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Kashwak » 8

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—Si no va a funcionar, ¿qué sentido tiene? —quiso saber Dan.

En un principio se le había contagiado el entusiasmo que denotaba la voz de Clay, pero se desinfló por completo al ver que el objeto que sostenía en la mano no era la tarjeta para salir de la cárcel sino tan solo otro puñetero teléfono móvil. Un Motorola viejo y sucio con la carcasa resquebrajada. Los demás se quedaron mirando el artilugio con una mezcla de temor y curiosidad.

—Escuchadme, por favor —les pidió Clay.

—Tenemos toda la noche —repuso Dan al tiempo que se quitaba las gafas y empezaba a limpiarlas—. De alguna manera habrá que matar el tiempo.

—Parasteis en el colmado de Newfield en busca de comida y bebida, y encontrasteis el autobús amarillo —constató Clay.

—Parece que fue hace mil años —intervino Denise antes de adelantar el labio inferior y soplar hacia arriba para retirarse el cabello de la frente.

—Lo encontró Ray —puntualizó Clay—. Tiene unos doce asientos…

—Dieciséis —corrigió Dan—; lo pone en el salpicadero. Madre mía, las escuelas deben de ser minúsculas por aquí.

—Dieciséis asientos y espacio detrás de la última fila para las mochilas o el equipaje ligero para las excursiones. Luego seguisteis adelante, y cuando llegasteis a la cantera de Gurleyville, apuesto a que fue Ray quien propuso parar ahí.

—Pues ahora que lo dices, sí —asintió Tom—. Pensó que nos vendría bien una comida caliente y un buen descanso. ¿Cómo lo sabes, Clay?

—Lo sé porque lo he dibujado —repuso Clay, lo cual no se alejaba demasiado de la verdad, ya que estaba visualizando las imágenes en aquel instante—. Dan, tú, Denise y Ray exterminasteis dos rebaños; el primero con gasolina, pero el segundo con dinamita. Ray sabía hacerlo porque había trabajado en la construcción de carreteras.

—Joder —masculló Tom—. Cogió dinamita en la cantera, ¿verdad? Mientras estábamos durmiendo. Y pudo haberlo hecho; dormíamos como muertos.

—Ray fue el que nos despertó —dijo Denise.

—No sé si dinamita o algún otro explosivo, pero estoy casi seguro de que convirtió el pequeño autobús amarillo en un vehículo bomba mientras dormíais —aventuró Clay.

—En la parte trasera —dijo Jordan—. En el maletero.

Clay asintió.

—¿Cuánto crees que hay? —preguntó Jordan con los puños apretados.

—Imposible saberlo hasta que explote —señaló Clay.

—A ver si lo entiendo —terció Tom.

Fuera, Vivaldi dio paso a Mozart,

Una pequeña melodía nocturna. Desde luego, los telefónicos habían evolucionado más allá de Debby Boone.

—Ray metió una bomba en el maletero del autobús… y luego preparó un móvil como detonador.

—Eso es lo que creo —asintió Clay—. Creo que encontró dos móviles en la cantera. Quizá había media docena para uso del personal; sabe Dios que hoy en día son baratísimos. La cuestión es que conectó uno a un detonador que colocó en el explosivo. Así es como los rebeldes hacían estallar las bombas en las carreteras de Irak.

—¿Y lo hizo mientras dormíamos? —inquirió Denise—. ¿Sin decírnoslo?

—No os lo dijo para que no pensarais en ello —explicó Clay.

—Y se suicidó para no pensar él en ello —añadió Dan antes de lanzar una carcajada amarga—. Vale, ¡Ray es un puto héroe! Lo único que olvidó es que los móviles no funcionan más allá de las putas carpas de conversión. De hecho, seguro que allí apenas funcionaban.

—Cierto —convino Clay con una sonrisa—. Por eso el Hombre Andrajoso permitió que me quedara este teléfono. No sabía para qué lo quería… De todas formas, no estoy seguro de que sean capaces de pensar…

—No como nosotros —lo interrumpió Jordan—. Y nunca lo serán.

—… , pero en cualquier caso le daba igual, porque sabía que no funcionaría, ni siquiera para meterme un Pulso a mí mismo, porque Kashwak = No-Fo. No pa-pa mi-mí.

—Entonces, ¿por qué sonríes? —quiso saber Denise.

—Porque sé algo que él no sabe —replicó Clay—. Algo que ellos no saben. —Se volvió hacia Jordan—. ¿Sabes conducir?

Jordan se sobresaltó.

—Oye, que tengo doce años, por favor.

—¿Nunca has conducido un kart, un quad o algo que se le parezca?

—Bueno, sí…, hay un circuito de karts en el

pitch-and-putt que está a las afueras de Nashua, y un par de veces…

—Perfecto. No se trata de ir muy lejos, suponiendo, claro está, que hayan dejado el autobús junto a la Caída Libre. Apuesto algo a que sí. Creo que, al igual que no saben pensar, tampoco saben conducir.

—¿Te has vuelto loco, Clay? —exclamó Tom.

—No —replicó éste—. Tal vez mañana celebren su ejecución colectiva de exterminadores de rebaños en su estadio virtual, pero nosotros no estaremos entre los reos. Nos largamos de aquí.

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