Control

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Índice

Portada

Dedicatoria

Agradecimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Santo y maldito matrimonio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Biografía

Notas

Créditos

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Este libro es para todos los chicos «buenos»

y las chicas «alocadas» del mundo.

Espero que os encontréis y disfrutéis juntos

de la montaña rusa de la vida.

Agradecimientos

Cuando se publicó

Control, había pasado un año desde que se editó el primer libro de la serie «Enredados». ¡Fue un año increíble y muy bonito! Me siento muy agradecida de poder colaborar con personas tan talentosas y con tanta dedicación por su trabajo; profesionales que creen en mí, en lo que escribo y en estas divertidas historias llenas de sentimiento.

Quiero dar las gracias a mi superagente, Amy Tannenbaum, y a todos los empleados de la agencia de Jane Rotrosen por su maravilloso asesoramiento, ánimo y apoyo. Gracias a mi editor, Micki Nuding, a las publicistas Juliana y Kristen, y a toda la familia de Gallery Books por todo lo que habéis hecho para conseguir que estos libros sean mucho más de lo que habrían sido sin vosotros. Siempre me sentiré agradecida a Nina Bocci, de Bocci PR, por sus soberbios consejos y su entusiasmo. Gracias a los incansables blogueros por contribuir a que tantas lectoras descubrieran y se enamoraran de estos personajes, ¡por favor, no dejéis de hacer nunca lo que hacéis!

También quiero dar las gracias a mis lectoras, ¡son las mejores del mundo! Gracias por cada

post, correo electrónico y mensaje. ¡Los he leído todos y cada uno! Vuestro entusiasmo es abrumador e inspirador. Gracias por amar tanto como yo a estos personajes.

Y, por último, quiero dar las gracias a mi marido y a toda mi familia: os quiero. Gracias por vuestra paciencia infinita y por tanto apoyo, y por haberme dado toda una vida de inspiración cómica.

1

Estas últimas semanas me he dado cuenta de que, a veces, las mujeres disfrutan llorando. Lloran leyendo libros, viendo programas de televisión, lloran con esos anuncios de animales maltratados y con las películas, en especial con las películas. Para mí, sin embargo, sentarse a propósito a ver algo que te va a hacer infeliz no tiene ningún sentido.

Pero no pasa nada, me limitaré a archivarlo junto a todas las demás cosas que nunca comprenderé de mi novia. Sí, he dicho

novia. Dee Warren es oficialmente mi novia.

Lo repetiré una vez más para los de la última fila: novia, Delores, mía.

Repetirlo tantas veces quizá me haga parecer una adolescente obsesionada con Harry Styles, pero me importa un comino. Porque tuve que librar una ardua batalla hasta alzarme con la victoria. Si supierais todo lo que tuve que pasar para conseguirla, lo entenderíais.

En fin, lo que os decía, que a las chicas les gusta llorar; pero ésta no es una de esas historias. Aquí no muere ningún amigo, no se escarba en el pasado traumático de nadie, no hay secretos escondidos, no encontraréis emocionantes rupturas entre vampiros ni rollos sexuales subidos de tono.

Bueno, vale, un poco de sexo salvaje sí que hay, pero es de la clase agradable.

Ésta es la historia de un mujeriego que conoce a una chica un poco alocada, ambos se enamoran y el conquistador cambia para siempre. Es muy posible que ya hayáis oído antes una historia como ésta, quizá incluso la de mi amigo Drew Evans. Pero lo que ocurrió fue que, mientras él y Kate encontraban la forma de entenderse, existía todo un universo paralelo en el que habitábamos Delores y yo y del que no sabéis absolutamente nada. Así que quedaos por aquí aunque creáis que ya sabéis el final, porque la mejor parte del viaje no es llegar al destino, sino todas las aventuras que ocurren por el camino.

Antes de empezar, hay cierta información que deberíais saber. En primer lugar, Drew es un tío estupendo, el mejor amigo que se pueda pedir. Si fuéramos el Rat Pack, él sería Frank Sinatra y yo Dean Martin. Sin embargo, a pesar de lo unidos que estamos Drew y yo, no tenemos la misma opinión sobre las mujeres. En este momento de la historia, él se ve soltero de por vida. Tiene todas esas reglas acerca de no llevar nunca a ninguna mujer a su apartamento, no salir nunca con compañeras de trabajo y la regla de oro: nunca quedar dos veces con la misma chica.

En cambio, a mí me da igual dónde pueda acabar echando un polvo: en mi casa, en la suya, en el observatorio del Empire State...

Ésa fue una gran noche.

Tampoco tengo ningún problema con eso de quedar con alguien del trabajo, aunque la mayoría de las mujeres de mi sector son unas estresadas, fuman como carreteros, beben café en cantidades industriales y están resentidas. No me supone ningún conflicto quedar con la misma chica las veces que haga falta, siempre que las cosas vayan bien. Y algún día me imagino sentando la cabeza: matrimonio, hijos, el paquete completo.

Sin embargo, mientras no encuentre a la chica perfecta, me lo estoy pasando en grande con las equivocadas.

En segundo lugar, tengo que decir que pertenezco al grupo de las personas que ven el vaso medio lleno. Nada me entristece. Tengo una vida estupenda: una buena carrera que me permite disfrutar de los mejores juguetes del mercado, unos amigos fantásticos y una familia un tanto rarita pero que me quiere un montón. La palabra

emo1 no forma parte de mi vocabulario, más bien debería apellidarme

Carpe Diem.

Y luego tenemos a Delores Warren, Dee si no queréis cabrearla. Según los cánones actuales, es un nombre poco corriente, pero a ella le va como anillo al dedo. Es una chica poco habitual, diferente, en el mejor sentido de la palabra. Se caracteriza por una sinceridad brutal, y es importante poner un énfasis especial en eso de brutal. Es una mujer fuerte y le importa un bledo lo que la gente piense de ella. Siempre se mantiene fiel a sí misma y no se disculpa por lo que quiere ni por lo que es. Es salvaje y preciosa, como un purasangre sin domar al que se cabalga mejor sin montura.

Y ahí fue donde estuve a punto de equivocarme. Quise domarla. Pensé que tenía la paciencia necesaria para conseguirlo, pero la presioné más de lo debido y tiré con demasiada fuerza de las riendas. Y ella las rompió.

¿Os ofende que haya comparado a la mujer que amo con un caballo? Pues superadlo, porque ésta no es una historia hecha a medida de los políticamente correctos.

Aunque estoy corriendo demasiado. Para empezar, sólo necesitáis saber que Kate Brooks trabaja con nosotros y que es la mejor amiga de Delores, la Shirley de la Laverne que hay en Delores.2 Y que en todos los años que hace que conozco a Drew, y lo conozco de toda la vida, jamás lo había visto reaccionar ante una mujer de la forma en que lo hace cuando está con Kate. Su atracción, a pesar de que al principio era básicamente antagónica, era palpable. Cualquiera con ojos en la cara se daba cuenta de que se gustaban.

Bueno..., todo el mundo menos ellos.

Kate es una mujer tan estupenda como Delores. La clase de mujer que —parafraseando a Eddie Murphy en

El príncipe de Zamunda—, me estimula sexualmente e intelectualmente.

¿Me seguís? Genial. Pues que empiece la fiesta.

Mi vida cambió hará unas cuatro semanas, un día normal, cuando conocí a una chica que era de todo menos normal.

Cuatro semanas antes

—Matthew Fisher, Jack O’Shay, Drew Evans, ésta es Dee-Dee Warren.

El amor a primera vista no existe. Sencillamente, es imposible. Siento arruinaros la fantasía, pero es lo que hay. La ignorancia puede parecer el paraíso, pero al retirar la primera capa de felicidad, enseguida se da uno cuenta de que sólo era falta de información.

Para amar de verdad a una persona, hay que conocerla: sus singularidades, sus sueños, lo que la cabrea y lo que la hace sonreír, sus fortalezas, sus debilidades y sus defectos. ¿Habéis oído esa cita de la Biblia, la que siempre leen en las bodas: «El amor es paciente, el amor es bondadoso...»? Pues yo tengo una versión propia: el amor es pasar por alto el mal aliento matutino de tu pareja. Pensar que el otro sigue siendo atractivo cuando tiene la nariz más roja que el reno Rudolph y el pelo tan despeinado que parece que un pájaro haya anidado en su cabeza. El amor no es aguantar a alguien a pesar de sus defectos, sino adorarlo por ellos.

Sin embargo, la lujuria a primera vista es completamente real. Y mucho más común. De hecho, cuando la mayoría de los hombres conocen a una mujer, saben, en los primeros cinco minutos, en qué categoría de las tres que existen van a encasillarlas: follar, matar, matrimonio. Y, para los tíos, la categoría «follar» tiene un listón muy bajo.

Me encantaría deciros que lo primero en lo que me fijé de Delores fue en algo que suene romántico, como sus ojos, su sonrisa o el sonido de su voz, pero no fue así. Fue su delantera. Siempre he tenido predilección por los pechos, y Dee tiene un par fantástico. Sobresalían ligeramente por encima de un excitante top rosa y estaban presionados lo justo entre sí para formar un atractivo y precioso escote enmarcado por un jersey gris.

Antes de que me dijera siquiera una palabra, yo ya me había

enlujuriado del canalillo de Delores Warren.

Cuando ya lleva un rato metiéndose con Drew, consigo llamar su atención:

—Dime, ¿Dee-Dee es un diminutivo de otro nombre? ¿Donna, Deborah?

Ella posa sobre mí sus cálidos ojos color miel, pero antes de que pueda contestar, Kate desvela su secreto:

—Delores.

Es el nombre de la familia, el de su abuela. Ella lo odia.

Delores le lanza una mirada fulminante con aire juguetón.

Si quieres que una chica se fije en ti, el humor es siempre una apuesta segura. Con un buen chiste les demuestras que eres inteligente, despierto y que estás seguro de ti mismo. Si tienes pelotas, presume de ellas.

Por eso decido decirle lo siguiente a la amiga de Kate:

—Delores es un nombre precioso para una chica preciosa. Me encanta tu nombre.

Tal como había planeado, mi intervención provoca una reacción instantánea. Ella esboza una lenta sonrisa y se desliza el dedo por el labio inferior de forma sugestiva. Y siempre que una mujer se toca el cuerpo en respuesta a algo que le dice un hombre es una buena señal.

Luego rompe el contacto visual y nos dice:

—Bueno, tengo que irme a trabajar. Ha sido un placer conoceros, chicos.

A continuación, abraza a Kate y me guiña el ojo. Eso también es una buena señal.

La observo mientras se aleja y no puedo evitar advertir que la vista que ofrece su parte trasera es casi tan alucinante como la delantera.

Entonces Drew le pregunta a Kate:

—¿Tiene que irse a trabajar? Pensaba que los clubes de estriptis no abrían hasta las cuatro.

En eso estoy de acuerdo. Cuando has ido a tantos clubes de estriptis como nosotros, empiezas a distinguir un patrón. La ropa que llevan las bailarinas, a pesar de ser mínima, siempre es igual. Parece que todas compren en la misma tienda. Y está claro que Dee tiene la tarjeta cliente.

Quizá me esté haciendo ilusiones, pero sería alucinante que fuera bailarina exótica. No sólo son más flexibles, sino también muy fiesteras, y están completamente desinhibidas. Y el hecho de que, por lo general, tengan una opinión tan baja del género masculino es otro plus. Porque eso significa que cualquier sencillo gesto caballeroso es recibido con mucha gratitud. Y una bailarina exótica agradecida significa sexo oral.

Pero Kate acaba con mis esperanzas.

—Delores no es estríper. Sólo se viste de ese modo para confundir a la gente. Así se sorprenden más cuando averiguan a qué se dedica.

—Y ¿a qué se dedica? —pregunto.

—Es ingeniera espacial.

Jack me lee la mente.

—Nos estás tomando el pelo.

—Me temo que no. Delores es química. La NASA es uno de sus clientes. Su laboratorio está intentando mejorar la eficiencia de los combustibles que utilizan los cohetes. —Kate se estremece—. DeeDee Warren con acceso a sustancias altamente explosivas. Es algo en lo que intento no pensar mucho.

Y entonces mi nivel de curiosidad alcanza casi la misma intensidad que mi lujuria. Siempre he sentido debilidad por lo inusual y lo exótico, tanto en mujeres como en música o libros. Y, al contrario que Drew, cuyo apartamento está meticulosamente decorado, yo suelo preferir las piezas con historia. Incluso aunque no combinen, lo poco tradicional siempre me resulta interesante.

—Brooks, tienes que echarme un cable. Soy un tío simpático. Déjame salir por ahí con tu amiga. No lo lamentará.

Kate lo piensa un momento y luego dice:

—Está bien. Vale. Pareces el tipo de Dee. —Me da una tarjeta de visita de color verde eléctrico—. Pero tengo que advertirte una cosa: Delores se rige por la máxima de usarlos y tirarlos. Si lo que buscas es pasarlo bien una o dos noches, entonces llámala. Si estás buscando algo más profundo, yo me quedaría al margen.

Y en ese momento sé cómo se sintió Charlie cuando encontró el último cheque dorado para entrar en la fábrica de chocolate de Willy Wonka.

Me levanto de la mesa y le doy un beso en la mejilla.

—Eres mi nueva mejor amiga.

Durante un segundo me planteo abrazarla también sólo para cabrear a Drew, que me está mirando con el ceño fruncido, pero no quiero arriesgarme a que me dé una patada en los huevos. Tengo mejores planes para mis testículos. Necesito que estén en plena forma.

Kate le dice a Drew que no haga pucheros y él hace un comentario sobre sus tetas, pero sólo los escucho a medias porque estoy demasiado ocupado pensando adónde llevaré a Delores a tomar algo o a lo que surja y en todas las fantásticas actividades lujuriosas que estoy convencido que vendrán a continuación.

Así fue cómo empezó. Se suponía que no debía ser complicado: nada de amor a primera vista, nada de grandes gestos, nada de sentimientos profundos. Algo fácil, pasar un buen rato, un rollo de una noche con opción a una segunda. Eso fue lo que me dijo Kate que le iba a Dee, y eso era lo que yo estaba buscando. Lo que pensé que sería.

Elvis Presley tenía razón: sólo los tontos se lanzan sin pensar. Y, por si aún no os habéis dado cuenta, yo soy bastante tonto.

2

Hay mucha gente que vive para el trabajo. No porque se vean obligados a ello por cuestiones económicas, sino porque su forma de ganarse la vida es lo que son, su profesión les da seguridad, un propósito, quizá incluso algún subidón de adrenalina. No siempre es malo. El despacho es el patio de juegos de los hombres de negocios, y los abogados se sienten como en casa en los tribunales. Y, si alguna vez necesito un cirujano, no quiero que se acerque a mí ninguno que no sea un completo adicto al trabajo.

Yo soy agente financiero en una de las compañías más respetadas y prestigiosas de la ciudad. Soy bueno en mi trabajo, el sueldo está muy bien y doy un buen servicio a mis clientes: los tengo siempre contentos y, de vez en cuando, consigo fichar alguno nuevo. Sin embargo, no diría que me encanta. No es una pasión para mí. Cuando me muera, no me iré de este mundo deseando haber pasado más tiempo en el despacho.

En eso me parezco a mi padre. Está comprometido con la compañía que fundó con John y George, pero no deja que sus obligaciones se interpongan con su partido de golf. Y es un hombre de familia chapado a la antigua, siempre lo fue. Cuando yo era pequeño, la cena siempre se servía a las seis. Cada noche. Si mi culo no estaba calentando la silla del comedor a esa hora, más me valía venir de Urgencias o ya podía prepararme para enfrentarme a las consecuencias. Las conversaciones de la cena solían girar en torno a lo que había hecho durante el día, y «nada» nunca era una respuesta aceptable. Como era hijo único, no tenía hermanos que pudieran distraer la atención de mis padres. Mi viejo era muy consciente de los problemas potenciales derivados de ser un crío privilegiado en Nueva York, así que se esforzó mucho en asegurarse de que no me metía en líos.

Por lo menos, la mayor parte del tiempo.

Todos los niños merecen buscarse unos cuantos problemas. Así aprenden a ser creativos y a pensar por sí mismos. Cuando los padres no permiten que un adolescente viva un poco, luego el crío llega a la universidad como una moto. Y eso no puede tener buen final.

Mi padre tenía tres reglas básicas: saca buenas notas, mantén limpia tu ficha policial y lleva siempre los pantalones abrochados.

Dos de tres no está nada mal, ¿no?

Aunque mi padre priorice siempre la familia y apueste por separar los negocios del placer, eso no significa que yo tenga carta blanca en el trabajo sólo porque soy su hijo. En realidad, creo que me trata con mucha más dureza que a los demás empleados precisamente para evitar cualquier suspicacia de favoritismo. Jamás toleraría que yo tuviera un mal comportamiento en el trabajo. Me aplastaría más rápido de lo que Gallagher tarda en acabar con una de sus sandías.3

Y ése es otro de los motivos por los que mi padre y sus socios consiguieron montar un negocio tan exitoso, porque cada uno de ellos aporta su talento personal. John Evans, el padre de Drew y Alexandra, es como Fénix de «El equipo A». Es un hombre encantador, siempre convence a cualquiera; él es quien se asegura de que los clientes estén contentos y los empleados no sean sólo personas satisfechas, sino que vivan entusiasmados de trabajar en esta empresa. Luego está George Reinhart, el padre de Steven. George es el cerebro de la operación. No es que mi padre y John anden precisamente cortos en ese aspecto, pero George es como Stephen Hawking, aunque sin esclerosis lateral amiotrófica. Es el único hombre que conozco que realmente disfruta del aspecto técnico y numérico del negocio financiero.

Y luego está mi padre, Frank, él es el músculo, el intimidador. Es hombre de pocas palabras, cosa que significa que, cuando habla, más te vale estar escuchando porque está diciendo algo importante. Y nunca le ha supuesto ningún problema despedir a la gente. Mi padre hace que Donald Trump parezca un blandengue. A él le da igual que seas el único proveedor del pan familiar o una mujer embarazada en su tercer trimestre de gestación: si no estás haciendo bien tu trabajo, te dará una buena patada en el culo. Las lágrimas no le hacen mella, y no suele dar segundas oportunidades. Cuando yo era niño ya lo oía repetir: «Matthew, la familia es la familia, los amigos son los amigos y los negocios son los negocios. No los confundas nunca»..

Pero, aunque es un tipo duro, es siempre justo. Honesto. Siempre que los puntos estén bien puestos sobre las íes, sé que no tendré ningún problema. No sólo porque prefiero conservar mi trabajo, sino porque nunca he querido decepcionar a mi viejo. Es una lástima que esta actitud sea cada vez más inusual. Hoy en día, hay muchos niñatos corriendo por ahí a los que les importa un pimiento que sus padres se sientan orgullosos de ellos, pero así es como nos educaron a Drew, a Alexandra, a Steven y a mí.

En fin, volvamos a la historia.

Después de comer con los chicos, paso el resto de la tarde sentado a mi mesa esbozando un contrato y haciéndoles la pelota a algunos clientes por teléfono. Sobre las seis en punto, empiezo a recoger mis cosas y Steven entra por la puerta de mi despacho a toda prisa.

—Adivina quién ha pasado la hora de comer haciendo cola y rodeado de adictos a los videojuegos para adquirir la última novedad.

Me meto una carpeta en el maletín con un poco de lectura aburrida para antes de irme a dormir. Si no quieres pasarte la vida encadenado a tu escritorio, es crucial saber gestionar bien el tiempo.

Le contesto:

—Supongo que tú.

Steven sonríe y asiente.

—Correcto, hermano. Y mira lo que tengo.

Me enseña un paquete cuadrado envuelto en papel transparente.

Cuando mi padre era joven, los chicos quedaban de vez en cuando para ir a pescar o para tomarse unas copas en el bar y relajarse después de un largo día de trabajo. Pero lo que Steven tiene en la mano es más adictivo que el alcohol y mucho más divertido que lanzar un anzuelo al río.

Es la última edición de

Call of Duty.

—Qué guay.

Cojo el juego y le doy la vuelta para admirar los nuevos y realistas gráficos mejorados.

—¿Te apetece ir de misión esta noche? ¿Sobre las nueve?

Por si aún no lo sabéis, Steven está casado. Y no sólo está casado: está casado con Alexandra Evans, también conocida como

la Perra. Pero eso no lo sabéis por mí.Si una esposa normal es una bola al final de la cadena, Alexandra es un yunque. Tiene a Steven atado bien corto, no lo deja salir de bares los sábados por la noche y sólo lo deja quedar con nosotros para jugar al póquer una vez al mes. A pesar de que Steven no es ningún insensato, Alexandra cree que salir con un grupo de amigos solteros y despreocupados sería una mala influencia para su marido. Y es probable que tenga razón.

Pero todo buen guardián sabe que no se puede apretar mucho las tuercas de los reclusos. Puedes encerrarlos en una celda diez horas al día, prohibirles salir a pasear al patio, pero si intentas quitarles sus cigarrillos acabarás siendo responsable de una revuelta.

La Xbox es el único vicio que Steven tiene permitido. Siempre que el juego no moleste a su hija Mackenzie cuando se va a dormir. Una vez, Steven levantó demasiado el tono cuando cayó presa de una emboscada y despertó a la niña. Estuvo castigado durante una semana. Lección aprendida.

—Claro, tío, me apunto.

Le devuelvo el juego y me dice:

—Guay. Nos vemos a las veintiuna horas.

Luego se despide y sale por la puerta.

Poco después, cojo el maletín y la bolsa del gimnasio y salgo yo también del despacho. De camino al ascensor, paso por el despacho de Drew.

Está inclinado sobre un escritorio repleto de papeles, tomando notas en un documento con un bolígrafo rojo.

—Eh.

Él levanta la mirada.

—Eh.

—Esta noche hay partida. Steven ha conseguido la nueva versión de

Call of Duty.

Drew vuelve a centrar su atención en los documentos y dice:

—No puedo. Voy a quedarme aquí por lo menos hasta las diez.

¿Recordáis que os he dicho que hay gente que vive por su trabajo? Drew Evans es una de esas personas.

Pero a él ya le va bien. No es una rata de biblioteca estresada, todo lo contrario. Drew disfruta de verdad. Para él, negociar es adrenalínico, incluso cuando la negociación se pone difícil. Sabe que puede cerrar el trato y que probablemente es el único que puede conseguirlo.

O por lo menos era así hasta que cierta morena empezó a trabajar con nosotros.

Vuelvo la cabeza en dirección al despacho de Kate. Está sentada a su mesa. Es la viva imagen de Drew, aunque ella está mucho más buena.

Me reclino en la silla y le digo:

—¿Sabes que Kate está a punto de conseguir la cuenta de Pharmatab?

Sin levantar la mirada, gruñe:

—Sí, ya lo sé.

Sonrío.

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