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Cerca de la señal de stop, al pie de la rampa de salida, dos hombres se peleaban por un barril de cerveza. Si se lo hubieran preguntado, Clay habría deducido con toda probabilidad que procedía de la Licorería Gigante de Míster Big. Ahora yacía olvidado contra la baranda de protección, abollado y escupiendo espuma mientras los dos hombres, ambos musculosos y ensangrentados, se machacaban a puñetazos. Alice se apretó contra Clay, que la rodeó con un brazo, pero lo cierto es que había algo tranquilizador en aquella pelea. Los dos hombres estaban enfadados, furiosos incluso, pero no locos. No como la gente de la ciudad.

Uno de ellos era calvo y llevaba una chaqueta de los Celtics. En un momento dado asestó un golpe a su adversario que le destrozó los labios y lo derribó. Cuando el tipo de la chaqueta de los Celtics avanzó hacia el hombre caído, éste se apartó a rastras y luego se incorporó sin dejar de alejarse y escupir sangre.

—¡Quédatelo, cabrón! —gritó con un fuerte y quejumbroso acento de Boston—. ¡Espero que te ahogues!

El hombre calvo de la chaqueta de los Celtics hizo un amago de ir a por él, y el otro corrió rampa arriba en dirección a la carretera. Al agacharse para recoger su premio, el de los Celtics reparó en la presencia de Clay, Alice y Tom, y se irguió de nuevo. Eran tres contra uno, el tipo tenía un ojo a la funerala, y la sangre le rodaba por el rostro desde el lóbulo desgarrado, pero Clay no detectó temor alguno en su expresión, aunque solo podía guiarse por la luz cada vez más tenue del incendio de Revere. A buen seguro, su abuelo habría dicho que estaba más cabreado que un irlandés, lo cual encajaría con el gran trébol verde que adornaba la espalda de su chaqueta.

—¿Qué coño estáis mirando? —masculló.

—Nada, solo queremos pasar, si no le importa —repuso Tom con suavidad—. Vivo en Salem Street.

—Por mí como si vais al infierno —replicó el calvo de la chaqueta de los Celtics—. Estamos en un país libre, ¿no?

—Esta noche más que nunca —comentó Clay.

El tipo calvo meditó unos instantes y lanzó una carcajada carente de humor.

—¿Qué cojones ha pasado? ¿Saben algo?

—Ha sido culpa de los móviles. Han hecho enloquecer a la gente —explicó Alice.

El tipo calvo recogió el barril con facilidad y lo ladeó para evitar que siguiera derramando cerveza.

—Putos trastos —masculló—. Nunca me ha dado la gana de tener uno. ¿Alguien me puede explicar qué coño es eso de la portabilidad?

Clay no lo sabía. Tal vez Tom sí estuviera al corriente, porque él sí tenía móvil, por tanto cabía esa posibilidad, pero Tom guardó silencio. Con toda probabilidad no tenía ganas de entablar una larga conversación con el tipo calvo, lo cual sin duda era buena idea. A Clay aquel tipo le recordaba una granada a punto de explotar.

—¿Se está quemando la ciudad? —preguntó el calvo—. Sí, ¿verdad?

—Sí —asintió Clay—. No creo que los Celtics jueguen en el estadio este año.

—De todas formas son una mierda —espetó el calvo—. Doc Rivers no sirve ni para entrenar a un equipo de escuela primaria.

Se los quedó mirando durante unos instantes, el barril cargado al hombro, un lado del rostro cubierto de sangre, pero ahora con una expresión pacífica, casi serena.

—Pasen —dijo—, pero yo de ustedes no me quedaría demasiado tiempo cerca de la ciudad. Las cosas se van a poner pero que muy feas. Habrá muchos más incendios, eso para empezar. ¿No creerán que todos los que han escapado hacia el norte se han acordado de cortar el gas? Lo dudo mucho.

Los otros tres echaron a andar, pero al poco Alice se detuvo y señaló el barril.

—¿Era suyo?

El calvo la observó con expresión razonable.

—El pasado ya no existe, cariño. Solo existe el hoy y el quizá-mañana. Ahora es mío y, si queda algo, también será mío quizá-mañana. Váyanse. Largo de aquí, joder.

—Hasta luego —se despidió Clay, alzando la mano.

—No me gustaría estar en su pellejo —aseguró el calvo sin sonreír, pero le devolvió el saludo.

Habían rebasado el stop y estaban cruzando la calle en dirección a lo que Clay suponía que era Salem Street cuando el calvo los llamó.

—¡Eh, guapos!

Tanto Clay como Tom se volvieron hacia él y luego se miraron con expresión divertida. El tipo calvo del barril de cerveza se había convertido en apenas una sombra en lo alto de la rampa. Parecía un cavernícola con su garrote.

—¿Dónde están los chalados? —preguntó el tipo—. No irán a decirme que están todos muertos, ¿eh? Porque no me creo una mierda.

—Es una buena pregunta —replicó Clay.

—Y que lo diga, joder. Cuiden bien de esa monada.

Y sin añadir nada más, el hombre que había ganado la batalla por el barril de cerveza giró sobre sus talones y desapareció entre las sombras.

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