Cristal

Cristal


38. Tristeza

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Aquel día, al llegar a casa, comenzó una de las jornadas más tristes de su vida. Había llegado una carta para ella que el servicio había deslizado bajo la puerta de su cuarto. Era de la organización. Pensó que tal vez la llamaran para otra misión, pero había acabado con más asesinos de lo que se esperaba de ella, y no creía que tan pronto volviesen a requerir sus servicios.

Se sentó en la cama mientras se deshacía de sus botas, y la abrió con parsimonia. Según la iba leyendo, su rostro se contrajo en una mueca inexpresiva, carente de emoción. No podía creer lo que estaba leyendo, no quería creerlo. Volvió a leerla con ansia de arriba abajo, tratando de encontrar una explicación razonable, un error de comprensión que le hubiera hecho entender mal... Pero en la carta seguía leyendo las mismas palabras de antes, las mismas palabras que le recordaron lo frágil que eran la vida, y las personas...

Con la carta y el sobre entre los dedos salió corriendo de su cuarto, sintiendo que, si paraba, un mal terrible se apoderaría de ella. Irrumpió en el salón con estrépito. Como había supuesto, casi todos estaban allí.

Vio a Angelo tumbado en el sofá. Caminó hacia él serenando su paso, pero sin alterar su expresión, y lo abrazó con toda su alma. Él no supo cómo reaccionar al principio, no estaba acostumbrado a esas muestras de cariño. Hacía mucho que no le regalaba un abrazo.

Sin poder evitarlo, rompió a llorar y aquello desconcertó aún más al joven vampiro. Le agarró de la nuca e intentó tranquilizarla sin saber por qué lloraba. Cristal consiguió enderezarse por unos minutos y le enseño la carta y el sobre que había arrugado al correr.

Angelo comenzó a leer, mientras el resto de los que se encontraban en la estancia se acercaban para ver qué ocurría. Cuando terminó, sintió que le abandonaban las fuerzas. Se puso pálido, y no cerró los ojos, pero dejó de ver. No reaccionó, siguió sosteniendo la carta y mirando al papel, esperando que en cualquier momento despertara en medio de una pesadilla.

Sin embargo, los sollozos de Cristal le devolvieron a la realidad, haciendo que se enfrentara a ella. Luca no tardó en acercarse a ellos, y ponerle una mano sobre el hombro a su compañera. No sabía lo que estaba pasando, pero intuía que no hacía mal preguntando.

―Cristal, ¿qué ocurre?

―Luna. ―Lloró, sin ser capaz de articular ninguna palabra más. ―Luna...

―¿Luna qué? ―Insistió él, preocupado. Pero como respuesta no obtuvo más que el papel que informaba de la noticia y que Angelo sostenía entre sus manos temblorosas. Lo leyó con rapidez y se lo tendió a su madre, que también se había acercado. Esta se llevó una mano a la boca y miró a su hijo menor y a Cristal, apenada a la vez que abatida. Estaba segura de que aquello sería un duro golpe para todos en la casa. Sobre todo para Angelo y Cristal, que tan amigos eran de la protectora.

Anthony se acercó casi al momento, y preguntó a su mujer por qué lloraba Cristal.

―Luna ha muerto. ―Declaró, diciendo en alto las tres palabras que ninguno allí había sido capaz de pronunciar.

Los instantes siguientes fueron confusos. Angelo no conseguía reaccionar, ni siquiera lloraba ni mostraba signo alguno de sentirse tan destrozado como realmente estaba. Sin embargo, Cristal no podía dejar de llorar, y ver a Angelo en ese estado no hacía más que afectarle aún más. Angelo no conseguía decir ni hacer nada ante la impactante noticia que le había dejado totalmente conmocionado. Por eso, Luca acompañó a Cristal a su cuarto y le pidió que, por el momento, no estuviera cerca de Angelo. Ambos tenían que intentar calmarse.

Verle así le partía el alma. Sentada sobre la cama y haciendo esfuerzos por ver entre las cortinas de lágrimas que nublaban sus preciosos ojos verdes. Sin poder tumbarse, y abrazándose a sí misma para reprimir los temblores que le hacían convulsionarse continuamente. Cuando creía que lograba controlar sus lágrimas, de nuevo rompía llorar, y Luca no se atrevía a acercarse más a ella. Se mantenía a una prudente distancia. No sabía qué hacer, aquello también le estaba haciendo reflexionar a él. No obstante, no tardó en darse cuenta de que ella le necesitaba cerca, y se sentó a su lado para abrazarle e intentar consolarle susurrándole palabras alentadoras al oído.

Poco a poco, la impactante noticia y el shock inicial se convirtieron en dolor y angustia. Cristal consiguió dejar de llorar y controlar sus emociones, pero pararse a pensar las cosas era mucho menos agradable que llorar. No quería pensar en Luna, sabía que era egoísta por su parte, que ella se merecía que le recordara, pero quería olvidarle para no tener que pensar que nunca le volvería a ver.

No sufría la muerte de alguien cercano desde la de su abuela, y cuando eso ocurrió era muy pequeña, por lo que no recordaba muy bien cómo se sentía por aquel entonces. Lo que sí que sabía era que el dolor de la muerte de su amiga no desaparecería en mucho tiempo. Después de todos esos años, ni siquiera había logrado superar por completo la muerte de sus padres y de su abuela. La de Luna también tardaría en olvidarla.

Aunque tuvieron que partir aquel mismo día hacia la ciudad natal de Luna para el funeral, no comentaron nada sobre la muerte de la joven. Ninguno se atrevía. Fueron todos, incluso Luca, que tenía una importante reunión para hablar de la competición y renunció a ella para poder acompañar a Cristal.

Luca cogió a Cristal de la mano prácticamente durante todo el viaje, no se decidía a soltarla, y ella cada vez buscaba más apoyo en él. Se sentaron juntos en la parte trasera del coche, y ella posó su cabeza sobre su hombro para intentar dormir, aunque no llegó a hacerlo.

Pasaron la noche en un hotel. Al día siguiente sería la ceremonia fúnebre. Se acostaron pronto, pero a mitad de la noche algo hizo despertar a Luca. Se sentía intranquilo, nervioso, por el mismo motivo que le rondaba la cabeza desde que se enteró de la muerte de la protectora. Retiró las sábanas sin hacer ruido y se levantó despacio para no perturbar el sueño de Cristal. Le hacía falta dormir, descansar, y dejar de pensar en lo que estaba pasando.

Se sentó en una silla frente a la ventana, y retiró un poco la cortina para, al menos, tener vistas a las que contemplar. A pesar de estar seguro de no haber hecho ruido, al poco rato sintió que unos brazos recorrían su espalda y le rodeaban el cuello.

―¿Te he despertado? ―Le susurró, temiendo desvelarla más si hablaba en su tono de voz normal.

―No he llegado a dormir, tranquilo. ―Le respondió Cristal, pegando la cabeza a su mejilla.

―¿Cómo quieres que esté tranquilo si me dices que no duermes?

―Tú tampoco lo estás haciendo ahora. ―Contraatacó ella. ―¿Qué haces aquí?

Luca acarició una vez más los brazos de la joven y después la agarró de la mano para hacerla caminar hasta colocarse frente a él. Cristal se sentó sobre sus piernas y volvió a abrazarlo. Estaba cansada, pero no podía apartar de su mente a Luna.

―Pienso. Pienso en que tu trabajo es más peligroso que el de Luna, y que desde ahora pasarás fuera tanto tiempo como Andrea. Pienso que cada vez tus misiones son más arriesgadas, y que uno de los asesinos que quiere matarte es mi compañero de equipo.

―Hielo. ―Saltó como pinchada por algo. ―Con todo esto se me olvidó contártelo. ―Empezó alterada y girándose hacia él. ―Cuando le seguí hasta el hotel me enseñó sus colmillos.

―¿Cuándo le seguiste y a qué hotel? ―Preguntó el joven, confuso.

―Ayer, después de tu competición. Pero eso no es importante ¡¿Has escuchado que he dicho que tiene colmillos?! Hielo es un vampiro.

―¿Qué dices? ―Murmuró, incrédulo. ―Es un asesino de vampiros, verías mal, Cristal.

―¡No vi mal! Quise morderle para intentar tener algo más de control sobre sus actos, pero me enseñó los colmillos y me dijo que llegaba tarde. ―De pronto, pareció cambiar su expresión de preocupación por otra de satisfacción y continuó. ―Pero eso es bueno, ahora ya sabemos algo más sobre él.

―No veo qué tiene de bueno enfrentarse a un vampiro traidor que quiere matarte. Ahora entiendo por qué es tan bueno matando vampiros. Lucha de igual a igual. Y, además, conoce nuestros puntos débiles porque se conoce a sí mismo.

―¿Insinúas que hasta ahora los vampiros teníamos ventaja sobre los cazadores?

―No me refería a eso, sino a que cualquier punto a favor que creyerais tener frente a él, ya no existe. Él, en cambio, también puede hacer uso de las ventajas de los cazadores, tiene lo bueno de ambos bandos.

―Y lo malo. ―Contestó Cristal con rabia. ―Odio a esa persona, y cada vez le odio más, no te haces una idea de las ganas que tengo de matarle.

Luca le agarró la mano, que la había cerrado y apretado con fuerza al decir aquello.

―Por eso tengo miedo, porque tú no lo tienes. Eres imprudente, impulsiva, y cualquier día podrías no regresar más.

―No digas eso. Sabes que no es verdad. ―Replicó ella. ―Medito mis acciones antes de actuar y tengo siempre mucho cuidado.

―No estoy de acuerdo contigo. Pero no te voy a pedir que dejes de hacer lo que haces, porque te gusta y sé que no me harías caso. ―Sonrió, casi con tristeza.

―Claro que no lo haría. ―Le sonrió ella, agarrándole el rostro con las dos manos. ―Porque no tienes razón.

―Dime, y contesta sinceramente. ―Intentó ponerse aún más serio. ―¿Cómo te sientes tú cada vez que Andrea tarda más de lo esperado en volver de una misión? ―Hizo una pausa, y contempló cómo el rostro de Cristal se angustiaba. ―¿Cómo te sentiste cuando estuve en el hospital?

Cristal no respondió, no hizo falta que lo hiciera, su expresión la delataba, y Luca había leído en sus ojos que había comprendido lo que le quería transmitir. Se acomodó sobre sus rodillas y le rodeó el cuello con los brazos mientras apoyaba la cabeza sobre su pecho.

El día siguiente fue más duro que los anteriores. Se encontraron con Driny y Lorimer en la ceremonia fúnebre y, al verlos, Cristal no pudo evitar volver a romper a llorar. Angelo también pareció despertar de un trance cuando los vio aparecer, y se le saltaron un par de lágrimas.

Parecía invierno. El frío les calaba los huesos, los copos de nieve caían sobre su pelo. Cristal agarró de la mano a Angelo, y no habló en toda la ceremonia.

Una semana después, seguía sin conseguir decir una palabra sobre el tema, no tenía apetito, no hacía bromas, no era el mismo de siempre...

Se sentaba, afligido, durante horas, en el alfeizar de la ventana de su cuarto y cuando sentía que no aguantaba más dentro de los muros de la casa, salía al jardín, hiciera sol o lloviese, y paseaba durante horas por todos y cada uno de los rincones de la villa hasta los límites de la propiedad.

Pero, poco a poco, el triste recuerdo de la muerte de Luna fue desapareciendo, y las cosas fueron volviendo, lentamente, a la normalidad; aunque sin que Angelo le hablara a nadie de lo mal que lo estaba pasando.

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