Carthage

Carthage


Primera parte Joven desaparecida » 2. La prometida

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Hablarías con otro excombatiente. Alguien que no conociera al cabo Brett Kincaid tal como era antes.

No hay manera de «colocarse» así en Carthage. Jugándote la vida a cara o cruz.

Nuestra vida desde secundaria —como mirar por el extremo equivocado de un telescopio, imagino— ¡es una cosa tan insignificante!

Esos tristes pueblitos de cartón debajo de un árbol de Navidad; casas, una iglesia y nieve falsa como azúcar glasé.

Insignificantes.

Hasta nuestras heridas aquí son

insignificantes.

En Carthage la vida te está esperando. No es una vida emocionante como la otra. No es una vida para servir a la democracia como la otra. Dijiste una cosa muy extraña cuando nos viste esperándote junto a la recogida de equipajes; a nosotros nos alegró muchísimo que caminaras sin ayuda, pero entonces apareció una expresión en tu cara que no había visto nunca y era como si, por un momento, te diéramos miedo, porque dijiste: «Cielo santo, ¿todavía seguís vivos? Pensaba que habíais muerto. He estado en el otro sitio y os he visto allí a todos».

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