordes, aunque seguía estando abierta por el centro, y cuando se movía mucho le tiraba y tenía que detenerse por miedo a que se le volviese a abrir del todo. Tenía la zona de las costillas amoratada, y el hombro, a pesar de que superficialmente lo tenía bien, le costaba moverlo. Los rasguños y las pequeñas heridas desaparecieron mientras estaba sedada. Sin embargo, en las manos y en la cara todavía conservaba muestras de la dura prueba que había librado.

Tenía que llevar las palmas de las manos vendadas, para que no se infectaran las heridas. Y en la sien aún conservaba un par de golpes amoratados que, poco a poco, iban desapareciendo.

A mitad de camino intentó dormirse apoyando las piernas sobre Angelo, pero después de tanto tiempo sentada los músculos se le habían resentido y no pudo pegar ojo.

Andrea la miraba con una media sonrisa en la cara, mientras ella cambiaba una y otra vez de postura y Angelo se quejaba de las patadas que le daba.

―Lo hiciste bien. ―Le dijo de pronto. ―Pero esas no eran las formas. ―Añadió cuando la vio sonreír.

―Si esperaba más tiempo y pedía permiso no me habrían dejado repetirlo. ―Replicó ella.

―Y con razón. ―Sacudió la cabeza, pero enseguida volvió a sonreír. ―Aunque yo habría hecho lo mismo.

―¡Andrea! Que Alina decía que tú tenías que decirle que hizo mal. ―Saltó Angelo.

―Lo he intentado, pero qué se le va a hacer, no puedo criticarla por algo que yo también habría hecho. Te he enseñado bien.

Cristal sonrió, halagada, y siguieron hablando de la prueba durante el resto del viaje. De vez en cuando le daban pequeños mareos, de los que los sanitarios ya le habían alertado, y que eran debidos a los golpes recibidos en la cabeza y a la pérdida de sangre. No se preocupó demasiado. Al llegar a la villa, lo primero que hizo fue darse un baño de espuma, y después se acostó. Angelo le prometió que le ayudaría a deshacer las maletas al día siguiente, y durmió tranquila después de haber estado dos años sin descansar en aquella cama.

Por la mañana, se instaló con la ayuda de Angelo. Y por la tarde decidieron bajar a la ciudad.

Como todos los viernes, terminaron hacia las siete. Fue el último en salir del agua, sus compañeros se habían reunido y charlaban animadamente. Todos excepto uno. Él siempre estaba solo, no hablaba con nadie a menos que fuera necesario y, sin embargo, era el capitán, el responsable cuando no estaba el entrenador, lo que ocurría muy pocas veces.

Se acercó a ellos mientras se quitaba el gorro y se revolvía el pelo.

―¿Qué pasa? ―Les preguntó Luca sonriente.

―Que tenemos una nueva espectadora. ―Le contestó uno de ellos.

Los viernes solía ir más gente de lo normal, no era extraño ver caras nuevas entre el público. Muchos de los deportistas que entrenaban en aquel polideportivo solían quedarse en las gradas a mirar durante un rato, el viernes era un día de gran ajetreo.

―Todos los viernes tenemos nuevas espectadoras. ―Contestó, sin entender a qué venía todo aquel alboroto. Pero pronto lo entendió; en cuanto la vio entre el público. Destacaba entre la gente que estaba en las gradas, era muy guapa. Estaba distraída con el joven que la acompañaba, y pudo aprovechar para quedarse mirándola unos segundos más y asegurarse de que estaba viendo bien.

No siguió hablando con sus compañeros, se apresuró y fue a cambiarse a los vestuarios. Lo hizo más rápido que nunca, se cargó su bolsa de entrenar al hombro y salió disparado hacia las gradas. Pero ya no estaban allí y supuso que habrían ido hasta la salida.

El primero en percatarse de su presencia fue el joven que la acompañaba, Angelo. Llamó la atención de la joven que estaba junto a él y esta acabó por verlo. Mientras avanzaba hacia ellos pensó en qué debía decir, cómo debía reaccionar, pero estaba bloqueado.

―Hola Luca. ―Le dijo Cristal, sonriente.

―¿Qué...qué estáis haciendo aquí?

―Hemos venido a verte. ―Le contestó su hermano.

―Pero... ¿Habéis vuelto a la villa? ¿Desde cuándo...?

―Desde que la loca esta consiguió graduarse.

―Vaya, al final lo conseguiste, ¿eh?

Cristal sonrió, no sabía qué decir.

―¿Salimos fuera? ―Propuso Angelo, cortando el silencio.

Luca les comentó que ya había sido seleccionado para formar parte del equipo regional, y dentro de él estaba haciendo grandes progresos. Según él, no tan rápido como la primera vez que se interesó por ese deporte, porque en aquellos tiempos había gente más preparada y era más difícil abrirse paso entre los mejores.

Luca se dio cuenta enseguida de sus magulladuras en la cara y de que cojeaba de una pierna, pero no se atrevió a comentárselo hasta que se quedaron solos. Fueron a la heladería favorita de Angelo, que después de comerse sus habituales cuatro helados, se retiró al servicio; entonces aprovechó para preguntarle.

―¿Qué te ha pasado? ¿Ha sido en la academia?

―Sí, en la prueba de graduación. Hice todos los exámenes a la perfección y, al final, metí la pata... Por suerte, conseguí superarla.

―No lo simplifiques tanto, sé que Andrea y Angelo tuvieron que ir a buscarte porque te habías dado un fuerte golpe en la cabeza. ―Siguió él, preocupado.

―Bueno, eso fue la primera vez, me recuperé enseguida.

―¿Hubo más de una vez? ―Preguntó, sorprendido.

―Dos. Hubo dos veces. ―Respondió, sonriente. Hacía mucho que no le veía, y estaba disfrutando de poder hablar con él con esa naturalidad. De pronto, Luca se quedó mirándola con sus preciosos ojos azules, sin decir nada, y Cristal tuvo que apartar la mirada.

―Siento no haber ido. ―Soltó de pronto, en medio del silencio. ―Quería visitarte pero... No encontraba ocasión, y esperaba a que llegara el verano para verte, pero tú ya no pasabas los veranos en la villa...

―¿No encontrabas la ocasión? ¿Demasiadas competiciones? ―Le preguntó Cristal, tranquila, sin rencor, sin pretender echárselo en cara. Pero esas palabras hirieron en lo más profundo a Luca.

―¿Estás enfadada?

―¡No, claro que no! ―Se sorprendió ella por su pregunta. ―No importa que no hayas venido, tampoco ha sido tanto tiempo...

―Dos años.

Volvió a hacerse un incómodo silencio. Luca la miraba, arrepentido, y Cristal no sabía cómo reaccionar. Lo pasado, pasado estaba y no se sentía resentida o molesta con él. En ese momento llegó Angelo del baño, más oportuno que nunca, y empezó a hablar sin parar, salvándolos de aquel silencio.

Volvieron a la casa y Luca se fue a su habitación. Normalmente solía acostarse y dormir; dormir para, al día siguiente, poder entrenar. Pero no le apetecía en absoluto entrenar. ¿Qué diablos hacía entrenando un sábado? No era obligatorio, de hecho lo hacía por su cuenta.

Decidió que ese fin de semana no entrenaría; así que, un rato después de haber llegado, salió de su habitación y se dirigió a la de Cristal. Su mano se quedó a pocos centímetros de tocar la puerta. ¿Qué estaba haciendo allí? Ni siquiera había planeado ir a buscarla... De pronto, cayó en la cuenta de que hacía dos años que no hacía eso. Desde que ella se había hartado y se había marchado. Había pasado tanto tiempo... y, sin embargo, seguía siendo una necesidad para él pasar todo el tiempo que pudiera con ella.

Dio unos pasos a un lado y se dejó caer contra la pared. Cayó en la cuenta de que había estado obsesionado con la natación. No hacía nada más que nadar y entrenar para nadar. Desde que Cristal se había ido no había tenido motivos para buscar tiempo libre para él, y había seguido nadando y nadando, sin pararse a pensar siquiera por qué Cristal lo había dejado.

En su momento, había decidido seguir adelante. Al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser un romance de adolescentes, en unos años la olvidaría. Pero no lo había hecho, porque ni siquiera había tenido tiempo para hacerlo.

Y ahora que se daba cuenta y quería hacer algo que no fuera entrenar, no tenía a nadie. Sus amigos... había perdido el contacto con ellos hacía años. Su hermana Lia se había mudado. Andrea tenía un trabajo, algo por lo que luchar y ya no estaba allí. Anthony y Alina... ellos ya tenían todo lo que querían en la vida, apenas pasaban tiempo en la casa, seguían sus vidas viajando por el mundo. Y Angelo, Angelo disfrutaba yendo de fiesta en fiesta, nunca se cansaba. Le gustaba vivir a lo grande, vivir al límite. Él pensaba que vida solo había una y que en ella había que probarlo todo y vivirlo todo. Todas las personas a las que conocía tenían algo, algo que las hacía felices, y todas ellas tenían una vida. ¿Dónde estaba la suya?

Involuntariamente, giró la cabeza hacia la puerta tras la que estaba Cristal y sacudió la cabeza, deprimido de pronto. Volvió a su cuarto y se asomó a la ventana. Había estado tan absorto con la natación que se había olvidado de todo lo demás, de todos los demás... Quería evitarlo, hacerse una vida fuera de aquel deporte, pero había perdido dos años de su vida, dejando escapar a la gente a la que quería.

Algo le hizo girar la cabeza, y entonces vio en la ventana de al lado a Cristal, sentada sobre el alfeizar, con las piernas colgando fuera de la ventana, sonriente, tranquila. Enseguida se percató de su presencia y le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.

No lo pensó demasiado, la ventana no estaba muy lejos de la suya, pasó un pie al otro lado del alfeizar y se deslizó por la ventana, caminando por uno de los salientes que adornaban la fachada.

Al verlo llegar, Cristal se echó a un lado y dejó que subiera hasta su ventana y se sentara a su lado.

―Es tarde, ¿sabes? ―Le dijo con aspecto apacible.

―Por eso he venido a decirte que hagas el favor de dormirte.

Ella rió su broma y se retiró un mechón de pelo de la cara.

―¿Recuerdas ese sitio al que íbamos antes? ¿El del lago?

―Sí, era precioso.

―Mañana tenía pensado ir, ¿quieres acompañarme?

No tardó demasiado en contestar, pero fueron unos segundos que a Luca se le hicieron eternos. Allí estaba él, junto a ella, intentando recuperar su vida, y ella, sonriente, dispuesta a ayudarle...

―¡Claro! ―Hacía mucho que no iba, y le apetecía volver. Ni siquiera se le había ocurrido visitar el lago, y hacerlo con Luca sería una buena idea.

―Le diré a Angelo si quiere venir. ― Siguió él sonriente. Sabía que su hermano no le pondría pegas si le insistía, él siempre sería su hermano, y con él no tendría problemas para recuperar su amistad.

Volvió a deslizarse por el alfeizar y siguió hasta la habitación de Angelo.

―¡Mañana te enseñaré cómo se utilizan las puertas! ―Le gritó Cristal desde su ventana.

―¡Primero tendrás que aprenderlo tú! ¿No crees? ―Contraatacó él.

 

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