Check-in

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Si Bauzas quiere que un directivo de una empresa rival salga mal parado, acaba ingresando aquí la filmación de su secreto más sórdido, sabiendo que alguno de los usuarios acabará por llevarlo a la luz en la Internet ordinaria. De esta forma, crea publicidad negativa sobre alguien a quien le interese quitarse de en medio y una tercera persona acaba haciendo el trabajo sucio por él sin que se manche las manos en ningún momento.

Lo último que salió de aquí que iba a favor de sus intereses fue la filmación del propietario de una cadena de hoteles en pleno desmadre con varios gigolós masculinos.

Me repugnan todos esos corruptos. ¿No saben deberse a su trabajo sin caer en burdas tentaciones? Me alegra observar en la red que, aunque no deba temer ningún secreto oscuro, nadie ha introducido nada sobre mí que pueda usarse para romper mi concentración mañana.

No le perdonaría a él ni a ningún otro mal nacido sobre la faz de la tierra, manchar mi reputación.

Algunos mensajes hablan de movimientos empresariales relacionados con la empresa de informática que es vecina a nosotros en el mismo edificio. Se especula con su marcha fuera de Barcelona, con la disminución de ventas en su delegación de Mataró, y de cómo la facturación de su fábrica en Gerona ha aumentado al producir un mayor número de ordenadores, colapsados por la competencia.

En tal caso, los problemas quedan personalizados a la empresa y no a su cambio físico. Nada que nos relacione. Me alegro de poder salir por fin de este mundo virtual de pesadilla, que sólo puede traer un mal augurio a quien lo utilice demasiado. Y esa no voy a ser yo.

Cierro el explorador y abro el último de los contratos. Parece un precio justo para lo pactado y con esto, el banco cambiará de sede. El traslado será realizado durante unos cuatro meses, lo suficiente para que los clientes puedan acercarse para realizar las gestiones que deban con el cambio de localización.

Siempre que se vende una propiedad la gente sólo mira el precio pero es preciso pensar en sus consecuencias a medio plazo y los intereses o problemas financieros que puede generar a nivel colateral. Es lo primero que me enseñaron en las prácticas: nunca debes tomarte el dinero a la ligera, ya que nadie hace nada gratis o a un precio que no le convenga.

Examino lo que sé de Bauzas. No su perfil profesional, sino lo que sé de él personalmente. Le gusta intimidar en las reuniones y no le importa ser políticamente correcto, cuando tiene la sartén por el mango va a lo directo y conciso sin pararse en la consideración hacia herir los sentimientos de los demás. Si no puede prosperar por la vía legal, utiliza la vía ilegal procurando sacar información oscura sobre la persona que tenga enfrente. Y no dudará en usarla o incluso en lanzar las fotografías, documentos o imágenes que prueben dicho secreto, encima de la mesa de reuniones, delante de todos.

No tiene escrúpulos y, lo que es peor, aunque actúe con violencia verbal e intimidación hacia los demás, genera tanto negocio que todos con los que trabaja le toleran su forma de ser. Y los que no trabajan con él, le toleran por miedo a cualquier represalia que pueda realizar.

Si sigo pensando en ese monstruo, acabaré teniendo pesadillas cuando vaya a dormir. Algo que en algún momento debería hacer.

Aunque son ya las once y estoy bastante despejada todavía tengo un poco de nervios por mañana. Estar en albornoz en la habitación, mientras trabajo, no suele ser lo mío pero me relaja un poco. Pero no lo suficiente.

Mientras miro la cama vacía pienso en lo tentador que resultaría. ¿Cuánto hace? Más de lo que puedo recordar. Poder permitirte el tumbarte en la cama con alguien que te abrace y te bese y te quite las preocupaciones del día. Que te diga al oído que te quiere y “no te preocupes, cariño” para que te tranquilices y tus ondas alfa se propaguen.

Sí, es muy fácil. Siempre recibiré una oferta tentadora cuando esté en público, vestida o con falda. Siempre habrá alguien dispuesto al alcance de una llamada. Miro el móvil. Si llamara a Roberto, estaría aquí en cuestión de minutos. Su trabajo no está muy lejos y, a estas horas, habrá acabado ya su sección.

Un pensamiento tentador, Aurora, pero la tentación no es lo tuyo. Nunca lo ha sido. Aleja lo fácil de tu pensamiento, sólo lo difícil es bueno, y no te volverán a hacer daño de nuevo. Con una vez vale, otra no.

Duerme y sé fuerte, Aurora. Sé fuerte.

B-221

– Esto no me gusta, Olga.

– No me seas así, Jennifer. ¿Hemos cenado en mi casa, no?

– Pues sí. Y el viernes acabé mi último examen, pero no tener nada que hacer no es motivo para desmelenarse tan rápido.

– Mira, tía, he quedado con Gero y vendrá un amigo. O sea que tú puedes tener plan también, si quieres. ¿Has llamado ya a tu padre?

– Sí, si no se preocupa. Le he llamado cuando estábamos cenando antes.

– ¿No estaba tu madre con él?

– Mi madre tenía trabajo por la tarde y creo que todavía no había llegado. Al menos, no estaba con él entonces.

– Mira, tía, te acostumbrarás. Yo, al principio, también estaba un poco triste, pero luego vi que era lo mejor que se separaran.

– ¿Lo mejor para ellos o para ti? Porque no veo que se ocupen mucho de lo que haces.

– Pues sí, tengo más libertad, ¡qué voy a decirte! Y la aprovecho. Además, ellos también lo hacen y salen cuando quieren con quien quieren.

– ¿Y no te da cosa? Yo todavía me estoy acostumbrando a que vea a mi madre con un tío distinto cada vez.

– Pues alguno de los que ha venido, estaba bien bueno.

– ¡Olga, cómo eres! ¡Pero si son mayores que yo! ¡Y que tú!

– No tan mayores, tu madre es espabilada y algún treintañero bien bueno ha caído ya.

– ¡No hables así de ella, es mi madre!

– Perdona, pero es la verdad. Y no la critico, la apoyo. A lo mejor, incluso ha caído un veinteañero también, jejeje.

Las dos amigas comenzaron a reírse. Jennifer comenzaba a asumir que, tal vez, Olga tenía razón. Quizás sus padres merecían un tiempo de descanso de ellos mismos, después de todo.

Ambos eran profesores de instituto, aunque su madre había comenzado a trabajar como profesora asociada con una universidad online. No le iba mal el cobrar por algunas horas extras mientras realizaba un par de asignaturas a la que asistían alumnos de su misma edad, universitarios como ella.

También había empezado a desmelenarse, como decía Olga, y a salir con sus amigas separadas y yendo a discotecas casi cada fin de semana. Cuando llegó al sujeto número siete, Jennifer dejó de contar los novios o amantes que le había visto a su madre en todo ese tiempo.

Su padre, en cambio, no había levantado cabeza en ese aspecto. Había salido un par de veces con algunos amigos pero siempre volvía solo. Y como ella iba viendo alternativamente a sus padres, según le convenía al ser mayor de edad, sabía de las andanzas de ambos y alguna vez era interrogada por ellos. Aunque era más su padre quien quería estar al tanto de lo que hacía la otra parte que no al revés.

No se podía quejar. Ambos le habían dado una educación excelente, no le había faltado de nada y ahora estudiaba con gran eficacia el segundo curso de Filología Hispánica. Después de veinte años casados, igual les tocaba volver a vivir una segunda juventud.

Esa noche iban a encontrarse de nuevo, después de varios meses de estar separados, para poder limar asperezas.

A esas alturas, Jennifer no esperaba que se reconciliaran. Había visto demasiado ilusionada a su madre con su nueva vida de libertad para volver a enfundarse la bata de andar por casa y atrincherarse en la cocina. Además, siendo ella ya una hija adulta, no implicaba ningún tipo de carga para hacer la comida u otro tipo de cuidados. Ella ya era autosuficiente.

Había salido muchas veces de noche, pero no le gustaba mucho la vida nocturna. Simplemente, acompañaba a su amiga Olga en sus tours nocturnos y cuando coincidían con compañeros de la universidad.

En ese sábado, ambas celebraban que habían acabado los exámenes de febrero, y habían quedado para cenar. Pero la realidad es que Olga le había preparado una encerrona porque no le había dicho que había quedado con su novio Gero.

– Te he dicho que te acompañaría, pero estos sitios de fiesta son peligrosos, ya lo sabes.

– Peor hubiera sido ir a por la zona de la Vila Olímpica. Allí pareceríamos extranjeras, pero en esta zona hay pubs más tranquilos.

– Mientras después me lleves a casa, ningún problema. Si te vas a ir a hacer manitas con Gero, me lo dices antes, y hubiera traído mi coche.

– Quien sabe, tía, a lo mejor eres tú la que me pide las llaves del coche.

– Yo no soy así.

– Venga, Jenny, conmigo deja la imagen de doña perfecta, que ya nos conocemos. La noche con el Rafi no es la única noche loca de tu vida.

Jennifer se sonrojó. Era una chica como todas. Quería ser responsable y no preocupar a sus padres pero tampoco quería quedarse al margen de lo que implica vivir la vida a esas edades. Aunque, de momento, ningún chico parecía lo suficientemente bueno como para que fuera su novio formal, al que dedicarle parte del tiempo que destinaba a sus estudios.

La calle estaba llena de gente a esas horas. Era lo que tenían las principales calles de Barcelona durante un sábado noche, multitud de gente que iba sin rumbo y se perdía en los primeros pubs que encontraban. Aunque la zona del Born le gustaba mucho porque se podía salir con tranquilidad, no le desencantaba escaparse a veces por la zona de Aribau. Pero ninguno de esos destinos era por donde salían esa noche.

– Mira, no es que me no me fíe de Gero. Pero mantenlo a raya, que ese sólo quiere lo que quieren todos.

– Y lo que también queremos todas muchas veces. Si quieres, acabo saliendo con el empollón friki que hay en tu clase o con uno de los gordos que hemos visto en ingeniería, que no tienen tiempo ni para hacer deporte, de todos los deberes que llevan encima.

– Con esos no, pero Gero es un poco garrulo. Ha aparcado los estudios desde que salió del instituto.

– ¿Y qué quieres que haga? Ha intentado buscar trabajo y ha conseguido encontrar trabajo de mozo de almacén, que para la crisis que hay hoy día, igual acabaremos allí nosotras también cuando acabemos los estudios. Entonces verás que nos llevará cuatro años de ventaja.

– Si tenemos estudios, siempre tendremos opciones a algo más que eso.

– Eso no te lo discuto, pero, si no paso de ahí y me he de conformar con un trabajo mileurista, al menos no me arrepentiré de haber sacrificado los fines de semana estudiando en vez de salir para sacar mejores notas.

– No tengo que sacrificarlos yo, ni tú tampoco. Llevamos todo al día y tenemos tiempo de salir y hacer deporte, o sea que él también podría estudiar si quisiera en vez de haber sido un ni-ni a ratos.

– Que me lo tire, no quiere decir que me vaya a casar con él. Siempre tan conservadora.

– Bueno, tú toma precauciones.

– No te embales, de momento lo hemos de encontrar… mira por ahí anda.

Vieron un par de chicos que estaban mirando el reloj y estaban enfrente de uno de los pubs más concurridos. Habían salido del antro para poder ser visibles pues dentro había una multitud tremenda.

A medida que se iban acercando, el rostro del acompañante de Gero se hacía más visible al igual que el propio Gero.

Gero era delgado y moreno, y sus manos estaban envueltas de callos y pequeñas heridas. Jennifer no sabía hasta qué punto las heridas podían ser de su trabajo o de otros vicios inconfesables de Gero que le habían llevado a experimentar con varias sustancias para aumentar la excitación propia del fin de semana.

Si a eso le añadíamos que su vestimenta habitual se nutría de los pantalones anchos, las chanclas y las camisas más simples que uno pudiera encontrar, el conjunto en sí evidenciaba a un hippie en toda regla. Algo que le molestaba a Jennifer, puesto que al ir con él, había muchos sitios donde ni podían ni les dejaban entrar. Lo mínimo era, que el muy egoísta, pensara que iba con más gente y podía estropear los planes de los demás.

Pero el otro chico… parecía la antítesis de Gero. No sólo por ser rubio en vez de moreno sino por ser más alto que él, de complexión más robusta, y mucho mejor vestido, incluso con los pantalones cortos que llevaba. Sus manos parecían más ligeras que las de Gero, seguramente porque no hacía un trabajo como el suyo, o quizás era estudiante. Al menos tenía la edad adecuada para ello.

– ¡Hola, tías! ¿Listas para la fiesta?

– Siempre tan ordinario, Gero. Asustarás a Jennifer antes de tiempo.

– Ya lo conocemos. Hola, Gero. ¿Nos presentas?

– Claro, claro. Este es Gabi.

– ¡Hola, Gabi, encantada! ¡Esta es Jennifer!

– Encantado, hola, Olga. Hola, Jennifer.

– Hola, Gabi. ¿De qué os conocéis?

– Bueno, en realidad no lo conozco a él, conozco a su hermano porque vamos a la misma clase de Estadística en la universidad.

– ¿En la universidad?

– Eso ha dicho, Jennifer. Iba con mi hermano y como ayer acabaron exámenes le he dicho que se viniera. Mi hermano se ha quedado en otro pub porque se ha encontrado a su tropa de pádel y nosotros hemos seguido hasta aquí. Unos pijillos aburridos, vaya.

– Espero que no os moleste que me haya venido. Si me quedaba con mi hermano en ese pub, no hubiera salido hasta las tres de la mañana.

– ¡Ningún problema, vente con nosotras! ¿A que sí, Jenny?

– Vamos todos, hoy es sábado noche.

Se metieron todos juntos en el siguiente pub mientras Olga no paraba de darle pequeños codazos a Jennifer. No paraba de insinuarle “es universitario, Jenny” con gran orgullo, pensando que su amiga por fin iba a encontrar un ligue con el que pudieran ir los cuatro juntos de fiesta.

Parecía que esa idea iba a fraguar porque la realidad es que, a medida que Jennifer conocía más a Gabi, más se iba interesando por él. Mientras tomaban algo en el pub, iban aprendiendo que Gabi estudiaba el Grado en Arquitectura y había sacado el primer curso. Tenía un año menos que Jennifer y hacía natación, en la cual incluso estaba federado y competía a veces.

– Oye, qué bien. ¿Y has ganado algún campeonato? –preguntaba Olga, para calibrar la masculinidad del recién llegado.

– No he ganado nada. Mi mejor marca está a un segundo de los puestos de podio. Lo hago por entretenerme.

– Yo también hice un poco de natación hace años. ¿Qué estilo nadas?

– ¿Tú has hecho, Jenny? Pues ahora me entero.

– Era antes de conocerte a ti, en los primeros cursos de instituto. Dime, Gabi.

– Pues el estilo libre y el estilo espalda. Pero de los dos soy mejor en el estilo de espalda. En ese, tal vez pueda sacar marca el próximo año para arañar podio en alguno de los eventos que hace el club.

– Lo que te decía, un empollón formal y casto como tú, Jennifer.

– Mejor eso que no un dejado porrero como tú, subnormal.

– ¡Bueno, no te piques, que sólo lo decía por decir!

– Pues vigila lo que dices, que te has levantado ya tres cubatas y no creo que el salario de mozo de almacén te dé para tanto.

– Al menos es mi dinero. A ti, ¿quién te lo ha dado? Tu padre, seguro.

El comentario enrojeció de ira a Jennifer. ¿Cómo se había atrevía ese palurdo a decirle semejante cosa a ella, que había hecho muchos más sacrificios que él en los estudios y muchos otros contextos? ¡Bien que había trabajado ella varios veranos en trabajos como el de Gero!

– Tu trabajo ya lo he hecho yo, niñato, y para mí ha sido un trabajo de verano. Para ti, será tu máxima meta en la vida.

– ¡Serás…!

Gabi intercedió entre ambos, evitando que Olga tuviera que pronunciarse a favor de su novio o de su amiga en detrimento del otro. Había reaccionado más rápido que ella, que estaba todavía con la boca abierta sin saber que decir.

– Tengamos la fiesta en paz, ¿vale? Mira, Jennifer y yo nos sentamos un rato allí y así todos os aireáis.

– Vale, vale. Mejor así. Cálmate, Gero.

– ¿Que me calme? ¡Olga, estoy harto de tu amiga!

Antes que Jennifer pudiera responder, Gabi intercedió de nuevo y se la llevó hacia una mesa desierta. Allí se sentaron, mientras Gero y Jennifer cruzaban amenazadoramente las miradas mientras se alejaban.

– Es un idiota. Y lo único que hace es fastidiar a mi amiga aunque ella no se de cuenta.

– Tú tampoco has estado muy acertada. Trabaja de lo que puede. ¿Y si tiene razón y no nos sale nada cuando acabemos los estudios y acabamos trabajando de lo mismo?

– Yo habré cumplido y tendré derecho a quejarme, él no porque no habrá dado un palo al agua en su vida.

– ¿Te interesa estar hablando de él durante toda la noche o de otras cosas más interesantes?

– Pues de otras cosas, claro. Él es un tema perdido.

– A lo mejor sí, pero como conozco a su hermano me reservo el opinar. Dijiste que tus padres son profesores, espero que no sean los míos.

– Trabajan en el instituto. Y como tienen plaza fija desde hace años y no se han movido no habrán coincidido contigo cuando estudiabas la secundaria. En la zona de El Clot no han estado nunca.

– Es una zona muy callejera pero tienen buenos clubs de natación cerca y a un tiro de piedra tienes Sant Adrià del Besòs, Badalona y Santa Coloma de Gramenet, donde hay otros clubs deportivos.

– A este paso igual acabas en el CAR de Sant Cugat, aunque ya eres un poco mayor para eso.

– Fuimos allí para hacer un stage de entrenamiento. El sitio estaba muy bien y las instalaciones de lo mejor que había visto.

– ¡Guau! ¿Has estado allí?

– Sí, si estás federado con tu club, sea de atletismo o natación, cuando hacen alguna preparación de pretemporada acaban alquilando alguna vez una pista o piscina como las de allí o solicitan permiso para estar algún día en ellas. Es una ventaja añadida.

A Jennifer se le iban iluminando los ojos poco a poco al escuchar las mil y una virtudes que Gabi tenía. Una carrera exigente, deportista, educado… nada que ver con el idiota de Gero o con otros gañanes que había conocido.

Gabi iba hablando con ella de varios temas: estudios, futuro, deportes… no parecía tenso en absoluto por estar con una chica a solas. ¿Tendría ya experiencia o simplemente era así de inocente? Pero seguro que esos ojazos marrones habían conquistado ya a otras chicas, aparte de Jennifer.

Las risas y algunos pequeños cumplidos habían substituido hace rato a las charlas triviales e incluso algún leve jugueteo con el pelo del otro había asomado y tenido lugar.

Al rato, Gabi comenzó a excusarse mientras miraba el reloj.

– ¿Qué sucede, Gabi?

– Se me hace tarde y me tengo que ir.

– ¿Cómo que te has de ir? ¿A dónde?

– Mañana tengo una competición de natación y como salimos temprano y hoy hemos entrenado, estamos todos alojados en un hotel para salir a primera hora sin que falte nadie.

– Vaya… ¿y en qué hotel te alojas?

– Ese mismo de ahí.

– Lo conozco. Tiene cuatro estrellas pero el precio está bien porque no llega a todos los requisitos. Sale muchas veces en las ofertas de internet y yo estuve una vez, cuando tuve que pasar una noche fuera.

– Si vives aquí mismo. ¿Para qué tuviste que pasar una noche fuera?

Jennifer no iba a decir nada acerca de que había acabado allí con su antiguo novio una noche.

– Tuve que venir una vez a Barcelona, cuando estaba con mi familia de vacaciones en la costa. Tenía que volver antes para hacer un trámite de la universidad. Me di cuenta que me había dejado las llaves de casa y tuve que pasar la noche como pude.

– Yo ahora tengo que ir hacia allí. Me gustaría quedarme más, pero si no madrugo y estoy a punto, el entrenador se enfadará.

– Vale, lo entiendo. Espera, te acompaño un poco.

– Como quieras.

Mientras iban andando hacia el hotel, Jennifer comenzaba a recordar el hotel en que, antaño, había perdido la virginidad con su primer novio. Y suerte que, para aquel entonces, su novio era mucho mayor que ella, porque si no ella, a escasos días de cumplir los dieciocho años, hubiera tenido que aguantar problemas y preguntas incómodas al intentar hacer la reserva.

¿Estaría el mismo recepcionista guapete de la última vez? Y si las habitaciones eran iguales que la que tuvo ella…querría decir que Gabi estaba alojado solo, porque no se lo imaginaba compartiendo una cama de matrimonio con un compañero del equipo de natación.

Llegaron al hotel y se plantaron justo en la puerta. Gabi se giró hacia ella.

– Bueno, aquí nos despedimos. Cuando vuelvas, dile a Gero que me he ido.

– Y… ¿estás con alguien en la habitación?

– Pues no. Son habitaciones individuales pero con cama grande. Si el entrenador me dijera que debemos compartir habitación no hubiera aceptado que me alojaran aquí.

– Es que me sabe mal que nos despidamos ahora…

– Pues yo tengo que irme a dormir. A menos que quieras subir y acabamos de charlar un rato. Creo que hay algo de beber en el mini-bar.

– Ok, pero es que…no querría que te llevaras una impresión equivocada. ¡A charlar, sólo, eh!

– Que sí, que además tengo que descansar. Espera un momento, que hable con el recepcionista.

Gabi se dirigió hacia el recepcionista y estuvo hablando un rato con él. Y sí, Jennifer tenía razón, era el mismo tipo alto que la atendió la última vez. En estos tres años, seguía trabajando en el mismo hotel. O era bueno en su trabajo, o se había acomodado a pesar de poder trabajar en otros hoteles más importantes.

Gabi volvió con una llave en la mano.

– Pues tengo la B-221. Para allá vamos.

– Vale, cojamos el ascensor que ya he caminado suficiente por hoy.

Subieron en el ascensor hasta la segunda planta mientras en él, Gabi se acercaba un poco más a Jennifer. Ahora estaban hablando, prácticamente, a tan sólo veinte centímetros de distancia. La tensión era palpable.

Una vez salieron de él, se dirigieron hacia la habitación de Gabi. Mientras Gabi forcejeaba con la introducción de la tarjeta electrónica, Jennifer se fijaba que en la B-220, que estaba al lado, había colgado el letrerito de “No molestar”. Un par que debían estar pasándolo en grande, pensaba. Como ella hace años, en una de esas habitaciones, pero sin la magia que ella esperaba. En vez de champán y rosas fue sólo sexo que para su novio representaba un polvo más que añadir a las conquistas que ya hubiera tenido, y que para ella debía ser especial por ser la primera vez.

– Vale, ya está, entremos.

– Sí que te da problemas la llave.

– Se atasca. Bueno, no estoy acostumbrado a usarla, sólo he entrado una vez antes en todo el día.

Al entrar, Jennifer observó la habitación. Estaba todo impecable, con una cama de matrimonio en el centro de ella, y un par de mesitas de noche que la envolvían. Los armarios, empotrados en la pared, daban un pequeño toque blanco a la habitación.

Así era como estaba aquella otra vez. Nada había cambiado.

– Entra, si quieres. Voy a mirar un momento si hay alguna cosa de beber.

– ¿Y tus compañeros de equipo están en las habitaciones contiguas?

– Sí, en varias. Pero ellos seguro que están durmiendo ya.

“O haciendo otras cosas” decía Jennifer, pensando en la habitación vecina con el cartelito de evitar interrupciones puesto en la puerta.

Gabi se frustró un poco al abrir la pequeña puerta del mini-bar. Y Jennifer ignoraba el porqué. Se incorporó y se paró frente a ella, de pie.

– No hay nada de beber. Malditos hoteles…

– Pues lo normal. Si es que no entiendo porque me has dicho que había alguna cosa de beber. A menos que lo pagaras, nada.

– Ya, pues ni un triste refresco dejan como obsequio. ¿Te gusta la habitación?

– Es tranquila. La recuerdo así de la última vez.

– Me alegra que hayas subido, Jennifer. De verdad. Eres una chica muy especial, lo he visto enseguida.

– ¿Ah, sí?

– Sí, no sólo eres buena estudiante sino que además eres muy guapa.

– Vaya, gracias. Opino lo mismo.

– ¿Qué eres guapa? Mírala, que engreída, si Gero tendrá razón después de todo.

– ¡No, no! ¡Me refiero a que también opino lo mismo de ti!

– ¿Y que soy guapo también?

– Ehm… sí, eso también, claro.

– Vaya, gracias. Y eso que no eres dada a los cumplidos.

– Sólo los doy cuando creo que se merecen de verdad. La gente los regala continuamente.

– Pues así nunca conseguirás un novio.

– A lo mejor no me interesa conseguirlo.

– Todas quieren su príncipe azul, Jennifer, y los hombres su princesa.

– Los hombres sólo quieren normalmente una cosa y no es una princesa, precisamente.

– Pues yo sí es lo que busco. Y tú lo eres.

Jennifer se ruborizó. La vergüenza le impedía preguntarse por los repentinos cambios de tema de Gabi, que no había tocado las relaciones personales o de género en toda la noche.

– Pues por lo general todo el mundo piensa que soy una aburrida.

– Yo no. ¿Notas esto?

Le cogió la mano y se la puso en el pecho. Jennifer pudo notar enseguida el tacto de un músculo terso y endurecido por el ejercicio físico. Por supuesto que hacía deporte intensivo ese chico.

– ¿El qué, el músculo?

– Mi corazón.

Jennifer bajó la mirada y Gabi le levantó la cabeza cogiéndola de la barbilla. En cuanto sus ojos se cruzaron, Gabi le lanzó un beso.

Lo inesperado del beso hizo que Jennifer se quedara petrificada. Pero enseguida respondió a él, envolviendo el cuello de Gabi con sus brazos. La efusividad que mostró, desequilibró un poco a Gabi, que retrocedió, golpeando la pared con la espalda, mientras la abrazaba. El golpe resonó en toda la habitación. Y probablemente, en la de al lado.

– ¡Que me tiras! ¡Cuidado!

– Un chico fuerte como tú puede con todo.

– ¿Tan fuerte me ves?

– Pues de momento sólo veo el cuello–dijo, mientras le lanzaba otro beso con gran efusividad.

– Puedes comprobarlo–dijo Gabi, al tiempo que se despojaba de la camisa y mostraba su torso a Jennifer. Al verlo, Jennifer soltó un suspiro.

Su complexión era robusta, pero su torso estaba estilizado, con todas las líneas musculares marcadas. Incluso parecía demasiado musculado para hacer sólo natación. Pero no le importaba, su cuerpo era perfecto. Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, Jennifer se mordió el labio inferior para controlar su impulso.

– Umm, ya lo creo.

Se lanzó de nuevo a sus brazos, deseosa de notarse segura envuelta en ese cuerpo. Atrás quedaban los tabúes que se había impuesto, al haber conocido a ese chico prometedor. Gabi le devolvió el beso y volvieron a acabar apoyados contra la pared, de pie, en medio de su efusivo intercambio de emociones. De nuevo, el golpe contra la pared hizo retumbar la habitación.

– ¿Me deseas?

– Sí, yo…

– ¿Quieres que lo hagamos?

– Ehm… sí, pero…

– Tranquila, no le explicaré nada a Gero. Ni a Olga, si la veo.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo. Túmbate en la cama, desvístete que vea lo bonita que eres.

Jennifer se soltó de sus brazos y se sentó en la cama. Se sentía segura y, si se sentía así con ese chico ¿con quién mejor iba a tener una nueva experiencia sexual? Quizás esta iba a compensar las anteriores.

Se quitó el vestido, poco a poco, y se quedó en ropa interior. El sujetador y las braguitas negras a juego, iluminaron los ojos de Gabi.

– Puf, cómo estás… te voy a…

Una serie de golpes estruendosos resonaron en la puerta. Parecía que iban a tirarla abajo. El susto cogió por sorpresa a Jennifer que, por acto reflejo, se metió debajo de las sábanas, protegiendo su casi desnudez por si alguien entraba.

– ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pasa?

– ¡Eso digo yo, a ver qué pasa!. ¡Maldito hotel! ¡Espérate aquí, que voy a ver!

Salió directo hacia la puerta mientras ella se refugiaba en las sábanas. Desde la puerta, a menos que alguien entrara, no se la iba a poder ver en la cama. Como mucho, se vislumbraría el bulto de sus piernas en ella.

Enseguida escuchó una voz adulta, cuyo tono no pudo distinguir. Pero era evidente que el tono era de enfado, posiblemente por los golpes en la pared. Si era el vecino de la habitación de al lado ¿sería el entrenador? ¿O un compañero de equipo muy veterano? Igual Gabi iba a recibir una penalización por subir una chica a la habitación.

Después de un breve intercambio de frases, Gabi cerró la puerta. Su cara de fastidio era evidente y con esa mueca comenzó a perder el encanto que le había hecho irresistible a los ojos de Jennifer.

– ¿Qué pasa?

– Un carroza de la B-220, quejándose de que hacemos ruido. Tendría envidia porque tenemos mejor plan que él. He estado a punto de partirle la cara.

Su manera de hablar también había cambiado. En esos instantes, Jennifer no reconocía en ese chico los rasgos que antes le habían hecho ser interesante. ¿Y decía que ese tipo venía de la B-220 y él no lo conocía?

– ¿Pero… no están tus compañeros en las habitaciones vecinas?

– Mis compañ… ah, sí, claro. Pero no en todas.

– Creo que me ocultas algo.

– No te oculto nada, nena, venga acabemos lo que habíamos empezado. Estábamos muy bien.

– ¿Nena? Oye, ¿pero de qué vas, de repente?

– ¿Yo? De nada, del mismo que hace nada estaba a punto de montárselo contigo. No estropeemos el momento, ¿vale?

A Jennifer no le cuadraban ahora mismo una serie de cosas. Se levantó de la cama y miró a su alrededor. Una habitación perfectamente vacía. Exacto. Sin ningún tipo de objeto que no fuera del hotel encima de la mesa o en…

Abrió un par de cajones de la mesita de noche. Nada, aparte de la tarjeta típica del hotel. Ni prendas, ni llaves, ni ningún utensilio personal.

Se dirigió a los armarios mientras Gabi la miraba extrañado. Pasó por su lado, como si no estuviera presente, y abrió el primero de los armarios. Un armario que estaba vacío. Ni una bolsa, ni ropa colgada de las perchas, ni siquiera una muda de calzoncillos. Nada.

– ¿Pero esto que es? ¿No decías que ésta era tu habitación?

– Sí, y lo es. He abierto con mi llave ¿o no lo has visto?

– ¿Y la ropa? ¿Y tus cosas?

– Las he dejado en el coche, para recogerlas mañana.

– ¿Qué coche, si has venido con Gero según has dicho antes?

La cara de Gabi se descomponía por momentos. El titubeo de su boca, a la hora de intentar encontrar excusas, era evidente. No acertaba a decir nada en claro que saliera de su boca. Pero, en cambio, Jennifer sumaba enseguida dos y dos.

– ¡Tú no tenías ninguna competición! ¡Has reservado la habitación de hotel en el mismo momento que has visto que iba a subir contigo!

– Sí, es verdad, mañana tengo la competición e iba a venir aquí y… todavía no había hecho la reserva… pero…

– ¡Mentira! ¡Has venido hacia el hotel y has esperado para ver si te seguía con esa historia y entonces has hecho la reserva!

– ¿Y eso qué más da? Estás aquí, ¿no? Pues eso quiere decir que quieres lo mismo que yo. O sea que no te hagas la víctima.

– ¡Hijo de puta! ¿Qué te piensas que soy?

– No te enfades… podemos arreglarlo… la habitación está pagada y sería una lástima desaprovecharla.

– ¡Aprovéchala tú, desgraciado! ¡Si seguro que ni siquiera eres nadador ni arquitecto! ¡Todo ha sido una mentira para llevarme a la cama! –decía Jennifer gritando, mientras se comenzaba a vestir. El colmar su paciencia había hecho aparecer en su boca más palabrotas que en todos los años juntos que tenía hasta ahora.

– ¿Pero qué haces? Oye, no puedes irte ahora…

– ¡Claro que puedo, mírame! –dijo ella, cerrando la puerta tras de sí. Por suerte para ella, no acertó con el impulso de la puerta, porque si no, hubiera generado tal portazo que hubiera hecho que los misteriosos vecinos de las otras habitaciones aparecieran en el pasillo como el inquilino de la B-220 había hecho anteriormente.

Jennifer estaba realmente enfadada. Mientras bajaba las escaleras del hotel, se enfurruñaba y sollozaba a partes iguales. ¿Es que ninguno se salvaba? ¿Todos querían lo mismo? ¿Cuán real era el personaje que Gabi había creado para ella?

¿Para qué servía intentar ser tan perfecta y hacer lo correcto? No había ningún chico que valorara el esmero que ella ponía en ser como era. Intentaba ser la hija perfecta, la amiga perfecta y la chica que todo matrimonio quisiera tener en su hogar. Seria, responsable y trabajadora.

Mientras estos pensamientos se repetían en su cabeza, se percató de que ya eran más de las dos de la mañana. ¡Su padre! ¡Había prometido que lo llamaría para decirle que había llegado a casa! Y mejor que lo hiciera cuanto antes porque si debía esperar a la hora en que llegaría a casa, a saber a qué hora iba a llamarle, cuando ya hubiera regresado al pub y convencido a Olga de que la devolviera a casa. Si es que para entonces no se había escapado ya con Gero a hacer manitas.

Cogió su teléfono y marcó el número de su padre. Hizo un trago largo, mientras sonaba el timbre de llamada, para absorber los restos de sollozos. No quería que su padre notara nada por teléfono y le preguntara. Enseguida lo cogió:

– Papá, hola, soy yo. Que ya estoy llegando a casa.

– ¿Sí, cariño? ¿Ha ido todo bien?

– Sí, no te preocupes. ¿Estás todavía con mamá?

– Sí, hija. Todavía estamos aquí hablando. Tú no te preocupes y descansa.

– Lo haré, papá. Buenas noches.

– Buenas noches, tesoro. Eres muy buena hija. Te quiero.

Colgó el teléfono mientras seguía avanzando. Miraba el teléfono como si hubiera matado a alguien. ¿Una buena hija? Una buena hija no hubiera acabado en un hotel con un desconocido, expuesta a quien sabe qué.

¿Y sus padres? ¿Todavía estaban juntos a esas horas de la noche? Era evidente que no podían estar cenando, ningún restaurante tendría abierto hasta tan tarde. O habían ido a tomar alguna cosa o a lo mejor habían acabado haciendo…

Desechó la idea de su cabeza. Y en realidad no sabía qué impresión tener acerca de ese pensamiento. ¿Quería ella que volvieran a estar juntos? A su madre parecía que le iba mejor estando sola, que se divertía más y que volvía a sentirse joven. ¿Y su padre? Pues su padre no parecía tan alegre y muchas veces notaba que se sentía solo pero al menos el silencio había substituido a las discusiones.

Era difícil el papel de hija de dos padres que se separaban. No sabía si tenía que intentar que volvieran a estar juntos o hacer lo posible para que cada uno hiciera su vida al margen del otro. Al menos, el miedo a que la separación afectara a sus estudios, había desaparecido.

Todavía le quedaba casi medio quilómetro hasta el pub y esperaba que su amiga estuviera allí todavía. Al menos, ya sabía que sus padres iban a pasar toda la noche fuera de antemano y eso le había permitido tener la coartada que quisiera. No sabrían de esta nueva decepción que se había llevado su hija.

Por otra parte, en el hotel, Gabi también estaba realizando una llamada:

– Gero, oye tío, ¿dónde estás?

– En el pub todavía. ¿Cómo ha ido, tigre?

– Nada, tío, tenías razón. Con esta no hay quien se lo pueda montar. Esta tía es una frígida.

– Y yo que pensaba que nuestro numerito para transformarte en un caballero andante había funcionado.

– Pues de nada me ha servido mirar el plan de estudios de la carrera de tu hermano. Ni la discusión del bar. Eso sí se lo ha tragado. Lo peor es que ahora vendrá rayada y comenzará a hablar fatal de mí a su amiga. Ten cuidado que seguro que vas a pillar tú también.

– Jo, macho, tienes razón. Y como se alíen las dos, se cabrea la Olga conmigo y adiós noche loca.

– Pues viene directa. Y ya me dirás que hago ahora yo con lo que he desempolvado por la habitación. ¡Estos euros gastados vamos a medias!

– ¡A mí no me líes! ¡El plan lo tramaste tú y si no te ha funcionado es culpa tuya! ¡Bastante me he gastado hoy en cubatas ya! Ya te veo el lunes, en el trabajo.

– Eres un agarrado. Si te vienes aquí con la Olga, puedes aprovechar la habitación, y entonces pagamos la mitad cada uno.

– ¿Y la Jennifer? Ha venido con ella.

– Pues la lleváis a casa cuando llegue y si la Olga está receptiva, te la traes después aquí. Me envías un mensaje y dejo la habitación libre.

– No sé, tío, ya veremos… ¡Ostras! ¡Te dejo que asoma la Jenny por la puerta!

– ¿Y cómo está?

– Enfadada, tío, mucho. ¡Y viene hacia aquí! Te dejo, te dejo, te dejo…

Gero colgó el teléfono enseguida y Gabi lo contempló. Una oportunidad perdida. Tenía a esa chica a tiro y el carroza de la B-220 se lo había impedido. Maldito subnormal. Si no hubiera molestado, Jennifer no se habría dado cuenta de nada hasta que ya hubieran acabado.

Mientras estaba sentado en la cama, comenzaba a pensar en las opciones que tenía. Podía esperarse un poco más a ver si venía Gero con Olga, dormir en el hotel esa noche o incluso un nuevo pensamiento que aparecía en su cabeza: vengarse.

Sí, vengarse de ese maldito gordo que le había estropeado la noche, del que había impedido que se beneficiara de una chica después de toda una noche de teatro y de haber pagado una habitación de hotel.

Y, a medida que miraba algunos de los panfletos del hotel encima de la mesa, comenzaba a imaginarse cómo podía hacerlo.

B-315

Abel comprobaba las cerraduras de las ventanas mientras Nick registraba los armarios. Sergio se mantenía al margen, de pie y vigilando el resto de la habitación.

Todo era tan amenazador como el cucurucho azucarado de una adolescente en la feria. La habitación estaba limpia, o al menos eso parecía.

– Déjame el rastreador, Sergio.

– ¿Dónde has puesto ese trasto, Nick?

– Lo tengo en la mochila, al lado de la Walter.

– Sí, aquí lo veo. Menudo trasto que traes.

– En España os falta mucho que descubrir para poder ser considerados servicios de seguridad. Esto lo traje de Estados Unidos conmigo.

– Toma, antes de que explote.

Ver a tres hombres corpulentos, vestidos con traje, y con una corpulencia fuera de lo común, en una misma habitación hacía pensar que se trataría del escenario de una película.

Pero en este caso, el servicio de seguridad que habían montado entre los tres, respondía a esa escena y también a las expectativas que su jefe había depositado en ellos.

Nick pasó el aparato por todas las paredes, allí donde había una intersección o un posible hueco. El aparato, similar a un móvil, emitía una pequeña señal cuyo ritmo aumentaba un poco al acercarse a algún aparato electrónico como la televisión o los propios móviles de los corpulentos inquilinos.

Continuó el proceso por el lavabo y el interior de los armarios y la señal no se alteraba. Parecía que todo estaba en orden.

– Todo está limpio. Ningún micrófono.

– Vale, Nick. Aunque los demás también tenemos trucos a la antigua usanza–dijo Abel, cuya altura de metro ochenta y cinco se veía empequeñecida por los casi dos metros de Nick.

– Aquí tenéis demasiadas limitaciones. En mi país, estamos mejor vistos que los policías y tenemos tanta autoridad sino más que ellos.

– Pues aquí conviene llevarse bien con ellos, Nick. Abel y yo, ya hemos trabajado con ellos varias veces para garantizar el servicio. Ellos no nos estropean la fiesta y nosotros no les estropeamos la suya. ¿Verdad, Abel?

– Cierto, colega.

– Los límites los pondrá siempre el jefe. Si alguna vez un policía se pasa de listo o quiere meter la nariz donde no le llaman, ya lo untará bien untado. A él o al inspector que tenga encima para que le mande no meter las narices donde no le llaman.

– En eso tienes razón, Nick. El jefe consigue lo que se propone. ¿Cuál ha sido la consigna?

– Ninguna. Ha dicho que esperáramos en nuestra habitación, que acababa de entrar en el hotel y que ya llamaría si nos necesitaba.

– Pues mejor que le dejemos libre la habitación por si tiene plan–añadió Sergio, que, con metro noventa, era el mediano de los tres en cuanto a altura.

– Vamos saliendo, cierra, Nick, y no te dejes nada.

Los tres fueron saliendo de la habitación, cerrando todo, y limpiando las huellas que habían dejado en el pomo de la puerta y los muebles. Si alguien entraba en la habitación, además del jefe, querían las menos huellas posibles para poder identificarle.

Se dirigieron a su habitación, numerada con el B-315, y allí entraron, repitiendo la misma operación que habían hecho unos minutos antes. Abel examinaba las cerraduras, y Nick, con su rastreador, palpaba cada pulgada de pared o rincón sospechoso.

Al cabo de breves minutos, todo estaba listo. Nick guardó su rastreador en el bolsillo y los tres depositaron sus grandes bolsas de deportes en la cama.

– ¿Soy el único que ha advertido que sólo hay una cama? –dijo Sergio con una pequeña sonrisa.

– Os la dejo a vosotros. Yo me he traído mi propio saco de dormir.

– ¿Y te vas a colgar del techo con él, Nick? Tendrás que ponerlo en el suelo para poder dormir, y está duro.

– Me basta y me sobra, Abel. Si queréis, compartid cama vosotros, que tanto tiempo lleváis trabajando juntos.

– Igualmente hemos de hacer turnos para que todo el rato haya uno en vela. Que duerma uno en la cama y tú, en tu saco.

– ¿Y cuando sea Nick el que vigile?

– No me importará que ninguno de los dos duerma en mi saco, pero os lo advierto, a esas horas ya habré tenido sueños eróticos y lo notaréis al entrar en él.

– Muy profesional, Nick, muy profesional–añadió Sergio de nuevo.

Si los tres no estallaron en carcajadas en ese preciso momento, era porque eran profesionales. Pero entre los tres disfrutaban el servicio.

– El jefe tiene previsto levantarse entre las siete y las ocho de la mañana. Contando que nos durmamos a las once, deja entre ocho horas de sueño a repartir. Cada dos horas y media, nos turnamos. Primero yo, luego Sergio y por último Nick, cuando ya haya tenido sus increíbles sueños eróticos.

– Me parece fatal el reparto de turnos para acabar en el saco de Nick. Seguro que lo habéis tramado entre los dos.

– Aquí ya sabes que no se trama nada si los tres no estamos de acuerdo en ello, Sergio.

– Creo que hemos hecho suficientes tramas los tres como para no recordarlas, Abel.

– No nos cuesta mucho el hacerlas, seguro. Pero hace ya una semana que no toco la sala de pesas. Si sigo así, no superaré mi marca personal de press de banca.

– Creo que ya levantabas casi ciento sesenta quilos, Nick. ¿Para qué quieres más? Yo apenas llego a los ciento cuarenta aunque en sentadilla consigo superar los doscientos quilos.

– Los dos le dais mucha importancia a la fuerza. Yo prefiero correr a tope en la cinta con un ritmo de cinco minutos el quilómetro durante media hora. Y en pectoral supero por cincuenta quilos mi propio peso –indicó Sergio.

– ¿Habéis hecho ejercicio este par de días? Yo apenas he podido hacer un poco de calistenia en la habitación.

– Pues no mucho, Nick. El jefe nos ha tenido o plantados o durmiendo desde que se ha venido a Barcelona y en el avión no había mucho espacio para hacer nada. ¿Os habéis pesado?

– Yo sí. La báscula me ha dado lo de siempre. Metro ochenta y nueve, noventa y ocho kgs y un 13% de grasa.

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