Cristal

Cristal


34. Primera misión

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Antes de marcharse a una nueva misión, Cristal decidió investigar. Tenía ganas de marcharse, estaba ansiosa por ello, era una novata y sabía que no le darían una misión muy importante, ni muy arriesgada, pero aun así quería matar a algún asesino.

La tarea que le habían encomendado consistía en arrestar a un cazador en su propia casa. No sabía nada más. Solo que la detención tendría lugar dentro de un par de semanas. Antes, debía pasarse por Deresclya para que le dieran los detalles. Pero aún tenía tiempo para pasar unos días más con Luca.

Una tarde, se sentó a hablar seriamente con él. Estaba decidida a encontrar al culpable de todo aquello.

―¿Crees que alguien cercano a ti tendría razones para matarte?

―Andrea comentó algo, pero...

―No bromees con eso, Luca. ―La regañó ella, sin dejarle acabar. ―¿Crees que alguien de tu equipo puede tenerte envidia?

―No, ni hablar. Me llevo bien con todos, y los conozco lo suficientemente bien como para saber que ellos no harían algo así...

―¿Y Hielo? ―Preguntó ella al acordarse de él.

―No... Nuestras marcas están igualadas, pero él es mejor, es el capitán.

Cristal asintió, pensativa.

―Cuéntame todo lo que hiciste antes de desmayarte. Desde que te levantaste. No te olvides de nada.

Luca dudó, pero finalmente se decidió a hacerlo.

―Me desperté pronto, a las cinco. Me duché corriendo, me vestí y fui a la cocina a desayunar. Como no me daba tiempo, me preparé un zumo y lo metí en una botella. Lo dejé en uno de los bolsillos exteriores de la bolsa y bajé al polideportivo a entrenar. Todos estaban fuera. El entrenador abrió con sus llaves, yo pasé a los vestuarios y me cambié con los demás. Dejé ahí mismo la mochila, a esas horas nadie entraría allí. Corrimos en el campo de fuera durante un rato. Después, todos saltaron al agua. Yo aproveché y bebí un par de tragos de mi zumo. Volví junto con mis compañeros y salté también. Enseguida llegó el entrenador y nos hizo salir del agua para ir a otra sala del polideportivo. Como Hielo y yo siempre somos los últimos en salir del agua, me quedé algo rezagado. Iba caminando por el borde de la piscina cuando me mareé y caí al agua. Eso es todo.

―¿Cualquiera podría haber tenido acceso a tu zumo?

―Sí... Pero no había nadie en el polideportivo...

―Cualquiera pudo haber tenido acceso. ―Repitió ella aquella vez de forma afirmativa. ―¿Todavía tienes ese zumo?

―Claro. ―Estaban en su cuarto, y Luca se levantó para buscar bajo la cama. Sacó su bolsa de entrenar, y de ella la botella con el zumo. ―Pero no hay forma de saber si esta botella contiene droga... Para que hicieran pruebas en el hospital o en un laboratorio... Tardarían demasiado.

―Tienes razón. ―Admitió Cristal, frotándose el cuello. ―Pero hay otra manera. ―En su rostro se dibujó una sonrisa traviesa que enseguida borró. ―Luca, ¿Puedes abrir la ventana? Tengo calor.

Luca se levantó sin rechistar y cuando le dio la espalda Cristal agitó la botella y le dio dos tragos al zumo. Él ni siquiera se percató de la operación.

―¿Y bien? ¿Cuál es tu plan?

―Tú espera. ―Cristal procuró cambiar de tema unos minutos y cuando sintió que se le iba la cabeza se tumbó en la cama. ―Alguien echó droga en tu zumo, cielo. ―Le dijo antes de sentir que los párpados le pesaban y quedarse completamente dormida. No le hizo efecto durante mucho tiempo. Al cabo de algo menos de media hora, despertó. Pero se sentía diferente, como si en realidad no estuviese allí, como si todo fuera un sueño.

Se incorporó y miró a su alrededor en busca de Luca.

―Estoy enfadado contigo. ―Le dijo él, dándole la espalda.

―Vamos, no te enfades, era la forma más rápida. ―Le dijo, satisfecha.

―No estoy bromeando, Cristal. Podría haber sido peligroso.

―Lo sé, lo sé. ―Le dio la razón, dándose cuenta de lo que acababa de hacer. ―¿Y ahora qué hacemos?

―Yo, tener cuidado. No volveré a beber nada fuera de casa, ni tampoco comer nada que no haya tenido conmigo todo el tiempo... Tú, olvidarte del asunto por el momento, tarde o temprano aparecerá el culpable.

Llegó el día de su primera misión sola. Antes de salir de viaje se recogió el pelo en una larga coleta. Se guardó un pañuelo verde en el bolsillo y se ató un lazo al cuello. Preparó algunas de las armas que había comprado para su traje. Una preciosa espada, de empuñadura sencilla, pero con detalles verdes, como ella los quería, y su nombre grabado en la hoja. Como al comprarla no tenía mucho dinero, tan solo puso su primer nombre junto con sus dos iniciales. Estrella C.L. (Cristal de Liánn) Era un nombre que le gustaba. Antes no le tenía tanto aprecio, pero ya que su abuela era la única que la llamaba así, le pareció buena idea grabarlo en su espada.

Escondió en sus antebrazos un par de puñales que pudiese sacar con facilidad en caso de tener que usaros, y otros dos en sus botas. Se puso un sombrero elegante, unos guantes a juego con un par de botones a la altura de la muñeca y un abrigo negro que ocultaba su uniforme de Guerrera Esmeralda.

Una vez en la ciudad donde debía completar su misión, se subió al metro intentando pasar desapercibida entre los transeúntes.

Sacó de su bolsillo el papel donde llevaba apuntada la dirección del cazador, y llegó hasta allí guiándose por las indicaciones de la gente. Se alojaba en un bloque de apartamentos no muy distinguidos. Subió con tranquilidad las escaleras hasta el séptimo piso, y allí se paró frente a la puerta de su víctima. Tenía pensado darle conversación, y averiguar algo que pudiera ser relevante para descubrir a más miembros de su organización. Pero no estaba segura de que le fuese a salir bien. Dedicó unos segundos a pensarlo mejor y, finalmente, decidió que sería rápida.

Tocó el timbre, se irguió para dar una imagen más refinada y, cuando le abrió la puerta, sonrió risueñamente al futuro cadáver.

―¿Bryan Shore?

―Así es. ¿En qué puedo ayudarla?

―He oído que usted sabe cosas... cosas que necesito saber...necesito sus servicios ―Tanteó ella.

―Usted es...

―La señorita Marshine, ¿le suena? Soy la sobrina del pastor de la iglesia que suele frecuentar. Le he visto allí más de una vez.

―¿Y qué le trae por aquí? Dudo mucho que yo sepa cosas que le puedan interesar.

―¿Podría pasar? ―Preguntó, volviendo a sonreír.

―¿Sabe usted qué hora es?

―Siento mi inoportuna visita, pero era necesario. Ellos saben que me muevo de día, y me vigilan. Por la noche se alimentan y tengo un pequeño margen de tiempo para investigar.

―¿Ellos?

Cristal deshizo el nudo del lazo que llevaba atado al cuello y dejó al descubierto dos marcas de colmillos, ya casi cicatrizadas, que Luca le había hecho hacía unos días. Pensaba que era hermoso que volvieran a tener tanta confianza como para beber la sangre del otro. Estaba contenta de que las cosas fueran bien entre ellos, de que su relación progresara, y tuvo que esforzarse por no sonreír al recordarlo.

―Oh, pero eso es... Pasa, pasa. ―La apremió él, y abrió la puerta de par en par, delante de ella, para dejarle paso. ―Siéntate por ahí.

La entrada daba a la sala de estar, por lo que en unos segundos ya estuvo sentada en un sofá frente a él, seleccionando las frases que usaría para sacarle información.

―Verá, señor Shore, tengo entendido que usted trabaja para una organización que se encarga de librarse de... esas criaturas. ―Hizo una mueca teatral. ―Me gustaría conocer el paradero de su base, sede o como ustedes lo llamen, para hablar con el presidente.

―Me temo que eso será imposible.

Cristal asintió. Ya se lo temía. Si hubiera accedido a darle una dirección, en un par de horas ese lugar volaría por los aires, sería demasiado fácil. Pero insistió.

―¿Y el nombre del presidente?

―Discúlpeme, señorita, pero no puedo revelar información tan importante a personas ajenas a la organización.

―Comprendo.

―Quizá si me dice su problema... Si me cuenta dónde vio al vampiro que le hizo eso por última vez... Yo mismo podría acabar con él, o me pondría en contacto con mis compañeros para que tramitaran su búsqueda y caza.

―¿De verdad lo haría? Mi tío está al corriente de mi situación y ha prometido que se haría cargo de los gastos, acordaremos una cantidad ―Fingió ella alegría. ―¿Quiénes son sus compañeros?

―Veo que está interesada en los nombres... ―Vaciló él.

―No me malinterprete, señor, pero necesito estar segura de que no forman parte de “ellos”, ni de ningún fraude que intenta estafar a la pobre gente como yo. Antes de dejar mi vida y mi dinero en sus manos, me gustaría saber quién me protegerá.

―Sí, lo comprendo ¿Por qué no me vuelve a decir su nombre y me da su teléfono para que pueda estar en contacto con usted? Todavía no sé cuáles de mis compañeros estarían dispuestos a trabajar conmigo.

Cristal asintió y volvió a repetir su nombre, incluso inventó un número de teléfono, deseando que no se lo hiciera repetir para confirmar que lo había apuntado bien, porque sabía que no sería capaz de hacerlo.

―¿Puedo hacerle una pregunta?

―Claro.

―¿Lleva ahí apuntados los nombres y teléfonos de todos sus compañeros y clientes? ―Preguntó Cristal, aparentando tranquilidad pero emocionada por su nuevo descubrimiento.

―Solo de algunos de ellos... ¿Por qué lo pregunta?

―Porque creo que es una imprudencia. Si “ellos” consiguieran llegar hasta usted caerían en su poder las vidas de sus compañeros.

―Buena observación, señorita. ―Le sonrió él, fanfarrón. ―Pero es imposible que lleguen hasta mí. Nuestra organización posee un complejo sistema administrativo que hace que todos sus miembros permanezcan en el anonimato.

―¿Y cómo explica que le haya encontrado yo?

El hombre volvió a vacilar.

―Supongo que para las personas necesitadas de nuestra ayuda será relativamente fácil contactar con nosotros, ese es nuestro trabajo, ayudar a esas personas. Y para ello tenemos que ser accesibles, estar a la vista de los humanos ―Le dijo, orgulloso.

―Me ha sorprendido señor, Shore. Ahora estoy mucho más tranquila sabiendo que mi protección estará a cargo de gente tan competente. ―Cristal volvió a sonreír. ―¿Le parece si tramitamos todos los puntos del contrato ahora mismo?

―No veo por qué no. ¿Quiere una taza de café?

―Por favor.

Nada más levantarse del sofá, Cristal ojeó la libreta que su anfitrión, tan despreocupadamente, había abandonado sobre la mesa y se la metió en un bolsillo. Acto seguido, se desabrochó el abrigo para disponer de más movilidad y desenvainó la espada. Podría hacer el mismo trabajo con uno de los puñales, y seguramente sería más cómodo. Pero estaba ansiosa por estrenar el filo de su espada.

Siguió al hombre que moriría presa de su arrogancia y confianza en el funcionamiento de su organización hasta la cocina. Avanzó con sigilo hacia él y le tapó la boca al tiempo que con la otra mano degollaba fríamente su garganta. Se debatió unos instantes, pero la faena ya estaba hecha. No tardó en morir gorgoteando en su propia sangre.

Sin darse cuenta, se había quedado quieta en medio de un charco de sangre, empapándose las suelas de sus botas con ella. Decidió limpiárselas antes de irse para no dejar toda la casa y el portal lleno de pisadas, y buscó el baño.

Mientras se limpiaba, escuchó el ruido de la puerta siendo aporreada y se irguió, alerta. Poco después la escuchó entreabriéndose, y sonrió. Seguramente sería uno de los compañeros del asesino de vampiros que acababa de eliminar, y por fin tendría la oportunidad de usar el pañuelo verde que llevaba en el bolsillo de su abrigo para burlarse de ellos. Pensaba imitar aquel detalle de su uniforme, al igual que hacía el asesino del pañuelo rojo. Si era uno lo mataría sin problemas, pero si eran dos o más escaparía dejándoles ver que llevaba puesto el pañuelo.

Se lo ató con fuerza y se asomó por la puerta del baño, con cautela. Probablemente ya sabrían que estaba allí. Las huellas de sangre desde la cocina la delataban.

Estaba segura que no había nadie cerca de ella y se disponía a abandonar el baño cuando alguien salido de entre las sombras la golpeó por detrás. Antes de caer al suelo tuvo tiempo de preguntarse cómo diablos había conseguido ser tan rápido y silencioso. Se giró con rapidez y se puso en pie de un salto, con la espada en alto. Pero sintió que le temblaban las piernas cuando comprobó que su rival la apuntaba con una pistola. Este dio un par de pasos hacia atrás, y ladeó la cabeza. Era el mismo cazador que se encontró en la última misión. Alto, esbelto, pero fuerte y musculado; vestido de negro, con un uniforme que no era el suyo propio, sino uno que imitaba al de las Sombras del Plenilunio, y un pañuelo rojo tapándole la cara.

Parecía divertido. Guardó la pistola en su traje, y sacó de dentro de su abrigo una daga. Cristal se enfureció. Aquel tipo era tan arrogante como para insultarla, creyéndose capaz de matarla con una simple daga.

En ese momento, decidió que no le daría la satisfacción de dejarse matar y arremetió contra él con fuerza. Se defendía bien, pero no atacaba, se limitaba a parar y esquivar sus golpes con sorprendente facilidad. El escenario no era muy cómodo, había poco espacio y destrozaron varios muebles. Al cabo de unos minutos, se sorprendió al ver que empezaba a atacar, siempre por donde no esperaba. Había estado estudiando sus movimientos, y ahora le llevaba ventaja.

Con uno de sus ágiles movimientos, consiguió desarmarla y empujarla hacia atrás. Entonces, fanfarrón, se deshizo de su daga y caminó hacia ella, desarmado. Cristal le lanzó una patada e intentó incorporarse, pero él fue más rápido y le pisó en la rodilla, de tal forma que no pudo moverse. Se agachó sin dejar de pisarla y la joven aprovechó para intentar golpearlo en la cara. La primera vez dio resultado, pero aquel asesino parecía aprender rápido y en el segundo intento la agarró por la muñeca y la inmovilizó contra el suelo.

Al parecer, él ya se había dado cuenta de que la había visto antes y, mientras le sujetaba los dos brazos con una mano, palpó su antebrazo hasta que encontró uno de sus propios puñales. Con un brusco movimiento, para poder soltarlo cuanto antes y volver a agarrarla con las dos manos, se lo clavó en el hombro derecho. Se acordaba de que tenía dificultad para moverlo.

Cristal no pudo evitar gritar. Pero el dolor la hizo reaccionar, deshaciéndose de su llave y alzando la pierna para golpearle en sus partes bajas. Consiguió quitárselo de encima y volver a incorporarse. Recuperó su espada del suelo y, al comprender que con el hombro así no sería capaz de derrotarlo, la envainó y echó a correr. Antes de terminar de bajar todas las escaleras, se quitó el pañuelo verde y se volvió a abrochar el abrigo para no dejar a la vista de la gente sus armas y el uniforme.

 

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