Criminal

Criminal


Capítulo diez

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Sábado 12 de julio de 1975

Amanda jamás había sido muy hábil a la hora de mentir, especialmente cuando se trataba de su padre. Desde muy pequeña, Duke conseguía mirarla de una forma muy especial que hacía que le contase la verdad sin importar las consecuencias. No podía imaginar lo enfadado que se pondría si se enteraba de que estaba pasando la tarde en casa de Evelyn Mitchell. Eso le recordaba todas las historias sobre el escándalo Nixon. La mentira siempre termina por salir a la luz.

Y esa era una de las grandes. Amanda no solo se había inventado una función en la iglesia, sino que había involucrado a Vanessa Livingston y le hizo prometer que respaldaría su historia hasta las últimas consecuencias. Amanda esperaba que Duke estuviese tan inmerso en su caso que no quisiera ahondar en su historia. Había estado hablando por teléfono con su abogado durante toda la mañana. La decisión del Tribunal Supremo en el caso de Lars Oglethorpe había cambiado las tornas en la comisaría de policía. Duke apenas se había dado cuenta de su presencia mientras limpiaba su casa y le planchaba las camisas.

Lo único que deseaba en ese momento era ver con sus propios ojos a Evelyn para asegurarse de que estaba bien. Después de marcharse el día anterior de Techwood, ninguna había intercambiado palabra. Evelyn la había dejado en comisaría y se había marchado sin ni siquiera despedirse. Lo que le había hecho Rick Landry en el pasillo parecía haberla dejado sin habla.

Amanda se dirigió a Monroe Drive. No frecuentaba esa parte de Piedmont Heights. Mentalmente, aún la consideraba una zona agrícola, aunque hacía tiempo que se había convertido en un área industrial. De pequeña, había visitado con su madre Monroe Gardens, donde habían observado durante horas los arriates mientras cogían pensamientos y rosas para plantarlos en el jardín trasero. Aquel lugar, sin embargo, ahora lo habían transformado en una serie de edificios de oficinas para la Cruz Roja, pero aún podía recordar las hileras de narcisos.

Torció a la izquierda en Montgomery Ferry. El Plaster’s Bridge estrechaba la carretera y la convertía en una de un solo carril. Los neumáticos del Plymouth traqueteaban sobre el asfalto lleno de surcos. Le corrió un sudor frío al pasar por el Ansley Golf Club, aunque sabía que su padre no estaba jugando aquel día. Siguió la curva hacia Lionel Lane y luego giró a la derecha en Friar Truck, que llevaba directamente hasta Sherwood Forest.

La casa de Evelyn era una de esas de estilo ranchero que se habían construido a millares para albergar a los veteranos que habían regresado. Eran casas de una sola planta, con la cochera abierta a un lado, igual que la casa de al lado, que era una réplica exacta de la siguiente, y de la de más allá.

Aparcó en la calle, detrás de la camioneta de Evelyn y se miró en el retrovisor. El calor le había estropeado el maquillaje. Tenía el pelo aplastado y sin brillo. Había pensado en lavárselo aquel día, pero la idea de sentarse bajo el secador le resultaba nauseabunda y no podía dejar que se secara al aire libre porque le quedaba muy áspero.

Apagó el motor y oyó el zumbido de una sierra circular. La entrada estaba ocupada por un Trans Am color negro y un Ford Galaxie convertible como el que llevaba Perry Mason. Al aproximarse a la casa, vio que estaban construyendo un cobertizo en el lado abierto del garaje. Habían levantado los tabiques de la pared exterior y el techo, pero nada más. Vio a un hombre en el garaje inclinado sobre un trozo de madera contrachapada apoyada sobre un par de caballetes. Llevaba puestos unos vaqueros cortos e iba sin camisa. El logotipo de su visera color naranja era fácilmente visible, aunque no reconoció el emblema de los Florida Gators hasta que estuvo cerca de la entrada.

—¡Hola! —dijo el hombre dejando la sierra.

Amanda dedujo que sería Bill Mitchell, aunque lo había imaginado más glamuroso. Era un tipo normal, de la misma altura que Evelyn, con el pelo color castaño y algo de barriga. Tenía la piel roja por el sol. Esbozaba una sonrisa agradable, aunque ella se sintió muy incómoda hablando con un hombre que estaba semidesnudo.

—Amanda —dijo tendiéndole la mano—. Soy Bill. Encantado de conocerte. Ev me ha hablado mucho de ti.

—Lo mismo te digo —respondió Amanda estrechándole su sudorosa mano. Tenía serrín pegado en los brazos y en el pecho.

—Vamos a la sombra. Hace un calor insoportable.

Le puso la mano en el codo mientras la conducía hacia la parte sombreada del garaje. Amanda vio una mesa de pícnic en el jardín trasero. La barbacoa ya estaba desprendiendo humo. De repente, sintió una oleada de culpabilidad. Había estado tan preocupada por el estado mental de Evelyn que se había olvidado de que era una fiesta y de que debería haberle llevado un regalo a la anfitriona.

—¿Bill?

Evelyn entró en el garaje con un bote de mayonesa en la mano. Iba descalza y llevaba un traje de tirantes de color amarillo. Tenía la melena perfecta. No llevaba maquillaje, pero no parecía necesitarlo.

—Hola, Amanda. Has venido. —Le dio el bote de mayonesa a su marido y añadió—: Cariño, ponte una camisa. Estás más colorado que un cangrejo.

Bill miró a Amanda. Abrió el bote de mayonesa antes de devolvérselo a su esposa.

Evelyn se dirigió a Amanda.

—¿Te ha presentado a Kenny? Bill, ¿dónde está Kenny? —No le dio tiempo a responder—. ¿Kenny?

—Estoy aquí debajo —dijo una voz grave procedente de debajo del cobertizo. Amanda vio un par de piernas velludas, luego unos vaqueros cortos y después el torso desnudo de un hombre que salió de debajo del suelo de madera contrachapada. Le sonrió a Amanda y dijo—: Hola. —Luego se dirigió a Bill y añadió—: Creo que necesitamos más puntales.

—Están construyendo un cobertizo —explicó Evelyn—, así puedo tener un lugar seguro donde guardar la pistola.

—Y abono —añadió Kenny. Le tendió la mano a Amanda—. Soy Kenny Mitchell. El hermano de Bill.

Amanda le estrechó la mano. Estaba caliente y áspera. Notó que se sonrojaba bajo el sol. Era el hombre más atractivo que había visto fuera de una película de Hollywood. Su pecho y su estómago eran puro músculo. Tenía el bigote recortado, mostrando unos labios muy sensuales.

—Ev, no me habías dicho que tu amiga fuese tan guapa.

Amanda se sonrojó de pies a cabeza.

—¡Kenny! —exclamó Evelyn reprendiéndolo—. La estás avergonzando.

—Lo siento, señorita —dijo.

Le hizo un guiño a Amanda mientras se metía la mano en el bolsillo y sacaba un paquete de cigarrillos. Amanda trató de no mirar la línea de vello que empezaba en el ombligo y continuaba bajando.

—Se parece al cachas ese que sale en los anuncios de Safeguard, ¿verdad que sí? —dijo Evelyn. Le hizo un gesto a Amanda para que la siguiera al interior de la casa—. Ven. Dejemos a los chicos con lo suyo.

Bill las detuvo y se dirigió a Amanda.

—Gracias por cuidar ayer de mi chica. Es una pésima conductora. Se mira más al espejo que a la carretera.

Evelyn se adelantó a Amanda.

—Le conté que estuvimos a punto de atropellar a un hombre en la calle. —Se llevó la mano al pecho, justo al mismo lugar donde Rick Landry le había clavado la linterna—. El volante me ha dejado un cardenal tremendo.

—Debes tener más cuidado —dijo Bill dándole una palmada en el trasero—. Y ahora entra antes de que te coma a besos.

Evelyn le besó en la mejilla.

—Bebe mucha Coca-Cola. No querrás deshidratarte con este calor.

Cogió el bote de mayonesa y lo apretó contra el estómago mientras recorría el garaje. Amanda la siguió. Quería preguntarle por qué le había mentido a su marido, pero la baja temperatura del interior de la casa la dejó sin habla. Por primera vez en muchos meses, no estaba sudando.

—¿Tienes aire acondicionado?

—Bill lo compró cuando me quedé embarazada y ya no podemos vivir sin él.

Puso el bote sobre la encimera, al lado de un enorme recipiente lleno de patatas cortadas, huevos y pimientos. Las mezcló con la mayonesa y dijo:

—Lo único que sé preparar es ensalada de patatas. A mí no me gusta mucho, pero a Bill le encanta. —Parecía embobada, con aquella sonrisa—. ¿No es maravilloso? Es un libra perfecto.

A juzgar por la casa de Evelyn, Bill debía de ser un libra muy feliz. La cocina era extremadamente moderna: encimeras laminadas de color blanco que hacían juego con unos electrodomésticos color verde aguacate. Los tiradores de cromo de los armarios brillaban con la luz del sol. El linóleo tenía un estampado sutil. Las cortinas de la ventana dejaban entrar una luz amarillenta. Había una habitación adosada a la cocina con una lavadora y una secadora. Unos vaqueros de niño colgaban del tendedor interior. Era el tipo de casa que Amanda creía que solo existía en las revistas.

Evelyn guardó la ensalada de patatas en la nevera.

—Gracias por no decirle nada a Bill —dijo poniéndose la mano en el pecho—. Solo serviría para que se preocupase.

—¿Te encuentras bien?

—Oh —respondió sin añadir nada más. Puso la mayonesa al lado de la ensalada, pero se detuvo cuando estaba a punto de cerrar la nevera—. ¿Quieres una cerveza?

Amanda jamás había probado la cerveza, pero estaba claro que Evelyn la necesitaba.

—Bueno.

Evelyn sacó dos latas de Miller de la puerta. Tiró de las anillas y las arrojó al cubo de basura. Le estaba dando la cerveza a Amanda cuando empezó a funcionar de nuevo la sierra circular.

—Ven por aquí.

Le hizo una señal mientras cruzaban el comedor y entraban en un enorme salón.

El comedor estaba un escalón más bajo. La temperatura era casi glacial, gracias al aparato de aire acondicionado que había encima de una de las ventanas. Amanda notó que el sudor de su espalda se enfriaba. Sus zapatos se hundieron en la suntuosa moqueta de color ocre. El techo tenía unos relieves muy bonitos. Había un sillón tapizado de

chintz verde y un sofá amarillo. Unas butacas de orejeras que hacían juego enmarcaban las puertas correderas de cristal. Se oía música de McCartney en el equipo de alta fidelidad. Una de las paredes estaba repleta de libros. Un televisor consola del tamaño de un carrito para bebés servía de centro. La única cosa fuera de lugar era aquella enorme tienda de campaña en medio de la habitación.

—Dormimos aquí por el aire acondicionado —explicó Evelyn, que se sentó en el sofá. Amanda tomó asiento a su lado—. Tenemos un aparato en el dormitorio, pero no me pareció justo con Zeke, y su cuna es demasiado grande para que quepa en el dormitorio.

Dio un largo sorbo a la cerveza.

A Amanda se le daban bien las conversaciones, no las frases cortas.

—¿Cuántos años tiene?

—Casi dos —dijo gruñendo, lo que le hizo pensar a Amanda que era algo malo—. Cuando era pequeño, Bill lo metía en el cajón de la cómoda y lo dejaba allí cuando necesitábamos algo de intimidad. Pero ahora ya está empezando a caminar… —Señaló la tienda—. Gracias a Dios, duerme muy bien, aunque no esta mañana. Chillaba de lo lindo, por eso Bill se lo llevó con su madre antes de que me volviera loca del todo. Voy a cambiar el disco. —Se levantó y se dirigió al tocadiscos—. ¿Has visto lo que está haciendo John Lennon?

Hablaba como si hubiese metido un gato en un saco y le diese vueltas por una habitación pequeña, pero Amanda murmuró:

—Sí. Me parece muy interesante.

—Creo que Bill le ha prestado el disco a Kenny —dijo Evelyn hablando consigo misma mientras pasaba los discos. O puede que hablase con Amanda. Sin embargo, no parecía importarle que ella le respondiera—. ¿Simon y Garfunkel? —preguntó, aunque ya estaba poniendo el disco.

Amanda miró la mesa de centro, intentando encontrar una buena excusa para marcharse. Jamás se había sentido tan fuera de lugar. No estaba acostumbrada al trato social, especialmente con extraños. Para ella solo existían la iglesia, el trabajo, la escuela y su padre. Resultaba obvio que Evelyn se encontraba bien después de la experiencia del día anterior. Tenía a su marido y a su cuñado. Tenía la tienda de campaña para practicar sexo en el salón y una casa la mar de bonita. Tenía su ejemplar de

Cosmo encima de la mesa, donde todo el mundo pudiera verlo.

Amanda notó que se volvía a sonrojar mientras miraba aquellos titulares tan morbosos. Sería desastroso si un rayo les caía a las dos y su padre la encontraba en casa de Evelyn con una lata de cerveza en la mano y la revista

Cosmopolitan ante ella.

Evelyn se acomodó en el sofá.

—¿Te encuentras bien?

—Tengo que marcharme.

—Pero si acabas de llegar.

—Solo quería saber si te encontrabas bien después de que Rick…

—¿Fumas? —preguntó Evelyn cogiendo una caja de metal de la mesa.

—No, gracias.

—Yo lo dejé cuando me quedé embarazada de Zeke —admitió—. Por alguna razón, no podía soportar el sabor. Es curioso, porque antes me encantaba. —Dejó la caja en la mesa—. Por favor, no te vayas. Me alegra mucho que hayas venido.

Amanda se sintió avergonzada por el comentario. Y atrapada. Ahora no podía marcharse sin ser grosera. Volvió a hablar de su hijo porque parecía el único tema que no resultaba espinoso.

—¿Zeke es un nombre de familia?

—Su nombre es Ezekiel. He intentado que Bill no se lo abreviase, pero… —Se calló—. El único criterio que tiene Bill para escoger un nombre es imaginar cómo suena cuando lo digan por los altavoces del estadio de Florida.

En lugar de reírse de su chiste, se quedó callada. Observó a Amanda.

—¿Qué sucede? —preguntó Amanda.

—¿Vamos a seguir con nuestras cosas?

Amanda no tuvo que preguntar a qué cosas se refería. Iban a vigilar el edificio de oficinas para encontrar al señor del traje azul. Amanda pensaba llamar al Departamento de Viviendas. Evelyn revisaría los informes de personas desaparecidas en otras zonas. El día anterior les parecía un plan sólido, pero ahora, visto con cierta perspectiva, parecía poco profesional y muy peligroso.

—¿Crees que debemos seguir con eso?

—¿Y tú?

Amanda no supo responder. Después de lo sucedido con Rick Landry estaba asustada. También le preocupaban todas las indagaciones que ya habían hecho. Ambas habían llamado a personas con las que no debían haber hablado. Amanda había pasado toda una mañana leyendo ediciones pasadas del

Journal y del

Constitution. Si Duke tenía razón y recuperaba su trabajo, lo primero que haría sería averiguar qué había estado haciendo, y eso no le gustaría.

—Sabes, estaba pensando… —empezó Evelyn. Se puso la mano en el pecho. Sus dedos cogieron uno de los botones de nácar—. Lo que me hizo Landry. Lo que Juice intentó hacerte. Es curioso que, sean blancos o negros, lo primero que hagan es tirarse a por lo que tienes entre las piernas. Eso es lo único que valemos.

—O de lo que carecemos.

Amanda terminó su cerveza. Estaba un poco achispada.

—¿Por qué solicitaste ese trabajo? ¿Fue por tu padre?

—Sí —respondió ella, aunque solo era cierto en parte—. Quería ser una chica Kelly[8]. Trabajar en una oficina distinta cada día. Tener un bonito apartamento.

Amanda no terminó de contarle cuál era su fantasía, pues también imaginaba un marido, quizás un hijo, alguien a quien pudiese cuidar.

—Ya sé que suena un poco superficial.

—A mí me parece una razón mejor que la mía —respondió Evelyn acomodándose de nuevo en el sofá—. Yo solía ser una sirena.

—¿Cómo dices?

Evelyn se echó a reír. Parecía encantada con la expresión de sorpresa de Amanda.

—¿Nunca has oído hablar de Weeki Wachee Spring? Está a una hora de Tampa.

Negó con la cabeza. Ella solo había estado en Florida Panhandle.

—Me dieron el trabajo porque podía estar sin respirar durante noventa segundos. Y por esto. —Señaló sus pechos—. Me pasaba el día nadando. —Hizo un gesto con los brazos en el aire—. Y bebiendo toda la noche. —Bajó los brazos. Sonreía.

Lo único que pudo decir Amanda fue:

—¿Lo sabe Bill?

—¿Dónde crees que nos conocimos? Fue a visitar a Kenny a la base aérea McDill. Amor a primera vista. —Puso los ojos en blanco—. Me fui con él a Atlanta. Nos casamos. Me aburría de estar en casa, así que decidí buscar un trabajo cerca. —Sonrió, como si fuese a contar una historia graciosa—. Fui al centro, a los juzgados, a rellenar una solicitud. Había visto un anuncio en el periódico diciendo que el Comisionado de Impuestos necesitaba personal, pero me equivoqué de habitación. Entré y vi a un hombre vestido de uniforme. Un gilipollas. Me miró y me dijo: «Muchachita. Te has equivocado de sitio. Esta habitación es para la policía. Y, por el aspecto que tienes, te aseguro que no vas a entrar».

Amanda se rio. Evelyn lo imitaba muy bien.

—¿Qué hiciste?

—La verdad es que estaba furiosa —dijo enderezando la espalda—, así que le dije: «No, señor, el que se equivoca es usted. Yo he venido para ingresar en la policía, y tengo derecho a hacer la prueba». —Se echó hacia atrás—. Pensé que no aprobaría, pero una semana después me llamaron para una entrevista. No sabía si debía ir. No se lo había dicho ni a Bill. Pero me presenté y supe que había aprobado porque me dijeron que me presentase en la academia la semana siguiente.

Amanda no podía imaginar semejante descaro.

—¿Qué dijo Bill?

—«Diviértete, pero ten cuidado». —Extendió los brazos y añadió—: Así me convertí en policía.

Amanda se quedó consternada al oír aquella historia, pero al menos era mejor que la de Vanessa, que había visto un letrero en el tablón de anuncios de la prisión cuando la estaban procesando por conducir en estado de embriaguez.

—No estaba segura de que pudiera regresar después de tener a Zeke —prosiguió Evelyn. Respiró profundamente—. Pero luego pensé en lo bien que me sentía cuando respondía a una llamada y una mujer veía que yo estaba al mando, y que su novio, su marido o quienquiera que fuese que la había estado maltratando tenía que responder a mis preguntas. Me hace sentir que estoy haciendo algo bueno. Imagino que los negros se sienten igual cuando ven aparecer un policía negro. Sienten que están hablando con alguien que los comprende.

Amanda jamás lo había visto de esa manera, pero supuso que tenía sentido.

—Quiero hacerlo. Realmente quiero hacerlo —dijo Evelyn cogiéndole la mano. Había cierto tono de urgencia en su voz—. Esas chicas. Kitty, Mary, Lucy, Jane, que descansen en paz. En realidad, no son muy diferentes de nosotras, ¿verdad que no? Alguien decidió que no importaban. Y es cierto. No importaban. No, dadas las circunstancias. No cuando tipos como Rick Landry se pueden permitir el lujo de decir que Jane Delray se suicidó y el único problema es quién va a limpiar sus restos.

Amanda no respondió, pero Evelyn parecía leerle el pensamiento.

—¿Qué sucede?

—No fue Jane.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo lo sabes?

—Yo mecanografío todos los informes de Butch. No fue Jane quien saltó del edificio. La chica se llamaba Lucy Bennett.

Evelyn parecía confusa. Tardó unos instantes en procesar la información.

—No lo comprendo. ¿Alguien la ha identificado? ¿Su familia se ha presentado?

—Encontraron el bolso de Lucy en el apartamento C de la quinta planta.

—Ese es el apartamento de Jane.

—Las notas de Butch dicen que la víctima era la única persona que vivía en el apartamento. Su bolso estaba en el sofá. Encontraron su carné y la identificaron.

—¿Le tomaron las huellas digitales?

—Lucy no estaba fichada. No hay forma de comparar las huellas.

—Eso no cuadra. Es una prostituta. Todas están fichadas.

—No, no cuadra.

A menos que fuese nueva en el oficio, no había forma de que Lucy Bennett hubiera evitado un arresto. Algunas chicas incluso se dejaban arrestar a propósito para pasar una noche en comisaría cuando sus chulos estaban cabreados.

—Lucy Bennett. ¿Su carné estaba en el bolso? —Evelyn se quedó pensativa—. No creo que Jane tuviera un carné tirado por ahí. Ella nos dijo que esas chicas habían desaparecido hace meses, y Lucy hacía un año. Jane intentaba cobrar su ayuda gubernamental. O bien el carné de Lucy lo tenía Jane, o bien está en la caja de cartón del Five Points.

Amanda ya había pensado en eso.

—Butch siempre me da los recibos de las pruebas para que pueda anotarlos en el informe. —Habían llevado el bolso al depósito central, donde el sargento de guardia catalogaba cada artículo que se almacenaba—. Según el recibo, el bolso de Lucy no contenía ningún carné.

—El sargento de guardia no puede mentir a ese respecto. Perdería su trabajo si algo se pierde.

—Sí.

—¿Tenía dinero en la cartera?

Amanda se sintió aliviada al no ser la ingenua por una vez. Todos los bolsos y carteras encontrados en los casos de homicidio que se dejaban en el depósito, por obra de algún milagro, nunca contenían dinero.

—No importa —dijo Evelyn. Luego repitió el nombre de la chica—. Lucy Bennett. Y yo pensando todo este tiempo que era Jane.

—¿Significa algo su nombre? ¿Aparece en alguno de los informes de personas desaparecidas?

—No. —Evelyn se mordió el labio. Luego miró a Amanda y dijo—: ¿Te importa si te presento a alguien?

Amanda sintió un temor que le resultaba familiar.

—¿A quién?

—A mi vecina. —Se levantó del sofá. Cogió la lata de cerveza de Amanda y la puso en la mesa, al lado de la suya—. Ha trabajado en el Departamento de Policía de Atlanta. A su marido lo han trasladado al aeropuerto. Bebe mucho. Un buen elemento. —Fue hasta las puertas correderas. Amanda no pudo hacer otra cosa que seguirla. Evelyn continuó hablando mientras cruzaban el jardín trasero—. Roz es un poco gruñona, pero es una buena mujer. Ha visto muchos cadáveres en su vida. ¿Te importa que sea judía?

Amanda no supo a qué venía aquella pregunta.

—¿Por qué me iba a importar?

Evelyn dudó antes de continuar cruzando el patio.

—Bueno, el caso es que Roz es fotógrafa de escenas criminales. Revela todas las fotos en su casa. No quieren que lo haga en comisaría porque es una bocazas. Creo que lleva diez años con ese trabajo. ¿No te ha hablado tu padre de ella?

Amanda negó con la cabeza cuando Evelyn la miró.

—La vi esta mañana y estaba muy nerviosa.

Pasaron al lado de un Corvair aparcado en el garaje. La casa tenía la misma estructura que la de Evelyn, pero tenía un porche cubierto entre el garaje y la casa.

Evelyn bajó la voz.

—No digas nada de su cara. Como ya te he dicho, su marido es un buen elemento. —Abrió la puerta y dio unos golpecitos con los dedos en la ventana de la cocina—. ¿Hola? ¿Roz? Soy yo, Ev. —Después de unos segundos sin oír respuesta, se dirigió a Amanda y dijo—: Voy por delante.

—Yo me quedó aquí.

Amanda apoyó la mano en la lavadora que ocupaba casi la mitad del porche. La sensación de incomodidad aumentó al pensar en lo que estaba haciendo. Jamás había estado en casa de una judía, y no sabía lo que podía esperar.

Evelyn tenía razón; Amanda no salía mucho. Llevaba años sin ir a una fiesta. Tampoco visitaba a sus vecinos. No solía sentarse en un salón a escuchar música y beber alcohol. Había tenido muy pocas citas en su vida. Cualquier muchacho que quisiera salir con ella tenía que pedirle primero su consentimiento a Duke, y no muchos habían sobrevivido a su escrutinio. Solo un muchacho que había conocido en la escuela secundaria había conseguido convencerla de que se acostase con él. Tres veces, pero ella no pudo soportarlo más. La asustaba tanto quedarse embarazada que la experiencia le resultó tan desagradable como hacerse sacar una muela.

Evelyn regresó.

—Sé que está en casa —dijo llamando a la puerta de la cocina—. No sé por qué no responde.

Amanda miró su reloj, intentando encontrar una buena excusa para irse. Estar al lado de Evelyn Mitchell solo incrementaba su sentimiento de mortificación. Se sentía como una vieja sirvienta. La ropa que llevaba, la falda negra, la camisa blanca de manga corta, sus zapatos y sus medias marcaban la diferencia. Evelyn parecía una

hippie desenfadada. A Kenny solo le habría bastado con mirarla a ella para calificarla de lo que era: una carroza.

—¿Hola? —dijo Evelyn llamando de nuevo a la puerta.

Se oyó una voz en el interior de la casa.

—Esperen un momento, por Dios.

Evelyn le sonrió a Amanda.

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