Cristal

Cristal


37. Engaño

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Nada más terminar la competición, y mientras Luca saltaba y la abrazaba de euforia al haber quedado segundo, se dio cuenta de que algo no marchaba bien.

―Fue Hielo, él te drogó para matarte.

―¿Eh? No empieces con eso otra vez, ¡disfruta, he quedado segundo! Además, eso son acusaciones muy fuertes; ya te dije que Hielo no...

―Me lo ha dicho él. Es un asesino, fue él quien me hizo lo del hombro la otra noche.

―No puede ser... ―Balbuceó él. ― Pero entonces... tenemos que irnos de aquí, no podemos...

―Tranquilo.―Le cortó ella. ―He hablado con él, no puede tocarnos, por el momento. En las misiones será otra cosa. Desde ahora, él irá a por mí y yo a por él; pero aquí no puede hacernos daño.

―De todas formas sigue siendo una mala noticia.

―No te preocupes. ―Ella intentó cambiar de cara y le cogió el rostro entre las manos para besarlo. ―¡Has quedado segundo! ¡Disfruta!

Tras cambiarse y hablar con el entrenador volvió con Cristal y los dos fueron hasta una cafetería a comer. Luca estaba pálido y seguía impactado, no parecía él.

―Me quieren en el equipo nacional. ―Dijo más que contento, abatido.

―¡Eso es estupendo!

―También quieren a Hielo.

―Mejor, cuanto más cerca lo tengas menos oportunidades tendrá de intentar algo.

Luca arqueó una ceja, y movió la cabeza.

―Dicho así parece una locura.

―Cierto, pero así son las cosas.

Durante su recuperación volvió a estudiar los libros de la iniciación en la magia y algunos más avanzados en el mentalismo. Quería darle una pequeña sorpresa a Hielo cuando se volviese a encontrar con él. Contactó con Driny. Al parecer, sus datos no estaban en la agenda. Pero le daba igual, tarde o temprano volverían a coincidir.

Gracias a su empeño y dedicación pronto logró alcanzar el nivel básico de la iniciación en la magia. No era nada, un juego para los niños nacidos con ese don, pero estaba orgullosa. Había aprendido a concentrar la energía de la luz y era capaz de dejar una habitación a oscuras si se concentraba durante unos minutos. Después de esas sesiones quedaba exhausta. Le costaba demasiado hacerlo y era muy lenta como para usarlo como defensa en una pelea, pero tenía decidido que mejoraría con el tiempo a base de practicar. Respecto al mentalismo no mejoró mucho, pero ganó velocidad a la hora de saber distinguir sentimientos y sensaciones en la mente de alguien. Antes, tardaba varios minutos en averiguar qué estaba experimentando una persona al mirarla a los ojos. Y era algo muy poco práctico, porque si quería utilizarlo frente a su enemigo no podría tenerlo mirándole directamente a los ojos sin apartar la vista durante tanto tiempo. Después de practicar durante horas con Angelo, consiguió hacerlo en tan solo unos segundos.

Sería algo muy útil para saber si su contrincante tenía miedo, si vacilaba, o si por algún motivo al hablar estaba mintiendo. Podría usar esos datos en su contra.

Angelo solía sentarse frente a ella, y Cristal trataba de averiguar qué era lo que pensaba. Era la persona ideal, porque al ser tan despreocupado y confiado no encontraba problemas para percibir lo que él sentía. El entrenamiento consistía en que ella nombraba algo, y luego debía adivinar lo que él sentía al pensar en eso. Al no ser capaz aún de leer en la mente de los demás con claridad, solo podía percibir ciertas emociones muy simples, pero por el momento eso le era suficiente.

―Un helado... Hambre. ―Decía ella intentando ser rápida, y esperaba a que el asintiera con la cabeza. ―Tus zapatillas preferidas... Sorpresa.

―No. ―Respondió frunciendo el ceño.

―Confusión. ―Volvió a intentar ella.

―Sí, ¿qué pretendes que sienta con eso?

―No te plantees si tiene sentido o no, tu deja fluir la primera reacción que sientas. Un gatito... ¿te gustan los gatos eh? ―Siguió ella burlona. ―Luna...te gusta más que los gatitos...

―Calla. ―Angelo intentó despejarse la cabeza para que Cristal no siguiera percibiendo lo que él transmitía. Aunque no se lo había contado abiertamente, Cristal se había dado cuenta de que entre ellos dos había algo. Pero ninguno parecía cómodo hablando de ello, por lo que no hacía comentarios a no ser que quisiera tomarle el pelo a él.

Cuando volvió a reunirse con Driny apenas pudo reconocerlo. Se había dejado el pelo largo, casi le llegaba a los hombros. Se había puesto tres pendientes consecutivos en la oreja. Y vestido de negro, con el uniforme, parecía otra persona. Organizaron durante días todas las misiones. Poseían muchos datos, muchos nombres. Había mucha gente a la que localizar... pero tener a su disposición tanta información era bueno, muy bueno. A pesar de ser novatos, podrían matar a más de cuatro personas el mismo mes. Aunque lo hubieran solicitado, sin la información de la que disponían no les habrían dejado, eran demasiado inexpertos. Por eso, en parte, Cristal había preferido no hacerlo sola, era mucha responsabilidad.

Tras reunir todos los datos que necesitaban, prepararon una lista con el orden en el que matarían a los asesinos dependiendo de su lugar de residencia para no tener que pasar por el mismo sitio dos veces. Cuando tuvieron todo listo, pidieron a la organización financiación para los viajes que tendrían que hacer y, cuando estuvieron listos, partieron.

El primer mes fue bien, acabaron con cinco asesinos entre los dos. Pero el segundo mes se enteraron de una noticia desagradable, una de las compañeras que se habían graduado aquel año, Ahlis, su compañera de cuarto en las prácticas, había muerto en su segunda misión. Aquello les hizo recapacitar, estaban yendo muy rápido, habían creído que los asesinos a los que mataban eran sus presas, pero en realidad era un juego en el que ambos bandos estaban igual de entrenados para acabar con el otro. Los dos eran cazadores y presas. Redujeron las misiones, fueron más prudentes y se lo tomaron con calma. Sin embargo, al tercer mes, sus nombres ya eran conocidos. Normalmente los Guerreros Esmeralda solían trabajar en solitario, pero ellos lo hacían en conjunto, y se les daba realmente bien. Había sido toda una sorpresa que dos novatos como ellos pudieran haber matado a tantos asesinos en tan poco tiempo.

No tuvieron ningún incidente hasta que llegaron al último miembro de la lista. Debían matarla en una cafetería, era a quien más habían tenido que investigar y seguir para encontrar un lugar en el que poder acabar con ella.

Driny y Cristal entraron como una pareja normal por la puerta, saludaron al camarero, se sentaron cerca de ella en una mesa en la que Driny la tenía de espaldas y Cristal de frente. Fingieron charlar hasta que esta decidió ir al baño, y fue ahí cuando empezó el plan. Driny pidió la cuenta y Cristal siguió a su víctima hasta el servicio.

La mujer estaba mirándose en el espejo, esperaba a un compañero que no aparecería, ya que lo habían asesinado esa misma mañana. Pero ella lo esperaría porque le había llegado un mensaje desde el móvil del cadáver, enviado por los dos Guerreros Esmeralda. La observó con detenimiento unos segundos, intentó percibir lo que sentía, pero le era imposible mirarla directamente a los ojos sin ser descarada.

―Perdone, ¿le importaría decirme si he extendido bien el rímel de mis pestañas? Estos espejos están muy sucios y no consigo... ―Improvisó Cristal.

―Claro. ―Le contestó ella con una amable sonrisa.

Cristal supo al instante que no desconfiaba, estaba demasiado preocupada pensando por qué se retrasaba tanto su compañero. No sospechaba siquiera que una joven como ella pudiese ser una criatura de la noche. Se aseguró disimuladamente de que no había nadie más además de ellas dos en el baño y salió para llamar a Driny. Él le esperaba apoyado en la pared, con apariencia tranquila.

―No sospecha nada, solo está preocupada por cuánto más tardará su compañero. No parece ir armada. Ya sabes lo que acordamos.

―Sí, ve yendo. No tardaré.

Cristal salió de la cafetería procurando no llamar demasiado la atención, como lo haría cualquier cliente más. Caminó por la calle hasta doblar la esquina y entonces se dirigió a la parte trasera del establecimiento. Por allí Driny sacaría el cuerpo. Era demasiado pesado como para que lo hiciera Cristal, por eso sería trabajo para él. Tenía que tener mucho cuidado, nadie podía verlo en el servicio de mujeres, y tenía que ser rápido, para evitar que la mujer tuviera tiempo de gritar. Ella esperaría fuera y se aseguraría de que nadie andaba cerca.

Pasaron unos minutos, era raro que tardase tanto. Cristal se disponía a volver a entrar, ante la duda de si debía aguardar y confiar en él o acudir en su ayuda, cuando la puerta de emergencias se abrió. Driny llevaba al cadáver arrastras consigo. Cristal sacó de su bolso una gran bolsa de plástico negra, y se apresuró para seguir con el procedimiento.

Se preocupó de meter el cuerpo dentro pero, mientras lo hacía, le llegó otro olor a sangre, un olor que no era el de la mujer. Alzó la cabeza hacia Driny y vio que se oprimía el pecho con una mano.

―¿Te ha herido? ―Preguntó alarmada.

―Sí, pero no es nada. ―Afirmó él intentando borrar su expresión de dolor. Aunque no podía evitar sentirse intranquilo al sentir cómo se le empapaba la camisa de sangre.

―Parece que es algo más que nada. Démonos prisa en quemar el cadáver y vayámonos de aquí.

Incendiaron el cadáver. Habían aprendido que era la mejor forma de deshacerse de las pruebas, eso y echarle la culpa del crimen a un difunto. En ese caso a otros dos asesinos. Por un lado, al compañero con el que había quedado allí. Así, Driny, fingiendo ser él, había pagado con su tarjeta de crédito. Por otro, Cristal representaba a otra asesina a la que habían matado hacía un par de días. Habían quemado los cuerpos, y habían arrojado los restos al mar, para asegurarse de que la policía forense no determinase que esos no podían ser los asesinos ya que habían muerto antes que la última víctima. Era una tarea bastante desagradable, pero merecía la pena porque así salvarían decenas de vidas que los asesinos pretendían arrebatar.

Driny volvió a salir por la puerta de la cafetería, y Cristal volvió a la entrada para esperarle allí. Nadie había apreciado todavía un contenedor de basuras quemándose en la parte trasera del establecimiento y no tuvieron problemas para irse de allí; Cristal sonriente, y él con la mano en el pecho, intentando tapar la mancha de sangre.

Volvieron al hotel donde se alojaban y allí curaron su herida. No parecía ser muy grave, pero Cristal se asustó, parecía profunda. Aquella misma noche volvieron a Deresclya para que un médico lo viera. Resultó no ser para tanto pero, con la muerte de Ahlis reciente, Cristal no pudo evitar inquietarse.

Cuando regresó a la villa, en la Tierra, Luca ya llevaba algunos meses entrenando con el equipo nacional. Habían pasado mucho tiempo sin verse, y tenían muchas cosas que contarse. Como siempre que pasaban tanto tiempo separados, se abrazaron con fuerza y rieron de felicidad.

Sin embargo, Cristal no se quedaría allí mucho tiempo. Pronto empezaría la búsqueda de su hermano, y para eso volvería de nuevo a Deresclya en busca de información.

Antes de marcharse pudo volver a ver a Luna, que había ido a visitar a Angelo, y aún seguía allí. Cuando los vio juntos sonrió, pero no dijo nada.

Al día siguiente Luca tenía una prueba de natación en la capital del país. Desde que entrenaba con el equipo nacional viajaba mucho más a menudo allí, y perdía bastante tiempo en los viajes, pero a él no le importaba, porque era feliz con lo que hacía. Angelo, Luna y ella irían también a verlo. Las cosas no eran como en el otro polideportivo, no les dejaron pasar hasta los vestuarios, tuvieron que sentarse en las gradas.

Cuando Luca terminó su prueba y volvía a los vestuarios Angelo se rió de la forma en la que se había desecho del gorro.

―Qué sexy, Luca. ―Comentó, cuando este miró hacia arriba.

―Que me dejes en paz, cara murciélago. ―Lo cortó él, pero sin mucha brusquedad, más bien con un tono divertido en su voz.

Detrás de él, a una prudente distancia, salía Hielo del agua. Comparando su marca con la del resto, había ganado por mucho. Todos parecían darse cuenta excepto él, que se mantenía impasible, serio, imperturbable. Desde que había partido con Driny había deseado encontrarse con él; incluso un par de veces había interrogado a sus víctimas acerca de su paradero, pero era un fantasma, un espectro. Nadie parecía saber nada y, si lo sabían, lo escondían muy bien. Además, hacía ya tiempo que había averiguado que el apellido que usaba para competir era falso.

Desde el día que descubrieron su vocación de asesino, siempre que coincidían con él en el polideportivo, tanto Cristal como Luca, o Angelo, se aseguraban después de que no los seguía hasta casa. Para ello hacían transbordos, tomaban largos caminos, y hacían paradas o se quedaban a dormir en alguna pensión. Sin embargo, la joven, siempre alerta en aquellas ocasiones, nunca había sentido que los siguieran. Por lo que ya deducía que no estaba interesado en ello, aunque ella sí quería averiguar dónde vivía él. Así que esa tarde decidió seguirlo.

Mientras la competición llegaba a su fin, y sin decirle a nadie dónde iba, se perdió entre los espectadores de las gradas y buscó un lugar apropiado para esperarle a la salida sin ser vista.

Al polideportivo se accedía a través de una vía peatonal, por lo que durante un tiempo podría andar tras sus pasos sin preocuparse de si se subía a un vehículo. Cuando lo hiciera, no tenía más que coger la matrícula. Y si era un taxi, con ese dato después contactaría con el conductor y averiguaría dónde había llevado al anterior pasajero.

No tuvo que esperar mucho. En algo menos de un cuarto de hora, Hielo apareció por la puerta de salida, precedido por una marea de seguidores. Cristal se pegó cuanto pudo a la pared de su escondite. Instintivamente, se llevó la mano al lugar donde debería encontrarse la empuñadura de su espada, pero no iba armada, no creía que le fuera a hacer falta.

Caminó tras él durante un largo rato, hasta que llegaron al metro. Entonces se apresuró para no perderle de vista. Si lograba montarse en el vagón contiguo, con un poco de suerte podría ver en qué estación se bajaba. Cada vez que el tren paraba, se pegaba a la ventana y aguardaba con tensión por si veía pasar a un joven con una bolsa de deporte a la espalda. Sin embargo, tuvo que esperar varias paradas y contener la respiración varias veces antes de verle.

Le persiguió hasta un hotel de las afueras. Allí tendría que tener cuidado, no podía alejarse mucho de él, o no averiguaría a dónde se dirigía, pero tampoco podía acercarse demasiado, no debía verla. Fue tras él escaleras arriba. Se extrañó de que no percibiera su presencia, estaba descuidando las distancias. Sin embargo, dejó de preguntarse a qué se debía la distracción del asesino y se alegró de su buena suerte.

Esperó unos minutos después de que entrara en una habitación, y forzó sigilosamente la puerta. Se deslizó dentro con cautela y ante ella, en una esquina del pasillo, vio una mesita en la que había una pistola con varias balas al lado. Extendió la mano para cogerla por si las cosas se torcían, pero de pronto se dio cuenta de que todo estaba saliendo demasiado bien... Vaciló unos instantes y, cuando se decidió por no coger el arma, sintió un brazo aprisionando su cuello.

Intentó deshacerse de él con las manos, dándole patadas, e incluso probó alguna llave, pero él era más fuerte. Durante el forcejeo, pudo ver de refilón el interior del salón, donde yacía un cuerpo sin vida. Y entonces se dio cuenta de lo que pasaba. Hielo sabía desde hacía tiempo que le seguía, pero se estaba dejando seguir porque le convenía llevarle hasta allí. Al igual que ella hacía muchas veces, quería matarle como a una víctima más, y echarle a ella, un cadáver, la culpa del asesinato que sin duda él había cometido.

Logró liberarse al fin, dándole un codazo en las costillas, y no se detuvo a coger aliento; le lanzó una patada al instante, y a él no le dio tiempo a esquivarla. Aprovechó su distracción y se abalanzó sobre él para inmovilizarlo. Pero Hielo fue más rápido, y volvió a apresarla de la misma forma que antes. Sin embargo, aquella vez había dejado su brazo descuidadamente cerca del alcance de la boca de la joven, y no lo dudó. Morder a un humano implicaba el control sobre sus emociones, sobre sus actos, poder manipular y distorsionar sus sensaciones. Nunca lo había probado, le parecía una forma muy poco noble de pelear, ya que suponía hacer uso de habilidades que sus contrarios no poseían. Pero aquel caso era diferente, tenía tantas ganas de acabar con él que no le importó traicionar sus principios. Así que clavó sus colmillos en el brazo del asesino, con fuerza.

Sin embargo, no sucedió lo que esperaba. Hielo la puso contra la pared de cara a él de un fuerte golpe, y le enseñó una media sonrisa.

―Llegas demasiado tarde. ―Comentó satisfecho y victorioso enseñando sus colmillos, ligeramente más largos que los de los humanos.

Cristal abrió los ojos como platos, no podía creerse lo que estaba viendo. Pero enseguida tuvo que volver a centrarse en la pelea, ya que él había extraído un puñal de su cinturón y se disponía a usarlo contra ella. Lo esquivó con agilidad, y logró darle la vuelta a la situación, arrebatándole el puñal y poniéndole a él contra la pared. Aunque aquella situación aventajada no le duró mucho, la puerta tras ellos iba a ser abierta de un segundo a otro.

Se miraron el uno al otro, comprendiendo lo que implicaba que los encontrasen en el escenario de un crimen, armados. Cristal se dirigió al balcón sin pensarlo demasiado, dejando a Hielo atrás. Poco después, la siguió.

No era la primera vez que se descolgaba por una fachada y, como no había demasiada altura, no le resultó demasiado difícil llegar al suelo. Hielo le había imitado, pero no tenía tiempo de pararse a esperarle, mucha gente podría haberla visto, y tenía que desaparecer de allí.

 

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