Check-in

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– Pues la báscula te ha encogido un centímetro y si es correcta, con ese porcentaje de grasa no estás para reaccionar rápido ante nadie, Sergio.

– ¿Y tú? ¿Estás mejor que eso?

– Me pesé y medí antes de salir, y en este último día y medio no he comido apenas nada y sólo he estado caminando o de plantón, o sea que sólo puedo haber perdido grasa. Metro ochenta y cinco, noventa y cinco kgs y un 8% de grasa.

– ¿Un 8%? No puede ser, estás mintiendo.

– No te miento, Nick. ¿Y tú?

– Yo me he pesado un momento esta mañana y lo de siempre. Metro noventa y siete, ciento cinco quilos y un 10 % de grasa. Y nunca he conseguido bajar de ahí, ni siquiera cuando competía.

– Sí, eso me dijiste. ¿Fuiste a los Juegos Olímpicos?

– No, con mi marca no podía. Eso y las lesiones, fueron lo que hizo que dejara el atletismo–le respondió Nick a Sergio.

– Si lanzabas el disco a más de sesenta metros, seguramente tenías opciones.

– No sabes cómo funciona el atletismo en Estados Unidos, Sergio.

Allí, recibes unas becas mayores que aquí por practicarlo, pero al final las marcas van a buscar a los atletas de velocidad o medio fondo para su márketing publicitario y a los demás nos dejan migajas. Por eso, hay tantos ex lanzadores de peso y de disco que acaban en el fútbol americano, e incluso decatletas o velocistas.

– Aquí nuestro atletismo es de risa, o sea que mejor que hubiéramos inventado el fútbol americano. ¿No lo probaste? –se interesó Abel.

– ¿Tú que crees? Pero ni conseguí superar el draft. Era el lanzador de disco americano más fibrado que había por aquel entonces, pero mis marcas a mis veinticinco años no destacaban a nivel mundial. ¿Qué me quedaba? Podía probar un par de años más a ver si mejoraba mi marca pero no iba a consumir más tiempo. Ni tenía patrocinadores, ni opciones y lo dejé.

– Y bienvenido a la seguridad privada, Nick –le añadió Sergio.

– Pues sí. Ahora gano más dinero, pero eso depende de quién te toque proteger. No me iba a meter en esto para vigilar un supermercado, sino a los peces gordos. ¿Y vosotros?

– Yo lo hacía en la universidad, mientras estudiaba. Iba por las mañanas a clase, por las tardes entrenaba y por las noches me tocaba vigilar la misma biblioteca universitaria a la que iban mis compañeros de clase. Imagínate.

– No te hacía tan joven, Sergio.

– ¿Cuántos crees que tengo, Abel? ¿Cuarenta? Sólo tengo treinta años, ahora mismo.

– Tres menos que yo. No te falta nada, casi.

– Unos espermatozoides estáis hechos al lado de mis treinta y nueve tacos.

– Jo, Nick, y yo que pensaba que a esa edad firmabas la prejubilación.

– No, y se lo he demostrado a muchos que querían buscar camorra donde no debían.

– Pues sí, búscatelos. De eso doy fe porque he visto algunas en directo.

– ¿Y tú, Abel, como acabaste en esto? –preguntó Sergio.

– Lo mío es una historia más larga y truculenta.

– De las que me gustan, sigue.

– Estudiaba Empresariales en la facultad y pensaba, ya sabes, ser un ejecutivo de esos, intocable y poderoso, como el cabronazo para el que trabajamos. Cuando estaba en último curso, conocí a una chica. Bueno, más que una chica, era una mujer, porque además era mi profesora.

– A eso se le llama jugar fuerte, sí señor. ¿Aprobaste con matrícula?

– No es lo que piensas, Nick. Era una profesora asociada que daba algunas clases sueltas, no era de la universidad y tenía su trabajo principal fuera. Y era una bicharraca impresionante porque cada vez que íbamos a correr, me ganaba por al menos, medio minuto.

– Ahora sí que, de verdad, me pregunto qué haces aquí.

– Ya viene, Sergio, que eres un impaciente. Estuvimos juntos un tiempo, es más, trabajamos para la misma empresa, yo estuve en administración y ella en el departamento de logística. Pero mi trayectoria y la suya eran muy distintas, mientras yo permanecía en el mismo puesto, ella no paraba de ascender. Al final, ni la veía de la cantidad de trabajo que tenía.

– ¿Y qué pasó?

– Lo acabamos dejando. Y a causa de eso, le cogí tanta manía al trabajo empresarial y de oficina que decidí trabajar en otra cosa más dinámica. Como ya había hecho el curso de seguridad para trabajar un par de veranos, decidí dedicarme a eso como segunda actividad. Pero con los recortes, se convirtió en mi primera actividad, y para estar sentado delante de un ordenador, prefiero estarlo protegiendo a un tío y ganando el triple.

– Es una historia muy bonita, casi acabo llorando. ¿Tienes un pañuelo?

– Tienes los sentimientos en el culo, Nick. No me extraña que estés divorciado.

– Déjalo estar, Abel. ¿Has sabido algo más de ella?

– No estoy seguro. Algunas amistades comunes dicen que se casó y tuvo una hija, otras que con quien se casó fue con el trabajo, otros que acabó de directora gerente de una empresa… no sé a cuál creer ni tampoco los he visto como para confirmarlo.

– Creo que es mejor así. Nuestro trabajo no nos permite mucho contacto familiar en plena temporada. Mi última novia me dejó cuando falté a su cumpleaños.

– Te daré un consejo, y tómalo como un consejo profesional, Sergio. Las mujeres te complican no tan sólo el trabajo.

– El oráculo Nick y sus parábolas. Gracias por el consejo, Nick. La realidad es que poco a poco, voy comprobando eso que me dices.

– Es la realidad. Enamorarse es letal en este trabajo, acabas sufriendo porque no puedes ver a la persona y has de trabajar lejos para ganar el dinero con el que la mantienes. A mí no me quedaba raíces de ese tipo en Estados Unidos y por eso he podido ir pasando de un jefe a otro, sin importarme que el trabajo implicara cambiar de país o continente.

– Bueno, a mí el jefe me reclutó en el mismo país. Mi empresa de Madrid le ha aportado siempre guardaespaldas pero no le suelen durar más de un año porque se queman de seguirle a todos sus viajes.

– Tu caso es distinto, Abel. Te has hecho un nombre en la profesión partiendo desde más años que los demás y no has necesitado trasladarte. Sin haber protegido a muchas personalidades, tienes suerte que te haya contratado un pez gordo como ese que paga demasiado generosamente. Y con demasiado, quiero decir que espera que ese dinero le permita justificar que hagamos todo lo que a él le dé la gana.

– Te comprendo, Sergio. La última vez, se extralimitó cuando nos ordenó que atizáramos a aquél tipo.

– No creo que nos pasáramos. El tío estaba borracho, estaba incordiando, lo apartamos y ya está. Volvió a la carga, no atendió a razones y tuvimos que golpearle. Podría haber llevado un cuchillo u otra arma.

– Somos tres armazones andantes de trescientos quilos de peso en conjunto, Nick. ¿De verdad crees que sólo rompiéndole tres costillas podíamos pararlo?

– Abel, cuando lleves los años que llevo yo en el oficio, te darás cuenta de dónde la gente puede guardar las cosas más insospechadas. No justifico al jefe, porque se mete con saña contra todo el que puede, pero sí digo que no se pueden dar segundas oportunidades en esta profesión porque a la segunda te puedes encontrar un cuchillo clavado en tu cuerpo–mientras Nick decía esto, se bajó un poco el cuello de la camisa para enseñar una cicatriz a la altura de su clavícula izquierda.

– Vale, compañero, lo que tú digas. Pero hay límites que no pienso atravesar. No voy a exponerme a ir a la cárcel por cumplir con mi trabajo.

– Tú, en cambio, Sergio. No parece que estés en esta profesión por accidente o necesidad, la has hecho desde siempre.

– Bueno, Nick, la necesidad hace al diablo, dicen. Y cuando estaba acabando los últimos cursos de universidad ya vi que el futuro se presentaba muy negro. Comenzaba la crisis y los salarios mileuristas y a mis ex compañeros no les ha ido mejor que a mí. Casi todos los que conozco están en trabajos donde cobran menos que yo.

– ¿Seguro? Mira que los de empresariales o recursos humanos siempre dicen que cobran bien. Bueno, en parte porque son los que recortan a los demás trabajadores para poder mejorar ellos su sueldo.

– Como el que protegemos, Nick. Como el diablo al que protegemos y que nos acabará contaminando con su sentido maligno si le dejamos hacerlo.

– El jefe es uno de los elementos más cabrones que me he topado en este mundo. Pero sabe lo que se hace. Ha escogido jugar a un juego en el que se gana más por malo que por bueno y él lo ha asumido enseguida. Sabe las cartas que le toca jugar y siempre saca la más alta, Abel.

– Yo no pienso hablar nunca más con ninguna de sus amantes o aun pensará que estoy tirándoles los trastos y me hará la vida imposible.

– No tienes la suficiente maldad para eso, Sergio.

– Pues tú no eres precisamente un angelito, Abel.

– Mis cosas malas prefiero reservármelas pero lo que es seguro es que todos tenemos un lado oscuro que no queremos que nadie vea.

– Lo dicho, aquí todos somos unos pobres diablos.

La risa general resonó en la estancia mientras escucharon la puerta de al lado.

– ¿Es la puerta de al lado?

– Sí, Abel, es el jefe, que ya ha subido.

– Pues a estas horas poco habrá podido cenar abajo.

– Oigo unas risas, Nick.

– La suya es estridente con sonido de acordeón de malvado cabronazo, Sergio.

– ¡Ésa no! Otra. Unos pasos delicados. Está con una mujer.

– Pues que yo sepa, ha dejado a sus queridas en Madrid.

– Pues esta es nueva, Abel. Ahora sólo se oye la tele.

Sergio continuó con la oreja pegada a la pared mientras Abel y Nick se incorporaban. Las manos de ambos estaban preparadas, dirigiéndose a sus armas, por si había que irrumpir en la habitación, corriendo.

Las paredes permitían conocer lo que sucedía al otro lado. Sonidos más altos que pulsar un botón, se oían perfectamente si uno ponía la oreja pegada a la pared. Y para la profesión de los tres miembros del equipo de seguridad, era primordial saber lo que deparaba el entorno de su protegido.

La larga pausa y un sonido, que identificaron como música de fondo del ordenador, les tranquilizaron. El jefe estaba consultando el ordenador, seguramente para acabar sus negocios de mañana, y tal vez, si era lo suficientemente precavido, comprobando la identidad de la persona con quien estuviera. De hecho, estaban seguros de que lo era, puesto que había realizado muchas otras veces el proceso enfrente de ellos.

Un día, les enseñó el software de reconocimiento de huellas para que, si alguna cosa sucediera, pudieran identificar antes que la policía, al que hubiera causado algún percance y perseguirlo por su propia cuenta. Nick se sorprendió por el software e, incluso para él, que estaba muy versado en temas tecnológicos de seguridad, lo que tenía su jefe instalado en el ordenador era de ultimísima generación.

– Si el jefe ya comprueba la identidad de con quien esté, y al cabo de un minuto no nos está llamando, quiere decir que está limpia y es de fiar–dijo Nick.

– Mejor para nosotros. Pero mejor que comencemos con los turnos de vigilancia. Empezaré yo y, si queréis, podéis empezar a dormir.

– Como veas, Abel. Yo prefiero seguir escuchando un rato más pero te tomo la palabra en veinte minutos.

– El protocolo será una ronda por las plantas del edificio cada vez que hagamos el cambio de turno, durante cinco minutos, y volver aquí. Así uno permanecerá en la habitación, despierto, mientras el otro revisa los alrededores. Dejad abierta la comunicación en todo momento.

– Pues siendo así, me voy al saco. Seguid escuchando si queréis y de aquí a unas cinco horas me despertáis para mi turno, si es que no ha habido nada nuevo antes.

– Vale, Nick. Buenas noches.

– Tómate este lapso de tiempo si quieres mientras escucho, antes de iniciar tu turno, Abel.

– Vale, compañero, con tu permiso.

Abel aprovecharía ese lapso de tiempo para sacar algunas cosas de su bolsa. Simplemente, lo más necesario y básico, porque debía estar preparada en todo momento para salir corriendo con ella si la integridad del jefe se ponía en peligro.

Nick ya dormía en su saco. Tenía la misma facilidad para dormirse que para despertarse, alertado por cualquier ruido inesperado, por ínfimo que fuera.

Esa noche, hablando con él y Sergio, le había ido bien al fin y al cabo. Había conocido un poco mejor a sus compañeros de equipo, un lujo que no podían permitirse en las largas vigilancias en estático que hacían mientras su jefe cerraba negocios. Una posición que mañana, seguramente, deberían volver a repetir mientras se sentaba a negociar con otros peces gordos de igual calibre.

Se habían desempolvado muchos recuerdos. Y algunos eran más dolorosos que otros al no haber pensado en ellos durante mucho tiempo.

Se permitió el lujo de relajar su mente por un momento, sin pensar en que estaba cumpliendo un servicio de seguridad, y en su móvil buscó una imagen que tenía guardada. Una imagen en la que salía una versión suya, más joven, de hacía unos siete años. Y a su lado, una chica con una sonrisa marcada que hacía un gesto de aprobación a la cámara. Había pasado mucho, mucho tiempo…

“Aurora”, murmuró antes de tumbarse en la cama, esperando a iniciar su turno.

B- 103

Richy estaba esperando impaciente. El vuelo FR 3517 estaba a punto de llegar y con él, su esperada musa a la que llevaba semanas deseando ver y preparando para que todo pudiera ser perfecto.

El aeropuerto de El Prat era un caos constante de gente entrando y saliendo. Pero al menos tenía muy delimitada la zona de llegadas y eso permitía localizar rápidamente a los pasajeros que venían de los nuevos vuelos.

Llevaba un par de meses chateando con Katrina y parecía que se iban a gustar. El punto a favor para él era que una amiga de Katrina ya residiera en Barcelona y saliera con un conocido de Richy. De hecho, ella era la que le había pasado a Luis los datos de su amiga, y la que la había animado a venirse una semana a España para que estuvieran una semana los cuatro juntos. Como los exámenes universitarios habían acabado, dispondrían de una semana libre antes de que las clases del segundo cuatrimestre comenzaran de nuevo.

– ¿Y dónde la vas a llevar? ¿A casa de tus padres? –le había preguntado su amigo Raúl, un par de días antes.

– No, he alquilado una habitación de hotel para toda una semana.

– Querrás decir reservado. No sé, tío, tú mismo. Anastasia cree que podría estar en casa de tus padres.

– Podríamos haber estado con vosotros, en el piso de alquiler de Anastasia.

– ¡Qué dices! Ella ya comparte piso con otros tres estudiantes y el único que entra allí por su parte soy yo. Y no vamos a hacer allí un hueco para estar los cuatro, alegremente, durmiendo en la cama. ¿Te piensas que esto es una orgía o qué?

– Pues a casa de mis padres no iba a llevarla. Para una vez que llevo una chica, no me iban a dejar en paz.

– Eso es una verdad como un templo. Eres un friki en toda regla. A ver qué día dejas ya de perderte en tus mangas y vídeos de youtube para aterrizar en el mundo real.

– Pues hay gente que se gana la vida haciendo eso.

– ¡Sí, pero no tú! ¡Que tienes ya casi treinta años y no has trabajado en tu vida! ¡Haz algo útil! Si España está en crisis y los tíos que tienen dos carreras se han de ir al extranjero para trabajar, ¿tú a qué aspiras? Cuando vayas al aeropuerto, deberías estar cogiendo un avión para ir fuera en vez de estar esperando a una chica de fuera del país.

– Mis padres me quieren. He escrito algunos libros y si una editorial me los publicara, me forro.

– Richy, a ver cuándo creces. Véndele esa historia a quien quieras, pero no a mí. Yo me he sacado mis títulos, he currado de becario, he tenido que aceptar suplencias de un tercio de jornada y muchas más cosas que tú no has tenido huevos de hacer, todavía. Si te molesta que te diga la verdad a la cara, deja de vender una mentira, al menos por respeto, porque hay mucha gente que no puede permitirse, como tú, el no hacer nada por gusto mientras le mantienen los padres.

– Eso es envidia porque tú no publicaste nunca nada.

– Ni tú tampoco. Los grandes autores tenían otros trabajos antes. Habían sido abogados, médicos, maestros y otras profesiones que les ayudaron a adquirir experiencias para escribir. Escribir fue un hobby que pudieron explotar, pero ya tenían sus trabajos para vivir de ellos, no usaban el hobby de excusa para no trabajar.

– Ya lo verás, ya.

– No, si ya lo veo ahora, ya. Tú mismo.

– Es mi vida, yo decido.

– Es tu vida y te la estás perdiendo. No sé ni porqué dejé que Anastasia te diera los datos de su amiga. ¿Crees que tener un lío con una chica rusa va a cambiar en algo tu vida?

– Pues en algo la cambiará. Tú estás igual que yo, tienes un lio con una.

– Perdona, pero no es lo mismo ni estoy igual que tú. Yo tengo un trabajo y con Anastasia tengo una relación. Ella también tiene su trabajo y ha venido a aprender idiomas. Su amiga sólo viene a ver lo que pesca.

– Pues me pescará a mí. Una semana en un buen hotel de Barcelona y lo pasaremos genial.

– De verdad que en estos momentos me arrepiento de que nos burláramos porque nunca hubieras tocado a una mujer. Pero como a una chica de aquí eres incapaz de pedirle nada que no sea la hora…

– Mira, déjame en paz. Ya te llamaré cuando la tenga en el hotel para que los cuatro salgamos por ahí.

– Haz lo que quieras. Me da igual. Ya llamarás o algo me dirá Anastasia.

Recordaba la conversación mientras seguía esperando a que apareciera Katrina por el pasillo de pasajeros recién llegados. Richy sujetaba una pequeña pancarta en la que ponía “Welcome, Katrina” de forma patética. No era lo más agradable del mundo ver que un pequeño barbudo con gafas, que parecía salido de las minas de Moria de “El Señor de los Anillos”, estuviera esperando con un pequeño cartelito en el que se reflejaba tu nombre.

Entre las innumerables cabezas que salían de la nueva llegada, una con cabellera rubia se giró al ver una pancarta con su nombre. Era Katrina, la chica con la que había chateado Luis durante dos meses y cuya cara quedó desencajada al ver quién le esperaba. La impresión visual de Richy en el mundo real era muy distinta que la que había dado por la cámara del chat.

– ¡Ehh, ehh, Katrina, estoy aquí! –los gritos de Richy alteraban aún más los nervios de la pobre chica rusa que no sabía ni donde mirar

Muy a su pesar, debido a la cantidad de gente que miraba en su dirección, se acercó a donde estaba Richy.

– Da, no grites. Soy Katrina y tú… ¿Richy?

– ¡Sí, sí, soy yo! ¡Ya me habías visto por la cámara!

– Da, pero te veo…diferente.

– ¡Pues tú estás igual! ¡Muy guapa!

Para Richy era una auténtica novedad estar con una mujer. Su exaltación molestaba a todos los que tenían alrededor que pensaban estar delante de un adolescente primerizo antes que de un hombre de treinta años.

– ¡Vamos! ¿Qué quieres hacer? ¡Te llevo las maletas!

– Nyet, espera…

El ímpetu de Richy no podía ser frenado por las súplicas de Katrina. Se sentía desbordada por la hiperactividad de su confidente de chat, cuya excitación por estar cerca de ella era demasiado evidente.

Lo siguió como pudo, ya que antes de que pudiera evitarlo le había cogido sus dos maletas y llevaba una en cada mano, atravesando la terminal.

En la terminal paraba una cantidad interminable de taxis, que se reponían a medida que un nuevo pasajero los invadía y tomaba rumbo a su destino.

Richy se dirigía hacia la parada de taxis con la apurada Katrina que le seguía el ritmo como podía con sus tacones a punto de romperse. Richy no atendía mientras intentaba dar una imagen de macho alfa con las maletas cargadas, caminando a toda velocidad. Pero el resuello comenzaba a aparecer en su rostro ya que no estaba muy acostumbrado a otro esfuerzo físico que no fuera apretar los botones del teclado compulsivamente.

– ¡Esperemos aquí, mientras te pido un taxi! ¡Taxi, taxi!

Levantaba la mano de una manera tan efusiva que los taxis pasaban de largo, pensando que era un loco que quería tirarse en mitad de la calle. Katrina miraba la escena, intentando asimilar todo lo que veía. Se encontraba en un país extraño y con un extraño ser de apariencia homínida que, para colmo de males, era el único guía que tenía en ese lugar.

Lo primero era salir de allí. Katrina se adelantó y, con elegancia, indicó a un taxi que parara.

– ¡Bien hecho, bien hecho, muy bien, Katrina! ¡Subamos!

– Da. Sube y para.

– Eso, vamos. Conductor, conductor… ¿me atiende?

– ¿Dónde les llevo, señorita? –la actitud del taxista era de completa indiferencia hacia el pequeño gnomo barbudo.

– Da. Pregunta a él.

– Vale. A ver, chico, ¿dónde os llevo?

– Sí, mire, llévenos a esta dirección. Es un hotel, la tengo aquí apuntada, tenga.

Le dio la dirección y el taxista introdujo la dirección en el GPS. La ruta estaba prefijada y apenas le tomaría unos veinte minutos llegar al nidito de amor que Richy había preparado para Katrina durante una semana.

Dentro del taxi, Richy no paraba de mirarla. Katrina mientras, miraba pacientemente su móvil y comenzaba a escribir en él.

– ¡Estás igual, tan guapa!

– Da, ya lo has dicho–respondía ella, mientras no levantaba la vista del móvil.

– ¡Verás lo que he preparado! ¡Una habitación para que estés como una reina mientras estés aquí!

– Sí, reina dices… ¿Y Anastasia?

– ¿Tu amiga? ¡Ah, está con Raúl! Ya la veremos esta semana algún rato, ¡ya verás!

– Bien, cuando la vea antes, mejor.

– ¡Sí, la veremos, no te preocupes! Estás igual que en las fotos.

El diálogo de Richy, insustancial al máximo, cansaba tanto a Katrina como al conductor, que no paraba de hacer resoplidos al aire en clara señal de desaprobación y de agobio.

Katrina, mientras, no paraba de teclear en el móvil y ponía cara de nerviosismo. Para Richy, debía estar configurando el GPS para comenzar a familiarizarse con el lugar y saber dónde estaba, aunque la realidad, como vería más adelante, era muy distinta de lo que él pensaba.

Al fin, llegaron frente al hotel donde Richy había preparado su alcoba digna de un príncipe. Una habitación con cama de matrimonio en donde podría dormir con su musa rusa y que le serviría de refugio para no sentirse tan perdida en un sitio extraño como era la enorme ciudad de Barcelona.

– ¡Ya hemos llegado, aquí es! ¡Voy a bajar las maletas!

– Chico, la carrera…

– ¿El qué?

– El transporte, que pagues el servicio.

– ¡Ah, vale, dígame!

El precio que Richy pagó por el transporte en taxi desde el aeropuerto hasta el hotel implicaba casi la paga simbólica que sus padres le daban semanalmente para que pudiera, como mínimo, tomarse algo en el bar cada día y tener para algo de transporte a la hora de ir a buscar trabajo.

En ese momento, Richy no miraba el dinero que gastaba. Había sacado de su cuenta simbólica todo el dinero que había guardado durante unos meses para poder reservar el hotel, además de haber pedido un poco más a sus padres.

En un alarde de caballerosidad y gallardía, de nuevo Richy cogió las dos maletas de Katrina y comenzó a subirlas, escaleras arriba, hacia la recepción. Katrina, nerviosa, no paraba de marcar por el móvil a la vez que lo seguía, pero cada vez que se acercaba al auricular, no aparecía nadie al otro lado ni sus mensajes o llamadas eran respondidos.

Por el contrario, el entusiasmo de Richy no tenía límites. Iba a estar con una mujer, por fin, a sus treinta años de edad, un hecho que podía calificarse de histórico según las reglas de la historia moderna. Imposible hubiera sido otro buen adjetivo si se refería a que un hecho altamente improbable era sinónimo de imposible, más que con una probabilidad nula de aparición.

Prácticamente arrolló al recepcionista a la vez que se agolpaba sobre el mostrador, pero éste, profesional siempre, mantenía la compostura ante el fervor de Richy y las maletas que se bamboleaban a su lado.

– Hola, caballero. ¿Tenía habitación reservada?

– Sí, sí, mire, mire. A nombre de Richy y Katrina.

– Con su apellido hubiera bastado antes que dos nombres, señor. Sí, aquí lo tengo apuntado–lanzó una mirada hacia Katrina, que permanecía a su lado visiblemente molesta–con una habitación reservada, en principio, para dos personas.

Ese, en principio, era una alusión velada a que no estaba seguro que acabaran durmiendo los dos en ella, viendo el percal que se avecinaba, pero el alocado de Richy no captó la indirecta.

– ¡Bien, bien, perfecto! ¿A qué hora es la cena?

– Señor, la cena no entra en la reserva del hotel, sólo el desayuno, a menos que pague un suplemento. Pero le diré que es a partir de las nueve, por si quisieran bajar a cenar en el mismo hotel.

– Umm, pues todavía hay tiempo, quedan casi dos horas. ¡Seguro que cenaremos aquí para no perder tiempo! ¿Cuánto costará?

– Señor, esas preguntas debería hacerlas al encargado de cocina, allí abajo, o mirarlo en la carta del restaurante, antes de subir hacia su habitación.

– ¡Sí, sí, de acuerdo! ¡Deme la llave!

– La B-103, señor. Tenga cuidado con las cosas.

– Seguro, seguro. No voy a romper nada.

– Llamen si necesitan algo, señor. También usted, señorita. Que lo pasen bien.

Katrina sí advirtió la indirecta detrás del comentario del recepcionista insinuando que si estaba incómoda por algo, informara a recepción sin ningún problema, y le respondió asintiendo con la cabeza.

Richy cogió, ansioso, la llave de la habitación, y comenzó a enfilar hacia las escaleras con las dos maletas a cuestas.

– Nyet. El ascensor–le recriminó Katrina, señalando el ascensor que estaba parado en esa planta.

Las ganas de Richy de parecer un fornido hombretón a ojos de Katrina, no hacían sino generarle situaciones ridículas una y otra vez. Consciente de su error, se metió en el ascensor, siguiendo a Katrina.

El tiempo que ambos permanecieron encerrados en ese espacio reducido se le hizo eterno a la pobre turista rusa. Richy la miraba con unos ojos tan abiertos que los camaleones le hubieran dado en el acto un carnet para pertenecer su sindicato, si lo tuvieran.

Y un elefante en una cacharrería no hubiera hecho más ruido que el que hizo al sacar las maletas del ascensor, golpeando con todo. Su instinto le hizo girarse hacia la izquierda, donde enseguida encontró su habitación. Katrina hacía rato que no miraba el teléfono, aunque lo tenía bien agarrado, como esperando algo.

Entraron en la habitación y, por fin, Richy soltó las maletas, soltando una exhalación bien audible y profunda. Cargar dos maletas para llevarlas a una primera planta, aún con el ascensor, había puesto a prueba sus límites físicos hasta el borde del colapso.

Porque las condiciones físicas de Richy, eran incluso peores de lo que aparentaba su cuerpo, y ya era un decir. No llegaba al metro setenta de altura y pasaba ampliamente de los noventa quilos de peso, que no eran precisamente de músculo. Las incontables horas pasadas delante del ordenador, tecleando, y gastando el tiempo en las actividades más diversas, variadas y absurdas que pudieran imaginarse eran el único motor físico que nutría a su cuerpo, aparte de la cafeína y los ganchitos que comía de forma compulsiva.

Su poblada barba y bigote, fruto del abandono personal, eran rebozados con una larga melena que, a ratos, se veía llena de caspa. Aunque nunca había sido un figurín, ni siquiera en la educación secundaria, antes de que se popularizara Internet, su sedentarismo extremo había hecho estragos en su aspecto. Y si a ello le sumábamos unas nulas capacidades sociales, el círculo se iba retroalimentando hasta crear un perfecto ejemplo de hikikomori.

El hikikomori era una expresión derivada del japonés, utilizada para etiquetar a los que en otro lenguaje se llamarían “frikis asociales”. En su mayoría jóvenes mantenidos por los padres, o no tan jóvenes, que se atrincheraban en su habitación teniendo su ordenador como único medio de comunicarse con el mundo y aislados del contacto social real.

Sería una manera alternativa de llevar una vida personal si dichos ejemplares estudiaran a través de Internet e incluso pudieran ganarse la vida a través de ella, aunque bien pocos eran los que le sacaban tal rendimiento a su soledad. El uso masivo del ordenador llevaba aparejado un desinterés y desmotivación por cualquier cosa que no fueran los propios vicios personales.

En casos extremos, podían pasar recluidos de ese modo hasta incluso años, sin que el contacto con el mundo exterior se llegara a realizar y sin ganarse la vida por sus propios medios. El papel de los padres era clave en este caso para poder subsistir económicamente.

Y Richy, aunque no quisiera aceptarlo, lo era. Era un soltero parásito de sus padres, anclado en la excusa del escritor frustrado para tener una coartada que le permitiera seguir viviendo del cuento. Un cuento que ya hacía años que duraba y que, incluso con la aparición del término “ni ni” para designar a quien no trabajaba ni estudiaba, no tenía pinta de ser finalizado voluntariamente por él.

En realidad, no tenía ningún interés por las chicas, que no por el sexo, ya que el estrés que le ocasionaba tratar con cualquier miembro del género opuesto era insoportable. Pero, contrariado por las ingentes burlas de ser el único virgen de su escaso grupo de amigos, y probablemente de todo el barrio, se había decidido a utilizar el contacto de Anastasia para que, aprovechando la visita de una amiga suya, llevara a cabo una semana idílica de pasión y locura desenfrenada.

Eso podía ser un principio de cura para su aislamiento social desenfrenado o tal vez una frustración más del mundo real que le hiciera volver a su pequeño mundo, definido por las cuatro paredes de su habitación y su ordenador, que le miraba omnipresente.

Tal vez, incluso fuera Katrina la que acabara con tal trauma que la llevara a ser una nueva hikikomori, exportando el fenómeno a Rusia. Un nuevo fenómeno que acabaría desestabilizando más el país de lo que lo hizo, previamente, la desintegración de la antigua URSS.

Quien sabe, todo era posible en un encuentro tan variopinto. Un encuentro al que Katrina comenzó a intentar sacarle el significado.

– Da, ¿qué hacemos aquí, tovarishch?

– Pues necesitabas una casa donde estar una semana, he reservado esta habitación.

– Spasíba, no hacía falta. ¿Pachyemú?

– ¿Cómo?

– Pachyemú… Porque,

– Ah, porque yo vivo con mis padres, y así aquí estaremos más tranquilos. No pararían de molestar si estuviéramos en mi casa.

– No tuya, su casa.

– Bueno, sí, la de ellos.

– ¿Y tú dormir dónde?

– ¡Pues en la cama, los dos, contigo! Ya hemos hablado mucho por el chat, ya nos conocemos, hay confianza.

– ¿Shto? ¿Qué?

– Si no, donde pensabas dormir.

– Anastasia, ella.

– ¡Pero si allí irá Raúl con ella muchos días a dormir! Mejor aquí.

– Nyet, aquí, no. Contigo no.

– ¡Cómo que conmigo no! ¿Pues dónde?

– Tú, no sé. Yo aquí.

– ¡Qué dices! ¡Yo he pagado la habitación!

– Da, allí en Rusia caballeros pagan todo a mujeres.

– ¡Sí, sí, y yo te lo pago, para que durmamos los dos aquí!

– Nyet, tú te vas, yo me quedo.

Richy comenzaba a mirar, perplejo. Su limitada mente no estaba preparada para afrontar un revés como ese, fruto de la variedad social, de lo que uno podía encontrarse al interactuar con otra gente. Cambios de opinión, injusticia o simplemente repulsión a interactuar con alguien, conceptos nuevos que ahora no podía asimilar.

La perplejidad comenzó a ser substituida por la ira. Su enfado comenzaba a aflorar y, lo que es peor, la arrogancia de Katrina era algo que estaba comenzando a utilizar para justificar el aislamiento social que había realizado durante años. Si las mujeres eran así, él no se interesaría por ellas, la próxima coartada que utilizaría cuando volvieran a burlarse de su escaso éxito con el sexo opuesto.

– ¡No, yo no me voy! ¡He pagado la habitación!

– Pues yo señorita, y he de dormir.

– ¡Tú no eres una señorita, me has engañado!

– Yo no engaño a ti. Te dije venía a ver a Anastasia y entonces conocíamos. Nada más. Yo no dije “reserva habitación”.

– ¡Yo no puedo volver a casa! ¡He dicho que estaría fuera varios días y no puedo anular la reserva!

– Por eso. Yo aprovecho. Pero contigo no. Yo no puta.

Katrina se mantenía firme en su postura mientras Richy se agitaba. Era evidente, que, a sus jóvenes años, la bella chica rusa estaba más acostumbrada que él a tratar esas situaciones donde lo políticamente correcto no tenía que ser lo más acertado. Y menos si implicaba acostarse con alguien.

– ¡Yo no te he llamado eso! ¡Te he dicho que eras una princesa!

– Me recoges de avión y me metes en habitación. Nyet, tú me tratas como puta.

– ¡No, no, no es eso!

– Pero tu habitación. Yo no duermo aquí. Bajo abajo y veo si puedo otra habitación. Vengo recoger maletas más tarde.

– ¡Pero, pero…!

– Izvinítye, dasvidánya.

Katrina salió por la puerta, cerrándola a su paso, mientras un sorprendido Richy no acertaba a comprender lo que sucedía. Su entusiasmo le había perjudicado y había echado por la borda todos sus planes de conquista.

Se sentó en la cama a recomponerse. Ni siquiera sabía qué hacer a continuación, si quedarse en la habitación, irse, dejársela a Katrina o cualquier otra opción que no se le hubiera ocurrido hasta entonces.

En su devenir emocional necesitaba un consejo externo. Naturalmente, no por parte de sus padres, pues la reprimenda por parte de ellos y su anulación de asignación financiera eran seguras.

No, tan sólo podía llamar a Raúl para poder recibir un consejo de alguien que conociera la situación y le pudiera aconsejar.

Cogió su móvil mientras veía las maletas de Katrina, amontonadas en la cama, y suspiraba agitadamente, tratando de calmar sus nervios. Menudo engaño le había hecho esa chica y eso que él pensaba regalarle el cielo si hacía falta. Y si no costaba más euros de los pocos que llevaba encima, claro.

Una llamada al único teléfono que tenía en su lista de llamadas realizadas y recibidas era la salvación que necesitaba para poder poner en orden su atareada cabezita.

Raúl cogió el teléfono, casi al instante, y su risa era audible incluso alejándose del auricular.

– ¿Cómo va, Romeo? ¡Menudo éxito!

– ¿A qué te refieres?

– ¡Pues que a ver si aprendes la lección, idiota! ¡Mira que reservar una habitación de hotel sin decirle nada y pagar toda una semana! ¡Te está bien empleado, a ver si por fin sabes de lo que va la vida!

– No sé qué dices, yo estoy aquí en casa y…

– ¡Venga, hombre, que te dejes ya de tonterías y cuentos! ¡A mí no me vendas la moto, que ya te conozco! ¿A quién piensas que ha estado llamando y enviando mensajes Katrina desde que ha llegado aquí?

– Ehh…–Richy no acertaba a pronunciar palabra, su intento de mentir diciendo que estaba en casa y que, simplemente no le había gustado a Katrina sin decir nada de que había reservado el hotel, había sido desmontado por completo.

– ¡A Anastasia, idiota! ¡No ha hecho más que llamarla, nerviosa, para decirle que eras una especie de psicópata y que habías reservado una habitación para llevártela al huerto! ¿Pero a quién se le ocurre? ¡Sólo a ti!

– Era lo que ella quería… Te pedí y me dijiste que no íbamos a ir al piso de Anastasia porque no podía ser…

– No, eso era lo que tú querías. A una chica no se la puede tratar así y dar por sentado que la vida real es como el chat, so friki. Cruzar algunas frases por Internet no quiere decir que uno ya tenga un ligue seguro, ¡hay que verse, hay que hablar!

En ese momento, Richy se alegraba de que nadie del mundo real estuviera con él para ver el increíble tono rojo de vergüenza que estaba cogiendo su rostro. Se sentía ardiendo bajo la piel por el bochorno sufrido.

– ¿Y qué hago ahora? ¿Me quedo? Si le dejo la habitación, a lo mejor me perdona.

– ¡De verdad que no tienes remedio! Primero haces lo posible por parecer un obseso que ha planeado toda una estrategia para llevártela a la cama ¿y ahora quieres ser un calzonazos? Te has gastado un montón de dinero, te espabilas. Si ya has pagado la habitación, pues te quedas en ella y la aprovechas tú.

– ¿Y Katrina?

– Ya nos ocuparemos nosotros de ella, vendrá al piso de Anastasia, bien lejos de ti, antes de que adelante su vuelta a Rusia por miedo a verte otra vez. Están hablando ahora por teléfono las dos, y ya se arreglarán entre ellas para que hoy se encuentren.

– Tiene aquí sus maletas.

– Las dejas ahí y ya vendremos a recogerlas. Mañana, ya podré venir con el coche de mi padre para cargarlas.

– Vale, gracias.

– Oye, Richy, de verdad. Esto en vez de frustrarte más, ha de hacer que te decidas a salir de esa habitación de una maldita vez. ¿No ves que la vida está fuera y te la estás perdiendo? Tú mismo, si aprendes algo de esto, habrá servido de alguna cosa.

– Me servirá para no fiarme de la gente. Estaré mejor en mi habitación. Ya tenía yo razón al dedicarme sólo a mis cosas estos años.

– Pues nada, si ese es tu pensamiento, adelante. Pero a este paso la vida habrá pasado por encima de ti y no tú por ella. Mañana nos vemos.

– Vale, hasta luego.

Richy colgó el teléfono y miró la habitación. Grande, sola y vacía, como la que tenía en casa. Pero en ella estaba protegido, estaba a salvo de ese mundo cruel que había fuera en el que él no encajaba. Y tenía su ordenador para poder hacer cosas tan interesantes como una partida de rol en un juego online o hacer de troll en foros de internet. Unas posibilidades ilimitadas de diversión en un mundo virtual que, lamentablemente, no le aportaban nada al futuro.

La habitación no estaba mal del todo. Al menos, el gasto que había hecho sería compensado por ello. Y unos armarios donde podía poner bastante ropa, aunque tan sólo llevara un par de mudas. Algo desalentador para una semana romántica, como pretendía haber realizado previamente.

Mejor pasar en ella todo lo que quedaba de semana, interactuando lo menos posible con el exterior, aunque sería difícil distraerse sin ordenador. Pero lo importante era que dicho espacio estaba aislado del hosco mundo exterior.

Al fin y al cabo, se podía ser un hikikomori en cualquier sitio.

B-121

Estoy un poco harto ya. Todo el mundo de fiesta y yo, aquí pringando. Lo que tiene de malo la universidad vía Internet, es que acabas un fin de semana más tarde que los demás los exámenes y te pierdes uno de los mejores fines de semana de desfase del año.

Quitarse los exámenes universitarios de encima es un alivio, y salir antes de saber las notas, permite liberar todas las tensiones acumuladas.

Me hubiera gustado encontrar a los colegas, pero seguro que están de fiesta ya y si me junto con ellos, adiós, examen de Orientación Familiar y Tutoría. Y también a su vecino, el de Enseñanza y Aprendizaje en Contextos Multiculturales, otro hueso duro de roer.

Yo pensaba que Magisterio era una carrera bien facilona. Pero ha cambiado mucho desde que pusieron el plan Bolonia. Si no fuera así, ya estaría acabando la carrera en vez de estar en tercer curso, haría una diplomatura de tres años en vez de un grado de cuatro.

Menudo chollo antes, a los veintiún años te plantabas con una carrera hecha y a cobrar cada mes mil quinientos euros. Sí, pero eso era hace unos años. Ahora, en la época que me ha tocado vivir, tengo que acabar de estudiar más tarde, sacarme más estudios para tener más opciones y, probablemente, ir encadenando suplencias o contratos para suplir bajas.

Pero si cuando iba a escoger carrera, era un chollo ser maestro. Habían puesto la sexta hora en la escuela pública y faltaban maestros a punta pala. Ya nos lo dijeron en el instituto, el que se saque Magisterio tiene trabajo seguro, incluso más que un ingeniero, decían.

Y eso debíamos agradecérselo al gobierno, decían, que había querido mejorar la enseñanza pública dotándola de una hora más, sin tan siquiera mirar si había maestros suficientes para cubrir las plazas que iban a generar los nuevos horarios. Aumentar esa hora de enseñanza mientras se mantenían las condiciones laborales de horario para los maestros, generaba unas tres o cuatro plazas nuevas por centro o más, que se debían cubrir.

Sí, sí, unas promesas muy bonitas y resulta que al crear tantas plazas habían generado un presupuesto que no tenían para sustentar toda esa educación pública. Recortes, y más recortes, y ahora ¿qué queda? La miseria que en otros trabajos, si incluso llevaban tres años sin abrir la bolsa de sustituciones.

Pienso en Marc, mi primo de la Costa Brava, que había estudiado Psicología. Incluso él había tenido suerte porque, al no encontrar maestros, fichaban a cualquiera que tuviera una licenciatura y el curso de profesorado para poder cubrir las clases. Y una escuela concertada le había contratado para dar clases en educación primaria. Un auténtico chollo de trabajo después de que se hubiera estado años pasando de trabajo basura en trabajo basura.

Y ahora, parece que me va a tocar a mí pasar todas esas dificultades. O peores. Si es que no me atrevo ni a encender la tele. Que si crisis, que si generación perdida, que si sueldos mileuristas… ¿Pero qué es lo que me espera de futuro en este país?

A lo mejor sí que me tengo que ir a otro país. A lo mejor en vez de aprender inglés, debería aprender alemán, aunque a mí que expliquen lo que quieran. No estoy para perder el norte e irme tan lejos, a un sitio donde los minijobs de 400 euros están legalizados. Que exploten a los inmigrantes que quieran, no a mí. Si me voy, será para un buen trabajo, no para estar lavando platos en un restaurante y luego, tener que vender la moto de que he trabajado con un enorme sueldazo, para no morirme de vergüenza.

Pero al menos magisterio se ha salvado de la quema. Aunque han recortado sueldos a todo el mundo, pero tienes la garantía de cobrar un sueldo más decente que en cualquier otro donde los convenios son peores.

¿Qué es eso? Ah, el móvil.

– Dime, Felipe.

– ¿Qué haces, dominguero? ¿Te vienes a tomar algo? Y luego salimos por la noche.

– No, no puedo. Todavía he de estudiar.

– ¿Pero qué dices? Si todos hemos acabado ya los exámenes.

– En esta universidad, no. Aquí, incluso en fin de semana se hacen exámenes, y mañana tengo los últimos.

– Son sólo las cinco. Ya estudiarás más tarde.

– No, que me conozco. Empiezo la fiesta y luego no salgo de ahí. No voy a fastidiar todo lo que llevo estudiado por salir un rato, aunque me gustaría.

– Vale, te entiendo. ¿Dónde estás ahora?

– En el hotel que te dije, en Barcelona. Enfrente, tengo el portátil con los apuntes en pdf, y debajo, los tests de exámenes pasados, con los que voy practicando.

– Reservas en un hotel para hacer exámenes, eso ni un uno de los pijos de Medicina lo haría.

– La última vez que hice exámenes en esta universidad vi que era mejor así. En vez de estar cada día, yendo y viniendo, es mejor reservar un hotel cerca de donde vas a examinarte. Así te aíslas un poco de todo, estudias mejor, y no has de sufrir por el desplazamiento.

– Vale, no te doy la lata más. Nosotros, supongo que acabaremos en la zona de pubs, en Mataró.

– Sí, esa discoteca que vimos, me gustó mucho. Ten en cuenta que volveremos a ir. Venga, Felipe, te he de dejar.

– Hasta luego, compi.

Felipe es responsable, no me da la lata. Me alegra haberlo tenido siempre de amigo, porque sabe cuándo el ser un amigo implica hacer una cosa y cuándo implica no hacerla.

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