Carthage
Primera parte Joven desaparecida » 2. La prometida
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4 de julio de 2005
Lo sabes. Sabes que sí. Por supuesto, me conoces.
Cómo has podido dudar
de mí.
Estamos muy impresionados, como es lógico. Estamos todos… muy… tristes…
¡No! Lo que he dicho es
tristes. Estamos todos… los que te queremos, y yo, en especial. Estamos
tristes.
No, espera. Estamos muy
contentos de que estés vivo, Brett, y de que hayas vuelto con nosotros, por supuesto.
Eso
no nos entristece sino que
nos alegra mucho.
Durante todos estos meses hemos rezado. Hemos
rezado mucho.
Y ahora has vuelto a casa con nosotros.
Nos has sido restituido.
Sabía que ibas a volver, por supuesto… No lo he dudado nunca.
Incluso cuando no nos comunicábamos… cuando estabas
combatiendo… Nunca lo he dudado.
En ese lugar terrible… ¿Cómo lo pronuncias? «Diyala»…
Por favor, créeme, cariño. Te quiero como siempre.
Por eso te pedí que nos prometiéramos antes de que te marcharas, en el caso de que sucediera algo… allí.
Pero tú me conoces, soy… Soy tu chica.
Soy tu
fiancée… Tu
prometida.
Eso no va a cambiar.
Aunque ahora, ¡tenemos que planear tantas cosas!
Me da vueltas la cabeza con tantos planes…
Tu madre prometió ayudar, pero ahora…
… (no debería haber dicho
prometió. No quise decir
prometió).
Pero, antes de esto… antes de… las operaciones, y la convalecencia y la rehabilitación. Antes de todo eso tu madre estaba entusiasmada planeando la boda, con mi madre y mi abuela, y teníamos pensado que se celebrase tan pronto como estuvieras…
Sí, es cierto: existe un
antes y un
ahora.
¿Quizás está mal decir
antes? ¿Y…
ahora?
Brett, ¿por qué me miras así?
¿Por qué te enfadas
conmigo?
¿Por qué parece que
me detestas?
… me miras como si no me conocieras. Te conviertes en un desconocido y… y me das miedo en esos momentos.
Porque te quiero, Brett. Te quiero
de verdad.
Te quiero y por eso a veces es el otro —es como si fuese
otro— quien me mira fijamente con tus ojos…
Me da mucho miedo. Porque no sé qué es lo que tendría que hacer para apaciguar a
ese otro.
Prometo ser
tu amante esposa por siempre jamás, amén.
Te lo prometo como a Jesucristo, nuestro Salvador,
por los siglos de los siglos, amén.
No me avergüenzo de quererte. De haber estado contigo como estuvimos…
No me habría avergonzado si me hubiera quedado embarazada (ya sabes que entonces sí que me preocupaba), y ahora pienso que (casi) siento que no me pasara.
(¿Lo sientes tú?)
(¡Sería tan diferente ahora!)
Me parece que ya soy tu mujer. Pero a veces creo que tú no eres mi marido… exactamente.
Siento que existe Brett, el amor de mi vida, y además…
el otro.
A veces.
Aquí tienes un boceto del
traje de novia.
¿No es encantador? ¿Verdad que sí? ¿Te gusta?
Por favor dime que
sí. ¡Me apetece tanto oír
sí!
Sé que no te interesa… mucho. ¡Claro!
Algunos vestidos son muy caros. Este es una ganga, lo hemos encontrado por internet. «Figurines Bonnie Bell».
Y muy bonito, creo yo.
Seda de color marfil. Encajes del mismo tono. Con un hombro al aire y la espalda de encaje transparente. El corpiño con pliegues va entallado y la falda es acampanada.
El velo, de chifón muy tenue. La cola, de un metro de largo.
Y estos son los zapatos, de satén color marfil.
Déjame que ponga el dibujo más a la luz, quizá puedas verlo mejor.
¿Te parece que estaré guapa?
Decías que era
la chica más bonita. Lo dijiste muchas veces, Brett. Te creí entonces y quiero creerte ahora.
Por favor, di
sí.
Te pondrás el uniforme de gala. ¡Estás tan guapo con él y con las condecoraciones!
Llevarás gafas oscuras. Y guantes blancos. Y la gorra de gala, tan
elegante.
El cabo Brett Kincaid, mi marido.
Ensayaremos. Tenemos meses para ensayar.
(Te habían concedido un ascenso «nacional», dijiste.)
(Todas las cosas tienen un significado en el ejército, dijiste. Y por lo tanto
nacional tenía un significado, pero ¿cuál era? No lo sabíamos.)
(Solo sabemos que estamos muy orgullosos de nuestro
cabo Brett Kincaid.)
Estás equivocado…
no pareces herido.
No pareces «maltrecho».
¡No pareces un «monstruo»!
Eres mi prometido y un chico bien guapo, no estás cambiado, de verdad. Volverán a operarte. Hace falta tiempo para curarse, el cirujano lo ha explicado. Habrá una «curación natural», con el tiempo.
¡No puedes esperar que un milagro te deje perfecto!
Las orejas, el cuero cabelludo, la frente, los párpados. La garganta por debajo de la mandíbula en el lado derecho. Excepto con una luz muy brillante se creería que es una simple quemadura… unas quemaduras.
Por favor, Brett, no te estremezcas cuando te beso. Hazme el favor.
Cuando me apartas de ti es como una esquirla de cristal que me atraviesa el corazón.
Si la gente
te mira en Carthage es solo porque saben de ti… de tus medallas, de tus galardones. Te admiran porque eres un
héroe de guerra, pero no querrían importunarte.
Como papá. ¡No sabes lo que te admira, Brett! Pero se comporta de una manera rara cuando se emociona… No dice nada… La gente no se creería que Zeno Mayfield es tímido en realidad.
Quiero decir…
esencialmente.
Es difícil para los varones hablar de… ciertas cosas. Papá no ha tenido hijos, solo hijas. Papá a nosotras
nos habla. Y nosotras
le escuchamos.
Y mamá habla de ti todo el tiempo. Cuando estabas en Iraq, en el frente, rezaba por ti sin descanso. Casi se preocupaba más que yo cuando no sabíamos nada de ti…
Toda mi familia, Brett. Todos los Mayfield.
Tienes que creerlo…
todos te queremos.
Me gustaría que volvieras conmigo a la iglesia, Brett.
Todo el mundo te echa de menos.
Tenemos un pastor nuevo… Es estupendo.
Todo el mundo pregunta por ti los domingos. Están enterados, por supuesto.
Quiero decir… saben que has vuelto con nosotros sano y salvo.
Hay otros excombatientes entre la feligresía, creo. No vienen todas las semanas. Pero me parece que conoces por lo menos a dos: Denny Bisher y Brandon Kranach. Quizá hayan estado en Iraq, o tal vez en Afganistán.
Denny va en silla de ruedas. Su hermano pequeño es el que lo lleva. O su madre. «Qué tal está Brett», me pregunta siempre Denny, y le digo que te pondrás en contacto con él muy pronto…
«Cómo está el cabo Kincaid… Qué tal está ese tipo estupendo.»
¡No, por favor! No te enfades conmigo, lo siento.
… no volveré a hablar de Denny.
… no mencionaré más la iglesia.
No te enfades conmigo, por favor.
Lo siento mucho.
¡No son más que fuegos artificiales, Brett! En el parque Palisades.
Las ventanas están cerradas. Y encendido el aire acondicionado.
Puedo subir la música para que no los oigas.
He dicho que no son más que
fuegos artificiales, cariño. Ya sabes,
Cuatro de Julio en el parque.
Sí; mejor que no vayamos este año.
Les he dicho que no nos esperen… a mamá y a papá. Tenemos otras cosas que hacer.
¿Qué pastillas? Las blancas o…
Te traigo un vaso de agua si quieres.
De acuerdo, una cerveza. Pero el médico dijo… que no es una buena idea mezclar «alcohol» y «medicinas»…
No… por favor.
Haremos prácticas en la iglesia. Las haremos antes del ensayo para la boda.
No cojeas. Solo, a veces, parece que pierdes el equilibrio… Agitas las piernas de repente como en un sueño.
Creo que
no es verdad. Es
algo que solo está en tu cabeza.
Coordinación entre la mano y el ojo. Lo han prometido.
En el vídeo se ve cómo ese muchacho mejora.
Los milagros son muchos. En nuestro caso el gran milagro que ha hecho Dios es el de que
estés vivo y que estemos juntos tú y yo.
El médico, el neurólogo, dice que es una cuestión de
reconexión de neuronas.
Es una cuestión de que
nuevas células nerviosas tomen el relevo de las dañadas. Eso es la
neurogénesis.
Como el no dormir. El cerebro «olvida» cómo dormir. Igual que, a veces, olvida cómo controlar la «eliminación de desechos».
Uno no tiene la culpa.
Esos reflejos volverán con el tiempo, dijo el médico.
Cuando estalló la granada y se derrumbó la pared.
Fue en combate. Estabas
luchando. Por eso te concedieron el Corazón Púrpura por heridas de guerra.
Y la Insignia de Combate de Infantería, que es una medalla muy valiosa, trenzada con oro en forma de «U» y con una reproducción en miniatura de un rifle de cañón largo sobre fondo azul. Una condecoración para tenerla en la mano y contemplarla como una joya.
Como una joya que es una adivinanza, o una adivinanza que es una joya.
¡Qué valiente has sido, desde el primer momento!
En ningún caso tienes que sentir vergüenza por haber vuelto con nosotros.
No eres
ni un traidor ni un cobarde. No le
fallaste a tu pelotón. Te hirieron y ahora convaleces. Y estás haciendo rehabilitación.
Y vas a casarte.
Vamos a tener hijos, te lo juro. Un niño.
Lo sé. ¡Es posible!
Lo haremos. Les sorprenderemos. En rehabilitación han prometido… El médico de más edad me dijo: «Si quiere a su marido y persevera en lugar de renunciar, conseguir un embarazo no es imposible».
Montones de excombatientes discapacitados han tenido hijos. Es de sobra sabido.
La resonancia magnética no ha detectado ningún tumor. Ni tampoco ningún coágulo. No ha detectado ninguna «irregularidad».
Cualquier cosa que veas como en sueños
no es real. ¡Eso lo sabes!
Cabo Brett Graham Kincaid.
Tratábamos de seguirte en los mapas.
Bagdad… ese fue tu primer destino.
Provincia de Diyala. Sadah.
Donde te hirieron… Kirkuk.
Donde los mapas se acababan… se desvanecían.
Tan lejos de Carthage.
Operación Libertad Iraquí.
Muy pocas personas de Carthage conocen la diferencia —si es que la hay— entre «Iraq» y «Afganistán».
Yo los distingo porque soy tu prometida y es necesario que lo sepa.
Pero de todas maneras estoy confusa y no hay nadie a quien preguntar.
Porque
a ti no me atrevo a preguntarte.
¡La manera en que me miras en esos momentos! Siento un frío enorme, me estremezco de arriba abajo.
No me quiere. Ni siquiera sabe quién soy.
El reverendo Doig explicaba el último domingo que la guerra no tiene fin, que no puede tener fin porque existe una «semilla del mal» en el alma humana que nunca se podrá erradicar del todo hasta que vuelva el hijo de Dios a salvar a la humanidad.
Pero ¿cuándo será eso? ¿Cuándo regresará Jesucristo
con nosotros?
Como el regreso del cabo Kincaid.
¡Sí, lo creo! Quiero creerlo.
Debo aceptar que hay una manera de creerlo… para nosotros dos. Cuando el reverendo Doig nos case.
Que qué les conté, solo la verdad, que había sido un accidente.
Me resbalé, me caí y me di contra la puerta, una cosa bien tonta.
En urgencias me hicieron una placa. No tengo dislocada la mandíbula.
Me duele y me cuesta tragar, pero los moratones acabarán por desaparecer.
Lo sé; no era tu intención.
Siento haberte disgustado.
No estoy llorando, ¡de verdad que no!
Cuando recordemos esta época de tribulaciones, diremos: «Sirvió para poner a prueba nuestro amor. Y no desfallecimos».
Esta mañana en mi cama, donde me siento tan sola. ¡Ah, Brett! Echo de menos aquellas ocasiones tan especiales antes de que te marcharas cuando iba a tu apartamento y estábamos a solas…
Cuando eso suceda de nuevo, seremos tan felices como lo éramos entonces. No es normal que tengamos que vivir como lo estamos haciendo. No tiene nada de extraordinario que exista tensión entre nosotros. Pero estos tiempos pasarán, estos tiempos de pruebas.
Querría no caerle tan mal a tu madre. Pese a lo mucho que me esfuerzo por quererla.
Me dijo «No tienes que fingir. Deja de fingir. Cualquier día puedes dejar ya de fingir». Y no supe cómo contestarle… ¡Había tanta aversión en sus ojos! Finalmente dije «¡Pero si no finjo, señora Kincaid! Quiero a Brett y mi único deseo es casarme con él y ser su mujer y cuidarlo en todo lo que necesite, no sueño con otra cosa».
Esta mañana, como no podía dormir después de haberme despertado demasiado pronto (hay un gallo en algún sitio detrás de donde vivimos, en la colina más allá del cementerio en Post Road, me gusta oírlo cantar, pero eso significa que llega el nuevo día y que con toda probabilidad no me volveré a dormir), me he estado acordando de cuando nos dijimos adiós aquella última vez.
En el aeropuerto de Albany. Y había otros soldados que llegaban al control de seguridad y algunos más jóvenes que tú, incluso. Y aquel oficial de más edad, un teniente. Y todo el mundo, civiles, que te miraba con respeto.
¡Tan triste mi beso de despedida! Y todo el mundo quería abrazarte y besarte en el último minuto y tú decías riéndote «Pero mi prometida es Julie, no vosotros, muchachos».
¡Somos tantos los que te queremos, Brett! Querría que lo supieras.
Me diste entonces tu «carta especial». Sabía lo que significaba, creo que lo sabía; sentí que me podía desmayar, pero la escondí deprisa, por supuesto, y nunca he hablado de ella con nadie.
Ahora no la leeré nunca. Ahora que estás a salvo y has vuelto con nosotros.
Sí, todavía la tengo, por supuesto. Escondida en mi habitación.
Mi hermana sabe que existe, quiero decir que me vio con ella en la mano. No tiene ni idea de lo que hay dentro. Ya no lo sabrá nunca.
Me ha dicho que no soy digna de ti; que soy «demasiado feliz», «demasiado superficial» para entenderte.
De hecho, Cressida no sabe nada de lo que hay entre nosotros. No lo sabe nadie, excepto tú y yo.
Aquellos momentos tan singulares entre nosotros, Brett. Volveremos a disfrutarlos…
¡Cressida es una buena persona en el fondo! Pero no siempre resulta evidente.
Le duele ver que otros son felices. Incluso las personas a las que quiere. Creo que ha supuesto una gran diferencia para ella verte como estás ahora… Le ha afectado profundamente aunque no lo diga.
Pero si le hablas de algo personal te mira con frialdad. «Perdóname. Te equivocas del todo.»
Se ha negado a ser mi dama de honor; se mostró despreciativa diciendo que no había llevado nada parecido a un vestido o a una falda desde muy pequeña y que no iba a empezar ahora. Se rio al añadir que «las bodas son ceremonias de una religión extinta en la que no creo».
Entonces le pregunté «¿Cuál es la religión en la que crees?».
La pregunta iba en serio y no era nada sarcástica, que es lo habitual en Cressida. Porque de verdad quería saberlo.
Pero no supo contestarme. Se dio la vuelta como si se avergonzara y no dijo nada.
Me gustaría, se lo pido a Dios, que Cressida viniera a la iglesia con nosotros alguna vez. O solo conmigo, si tú no quieres ir. Sé que la han herido de algún modo, que alguien o algo le ha hecho daño, pero nunca se sincerará conmigo. Siento que tiene vacío el corazón pero anhela algo que lo llene… anhela
cruzar al otro lado.
¡No, Brett! Nunca.
No debes decir esas cosas.
No podríamos estar más orgullosos de ti, te lo aseguro. Es un sentimiento que va más allá del orgullo, como lo que se sentiría por un verdadero héroe, alguien que se ha comportado de una manera que está al alcance de muy pocos, y eso en un momento de gran peligro.
Lo que dijiste en la fiesta de despedida, aquellas palabras tan sencillas hicieron llorar a todo el mundo: «Solo quiero servir a mi país. Ser el mejor soldado que esté en mi mano ser».
Eso es lo que has hecho. ¡Por favor, Brett! Ten fe.
La guerra de Iraq ha sido la época más emocionante de tu vida, lo sé. Los meses en que estuviste lejos de nosotros… «desplegado». Un periodo peligroso y también emocionante y (según entiendo) un tiempo sobre el que no tenías que hablar, del que nada podíamos saber en Carthage.
Operación Libertad Iraquí. ¡Esas palabras!
Tratamos de enterarnos de lo que hacías mediante las noticias. En internet. Rezamos por ti.
Papá quitaba del periódico cosas que no quería que viese yo. En particular el
New York Times, que compra sobre todo los domingos.
Fotos de soldados que han muerto en la guerra… en las guerras. Desde 2001.
Algunas las he visto, como es lógico. Me fue imposible no buscar a mujeres entre las hileras de hombres que no parecían más que adolescentes.
No hay muchas mujeres en el ejército, por supuesto. Pero es terrible verlas, ver sus fotos con las de los hombres.
Y siempre sonrientes. Como alumnas de secundaria.
En Carthage hay algunas personas que no «apoyan» la guerra, las guerras. Pero sí apoyan a nuestras tropas, eso lo tienen muy claro.
Papá ha insistido siempre en eso.
Papá
te respeta. Papá se siente incómodo ahora, no sabe cómo hablar contigo, pero es que algunos hombres son así. No ha hecho nunca el servicio militar y tiene unas ideas muy arraigadas sobre la guerra de Vietnam, que es la que le tocó vivir de joven. Pero no lo convierte en nada personal.
Has dicho: «Te lo juegas todo a cara o cruz». Has dicho: «A nadie le importa un bledo quién vive ni quién muere. A cara o cruz».
Ya sé que no lo dices en serio. No es Brett quien habla, sino
el otro.
No debes desesperar. La vida es un regalo. Nuestras vidas son regalos. Como el amor que nos tenemos.
Fue una cosa sorprendente, porque mi madre no es muy religiosa, pero mientras estuviste fuera venía a la iglesia conmigo casi todos los domingos. Y rezaba.
Toda la feligresía rezaba por ti. Por ti y por los demás que habían ido a la guerra… a las guerras.
Son tantos los que han muerto, me resulta difícil recordar la cifra, ¿más de mil?
La mayoría soldados como tú, no oficiales. Y todos amados por Dios, es lo que una quiere pensar.
Porque a todos
los ama Dios. Incluso al enemigo.
De todos modos tenemos que defendernos. Un cristiano tiene que defenderse de los enemigos de Jesucristo.
Esta guerra contra el terror es una guerra contra los enemigos de Jesucristo.
Sé que no querías matar a nadie. Te conozco, Brett, cariño mío, y eso lo sé: no querías matar a ningún enemigo ni a nadie. Pero eras militar y era tu obligación.
Te ascendieron porque eras un buen soldado. No sabes lo orgullosos que nos sentimos de ti entonces.
Tu madre está orgullosa de ti, aunque me gustaría que lo demostrase más.
Me gustaría que no diera la sensación de que me culpa
a mí.
No estoy segura de por qué querría culparme
a mí.
Quizá pensó que estaba… embarazada. Quizás creyó que era la razón de que quisiéramos casarnos. Y quizás también que fue el motivo de que te alistaras; para marcharte.
Me gustaría poder hablar con tu madre pero… El caso es que lo he intentado… lo he intentado pero he fracasado. A tu madre no le caigo bien.
Mi madre dice: «¡Lo seguiremos intentando! A la señora Kincaid le da miedo perder a su hijo».
Sé que no te gusta que hable de tu madre… Lo siento, trataré de no hacerlo. Solo que a veces me siento muy
herida.
Lo sé, para ti la guerra es una cosa terrible que no quieres recordar. Cuando empieces a ir a clase en Plattsburgh en septiembre, aunque quizá haya que esperar a enero, tendrás otras cosas en las que pensar… Para entonces estaremos casados y todo será más fácil, los dos en el mismo lugar.
Yo también estudiaré en Plattsburgh. Creo que será eso lo que haga. Un curso de posgrado a tiempo parcial. Para hacer un máster en Educación.
Con ese título podré enseñar inglés en un instituto. Y estaré capacitada para «tareas administrativas». Papá cree que llegaré a ser directora algún día.
¡No sabes los planes que tiene papá para nosotros! Para los dos.
Me gustaría que me hablaras de ello, Brett, cariño.
He visto documentales en la televisión. Creo que sé cómo era, en cierto modo.
Sé que para ti fue como estar «colocado»… Te he oído decírselo a tus amigos. Misiones de búsqueda en hogares iraquíes cuando no sabías lo que os iba a suceder, ni lo que ibas a hacer tú.
Lo que nunca nos dirías ni a tu madre ni a mí se lo has contado a Rod Halifax y a Stumpf, y quizá también se lo contarías a un desconocido que encontraras en un bar.