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Gould estaba sentado en el suelo, sobre la moqueta de cuatro centímetros de grosor. Miraba la televisión. Cuando volvió Shatzy eran las diez pasadas. A ella le gustaba hacer las compras por la noche, sostenía que las cosas estaban ya cansadas y así se dejaban comprar sin oponer resistencia. Abrió la puerta y Gould le dijo hola, sin apartar los ojos de la televisión. Shatzy lo miró.

—No te esperes gran cosa, pero si la enciendes mejora.

Gould dijo que no funcionaba. Pulsaba todos los botones del mando a distancia pero no pasaba nada. Shatzy dejó la compra sobre la mesa de la cocina. Echó una mirada al televisor apagado. Era imitación de madera, a no ser que fuera de madera auténtica.

—¿De dónde lo has sacado?

—¿El qué?

—¿De dónde has sacado el televisor?

Gould dijo que se lo había robado Poomerang a un japonés que vendía platos japoneses fabricados en cera. Dijo que eran platos en el sentido de que eran alimentos, como pollo y apio, pescado crudo, cosas así, era increíble lo perfectos que eran, costaba Dios y ayuda saber que eran de mentira. Lograban incluso hacer sopas. Dijo que no era fácil hacer una sopa de cera, era necesario ser muy hábil, no era algo que pudiera improvisarse, así, por las buenas.

—¿Qué quieres decir con eso de

robado?

—Se lo ha llevado.

—¿Se ha vuelto loco?

—El japonés le debía dinero.

Dijo que Poomerang le limpiaba el escaparate todas las mañanas y el japonés siempre encontraba una buena excusa para no pagarle, por lo que Poomerang le había nodicho que ya estaba harto de esperar, había cogido el televisor de imitación madera y se lo había llevado. Dijo que a lo mejor era de madera de verdad, pero que si estás en una tienda de alimentos hechos con cera, exactamente iguales a los de verdad, acabas por esperar que allí todo sea falso, eres incapaz de discernir correctamente. Entonces Shatzy dijo que, en efecto, así debía de ser, y añadió que eso mismo le pasaba a ella cuando leía los periódicos. Gould pulsó un botón rojo del mando a distancia, pero no ocurrió nada.

—¿Conoces a alguien que esté loco, Shatzy?

—¿Loco, loco?

—Uno que los médicos digan que está loco.

—Un loco de verdad.

—Sí.

Shatzy dijo que sí, que creía haber visto algunos. No era un buen espectáculo, al principio. Es que todo el rato están fumando, y carecen de sentido del pudor. Puede pasar que se acerquen a ti mientras tienen la picha en la mano, dijo. No lo hacen con mala intención, es que carecen de sentido del pudor. Probablemente tiene que ver con que ya no tienen nada que perder. Lo que es una gran suerte, añadió. Al rato, de todos modos, te acostumbras, y entonces puede ser algo incluso agradable, aunque agradable no sea la palabra apropiada. Emocionante. Dijo que podía ser algo emocionante.

—¿Sabes qué ocurre en la cabeza de alguien que se vuelve loco? —preguntó Gould.

Shatzy dijo que dependía de la clase de loco que fuera. Uno cualquiera, dijo Gould. No sé, dijo Shatzy, creo que se les rompe algo en su interior, por lo que tienen pedazos que ya no responden a sus órdenes. Dan órdenes pero se pierden por el camino, no llegan, o llegan demasiado tarde y ya no vuelven atrás, siguen ordenando lo mismo, obsesivamente, y no hay forma de anularlas. Así que todo se va al carajo, es una especie de anarquía organizada, abres el grifo y se enciende la luz, suena el teléfono cuando enciendes la radio, la licuadora se pone en marcha cuando quiere, abres la puerta del baño y te encuentras en la cocina, buscas la puerta para salir y ya no la encuentras. A lo mejor es que ya no existe. Ha desaparecido. Encerrado allí dentro para siempre. Shatzy se acercó al televisor. Quería tocar la imitación de madera. Dijo que si no puedes salir de una casa como ésa, debes encontrar una forma de vivir en ella. Ellos lo hacen. Desde fuera no se comprende, pero para ellos todo es muy lógico. Dijo que un loco era alguien que para lavarse el pelo metía la cabeza en el horno.

—Tiene toda la pinta de ser divertido —dijo Gould.

—No. No creo que sea muy divertido.

Luego dijo que en su opinión era madera de verdad.

Gould estaba sentado en el suelo, sobre la moqueta de cuatro centímetros de grosor. Seguía mirando la televisión. Shatzy dijo que en su casa tenían una mesa de plástico verde, pero que al acercarse descubrías que era de madera, lo cual es una insensatez, pensándolo bien, pero en aquel entonces había obsesión por el plástico, todo tenía que ser de plástico. Entonces Gould dijo que su madre se había vuelto loca. Sucedió un día. Ahora está en un hospital psiquiátrico, dijo. Shatzy no dijo nada, pero se agachó hacia el televisor donde había un abolladura, una especia de abolladura, y con la uña arrancó un trozo de algo duro, oscuro. Luego dijo que aquel televisor se les debía de haber caído, por lo que no era de extrañar que no funcionara. Un televisor caído es un televisor muerto, dijo.

—Vinieron un día a recogerla y no he vuelto a verla nunca más. Mi padre no quiere que la vea en ese estado. Dice que no debo verla en ese estado.

—Gould…

—¿Sí?

—Tu madre se marchó hace cuatro años a vivir con un profesor que estudia los peces.

Gould intentó de nuevo pulsar algún botón del mando a distancia, pero no pasó nada. Shatzy fue a la cocina y regresó con una lata abierta de zumo de pomelo. La dejó haciendo equilibrios sobre el borde del sofá. Era un sofá azul, y estaba más o menos delante del televisor. Gould se puso a rascarse una pierna con el mando a distancia. Shatzy cogió de nuevo la lata, miro un poco a su alrededor, luego la dejó sobre la mesa, junto al jarrón de las petunias. Parecía una decoradora que estuviera arreglando el apartamento. Se oía el ruido de la nevera fabricando frío, temblando como un viejo borracho. Entonces Gould dijo que se la habían llevado temprano, por la mañana, de forma que él había oído el ajetreo, pero había seguido durmiendo, y cuando se despertó su padre estaba caminando por allí, arriba y abajo, vestido de paisano, con la corbata algo aflojada sobre el cuello abierto de la camisa. Dijo que una vez había ido a buscar aquel hospital, pero no había conseguido encontrarlo porque nadie sabía nada de él, y no había encontrado a nadie que quisiera ayudarlo. Dijo que al principio había pensado en escribirle cada día, pero su padre opinaba que ella tenía que estar muy tranquila y evitar las emociones, así que él se había preguntado si leer una carta podía ser una emoción y, tras pensarlo un rato, había llegado a la conclusión de que sí. De forma que no le escribió. Dijo que se había informado y que le habían dicho que a veces los que van a hospitales de ésos luego regresan, pero nunca se había atrevido a preguntarle a su padre si ella volvería. A su padre no le gustaba hablar de aquella historia, es más, ahora que ya habían pasado años no hablaba nunca de ella, sólo de vez en cuando decía que mamá estaba bien, pero sin añadir nada más. Dijo que era extraño, pero que si tenía que recordar a su madre, la recordaba siempre riendo, le venían a la cabeza una especie de fotografías y siempre estaba riendo en ellas, a pesar de que, por lo que recordaba, no podía decirse que ella riera a menudo, pero es esto lo que le pasaba, que si pensaba en ella, pensaba en ella riendo. Dijo también que en el armario de su dormitorio todavía estaban todos sus vestidos, y que sabía imitar las voces de los cantantes, cantaba con la voz de Marilyn Monroe y lo hacía clavadito a ella.

—¿Marilyn Monroe?

—Sí.

—Marilyn Monroe.

Shatzy se puso a repetir en voz baja Marilyn Monroe, Marilyn Monroe, Marilyn Monroe, no paraba de repetirlo, y en un momento dado cogió la lata, de nuevo, y la vació en el jarrón de las petunias, Marilyn Monroe, Marilyn Monroe, hasta la última gota, después la dejó otra vez sobre la mesa y dijo otra vez Marilyn Monroe un montón de veces yendo a la cocina, regresando otra vez, buscando las llaves, cerrando la puerta de casa, y luego andando hacia la escalera. Se quitó los zapatos. Y una pinza con la que se sujetaba el pelo. La pinza se la puso en el bolsillo. Los zapatos los dejó allí mismo.

—Me voy a dormir, Gould.

—…

—Perdóname.

—…

—Perdóname, pero tengo que irme a dormir.

Gould permaneció sentado, mirando la televisión.

Pensó en decirle a Poomerang que la devolviera.

El japonés tenía una hermosa radio, un modelo antiguo, podía cogerla. Tenía todos los nombres de ciudad, en el cristal de delante, y si girabas el pomo podías mover una varilla naranja, y viajar a todas las partes del mundo.

Pensó que, con una televisión, según qué cosas no pueden hacerse.

Después ya no pensó nada más.

Se levantó, apagó las luces, subió al piso de arriba, entró en el baño, avanzó a oscuras hasta la taza, levantó la rapa y se sentó, sin bajarse los pantalones siquiera.

—Sólo he resbalado.

—¡Esta mierda…!

—Le digo que he resbalado.

—Cállate, Larry. Respira profundamente.

—¿Qué coño es esto?

—No metas bulla y respira, fuerte.

—NO NECESITO ESTA MIERDA, sólo he resbalado, coño.

Está bien, has resbalado. Ahora escúchame. Cuando te levantes mira bien lo que tienes delante.

Si ves dos o tres negros con guantes, entonces espera, manténlos a distancia con el

jab, pero no pegues duro, le darías al equivocado, tienes que esperar, ¿lo entiendes?, manténlos a distancia solamente, y cuando puedas te agarras, te mantienes ahí y respiras. Tú no pegues duro hasta que sólo veas a uno, ¿entiendes?

—Veo perfectamente.

—Mírame.

—Veo perfectamente.

—Hasta que no te encuentres bien, olvídate de los puños y usa la cabeza.

—¿Debo noquearlo con un cabezazo?

—No es momento para bromas, Larry. Ése te ha derribado.

—Pero qué coño, cómo tengo que decírselo, he resbalado, es usted quien no ve bien, ¿sabe una cosa?, debería cuidarse, ya no ve lo que…

—PARA YA, ME CAGO EN LA…

—Es usted quien…

—PARA YA.

—…

—Me estás haciendo blasfemar, me cago en la…

GONG.

—Éste no quiero perderlo, Larry.

—Está a punto de ganarlo, Maestro.

—Que te den por culo.

—… por culo.

Gran tensión en el St. Anthony Field, Larry Gorman ha escuchado la cuenta al final del tercer asalto, ha sido tocado duramente por un gancho rapidísimo de Randolph, ahora veremos si le ha dado tiempo a recuperarse, es una situación nueva para él, es la primera vez que va a la lona en su carrera, ha sido un gancho rapidísimo de Randolph que lo ha cogido por sorpresa, INICIO DEL CUARTO ASALTO, Randolph sale como un huracán, RANDOLPH, RANDOLPH, GORMAN YA ESTÁ CONTRA LAS CUERDAS, no empieza bien el pupilo de Mondini, Randolph parece un torbellino,

UPPERCUT, NUEVO

UPPERCUT, Gorman cierra la guardia, se escapa por la izquierda, respira, RANDOLPH SE LE ECHA ENCIMA, no parece una acción muy limpia pero es eficaz, Gorman se ve obligado de nuevo a retroceder, conserva todavía un buen juego de piernas,

JAB DE RANDOLPH QUE LE DA DE LLENO, OTRO

JAB Y GANCHO DE DERECHA, GORMAN SE TAMBALEA, DIRECTO AL AIRE DE RANDOLPH, GORMAN FLEXIONA LA CINTURA, RANDOLPH LO ACORRALA, GORMAN DE NUEVO CONTRA LAS CUERDAS, TODO EL PÚBLICO EN PIE…

Gould se levantó de la taza. Tiró de la cadena y pensó después que no había ni meado y eso le pareció bastante tonto. Se acercó al lavabo y encendió la luz. Dentífrico. Dientes. El dentífrico era con sabor a chicle. Tenía una especie de estrellitas en el interior, era como algo de goma con estrellitas en su interior. Lo fabricaban así porque les gustaba a los niños, y acababan lavándose los dientes sin montar ningún drama. En la caja precisamente estaba escrito: para niños. Después, era como si hubieras estado mascando chicle durante toda una clase de física. Pero tenías los dientes limpios, y no tenías que pegar nada debajo del pupitre. Se enjuagó con agua fría y lo escupió todo justo en el agujero del lavabo. Se secó mirándose en el espejo. Luego se volvió y regresó a la taza. Se bajó la cremallera.

—Jesús, eran tres, Maestro.

—¿De verdad?

—No puedo pelear contra tres.

—Ya.

—Con dos no hay problema, pero tres es demasiado. Así que he pensado en eliminar a uno.

—Excelente idea.

—¿Sabe lo más curioso? Cuando he noqueado a ése, los otros dos también han desaparecido. Gracioso, ¿verdad?

—Muy gracioso.

—Derecha, izquierda, derecha, y plaf, los tres han desaparecido.

—Tengo una curiosidad: ¿cómo has hecho para elegir al que debías atizar?

—He elegido al de verdad.

—¿Lo llevaba escrito en la frente?

—Era el que olía peor de los tres.

—Ah.

—Científico. Usted lo ha dicho: utiliza la cabeza.

—Tienes una suerte de la hostia, Larry.

—Derecha, izquierda, derecha: ¿había visto alguna vez una combinación tan rápida?

—Nunca en alguien que parecía estar muerto.

—Pues dígalo, venga, deje ya de gruñir y dígalo.

—Nunca había visto a un muerto soltar una combinación tan rápida.

—Lo ha dicho, Jesús, lo ha dicho, eh, ¿dónde están los micrófonos?, para una vez que los necesitas, ¿dónde se han metido?, lo ha dicho, lo he escuchado con mis propios oídos, lo ha dicho, lo ha dicho, ¿verdad?

—Tienes una suerte de la hostia, Larry.

Cisterna.

Ha sido un poco forzado, pensó Gould.

Las cosas estaban saliendo levemente torcidas esa noche, pensó Gould. Luego se subió la cremallera, apagó la luz y se fue a dormir.

Pasó el tiempo.

Trozos de noche.

En un momento determinado, se despertó. Shatzy estaba sentada en el suelo, junto a su cama. Llevaba un camisón y, encima, una sudadera roja. Estaba mordisqueando la punta de un bolígrafo azul.

—Hola, Shatzy.

—Hola.

La puerta estaba entornada, y entraba luz desde el pasillo. Gould cerró los ojos.

—Se me ha ocurrido una cosa —dijo Shatzy.

—…

—¿Me oyes?

—Sí.

—Se me ha ocurrido una cosa.

Se estuvo un rato callada. Quizá buscaba las palabras. Mordisqueaba el bolígrafo, se oía el ruido del plástico, y un ruido como de cañita. Después se puso a hablar de nuevo.

—He pensado lo siguiente. ¿Sabes las roulottes?, esas que se enganchan a los coches, las roulottes, ¿sabes qué quiero decir?

—Sí.

—Siempre me han dado una pena bestial, no sé por qué, pero cuando las adelantas en la autopista te entra una pena bestial, siempre van lentísimas, con el padre en el coche mirando fijamente al frente, y todo el mundo adelantándolo, y él con su roulotte enganchada, y el coche un poco bajo, inclinado, por atrás, como una viejecita con una enorme bolsa de la compra, caminando inclinada, tan lenta que los demás la adelantan. Es algo tristísimo. Pero, a la vez, es algo que no puedes dejar de mirar, es decir, mientras estás adelantándola siempre le echas un vistazo,

tienes que mirarla, aunque sepas muy bien que es una pena, seguro que te vuelves a mirarla siempre. Y si lo piensas bien, la verdad es que hay algo en ello que te atrae, en la roulotte, si buscas y buscas, bajo todas esas capas de tristeza, al final llegas a comprender que hay algo, allá en el fondo, que te atrae, algo que ha ido a esconderse ahí abajo, como si hubiera querido, de esa forma, hacerse más

precioso, algo que al descubrirlo te gustaría, pero que te gustaría de verdad. ¿Comprendes?

—Más o menos.

—Hace años que vengo dándole vueltas a esta historia.

Gould se cubrió un poco con las mantas, hacía una especie de frío. Shatzy se envolvió los pies desnudos con un jersey.

—¿Sabes? Pasa un poco como con las ostras. Me gustaría un montón comérmelas, es muy hermoso ver cómo se las comen, pero siempre me ha dado asco, nunca he podido con ellas, me recuerdan la mucosidad, ¿te lo imaginas?

—Sí.

—¿Cómo vas a comértelas si te recuerdan eso?

—No puedes.

—Exacto, no puedes. La roulotte es lo mismo.

—¿Te recuerda la mucosidad?

—¿Eso qué tiene que ver?, no me recuerda eso, pero me da tristeza, ¿comprendes?, no he conseguido nunca encontrar un motivo, un puñetero motivo para pensar Dios, qué bonito sería tener una roulotte.

—Ya.

—Lo he pensado durante años y no he encontrado ni rastro de un buen motivo.

Silencio.

Silencio.

—¿Sabes una cosa, Gould?

—No.

—Ayer lo encontré.

—Un buen motivo.

—Encontré un motivo. Bueno.

Gould abrió los ojos.

—¿De verdad?

—Sí.

Shatzy se volvió hacia Gould, apoyó los codos en la cama y se inclinó hacia él hasta mirarlo a los ojos, muy de cerca. Luego dijo:

—Diesel.

—¿Diesel?

—Eso es. Diesel.

—¿O sea?

—¿Sabes esa historia que me contaste? Esa historia de que a él le gustaría ver el mundo, pero que no le dejan subir a los trenes, a los autobuses, no le dejan subir, y que en el coche no cabe, esa historia. Tú me la contaste.

—Sí.

—Una roulotte, Gould. Una roulotte.

Gould se incorporó un poco en la cama.

—¿Qué quieres decir, Shatzy?

—Quiero decir que nos vamos a ir a ver el mundo, Gould.

Gould sonrió.

—Estás loca.

—No.

Yo no, Gould.

Gould volvió a meterse un poco bajo las mantas. Se quedó pensando un rato, en silencio.

—¿Tú crees que Diesel cabría, en la roulotte?

—Te lo garantizo. Se queda sentado detrás, si quiere se echa, y nosotros lo llevamos de paseo. Tendría su casa, y estaría donde él quiere.

—Le gustaría.

—Claro que le gustaría.

—Es una idea que le gustaría.

Hacía una especie de frío. Había la luz que entraba por la puerta, y nada más. De vez en cuando pasaba un coche, allá en la calle. Si querías, podías escucharlo: preguntarte adónde iba, a esas horas, y urdir un montón de historias. Shatzy miró a Gould.

—Tendremos nuestra casa, y estaremos donde queramos.

Gould cerró los ojos. Pensaba en una roulotte que había visto en unos dibujos animados, iba como si estuviera loca por una carretera que bordeaba la nada, iba como una loca dando bandazos por todos los lados, parecía que estuviera siempre a punto de caer, pero no se caía nunca, mientras tanto, en su interior, estaban todos comiendo, y estaban en su casa, la roulotte era pequeña pero los cobijaba como una mano que cobijara un animalito, sin aplastarlo, y se lo llevara de paseo. Se habían olvidado incluso de que alguien se encargara de conducir el coche, así que estaban todos comiendo, y llevaban encima como una especie de felicidad, pero que era algo más, como una espléndidamente

idiota felicidad. Abrió los ojos de nuevo.

—¿Quién conduce?

—Yo.

—¿Y quién compra la roulotte?

—Yo.

—¿Tú?

—Sí, claro. Yo tengo dinero.

—¿Mucho?

—Algún dinero.

—Una roulotte costará cara.

—¿Bromeas? Tendrían que pagarte, para comprar una roulotte.

—No creo que ellos piensen lo mismo.

—Bueno, pues deberían hacerlo.

—No lo harán.

—Pues entonces pagaremos.

—Yo también tengo dinero.

—¿Lo ves? No hay problema.

—Entre todas las que tienen, alguna habrá que sea barata, ¿no?

—Claro que la tendrán. ¿O te crees tú que en este maldito país no habrá una roulotte que cueste exactamente el dinero que tenemos en los bolsillos?

—Sería una tontería.

—Sería increíble.

—Verdaderamente.

Tenían los dos, en sus ojos, carreteras, y carreteras, y carreteras.

—Nos vamos a ver el mundo, Gould. Ya está bien de hacerse pajas.

Lo dijo con voz alegre, y luego se levantó. Se le había enredado el jersey entre los pies. Se libró de él de cualquier manera y se quedó allí, de pie, junto a la cama. Gould la miraba. Entonces lo que ella hizo fue reclinarse sobre él, acercarse lentamente, posar sus labios en los suyos, luego separarse apenas, y permanecer allí mirándolo desde tan cerca. Él sacó una mano de debajo de las mantas, la puso en el pelo de Shatzy, se incorporó un poco, la besó en la comisura de la boca y después justo sobre los labios, primero con suavidad, y luego apretando fuertemente, con los ojos cerrados.

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