Capital
11. Sábado
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11. Sábado
¡Por
fin! Por fin ha llegado el día tan esperado por todos nosotros, sobre todo por
Javier y Verónica. Ellos se verán esta misma tarde para ir al cine o a cenar, o
a las dos cosas. Nos encontramos en Plaza de España, en la salida de metro que
hace esquina con la calle Gran Vía. Verónica lleva esperando tan sólo diez
minutos. Hace frío. Aún no ha llegado el día de Navidad, pero aún así, se
siente esa presencia navideña por todas las calles de Madrid. La gente camina
con bolsas llenas de compras, caprichos o regalos. A veces son cosas
indispensables para la vida, otras son libros, carteras o bolígrafos. Todo el
mundo camina sin parar, menos Verónica, que espera a Javier en medio de las
corrientes de frío que golpean repetidas veces el cuerpo de los madrileños.
Pero Verónica no va a tener que esperar por mucho más tiempo.
Javier hace su aparición desde la boca
del metro. Se saludan con dos besos en la mejilla y emprenden el camino hacia
los multi-cines cercanos a Plaza de España. Por el camino hablan de cosas
tontas como el tiempo que ella ha estado esperándole, el gran tráfico que había
en el Metro o la de gente que camina por su lado. Pero Verónica está
extrañamente nerviosa. Parece que tiene algo preparado para Javier, pero no
sabe como enseñárselo, como mostrárselo. Sin embargo, él no se da cuenta de
nada de lo que ella siente, está inmerso en su propio mundo. Tal vez no quiere
volver a equivocarse al opinar sobre los amigos de Verónica, o tal vez le haya
pasado algo que le haga estar distraído.
Ya han llegado a los cines. Es sábado por
la tarde y, como es lógico, la gente ha decidido hacer lo mismo que van a hacer
nuestros protagonistas: ir al cine, merendar, cenar… Lo cierto es que la idea
muy original no es, pero bueno, qué se le va a hacer. Mientras Javier observa
la cartelera, Verónica mira a la gente. Algo la ocurre.
―Creo que es mejor que no vayamos
al cine ―dice casi susurrando Verónica.
―¿Por? ¿Crees que hay mucha gente?
―pregunta Javier.
―¿Sabes qué? Tal vez no deberíamos
haber quedado hoy… ―contesta Verónica mirando a cualquier parte.
―Pero si ya lo teníamos hablado
―ahora él está verdaderamente extrañado.
―Es que… me siento algo mal, y no
sé si con tanta gente me voy a sentir mejor…
―Bueno… como tú quieras…
―dice Javier intentando ocultar su decepción―. Si quieres te acompaño
hasta casa, o nos sentamos en algún banco a ver si te pones mejor.
―Yo… ―Verónica se queda un
momento pensativa. Tiene la mirada fijada en los ojos de Javier. Quiere decir
algo, lo sé. Pero algo la impide decir lo que de verdad quiere decir―. Si
he venido hasta aquí no voy a dejarlo ahora. Es una tontería, se me pasará
enseguida.
Verónica toma del brazo a Javier
alegremente, el cuál esta nueva y doblemente asombrado. Hoy está muy rara. Los
dos juntos se sitúan al final de la fila. Siguen pensándose qué película ver.
De repente ven una que les llama mucho la atención, su título es: “
Palden
Lhamo. El Oráculo de los Lamas”. La portada de la película muestra una
cordillera de montañas medio nevadas en tono sepia, mientras que en la parte
superior se muestran dos ojos ardientes, dibujados al estilo oriental. En mitad
del cartel se descubre el título, y en la parte inferior hay un texto escrito
que seguramente enumera los actores, productores y director de la obra.
Verónica y Javier se encuentran demasiado lejos del cartel como para ver de
quién es la película o qué actores salen en ella.
―Esa película seguramente es de las
que le gustan a tu amigo Fran ―dice Javier.
―Seguramente… o vete a saber, tal
vez no trate para nada religión o filosofía y sea una grandiosa aventura sobre
demonios y fantasmas ―dice Verónica con un tono bromista.
―¿Lo dices por los ardientes ojos?
―La verdad es que sí ―Verónica
se calla y observa la portada de la película―. Parece que te estén
observando directamente.
―Más o menos… Si quieres vamos a
verla y así salimos de dudas sobre el argumento.
―Si quieres… No me importa ver otra
película, pero la verdad es que es un cartel bastante llamativo.
Mientras, la cola ha avanzado un par de
metros. Desde donde se encuentran pueden ver un pequeño monitor en el que van
pasando poco a poco los nombres de las películas, con sus correspondientes
horarios y número de butacas libres. Casi al mismo tiempo, Verónica y Javier
miran la pantalla para ver la información sobre la película. Todavía no aparece
en pantalla. Se hace el silencio entre ellos.
El resto de personas está hablando de sus
cosas, hay gente que cruza delante de ellos para no bordear la cola, otras
personas ya han comprado sus entradas y esperan en la puerta a que abran la
sala. De repente aparece la película en pantalla. La próxima y única función es
dentro de media hora, pero tristemente no quedan entradas.
―¡Vaya fastidio! ¿Cómo no van a
quedar butacas para esa película? Pero si no la debe conocer nadie ―dice
Javier medio enfadado y desilusionado.
―Bueno, no pasa nada. Puede que la
sala sea pequeña ―le dice Verónica mientras le coge del brazo para
tranquilizarle.
―¿Quieres ver alguna otra película?
―Javier mira nuevamente la cartelera.
―La verdad es que ya no sé… Me he
quedado con ganas de ver esa película… Puede ser la perfecta excusa para volver
a quedar, ¿no crees?
―Pues sí ―Javier se gira y
sonríe―. Si quieres podemos ir a cenar, ¿Te apetece?
―Me parece perfecto.
Se alejan de la fila y emprenden el
camino a un restaurante que Javier conoce muy cerca de allí. Mientras caminan,
Verónica gira la cabeza para observar nuevamente la cartelera. Allí siguen esa mirada
clavada en ella, esos ardientes ojos que parecen observarla incluso cuando ella
no mira, incluso cuando ya está muy lejos de su supuesto rango de visión. A
Verónica algo la intranquiliza, intenta no pensar en ello.
Tras unos escasos cinco minutos, se
encuentran en la entrada del local. Se trata de un restaurante especializado en
comida italiana. Casi no tienen que esperar, tienen preparada una mesa para dos
personas. Les acomodan y empiezan a mirar la carta. Verónica se disculpa un
momento y se dirige al cuarto de baño. Javier se queda a solas leyendo la
carta, está intentando decidir qué cenar y con qué sorprenderla. ¿Qué pensara
Javier en estos momentos? Podríamos intentar observar sus pensamientos, las
imágenes que vuelan en el interior de su mente, pero seguramente estén
relacionadas en su mayoría con Verónica… ¿De qué tratará la minoría de
pensamientos?
Todos
creemos saber lo que pensamos, todos creemos saber qué cosas tiene la mente,
pero la verdad es que hay muchas cosas que llegan a nosotros y que se quedan
almacenadas en lo más recóndito de nuestro pensamiento. Puede que para actuar
en el momento oportuno, o puede que para dormir eternamente. Incluso hay cosas a
las que no hemos prestado atención que han sido registradas y archivadas por
nuestro cerebro, cosas de las cuáles nos sorprenderíamos nosotros mismos al
descubrir que las tenemos allí guardadas. Observemos la mente de Javier
entonces.
Por un lado tenemos, obviamente, a
Verónica. En torno a ella giran pensamientos de todo tipo. Por un lado tenemos
los recuerdos de su antigua relación, por otro lado tenemos la vez aquella que
él abrió la puerta y la descubrió en el descansillo de su casa. También tenemos
imágenes de protección, tanto de él hacia ella, como de ella hacia él. Además,
vemos que Verónica despierta instintos animales en Javier, ya que hay imágenes
con matices bastante eróticos. Además de los pensamientos relacionados con
Verónica, en su mente sigue viajando el vagón de metro que le ha llevado a
encontrarse con ella, las luces de Navidad, la Gran Vía, la cola del cine… y
algo que también tiene en mente, pero que no llega a descubrirse del todo, es
la portada de la película “Palden Lhamo. El Oráculo de los Lamas”, sobre todo
esos ardientes ojos que tanto les observaban. No llego a descubrir la opinión
de Javier respecto a ese pensamiento, pero lo que sí puedo decir es que se
trata de uno de esos pensamientos que se quedan guardados para actuar en el
momento adecuado. Incluso podría asegurar que este pensamiento le tiene guardado
desde hace mucho tiempo.
Algo
nos interrumpe. Es la presencia de una pareja sentada muy cerca de Javier. Se
trata de un chico con el pelo canoso y los ojos azules vestido completamente de
blanco. Frente a él se sienta una chica de las mismas características: pelo
blanco, vestido blanco, ojos azules… Sólo habla el chico. Su compañera se
limita a escucharle y asentir con la cabeza. No hay nada servido en sus platos.
Podríamos llegar a pensar que están ahí puestos a propósito para que les
viéramos, que tienen que hacer una función, que tenemos que detenernos un
momento y atender a lo que él dice. Hagámoslo.
―¿Quién
sabe lo que es verdad y lo que es mentira? ¿Cómo puedes llegar a resolver un
enigma? ¿Acaso te crees todo lo que dicen? Una vez, un amigo me contó que en un
viaje a un planeta lejano, unos astronautas tenían que dinamitar un grupo de
piedras para poder abrirse paso a través de la superficie. Unos minutos antes
de que la carga se activase, uno de ellos fue a comprobar que todo estaba en
orden. Mientras él estaba verificando el cableado a través de las piedras, un
compañero suyo creyó ver algo increíble: el compañero que supuestamente estaba
comprobando el cableado, estaba enterrando en las piedras el cuerpo de un
humanoide… ¡Un extraterrestre! Él no supo qué decir. Se quedó de piedra. Cuando
se quiso dar cuenta, la carga ya había hecho explosión, y con ella, se fueron
los restos de algo que sólo él vio.
La chica se ha sorprendido, como si no
llegase a creer lo que dice su compañero, pero aun así, se lo cree, y se
auto-engaña para creérselo. Mientras, él toma aire y sigue diciendo:
―¿Para
qué van a dinamitar el cuerpo de un extraterrestre en un lejano planeta? ¿De
dónde llegó ese cuerpo? ¿Viajó con ellos en el cohete desde la Tierra? ¿Por qué
tuvo él que ver aquello? ¿Fue todo producto de su imaginación? Puede que sí…
Puede que él viera cualquier tontería, y su mente hiciera el resto del trabajo,
convirtiéndolo así en su propia realidad. Es como cuando alguien ve un
fantasma… ¿Cómo te puede demostrar esa persona que lo ha visto? ¿Cómo le dices
a esa persona que lo que ha visto es producto de su imaginación? Pues
diciéndoselo, pero… ¿Convencer a esa persona? Eso es algo muy difícil…
Él gesticula demasiado. Ella está absorta
en las divagaciones de su compañero. No sabemos si Javier ha atendido a lo que
se ha dicho por ahora, pero a partir de ahora lo va a hacer ―os lo
aseguro; está mirando de reojo a la pareja―.
―Hay
cosas que no se pueden explicar, que hay que vivirlas. Cuando tengamos la
ocasión de vivir algo, tendremos que hacerlo. Eso sí, lo haremos siempre y
cuando no dañe a ninguna persona. ¿Cómo estamos seguros de ellos? O con mucha inteligencia,
o comprobándolo. A veces leemos un poema que en su totalidad no tiene sentido,
pero cada verso nos transmite un sentimiento, una idea que llegamos a sentirla.
Luego no podremos explicarla o definirla, pero la hemos sentido igualmente. Del
mismo modo, existen cuadros que te muestran perfectamente una situación, algo
que llegas a comprender al instante: una historia, unas personas, un modo de
vivir. Pero en otras ocasiones, nos encontramos frente a un conjunto de formas,
colores, luces y sombras que analizándolo metódicamente solo llegaremos a ver
qué tipo de pincelada usó el artista… pero si nos relajamos frente a la obra y
decidimos mirarla sin esperar encontrar nada, tal vez lleguemos a sentir cosas,
algo que el artista quiso dejarnos plasmado en su cuadro.
―¿Y
todo lo que haya en el lienzo es importante? ―interrumpe su compañera de
mesa.
―¿Qué
sería de esta ciudad sin autobuses? ¿Qué sería de esta ciudad sin policías?
¿Qué sería de esta ciudad sin discotecas, estancos o tiendas? ¿Qué sería de Madrid
sin señoras de la limpieza, sin oficinistas o sin vendedores ambulantes? ¿Qué
sería de Madrid sin atracadores, sin colegios o sin los nombres de las calles?
¿Qué sería entonces de la Capital? Habrá cosas que puedas ver que sobran, pero
sin ellas, todo esto cambiaría mucho… A mejor o a peor, eso nunca lo sabremos.
Lo que es cierto es que lo que estamos viviendo, esta situación actual se da
gracias a lo que existe. Pero no hay que olvidar que no es sólo gracias a lo
que existe, si no que también hay que dar gracias al observador, a nosotros
mismos que somos lo que interpretamos lo que vemos. Primero tenemos que
observar, después sentir, y por último interpretar. Madrid es diferente depende
de quien la observe. Así es todo en la vida.
―¿Y
esto se cumple con todo el universo?
―Sí.
Esto se cumple con todas las ciudades del mundo. Y además se cumple con las
personas, con las imágenes, con las cosas que lees. Incluso con el texto que
estás ahora mismo leyendo.
No me había dado cuenta, pero la chica
tiene en las manos una especie de dossier. Me acerco a ellos para poder ver qué
es lo que lee. Se trata de un texto extraño, sin mucho sentido. En la portada
se puede leer claramente: “CAPITAL”.
De repente, la pareja se levanta y
abandona el local. Javier gira la cabeza para poder verles mejor. Se puede ver
en su cara un cierto gesto de preocupación, como intentando comprender de qué
hablaban. Tal vez se esté preguntando de qué trataba el texto que estaba
leyendo la chica. Lo cierto es que yo tampoco lo sé… Y no sé si quiero saberlo,
porque tal vez sepa de qué trataba el texto.
Verónica
regresa a la mesa. Javier vuelve a la realidad observando nuevamente la carta y
decidiendo qué van a cenar. Tal es la concentración que pone al leer el menú
que no ha mirado todavía a la cara de Verónica. Ella está en silencio, se
encuentra sentada con las manos cruzadas sobre sus piernas. Mira fijamente a
Javier con ojos llorosos. Su piel es pálida. Sus labios tiemblan. Javier se
dispone a decirle algo, pero no lo dice, se queda atónito al observar su cara. Finalmente,
pregunta qué le pasa. Ella no responde, sólo puede mirarle. Mirarle y temblar.
Javier se levanta para acercarse a Verónica, pero ella empieza a inclinarse
lentamente hacia su izquierda. Se llega a inclinar tanto que la silla vuelca y
cae contra el suelo.
Verónica no responde a las palabras de
Javier, que se encuentra agachado a su lado, sin saber muy bien qué hacer. La
sangre surge de sus labios, como si su garganta sufriera una hemorragia. Los responsables
del restaurante llaman a una ambulancia que tarda veinte eternos minutos en
llegar. La noche del sábado atrae a la desesperación, al mal funcionamiento del
sistema, al desorden. La noche del sábado invita a la concentración, al buen
comportamiento, al amor. Cuando los servicios médicos llegan al lugar donde
descansa el cuerpo de Verónica ya no hay nada que hacer. Javier llora
desesperadamente, lleno de impotencia y tristeza, de incertidumbre y de miedo.
¿Qué ha matado a Verónica? Su cuerpo descansa en el suelo de restaurante. Su
alma ya viaja por la infinidad del universo. Ya es la hora de partir.
Empiezo a escuchar a las aves matutinas.
Puedo sentir la fría brisa de las altas alturas. Las plumas azules acarician
las montañas. Ya han pasado las horas necesarias. Es hora de despertar.