Cristal

Cristal


31. Desde que ella ha vuelto

Página 37 de 58

3

1

.

D

e

s

d

e

q

u

e

e

l

l

a

h

a

v

u

e

l

t

o

Fue un día fantástico. Se levantaron temprano, y los tres se marcharon a pasar el día al lago. A media mañana, los dos jóvenes se dieron un baño y Cristal se quedó en la orilla, muerta de envidia. Sabía que no podía meterse al agua, y que tendría tiempo de sobra para hacerlo el resto del verano, cuando todas sus heridas hubieran cicatrizado, pero eso no le impedía desear tirarse al agua con toda su alma. Pero no lo haría. Además, ya le había costado bastante convencer a Andrea para que la dejara ir. Angelo y Luca se comprometieron a cuidar de ella. Y el protector la llevó en coche lo más lejos que pudo, para que tuviera que andar lo menos posible.

Comieron juntos. Nada la divertía más en el mundo que las absurdas peleas entre Luca y Angelo. Las había echado de menos, y disfrutó mucho viéndolos bromear de nuevo.

Estuvieron allí todo el día y, aunque ella no hizo prácticamente nada, disfrutó muchísimo. Era un lugar precioso, maravilloso, que parecía sacado de un libro de fantasía. Se respiraba diferente en aquel lugar, el ambiente era distinto, más suave, más fresco... Se sentía viva cuando estaba allí.

En mitad de la tarde, y mientras ellos estaban dándose un baño, volvió a notarse mareada, y tuvo que tumbarse para no sentirse tan aturdida. No pudo evitar que la vista se le nublara. Sintió punzadas de dolor en su cabeza y varias imágenes empezaron a aparecer en su mente, una tras la otra.

Era aquel niño que vio hacía dos años en los pasadizos, bajo la escuela. De pelo castaño, y rostro dulce moteado por las pecas. Luego vio a su madre, peinándose con un cepillo... un cepillo que le era extrañamente familiar... Pero tan solo eran flashes, y enseguida dejó de tener aquellas extrañas visiones.

Luca salió del agua y se tumbó a su lado.

―¿Estás bien? ―Le preguntó, jadeante.

―Ah... sí, no es nada.

―Estás pálida.

―Qué va. ―Trató ella de quitarle importancia. ―Debe de ser la luz.

Luca le puso la mano sobre la frente y frunció el ceño.

―Estás fría. ¿Tienes frío?

―No, no. Tranquilo, estoy bien. ¿Qué tal estaba el agua?

Luca se estiró sobre la toalla y sonrió mientras cogía una gran bocanada de aire.

―Estupenda. Cuando se te cierren esas heridas, volveremos, ¿verdad?

―Por supuesto.

Caída la tarde, Andrea fue a buscarla. Cuando Cristal y Luca ya se habían montado en el coche, lo arrancó, ignorando a Angelo, que le hacía señas desde fuera.

Trató de abrir las puertas, pero Andrea las había cerrado desde dentro, y seguía entretenido con el cinturón, o con las marchas, o con lo que fuera... parecía estar haciéndolo a propósito. Cristal lo miraba a él y miraba a Angelo, sin entender qué pasaba. Andrea dio marcha atrás, mientras Angelo seguía saltando delante del coche para llamar su atención, preocupado.

Cuando el vehículo le dio la espalda, salió corriendo detrás de él. Desde dentro se podían oír perfectamente sus gritos de alarma, intentando que Andrea detuviera el coche. Pero este seguía sin inmutarse, sorteando despacio los obstáculos del bosque.

Cristal levantó la mano señalando la luna trasera del coche, y abrió la boca para decir algo, pero Luca le bajó la mano y sacudió la cabeza, intentando decirle que no dijera nada.

A pocos metros, Andrea paró el coche y dejó entrar a Angelo. Este se subió sin pedir explicaciones, y Andrea tampoco se molestó en decir nada. Solo sonreía con malicia.

―Ves. ―Murmuró Luca. ―Andrea tiene un lado oscuro que deja a la luz cuando se mete con nosotros.

―¿Pero por qué ha hecho eso? ―Preguntó, en voz alta, para que Andrea también pudiera oírle.

―¿No ha sido gracioso? ―Le dijo, sin dejar de sonreír.

―Sí... ―Cristal frunció el ceño a la vez que sonreía.

―Le gusta molestarnos de vez en cuando, tiene un lado oscuro y malvado. Siempre te lo hemos dicho y tú no te lo querías creer, ahora sabes que es verdad. ―Le dijo Angelo, cogiendo aliento.

―Bah. ―Hizo un gesto con su brazo bueno para quitarle importancia y miró a Andrea a través del reflejo del retrovisor. ―Sois unos exagerados.

Volvieron a la villa, y al día siguiente Luca tampoco fue a entrenar. Se presentó en su cuarto justo cuando había terminado de ducharse, y Cristal se sorprendió de verlo allí.

Volvieron a pasar el día los tres juntos, en los jardines de la villa. Y el lunes Luca volvió a su rutina. Al despertar, Cristal sintió más calor de lo normal. Se retiró las sábanas y se miró en el espejo. Su reflejo no le agradó, estaba ojerosa, aunque había dormido lo suficiente, y su rostro estaba pálido.

Tuvo que pasar el día en cama. De pronto le había subido la fiebre, se sentía fatigada, sin fuerzas para nada, y Andrea la obligó a quedarse en su cuarto. Le reprendió por haber pasado todo un fin de semana fuera de casa en su estado, y le aseguró que eso la había hecho empeorar.

Mientras estaba en la cama se quedó dormida. Entonces tuvo pesadillas. Con el Subtierra, el misterioso niño de sus visiones, y el peine que le resultaba tan familiar. Al despertarse, sudorosa, con el corazón latiéndole con fuerza y la boca seca, cayó en la cuenta de que aquel peine lo había visto en las galerías bajo la escuela. Estaba harta de ese tipo de sueños, de esas visiones, ¿por qué ella? Por un momento acarició la idea de abandonar la búsqueda de los asesinos de sus padres, pero la descartó cuando se dio cuenta de que eso sería tirar a la basura cuatro años de preparación para ello.

Al día siguiente empeoró. Se sentía aún más fatigada, agotada, debilitada...

Volvió a quedarse en su cuarto y no salió de él en todo el día. A media tarde, se dio un baño caliente y eso la hizo sentirse mejor.

Durante esos dos días, tuvo tiempo de sobra para pensar qué haría en el futuro. Sin duda empezaría a trabajar como Guerrera Esmeralda. Pero no sabía cuándo lo haría, quizá en invierno o al terminar el verano. Tenía que hablar con Luna, Driny y Lorimer para que le contaran en qué grado se habían graduado ellos, y para informarse de cuándo empezaría sus misiones.

Decidió que, estando en su estado, no era el momento de preocuparse por ello, y dejó aparcado el asunto para no darle más vueltas, porque pensar en ello la alteraba más y no le convenía ponerse nerviosa.

Cuando ya se había acostado, llamaron a su puerta. Era Luca. No se había enterado de que estaba mal, y se mostró sorprendido. Estuvieron un par de horas charlando, y antes de marcharse le dijo que al día siguiente se quedaría allí, con ella, para que no se aburriera.

Tuvo que reconocer que en aquellos momentos su compañía le sentaba mejor que la de Angelo, que solo la ponía más nerviosa de lo que estaba. Como le había bajado la fiebre, Andrea le dejó salir de la casa, y pudieron bajar a los jardines. Estuvieron allí toda la tarde y al día siguiente Luca volvió a marcharse a la ciudad a entrenar.

El viernes, ya mejorada, y con sus heridas en mejor estado, volvió a ir a ver entrenar a Luca acompañada de Angelo. Sin que supiera cómo, Angelo logró que les dejaran pasar al lugar reservado solo para los deportistas, cerca de los vestuarios. Y vieron medio entrenamiento desde allí.

Uno de los últimos en llegar a los vestuarios fue Luca. Llegaba hablando animadamente con uno de sus compañeros, y no se percató de la presencia de ellos hasta que estuvo cerca.

―¿Y vosotros qué hacéis aquí? ―Les dijo, alegre.

―Míralo, por eso se marchó el otro día tan rápido. ―Dijo su compañero sacudiendo la cabeza, divertido, entrando en los vestuarios tras dar un codazo a Luca.

―Me he recuperado y me apetecía dar una vuelta. ―Al ver que no decía nada y que no se decidía a entrar en los vestuarios, lo apremió. ―Vamos, date prisa, te estamos esperando.

El último en entrar fue un joven al que reconoció al instante. El chico que había estado presente en la comida con Luca y los entrenadores. Cristal se sorprendió bastante, ya que seguía con el mismo aspecto con el que lo recordaba.

Antes de entrar en los vestuarios le dirigió una mirada insondable. No se mostraba curioso, y no pudo adivinar por qué la miró así. Pero decidió pasarlo por alto.

Se sentó en su habitual rincón en los vestuarios. Nadie había dicho nunca que ese fuera su sitio, pero siempre se había sentado allí, desde el principio, y a ninguno de los nadadores se les había ocurrido nunca ocupar ese lugar.

Nada más sentarse, habló. Y fue raro, porque nunca hablaba a menos que fuera necesario, ni siquiera comentaba qué tal había ido el entrenamiento, como solían hacer los demás.

―¿Qué le ha pasado a tu novia?

Todos callaron y siguieron con lo que ya estaban haciendo a la vez que charlaban, pero atentos a lo que decía el capitán. Luca se dio cuenta de que le hablaba a él cuando vio que todos lo miraban, expectantes.

―¿Mi novia? Ah, Cristal... ¿la chica de fuera? No es mi novia.

―Pues esa ha sido mi primera impresión.

―Qué va, solo somos amigos.

―Pues ¿qué le ha pasado a tu amiga? ¿Un accidente... de moto tal vez? ―Siguió él, interrogante.

―Eh... no, que yo sepa no conduce. ―Respondió Luca frunciendo el ceño, sin entender a qué tanto interés. ―¿Por qué piensas que le pasa algo?

―No, por nada. ―Dejó de preguntarle y, al cabo de un rato, todos volvieron a hablar con naturalidad.

Al salir, Luca no pudo evitar mirar de arriba abajo a Cristal, buscando algo que pudiera delatar que estaba herida. No encontró nada, y siguió sin entender cómo podía haberlo sabido.

Las dos siguientes semanas fueron muy tranquilas. Cristal siguió mejorando, y Luca dejó de entrenarse los fines de semana, para estar con ella.

Después de ese tiempo, Cristal ya se había recuperado casi al completo de sus heridas. Gracias a su metabolismo vampírico, sus heridas cicatrizaban antes, y apenas quedaba rastro de sus heridas. Las zonas amoratadas y los rasguños habían desaparecido. Lo único que aun le molestaba era la pierna y la herida del estómago.

Luca le pidió que le acompañara a la capital, y así lo hizo. Los dos fueron en moto hasta allí. Aparcó en una de las preciosas calles de Roma y pasearon durante un rato hasta que encontraron la tienda que él buscaba. Le pidió que esperara fuera y, cuando salió, guardó el pequeño paquete que le habían dado en uno de los bolsillos de su camisa.

―Hace unos días les encargué que hicieran algo con un pedazo de mineral de la ciudad de la luz. ―Le explicó él.

―¿De la ciudad de la luz? ―Preguntó, sorprendida.

―Sí, tú ya lo sabrás, pero dicen que esos minerales, usados como amuletos, potencian las habilidades del vampiro que las lleva.

―Sí, algo había oído. ―Se sentaron en la mesa más cercana de la terraza de una cafetería que hacía esquina con la tienda. ―Pero... ¿Cómo lo vas a llevar mientras nadas? Pensaba que no estaba permitido llevar pulseras o collares...

―No es para mí. ―Antes de que siguiera hablando volvió a coger el pequeño paquete y de él sacó una bolsita atada por un lazo. Deshizo el nudo y dejó caer sobre la palma de su mano lo que había en su interior. Se puso en pie y caminó hasta colocarse detrás de ella. Le retiró el pelo a un lado y extendió sobre su cuello lo que parecía ser la cadena de un collar.

Mientras se la abrochaba, Cristal agarró lo que colgaba de él, y pudo ver una gema verde engastada en cuatro aristas de plata.

―¿Qué haces? ―Le preguntó, sin dejar de admirar el collar.

―Es un regalo, a cambio de todos estos días. ―Le contestó, volviendo a sentarse frente a ella.

―Pero... ¿por qué?

―Porque... ―Dudó unos segundos. ―Porque me apetecía.

―Es precioso, Luca. No tenías que...

―Me alegro de que te guste. ―No le dejó terminar la frase. ―Pensé que el verde te gustaría... ―Le guiñó un ojo y ella rió.

Aquella noche regresaron tarde. Al día siguiente, y para sorpresa de todos, Luca apareció en el salón para desayunar. Alina y Anthony hacía un par de días que habían vuelto de su viaje, Andrea tenía el primer mes del verano de vacaciones y Angelo... Angelo siempre estaba ahí. La que faltaba era Lia, que se había mudado.

Todos se giraron para mirarlo.

―Hombre, mirad quién está aquí. ―Comentó su padre.

―Vivo en esta casa. ―Respondió él, revolviéndose a sí mismo el pelo y todavía algo dormido.

―Sí, hijo, pero llevas tanto tiempo desayunando por tu cuenta esos batidos y esas cosas que...

―Esas cosas de triste... ―Siguió Angelo. Pero Cristal, que estaba a su lado, le dio un codazo para que no estropeara el momento, y se calló.

―Ven. ―Cristal se estiró en su asiento y tendió la mano a Luca. Él la agarró con la que no tenía detrás del cuello y caminó hasta sentarse a su lado.

Aquel día tenía pensado ir a entrenarse al gimnasio, pero en el último momento se había arrepentido y había decidido quedarse en la villa, al fin y al cabo se lo iba a pasar mejor.

Después de la comida le propuso bajar a la ciudad. Estuvieron durante horas callejeando y no regresaron a la villa hasta después de cenar. Al entrar habían escuchado al resto de la familia dentro del salón, pero decidieron no molestarles.

―Llevas el collar. ―Comentó Luca al darse cuenta de que se lo había puesto.

―Ni siquiera me lo quité para dormir. Me gusta mucho, puede que sea cosa mía, pero con él me siento mejor.

―Será verdad lo que dicen de esas piedras.

Sonrió y se acercó para observar el collar. Lo cogió entre sus manos y le dio varias vueltas, como si lo admirara por primera vez.

Se despidieron, y caminó hacia su cuarto. Luca se cruzó con Andrea. Le hizo un gesto con la cabeza y siguió adelante, pero él lo retuvo del brazo.

―Si vuelves a hacerle daño, te mato. ―Le dijo con evidente calma, sin alterarse a la hora de pronunciar las palabras. ―No te hagas el sorprendido, no es una coincidencia que desde que ella ha vuelto tú hayas dejado a un lado tu obsesión por entrenar.

Pensó en negarlo, en poner excusas, pero no vio motivo para discutir.

―¿Los demás también lo han notado?

―¡La única que no lo ha notado ha sido ella! ― Gritó, alterando su tono de voz. ― Así que tienes tiempo para pensarlo hasta que se dé cuenta. O sigues como hasta ahora o la dejas en paz, pero si vuelves a hacerle lo mismo que hace dos años, te mato.

―No lo volveré a hacer. Me he sentido más vivo en estas últimas tres semanas que en los últimos dos años. No pienso estropearlo, estoy arrepentido y...

―Calla. ―Lo interrumpió él, sin enfado en su voz. ―He visto cómo la miras, no me expliques nada.

―Es que gracias a ella he comprendido muchas cosas. Me he dado cuenta de todo lo que perdí y quiero...

―¡¿No me has oído?! ―Le dijo alterado. ―Que no me tienes que explicar nada, si quieres contárselo a alguien cuéntaselo a Lia... o a Angelo, pero a mí no me cuentes tus ingeniosidades adolescentes, no quiero saberlo, ¡no tengo por qué saberlo! Yo ya te he dicho lo que te tenía que decir. Cuéntaselo a otro, cuéntaselo a ella si quieres.

Se fue por donde había venido, gesticulando con los brazos mientras seguía hablando. Luca se quedó a pocos pasos de su puerta, sonriente. A Andrea nunca se le habían dado bien ese tipo de cosas, pero siempre que daba consejos, los daba bien. Caminó hasta su puerta y se detuvo justo antes de abrirla. Dio un par de pasos hacia atrás y volvió a la puerta de Cristal. Entró sin llamar y se paró en seco cuando ella se giró hacia él.

―Luca, ¿qué pasa?

―Quiero contarte algo. ―Se autoinvitó a entrar y cerró la puerta tras él. Se sentó sobre la cama y esperó a que ella hiciera lo mismo. ―Quería decirte que hasta hace tres semanas no me había dado cuenta de lo que había perdido dejándote marchar. Cuando te vi lo hice, y comprendí todo lo que hice mal. ―Hizo una pausa para coger aliento. ―Estoy arrepentido, sé que no hay excusas. Lo siento es todo lo que puedo decir, si pudiera empezar de nuevo... intentaría ir por otro camino, intentaría... ser mejor.

―Esto no es fácil, Luca... ―Dijo ella, sin saber cómo reaccionar.

―Lo sé, no hace falta que digas nada. Solo quería que lo supieras.

Cristal se quedó sentada, mirando a un punto fijo de la pared, mientras Luca salía de la habitación sin poder creerse lo que acababa de hacer.

Le latía el corazón a cien por hora. En cuanto cerró la puerta, se dio cuenta de que se había precipitado. Sacudió la cabeza y se mordió los labios. Pero escuchó el sonido de la puerta volviéndose a abrir y se giró, extrañado.

―¡Luca! ―Cristal se acercó a él. ―Has dicho que estás arrepentido, y que si pudieras empezar de nuevo cogerías otro camino. Quiero empezar ese camino contigo.

Luca tragó saliva, se esperaba cualquier reacción menos esa. Pero no dudó cuando ella se puso de puntillas. Ladeó la cabeza, le rodeó la cintura con los brazos, y cerró los ojos para dejar que le besara.

 

Ir a la siguiente página

Report Page