Champion

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14. June

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—Lo siento —murmura con voz estrangulada—. June, me estoy muriendo. No te convengo. Soy capaz de sobrellevarlo… hasta que te veo en persona, y entonces cambia todo. Pensaba que llegaría un momento en que no me importarías, que las cosas serían más fáciles cuando estuvieras lejos de mí. Y de pronto, te veo a mi lado y tú…

Hace una pausa y me mira. La angustia de sus ojos me atraviesa como un cuchillo.

—¿Por qué me hago esto a mí mismo? —susurra—. Te miro y siento…

La voz se le quiebra en un sollozo, y eso es más de lo que puedo soportar. Da un par de pasos hacia atrás y empieza a pasear como un animal enjaulado.

—¿Me quieres, June? —pregunta de repente agarrándome los hombros—. Yo te lo dije una vez y no he cambiado. Pero tú nunca me lo has dicho, así que no lo sé. Y desde que me diste este anillo, ya no sé qué pensar —se acerca más hasta que noto el roce de sus labios en mi oreja, y me estremezco—. No tienes ni la menor idea —murmura con un susurro ronco, roto—. No sabes lo mucho que… deseo… —se aparta lo bastante para mirarme a los ojos—. Si no me quieres, dímelo. Ayúdame, por favor. Dímelo. Seguramente sea lo mejor. Me resultaría mucho más fácil alejarme de ti, ¿no crees? Podría irme… —murmura, como si tratara de convencerse a sí mismo—. Si tú no me quieres, podría renunciar a ti.

Lo dice como si pensara que yo soy la más fuerte de los dos. Pero no lo soy. No puedo enfrentarme a esto mejor de lo que lo hace él.

—No —murmuro, con los dientes apretados y los ojos a punto de desbordarse—. No puedo ayudarte. Porque sí te quiero —ahí está la verdad, al fin al descubierto—. Estoy enamorada de ti.

En los ojos de Day estalla un conflicto entre la alegría y la desesperación que le hace tan vulnerable… Me doy cuenta de lo indefenso que se encuentra ante mí.

Me quiere sin reservas, con todo su corazón: él es así. Parpadea e intenta encontrar la respuesta adecuada.

—Yo… —tartamudea—. Tengo mucho miedo, June. Me espanta pensar en lo que podría pasar…

Apoyo dos dedos en sus labios para hacerle callar.

—El miedo nos hace más fuertes —musito, y no soy capaz de detenerme: antes de pensarlo dos veces, le acaricio el rostro y acerco mis labios a los suyos.

El poco autocontrol que le quedaba se desmorona, y responde a mi beso con urgencia. Sus manos me envuelven el rostro. Noto el tacto de sus palmas: una suave y lisa, la otra todavía vendada. Luego me rodea la cintura con los brazos y me aprieta tan estrechamente que se me escapa un jadeo. No hay nadie como Day. Y ahora mismo, no quiero nada más. Volvemos al interior de la casa, sin separar nuestros labios. Day tropieza, me hace perder el equilibrio y los dos caemos sobre la cama. La cercanía de su cuerpo me deja sin aliento. Sus manos recorren mi barbilla, mi cuello, mi espalda, mis piernas. Le arranco la chaqueta. Sus labios se separan de mí un instante para posarse en mi cuello. Siento la caricia de su pelo en mi brazo, más suave que ninguna seda que haya vestido nunca. Cuando al fin encuentra los botones de mi camisa, yo ya he abierto la suya y noto el calor de su piel, su peso sobre mí. Ninguno de los dos se atreve a decir nada por miedo a que las palabras rompan el hechizo. Él tiembla tanto como yo. De pronto, me doy cuenta de que debe de estar igual de nervioso. Le sonrío cuando nuestros ojos se encuentran y él baja la vista, avergonzado. ¿Day, tímido? Es una expresión que me resulta extraña en su rostro, fuera de lugar, y aun así, resulta tan apropiada ahora mismo… Me alivia verlo azorado, porque yo misma noto el ardor de mis mejillas y siento de pronto la necesidad de tapar mi piel desnuda. He imaginado tantas veces cómo sería estar así con él…

Estoy enamorada de Day, me repito mentalmente, sorprendida y asustada por lo que significan esas palabras. Day es real, de carne y hueso; está junto a mí.

Incluso cegado por la pasión, Day es delicado, pero de una forma muy distinta a la de Anden, que es todo modales refinados, cortesía y elegancia. Day es rudo, directo, inseguro y auténtico. Una leve sonrisa caracolea en la comisura de su boca, teñida de una picardía que acrecienta mi deseo. Me acaricia el cuello y su tacto me provoca un estremecimiento de puro placer. Suspira en mi oído y parece liberarse de todos los pensamientos oscuros que lo acosan. Le beso otra vez y acaricio su melena.

Todo va bien. Se va relajando poco a poco. Contengo el aliento cuando se pega más a mí; sus ojos son tan profundos que podría ahogarme en ellos. Besa mis mejillas y me coloca un mechón de pelo tras la oreja, mientras yo le rodeo la espalda y lo aprieto contra mi cuerpo.

No importa lo que pase a partir de ahora, no importa lo que nos depare el destino: siempre nos quedará este momento.

Cuando todo ha terminado, guardamos silencio. Day reposa adormilado junto a mí, con las piernas cubiertas por las sábanas y los ojos cerrados. Seguimos teniendo las manos entrelazadas. Miro alrededor: el edredón está arrebujado, a punto de caerse por una esquina. Las sábanas están surcadas de arrugas que parecen cientos de rayos diminutos. Hay marcas profundas en mi almohada, y cristales rotos y pétalos de flores por todo el suelo. No me di cuenta de que habíamos tirado el jarrón de mi cómoda; ni siquiera oí el ruido que hizo al estrellarse contra el parqué de cerezo. Vuelvo a mirar a Day. Su rostro está en paz, libre de dolor, tenuemente iluminado. Parece casi un niño. Ya no aprieta los dientes ni frunce el ceño. Ya no tiembla. El pelo le tapa parte del rostro y refleja las luces de la ciudad. Me inclino, le acaricio el brazo y le doy un suave beso en la mejilla.

Day abre los párpados y clava en mí su mirada, aún somnolienta. Me pregunto qué estará pensando. El dolor, la alegría y el miedo de los que me habló hace un rato, ¿seguirán ahí, acosándolo para siempre?

Se incorpora y me da un beso delicadísimo. Sus labios se niegan a separarse de los míos. Yo tampoco quiero romper el contacto. No quiero ni pensar en levantarme de la cama. Lo atraigo hacia mí y él se pega a mi cuerpo con ansia.

Solo puedo darle las gracias por su silencio, por callarse que no deberíamos estar juntos, que debería dejarlo marchar.

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