City Life

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En el museo Tolstoi

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En el Museo Tolstoi nos sentábamos y llorábamos. Los titulares atrapaban nuestros ojos. Los cuadros absorbían nuestras miradas. Quedaban demasiado altos. Indicamos al director que los bajaran por lo menos unos quince centímetros. Pareció disgustado, pero dijo que se encargaría de ello. Las pertenencias del Museo Tolstoi consisten principalmente en unos treinta mil cuadros del Conde León Tolstoi.

Volvimos al Museo Tolstoi cuando ya habían bajado los cuadros. No creo que pueda escudriñarse el rostro de un hombre durante demasiado tiempo —por un período demasiado largo. Bajo la piel puede descubrirse gran cantidad de pasiones humanas.

En ruso, Tolstoi significa «gordo». Su abuelo enviaba a lavar su ropa blanca a Holanda. Su madre no

sabía ninguna palabra inconveniente. Cuando era joven se afeitaba las cejas para que así le crecieran más tupidas. Contrajo la gonorrea por primera vez en 1847. Una vez, un oso le mordió en la cara. Se hizo vegetariano en 1885. Para hacerse el interesante, a veces saludaba inclinándose hacia atrás.

Abrigo de Tolstoi

Tolstoi en su juventud

Estaba comiendo un bocadillo en el Museo Tolstoi. El Museo Tolstoi es de piedra —muchas piedras bellamente labradas. Visto desde la calle, tiene el aspecto de tres grandes cajas superpuestas: primero, segundo y tercer nivel. Cada uno de estos tres niveles es mayor que el anterior. El primer nivel es, por poner un ejemplo, de la medida de una caja de zapatos, el segundo nivel de la medida de una caja de

whisky, y el tercer nivel del tamaño de una caja que contuviera un abrigo nuevo. El asombroso voladizo del tercer nivel ha dado mucho que hablar. El suelo de cristal de este tercer nivel permite ver lo que hay abajo y da la sensación de «flotar». Si se contempla desde la calle, parece que el edificio se te vaya a caer encima. Los arquitectos asocian esto con la autoridad moral de Tolstoi.

En el sótano del Museo Tolstoi, los carpinteros han desembalado nuevos cuadros del Conde León Tolstoi. Los gigantescos embalajes llevan grabado FRÁGIL en tinta roja…

Los guardias del Museo Tolstoi portan cubos con montones de pañuelos blancos. El Museo Tolstoi induce al llanto más que ningún otro Museo. Incluso el solo título de una obra de Tolstoi, con su carga de amor, puede hacer llorar. Por ejemplo, el artículo titulado «¿Quién Debe Enseñar a Escribir a Quién, Nosotros a los Niños Campesinos, o los Niños Campesinos a Nosotros?». Mucha gente se queda parada ante este artículo, llorando. Y también, los que son atrapados por los ojos de Tolstoi en los diversos retratos, sala tras sala, quedan impresionados por la experiencia. Según dice la gente, es como si cometieras una falta y descubrieras en el momento justo, que tu padre te está mirando desde las cuatro salidas.

En Starogladkovskaya, hacia 1852

La caza del tigre, Siberia

Yo estuve leyendo una historia de Tolstoi en el Museo Tolstoi. En esta historia, un obispo viaja en un barco. Uno de sus compañeros de viaje habla al obispo de una isla en la que viven tres ermitaños. Se cuenta que los ermitaños son extraordinariamente devotos. El obispo siente entonces un gran deseo de conocer a los ermitaños y hablar con ellos. Convence al capitán del barco para que ancle cerca de la isla. El obispo va hasta tierra en un botecillo. Habla con los ermitaños. Éstos le explican cómo honran a Dios. Tienen una oración que dice: «Tres sois Vosotros, tres nosotros, tened misericordia de nosotros». El obispo cree que aquélla no es forma de rezar. Entonces se empeña en enseñar el Padrenuestro a los ermitaños. Los ermitaños al fin aprenden el Padrenuestro, pero con gran dificultad. Para cuando ya lo saben correctamente, es noche cerrada.

El obispo regresa a su barco, feliz por haber podido ayudar a los ermitaños en su culto a Dios. El barco sigue su viaje. El obispo se siente solo en cubierta, pensando en las experiencias del día. Ve una luz en el cielo, tras el barco. La luz surge de los tres ermitaños que flotan sobre el agua, cogidos de la mano, sin mover los pies. Alcanzan el barco diciendo: «Lo hemos olvidado, oh siervo de Dios, hemos olvidado tus enseñanzas». Y le piden que les enseñe de nuevo la oración. El obispo se santigua. Y les dice entonces que también su oración llega hasta Dios. «No soy yo quien ha de enseñaros. ¡Rezad por nosotros, pecadores!». El obispo se inclina hacia cubierta. Los ermitaños flotando sobre el mar, cogidos de la mano, regresan a su isla.

La historia está escrita en un estilo muy simple. Se dice que está basada en un cuento popular. Existe una versión de S. Agustín. Yo me sentí increíblemente deprimido tras leerla. Su belleza. Lejanía.

Pabellón Anna-Vronsky

En el Museo Tolstoi, la tristeza atrapa a los 741 visitantes del domingo. El Museo dio un ciclo de conferencias sobre el tema «¿Por qué se asombran los hombres?». Los visitantes se entristecían oyendo a aquellos elocuentes oradores que probablemente tenían razón.

La gente contempla asombrada los minúsculos retratos de Turgenev, Nekrasov y Fet. Estos y otros pequeños cuadros cuelgan junto a los retratos extraordinariamente grandes del Conde León Tolstoi.

En la plaza, un siniestro músico toca una trompeta de madera mientras dos niños le miran.

Contemplamos las 640 086 páginas (Edition Jubilee) de la obra publicada del autor. Algunos querían que desapareciera, pero otros están hoy encantados que no sea así. «Ha sido una continua fuente de inspiración para mí», dijo alguien.

Yo no me he decidido. Estando aquí, en la sala «Verano en el Campo», diversas y confusas imágenes pasan ante mis ojos. Creo que seguiré hacia «La Mañana de un Terrateniente». Quizás allí me roce un soplo vivificante.

En el desastre (la flecha señala a Tolstoi).

Plaza del Museo, con la monumental cabeza (Cerrado los lunes).

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