Cristal

Cristal


33. Miedo

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Aunque el final había resultado un tanto desastroso, la misión en sí misma había sido todo un éxito. Habían matado a tres asesinos más de lo previsto. Cristal y su compañero hicieron juntos el informe y lo enviaron a la oficina de protectores más cercana. Desde allí, los mensajeros la harían llegar a los miembros del consejo.

A mediados de Febrero Cristal volvió a la villa. Llevaba seis meses fuera. Nada más llegar vio a Luca. Debía tener un aspecto horrible después de viajar a caballo durante tres días. Llevaba una trenza a un lado, y los mechones de cabello castaño se le desperdigaban dándole una apariencia más despeinada aún. Tenía un par de trajes, con varias combinaciones para verano e invierno, y podía llevar uno en la mochila y otro puesto. Pero el que llevaba puesto estaba sucio, al igual que el que llevaba consigo, por lo que no se lo había podido cambiar a lo largo del viaje. Aún así, no dudó cuando lo vio.

Dejó la mochila a un lado y corrió hacia él. Le rodeó el cuello con los brazos y rió de felicidad mientras le besaba una y otra vez.

―¡Cristal, Cristal, Cristal... ―Repetía él igual de alegre. ―Te he echado tanto de menos...! ¿Cómo te ha ido todo? ―Acabó preguntándole, al tiempo que le agarraba por los hombros para separarla de él y poder verle bien. ―Estás preciosa. Siguió diciendo, sin dejarle responder.

―Estoy horrible, necesito una ducha. ¿Luego hablamos?

―Tengo entrenamiento, ¿por qué no vienes? Luego podemos quedarnos en la ciudad.

―Me parece buena idea. ―Le dio un beso en los labios y recogió su mochila para entrar a su cuarto.

Cuando terminó de asearse, se puso un jersey verde y unos vaqueros, sus preferidos. Llevaba mucho tiempo sin ponérselos y se alegró de poder verse en el espejo con ellos. Se secó y desenredó el pelo a conciencia. Cada vez lo tenía más largo, pero le gustaba así, porque podía recogérselo en una coleta larga cada vez que no quería que le molestara.

Se montó detrás de Luca en su moto, se puso el caso, y se agarró a su camisa. Pero, cuando arrancó, se lo pensó mejor y le agarró por la cintura para no correr el riesgo de caerse. Entraron de la mano hasta los vestuarios. Al ir con él, no le pusieron pegas para pasar, y vio desde allí todo el entrenamiento.

Bastante tiempo después llegó el capitán del equipo, tarde. El entrenador se le acercó antes de que pudiera entrar al agua, y le echó una reprimenda. Desde su posición, Cristal podía escuchar lo que decían y, al parecer, aquel nadador había faltado la última semana a todos los entrenamientos. Le ordenó que fuera a correr a la pista de atletismo como castigo, y el muchacho así lo hizo.

Estuvo toda la tarde fuera de las piscinas, solo cuando la clase terminó volvió a los vestuarios. Aquella vez ni siquiera se fijó en ella, parecía malhumorado, quizá por el castigo de su entrenador.

Mientras cenaban, le preguntó a Luca por él.

―El chico ese... al que han castigado hoy corriendo... ¿Qué le ha pasado para perderse el entrenamiento de una semana?

―Te refieres al capitán... Pues no lo sé, Hielo no habla con nadie.

―¿Hielo? ¿Ese es su apodo? ―Preguntó, divertida.

―No, no, se llama así de verdad. ―Le aseguró Luca.

―Qué... extraño, aunque no soy quién para decir nada, mi nombre no es muy usual.

―El tuyo es bonito, el suyo le da un aire siniestro. ―Luca le rozó la nariz con el helado que estaba comiendo, y Cristal dio un respingo pero, tras reír, cogió el suyo y repitió lo mismo en la cara del vampiro.

Eran felices. Desde que se habían reconciliado habían pasado poco tiempo juntos, pero eso solo aumentaba las ganas que tenía el uno de estar con el otro. Cristal se dio cuenta de que realmente Luca había cambiado, y muchas veces se sorprendía a sí misma sonriendo sola, simplemente por pensar en él y en su perfección.

Su sonrisa era única, dulce, sincera, traviesa. Y sus ojos, sus ojos eran profundos, tiernos, suaves, pacíficos... pero transmitían fuerza, seguridad, valentía. A ella le gustaba compararlos con el mar, tan tranquilo a veces y tan impulsivo otras. En ellos podía perderse horas, intentando llegar a algún lugar a través de ellos, pero siempre se encontraba con que eran infinitos, como el mar.

Sus acciones, sus detalles, su forma de mirarla, de acariciarle, de retirarle mechones de pelo de la cara, de besarle, de abrazarla, de susurrarle palabras al oído, de hacerla sonreír... Le había convertido para ella en la persona ideal. Cuando estaba sin verle mucho tiempo, lo único que deseaba era terminar pronto lo que tuviera que hacer para volver a verle.

Desde niña, se había sentido atraída hacia él. Siempre le había fascinado, pero aquello se estaba convirtiendo en algo más fuerte, en algo irrompible. Se estaba enamorando, y por primera vez no le daba miedo esa nueva sensación, porque se sentía a salvo con él, en casa, y sabía que él también la quería. Aunque aquellos sentimientos no le quedaron claros hasta aquel día, cuando ella regresaba de recoger la citación para una nueva misión.

Nada más entrar en la villa, se enteró del desastre. Al principio no le dieron muchos datos, ninguno estaba lo bastante relajado como para ello. Andrea, que era el que mejor sabía controlar los nervios en aquellas situaciones, no estaba allí, y Cristal tuvo que conformarse con la información que le soltaban de manera intermitente.

Se montó con Angelo en un taxi, camino del hospital. No podía creerse lo que estaba ocurriendo. Anthony y Alina ya estaban allí, pero él se había quedado a esperarla a ella.

―¿Puedes...Puedes repetirme lo que ha pasado? ―Preguntó, tratando de que no le temblaran los labios al hablar.

―Estaba entrenando y ha debido desmayarse. Se ha caído dentro de la piscina, y para cuando sus compañeros se han dado cuenta habían pasado unos minutos... Le faltaba oxígeno. ―Le explicó Angelo a Cristal, intentando calmarse.

―Pe―pe―pero... ¿dónde se suponía que estaban sus compañeros? ―Siguió preguntando, al borde del llanto.

―No lo sé, Cristal. Tranquilízate, ¿de acuerdo?

―¡¿Cómo quieres que me tranquilice?! ―Gritó ella, distrayendo al conductor y rompiendo a llorar.

―No llores, por favor. ―Angelo la abrazó. ―Todos estamos preocupados, y verte así no nos ayudará. Cuando lleguemos, sécate las lágrimas y finge estar tranquila, por favor.

Cristal asintió, y así lo hizo. Se secó las lágrimas, aunque seguía teniendo los ojos hinchados. Pero bajó del taxi con paso firme y entró en el hospital oprimiéndole la mano a Angelo. Caminaron hasta la sala de estar. Allí estaban sus padres, y Lia, que también se había enterado de lo ocurrido.

―¿Luca? ―Preguntó, sin poder evitar que le temblara la voz.

―No nos dejan entrar a verlo, cielo. ―Le dijo Alina, muy afectada, levantándose y dándole un fuerte abrazo. ―Acaba de salir del coma. ―Le confesó, sin soltarla, entre sollozos.

Cristal sintió una especie de sacudida. De pronto le costó respirar, y tuvo que deshacerse del abrazo de Alina, sentía que se asfixiaba. Sin decir nada, corrió en dirección a los baños y, cuando estuvo delante de una taza, vomitó. El mundo se le venía encima, no podía creerse que aquello estuviera pasando de verdad. Se dio unos minutos para despertarse en el caso de que aquello fuera una pesadilla, pero estaba bien despierta.

Se lavó la cara en el lavabo y lloró, no quería creérselo, no podía hacerlo, si lo hacía todo perdería su sentido. ¿Por qué Luca? ¿Por qué él? Entonces se dio cuenta de que si lo perdía a él, lo perdía todo. Lo necesitaba, ya nunca podría dejar de quererlo, hiciera lo que hiciese, pasara lo que pasase, él siempre sería Luca, su mayor tesoro.

Intentó serenarse. Todavía no había escuchado todo lo sucedido, ni toda la información sobre su estado. Tenía que recomponerse para no hundir a la familia con ella. Se secó las lágrimas y volvió a la sala de estar.

―Lo siento. ―Murmuró. ―¿Sabéis algo más de él?

―Quizá sea mejor que esperes para saberlo... ―Le aconsejó Anthony.

―No; quiero saberlo, de verdad. No voy a volver a llorar.

―Los médicos no saben cómo está. No podían saber si ha habido daños irreversibles mientras estaba en coma, ahora le están haciendo pruebas. Investigan por qué se ha desmayado.

―¿Y el socorrista? ―Se le ocurrió preguntar de pronto. Estaba enfadada, pero no tenía en quién descargar su ira. ―En todas las piscinas debe haber un socorrista, ¿por qué no ha hecho a tiempo su trabajo?

―Cuando ha ocurrido todavía era muy temprano, el socorrista no había llegado. ―Respondió Lia.

Cristal cogió aire y decidió sentarse, lo mejor era no pensar en el tema. Nadie tenía la culpa. Al cabo de un par de horas llegó el médico que llevaba el caso de Luca.

―¿Cómo está? ―Preguntó, ansiosa, Alina al verlo aparecer.

―Su hijo está bien, señora, aturdido por las medicinas, pero su cerebro no ha sufrido ningún daño irreparable.

―Qué alegría. ―Susurró el padre. ―¿Podemos verlo?

―Tal vez sea mejor esperar unas horas hasta mañana, su cuerpo aún está eliminando las sustancias que lo han hecho desfallecer.

―¿De qué sustancias nos está hablando? ―Lo interrogó Alina.

―Narcóticos, drogas, sedantes. Creemos que se trata de estupefacientes que se usan a modo de anestésico.

―¿Cómo dice? ―Casi gritó Anthony, sin poder creerse lo que escuchaba.

Cristal volvió a sentarse para no caerse y se llevó las manos a la cabeza.

―Luca no se dopa. ―Murmuró Angelo.

―No, doparse no se dopa, porque esas sustancias causan el efecto contrario al que se quiere conseguir con el dopaje, pero eso no quita que sigan siendo drogas, y siendo deportista... ―Respondió el médico.

―Luca no se droga, no, él no es así. ―Saltó Cristal.

―No he dicho que se drogue, pero sí que ha tomado una substancia anestésica.

―¿Para qué demonios tomaría él algo así? ¡Es absurdo! ―Gritó, alterada.

―No quiero aventurarme, pero muchos jóvenes toman substancias de ese tipo para experimentar nuevas sensaciones... Lo raro en este caso es que esa droga en concreto se usa en hospitales, no tiene efectos alucinógenos ni estimulantes, por lo que no tendría mucho sentido tomarla justo antes de practicar deporte... Pero pensar sobre eso no es mi trabajo. ―Antes de que siguieran replicando dio media vuelta y se marchó de allí.

Nadie dijo nada, todos callaron, tratando de encontrar una explicación razonable, una explicación que dudaban que existiera. El médico había dicho que era conveniente dejarle descansar, pero dudaba que pudiese aguantar mucho más tiempo sin verle.

La tensión era horrible, nadie hablaba, todos estaban inmersos en sus pensamientos, aquello había sido un duro golpe. A las dos horas, y con Luca despierto, todos a excepción de Cristal entraron para ver cómo estaba. Ella decidió esperar en la puerta, quería estar a solas con él.

Cuando todos le dejaron solo ya era de noche, y Cristal pudo entrar, por fin. Abrió la puerta y lo vio dentro, despierto, consciente. Sintió que se liberaba de un peso que le oprimía el pecho. Respiró y corrió hacia él para abrazarlo. Cerró los ojos y se quedó así durante unos segundos, dejando que él le acariciara el pelo.

―¿Qué has hecho? ―Le susurró Cristal pegada a su oído. ―Si vuelves a asustarme así yo misma te mataré.

―No he tomado nada, Cristal. ―Le dijo él muy serio.

―Lo sé, pero los análisis así lo dicen, y tiene que haber una explicación... ―Se incorporó y se descalzó para subirse a la cama y recostarse a su lado.

―No me crees.

―Sí te creo, y te voy a decir lo que pienso... alguien te drogó.

―¿Para qué?

―No lo sé. ―Se enjugó una lágrima, antes de que él la viera, y apoyó la cabeza en su pecho.

―¿Sabes qué es lo más curioso de todo esto? ―Le dijo con una leve sonrisa en los labios. ―Que he estado pensando en ti, no me preguntes cómo lo sé, porque no me acuerdo de lo que me pasaba por la cabeza estando en coma, pero me he despertado pensando en ti, soñando contigo, con esos preciosos ojos verdes que tienes.

―¿Por qué haces eso? ¿Cómo puedes ser capaz de convertir algo tan horrible en algo hermoso? ¿Cómo puedes estar sonriendo? ―Le dijo, llorando en silencio.

―Porque si tú estás cerca no le tengo miedo a nada, contigo todo es bello.

―¿Y qué pasará si un día no estoy, si algo nos separa, si muero? ―Le preguntó, alzando la cabeza para mirarle a los ojos.

―Preferiría pasar el resto de la eternidad soñando contigo, que despertar en un mundo en el que no existieras.

―Y yo me pondría en tu lugar en cualquier situación si tu vida corriese peligro. ―Le dijo, entre una mezcla de risa y lloro.

―Estás tan guapa cuando lloras... ―Le acarició la mejilla con la punta de los dedos y Cristal cerró los ojos.

Dos días después, los médicos decidieron darle el alta, considerando que su cuerpo ya había eliminado todas las sustancias dañinas. Durante unos días, los que Luca pasaría sin entrenar, Cristal se quedaría con él e investigaría si, en efecto, alguien lo había drogado y por qué.

Mientras Luca había estado ingresado, Cristal pudo hablar con Lia. Al parecer se había enamorado, y se había mudado por ese motivo. Su novio ya conocía su naturaleza, y la respetaba. Ella quería empezar una nueva vida desde cero. Iba a ser guitarrista y vocalista en un grupo con él y, por primera vez desde hacía mucho, era completamente feliz.

Iban de la mano camino al salón principal, cuando Luca se paró, le rodeó con los brazos por detrás y apoyó la cabeza en su hombro.

―Lo que te dije en el hospital era en serio. ―Le susurró, pegado a su oído. ―Muy en serio.

―Lo que yo te dije también. Daría mi vida por ti, Luca, sin pensarlo.

Luca le dio un beso en la mejilla y, tras unos segundos, la soltó para reemprender la marcha hacia el salón. Allí los esperaban todos.

 

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