Bravo

Bravo


Portadilla

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Bravo

Xavi Daura

 

Baila, baila, baila... o muere

Loca, SHAKIRA

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Quiero dejar claro algo desde el principio: soy un tío cojonudo.

Mi vida ha sido una serie imparable de buenas decisiones tomadas en todo momento desde mis cojones, los mejores consejeros que tengo. Que cualquier hombre puede tener, me atrevo a decir. Dos pelotas perfectas en las que hay que confiar ciegamente porque saben lo que es mejor para nosotros, aunque parezca arriesgado, peligroso o incluso mortal. Son como el ángel y el demonio que salen cuando algún personaje de tebeo tiene un dilema, aunque en su caso ellos siempre están de acuerdo en todo. Es decir, son el doble de efectivos. Imparables.

Sin dudas, sin miedos.

Somos un EQUIPO.

Me llamo Rafael Bravo y soy entrenador de fútbol en Primera División. En otras palabras: tengo el trabajo más importante al que puede aspirar nadie en este país. Más que astronauta.

Ser entrenador de fútbol significa representar a una afición, una ciudad, una forma de ser. Un entrenador representa a una nación entera, con su bandera, su presidente y sus bebés. Bien, pues ese soy yo.

Algunas cosas sobre mí: tengo cuarenta y ocho años y me gusta lo que a cualquier español de a pie. A saber: el cachondeo lo primero, comer bien, beber y santiguarme al pisar cualquier campo de fútbol, vaya a jugar o no. Dicen que Dios está en todas partes, pero yo tengo la certeza de que está más en los campos de fútbol. Por lo menos, el Dios español.

Me siento muy cómodo en el vagón-cafetería del AVE, no entiendo el vagón silencioso. Amo el dinero, pero detesto las moneditas de céntimos.

Me divorcié de mi mujer hace catorce años y tengo tres hijos con ella. Trillizos, salieron de golpe.

He estrechado la mano del rey cuatro veces en mi vida y he cenado con tres presidentes distintos. De hecho, esta semana ceno con el cuarto. Tengo un trato publicitario con la marca de relojes Viceroy, aunque a mí me gustaría que fuese con Omega, ¡qué le vamos a hacer!

Escribo toda esta morralla porque he tenido que empezar a hacer terapia y este es el primer ejercicio que me ha mandado la psicóloga, la doctora Angulo. Tengo que escribir un diario como si fuese una niña, ya ves tú.

Todo empezó hace aproximadamente un mes, cuando la Federación anunció que el valenciano Roberto Solana iba a ser el nuevo seleccionador de España. Muy buen entrenador, relativamente joven pero que ha sabido liderar durante casi una década al equipo más entregado que he visto en todos mis años en el fútbol.

Todo fue bien hasta que tres días después salió a la luz un caso muy grave de evasión de impuestos que implicaba a Solana y a todo su antiguo club. Todos. No es una forma de hablar; todos los trabajadores de ese club estaban implicados. Por lo visto, nadie pagaba impuestos en ese equipo; era algo que simplemente no iba con ellos, declararon. Y lo decían en serio, no era una defensa. Se habían olvidado de pagar impuestos desde 2005, cuando se jubiló el gestor del club. A nadie le caía demasiado bien ese hombre, así que no se preocuparon de poner a otro en su lugar. No querían a otro tío bajonero recordándoles que había que pagar tasas, justificar gastos, hacer declaraciones de la renta... Ellos solo querían jugar a fútbol.

Durante todos estos años han ido jugando y cobrando millones de euros por ello; millones que iban directamente a sus bolsillos, con los que luego pagaban

en mano a cada uno de los jugadores y al personal. No había ni bruto ni neto, la cifra que veían era la que tenían. Y, como el club era mucho más feliz así, nadie hacía preguntas. Entre todos los clubes de Primera División, ellos eran famosos por su buen carácter y su aparente paz interior. Era como ver jugar a un equipo de vacas Kobe, tan relajados y con la cabeza despejada.

Recuerdo que cada jugador llegaba a los partidos en su propio helicóptero privado, vestidos con abrigos de pieles y andando con cetros de oro, mientras los entrenadores y directivos hablaban muy animados de todos los negocios de construcción en los que estaban metidos. No entendían cómo no existían muchas más empresas constructoras, con lo fácil y rentable que era.

Jugar en su campo era muy divertido porque eran el único equipo de fútbol con

cheerleaders y fuegos artificiales para la media parte. Si terminaban ganando el partido, para celebrarlo disparaban cañones llenos de billetes de cincuenta euros al público. En la vida he visto una afición más entregada.

A todos nos parecía que vivían en un mundo de fantasía... y resulta que simplemente no estaban pagando impuestos. Los mandaron inmediatamente a la cárcel (a todos) y lo único que declaró Solana fue: «No me arrepiento de nada, han sido los años más felices de mi vida».

Así que la Federación tuvo que recurrir a una segunda opción: Fernando Cáceres, de La Rioja.

Fernando duró un poco más, llegó a cumplir una semana entera como seleccionador, hasta que en la entrevista que le hicieron en

Los desayunos de TVE declaró que el fútbol femenino le parecía una «puta parodia».

Tal cual.

Lo más jodido es que nadie le preguntó por ello. Soltó esa perla de la nada, sin más.

Estaban al final de la entrevista, casi fuera de tiempo, y el presentador iba despidiendo ya a sus contertulianos cuando Fernando dijo: «Y que quede claro algo: el fútbol femenino me parece una puta parodia», como si fuese algo que se había anotado en la mano y casi se le olvida decirlo. Obviamente, el presentador reaccionó con un «¿disculpe?» creyendo que lo había entendido mal, y Fernando continuó con una sonrisa en la cara: «Pues eso, que últimamente hay mucha reivindicación feminista y todo eso... y, bueno, yo entiendo que las mujeres tienen que poder defender la suya... pero que el fútbol no lo toquen, por favor».

El presentador, atónito, no dejaba de echar miradas fuera de cámara. «Pero todo esto... ¿lo está usted diciendo en serio? ¿Aquí, ante las cámaras de Televisión Española, que están funcionando perfectamente y emitiendo en directo?»

El equipo técnico reaccionó llamando a enfermería porque creían que al invitado le estaba dando un derrame cerebral.

Se lio una buena.

Incluso el presidente del Gobierno tuvo que posicionarse en contra de Fernando públicamente. Con lo que, en efecto, la Federación tuvo que expulsarlo.

Entonces, estando ya a menos de veinte días del Mundial, anunciaron al gallego Manuel de Prada como última opción. Todos nos alegramos; Manuel es un tío afable, un veterano muy amigo de la comunidad futbolística en general.

Salimos a celebrarlo con una cena todos juntos. Pero la celebración duró poco, ya que inmediatamente salió a la luz un grave caso de trata de blancas en la UEFA, y por lo visto él era una persona clave en toda esta tenebrosa operación.

Se descubrió que altos cargos de la UEFA llevaban años traficando con personas. Mujeres y hombres secuestrados, gente corriente que desaparecía y pasaban a formar parte de este peligroso submundo dominado por directivos de fútbol.

La investigación empezó creyendo que estaban tras un caso de prostitución a gran escala, pero no era nada sexual. Era mucho más sofisticado: resulta que estos altos cargos de la UEFA estaban organizando una liga clandestina de partidas de

Quién es quién, pero con personas de carne y hueso. Hacían partidas de verdad, con gente.

Partiendo del famoso juego de mesa

Quién es quién, en el que cada jugador tiene que adivinar el personaje que oculta su contrincante a base de preguntas sobre su aspecto, volcando los personajes descartados en su tablero hasta que por eliminación solo quedaba uno, estos señores, borrachos de poder, habían emprendido el proyecto de hacerlo de verdad, con gente real.

Llevaban años secuestrando a gente que se pareciese físicamente a los personajes del juego original. Tenían equipos de sicarios contratados por todo el mundo trabajando día y noche para buscar, por ejemplo, tipos pelirrojos con melena y bigote setentero para hacer de Alfred, o mujeres negras de edad media y con el pelo rizado para hacer de Anne. Tenían que conseguir dos de cada, claro, para jugar con dos tableros.

Los drogaban y luego despertaban en una mansión a las afueras de Zúrich, donde los tenían viviendo en muy buenas condiciones, pero no se les permitía salir. Contrataron a peluqueros, maquilladores y dietistas para conseguir que se parecieran lo más posible a los personajes de dibujo. Y cada cierto tiempo, cuando tocaba partida, los cargaban en camiones y los llevaban a campos de fútbol reservados para tales eventos, donde habían montado dos tableros enormes en medio del campo y los directivos apostaban millones en estas macabras partidas a escala real de

Quién es quién, jugando de punta a punta, comunicándose con megáfonos.

Era una enorme y malvada gilipollez.

Agentes de la Interpol entraron con violencia en nuestro restaurante favorito para venir a nuestra mesa a detener a Manuel, esposándolo ahí mismo delante de todos. Pasamos de estar brindando por la Selección a tener a esta leyenda del fútbol volcada sobre el mantel, apresado como un terrorista, tirando todas las copas con su rechoncho cuerpo. Manuel, ya mayor para estos líos, sudaba y lloraba. Con su cara rosada de cerdito aplastada contra el tiramisú, me miró fijamente a los ojos y me gritó: «¡BRAVO! ¡TÚ ERES EL SIGUIENTE! ¡Más te vale dar la talla en este podrido pozo que es el negocio del fútbol!».

Se lo llevaron gritando y pataleando, y según se alejaba gritó: «¡ESTAMOS TODOS CONDENADOS! ¡NADIE SABE QUIÉN ES QUIÉN! ¡NOS VEMOS EN EL INFIERNO, CABRONES!».

Y esto nos lleva a esta misma semana. Estaba yo tranquilamente en casa viendo mi concurso favorito,

Ahora caigo, cuando me sonó el móvil.

Era Luis Rubiales, presidente de la Federación, quien me llamó personalmente para comunicarme que era su cuarta (y ahora ya definitiva) opción como seleccionador de España.

Por un segundo, me quedé de piedra.

Me dijo que lo acababan de anunciar a la prensa, así que más me valía confirmar oficialmente que estaba a bordo. Insistió en que no me preocupara de nada, que el trabajo iba a ser mucho más fácil de lo que parecía, y que a la afición le daba igual que fuese primera o cuarta opción, que no hiciese caso de todo lo que se estaba diciendo sobre mí en las redes.

Sudor frío.

No solo necesitaba una respuesta rápida, también necesitaba que acudiese a mi presentación oficial en Las Rozas antes de dos horas, donde me esperaban todos los periodistas en su ya cuarta rueda de prensa con el nuevo seleccionador en menos de un mes. Me habían mandado todas las respuestas por correo electrónico y me las tenía que estudiar en el taxi, que me estaba esperando en la puerta de mi chalé.

—Pero... a ver... cómo... —solo le podía responder con titubeos.

—Ya sabes, el fútbol es así.

—Ya, pero...

así ¿cómo?

—Te digo sin ninguna duda, Rafael, que este es tu momento. España te espera.

No dije nada, me estaba quedando sin aire.

—¡Ah! Y por lo que más quieras, no abras Twitter, eso ni de coña. ¡Venga, te veo ahora!

Y ahí me quedé, con el móvil pegado a la oreja pero sin nadie al otro lado, mientras sonaba insistente el timbre.

En la tele, un concursante de

Ahora caigo se estaba jugando todo su dinero a una sola pregunta y la respuesta era mi nombre. Pero no lograba sacarlo. Probaba nombres absurdos, pero no le salía el mío.

Cada vez me costaba más respirar.

El cronómetro del concurso corría endiablado hacia atrás, mientras yo intentaba todavía asimilar la llamada que acababa de recibir, a menos de quince días del Mundial.

El cronómetro corría.

El taxista había pasado de tocar el timbre a aporrear directamente la puerta.

El tiempo se acabó y el concursante se lamentó por haberlo perdido todo. Arturo Valls le dijo: «Es verdad que eres joven, y quizá Rafael Bravo ya es un referente un poco antiguo...».

No sé si fue por el

shock del momento o por las amenazantes últimas palabras de Manuel de Prada con la cara llena de nata... pero de repente dejé de respirar. El corazón me iba a mil.

En la tele, Arturo Valls gritaba: «¡Qué peeena!». Y, según se abrió la trampilla que hacía caer al concursante por su agujero, yo pasé a verlo todo negro y me desmayé.

Lo siguiente fue despertarme en la consulta de la doctora Silvia Angulo, la psicóloga de la Selección. Una mujer con gafas de pasta y vestida toda de gris. Andaba revisando unos dosieres y dando vueltas a mi alrededor. Estaba sedado.

Antes de que pudiese entender dónde estaba, me dijo que había sufrido un ataque de ansiedad que me había bloqueado y mi cuerpo había reaccionado apagándose. Esto, en hombres de mi edad, es particularmente peligroso.

Pero no tenía que preocuparme de nada, la Selección lo tenía todo bajo control. Eso sí: me tenía que mentalizar de que iba a ir al Mundial como seleccionador, que en eso no había vuelta de hoja. Ya no quedaba nadie más, yo era la última opción. Así que había que ponerse manos a la obra para, en menos de quince días, recomponer mi cabeza y conseguir hacer un buen trabajo.

Yo me sentía extremadamente intranquilo. Jamás había tenido un ataque de ansiedad. Noté como si mis cojones se hubiesen guardado dentro de mi cuerpo.

«Vamos a trabajar desde ya para que tú, Rafael Bravo, puedas guiar a España hacia el éxito.»

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Son las 7:25 de la mañana y tomo café mirando las noticias.

Hoy es mi presentación oficial. A las 9 en punto.

Mis palabras se repetirán en todos los informativos del país durante todo el día de hoy, lunes, para que resuenen durante toda la semana en periódicos, tertulias y enlaces de Internet. Para que toda España me abrace como su nuevo seleccionador.

Estoy en el salón de mi casa escribiendo estas palabras, como me ha recomendado la doctora Angulo, para que no me vuelva a dar otro ataque de ansiedad. Reflexionar, relativizar, quitarme presión. Escribir para verme desde fuera y darme cuenta de que todo está bien.

Después de mi derrumbamiento el jueves pasado, tuvieron que cancelar la presentación que había preparada para entonces y encerrarme todo el fin de semana con la doctora Angulo y la jefa de Comunicación, Marta Prieto, con tal de encontrar «la actitud y el enfoque adecuados para presentarme al público». La prensa buscará algo de sangre y, siendo yo la cuarta opción para este trabajo, van a estar sedientos de polémica.

Marta Prieto se ha pasado todo el fin de semana buscando una fórmula suficientemente ambigua como para responder todas las preguntas de la prensa, pero a la vez satisfactoria para poder crear una narrativa, un personaje. Un eslogan que pueda responder seguro de mí mismo.

Repito lo que ella me ha explicado, yo no entiendo nada. «Generar el

clickbait», decía.

Con sus gafas de pasta y su té del Starbucks siempre humeante, Marta Prieto es capaz de atender tres conversaciones distintas y actualizarse minuto a minuto vía Twitter, Facebook e Instagram.

«Alimentar

trends,

hype,

branding, dominar el discurso multimedia.»

Signifique lo que eso signifique, concluyó que la mejor manera de afrontar la rueda de prensa es utilizando mi propio apellido: Bravo.

«Bravo» puede significar lo que cada uno quiera interpretar —decía Prieto—. Es una palabra positiva y a su vez determinante, tajante igual que festiva. Transmite mano dura a la vez que optimismo. Significa aplauso, significa fuerza, significas TÚ... y contigo, todos. España. Una perfecta declaración de principios. Para cualquier pregunta, tu postura es... Bravo. La nueva imagen de la Selección. Un nuevo espíritu.

Así que ese es el plan que debo seguir esta mañana: llevar la rueda de prensa como tantas otras, con naturalidad; pero, si me hacen alguna pregunta difícil, yo digo: «Bravo».

Lo importante es la actitud con la que lo diga. Si hay que transmitir optimismo, lo digo con alegría. Si conviene transmitir mano dura, lo digo con determinación. Un nuevo orden: «A partir de ahora, Bravo». Ya puedo ver los titulares.

Enfundado en mi Ermenegildo Zegna negro recién planchado, mis zapatos Hugo Boss para ocasiones especiales y el imprescindible Viceroy brillando en mi muñeca, oigo el Mercedes que me reclama en la puerta.

Me veo preparado. Me siento preparado.

YO SOY BRAVO.

 

 

11:15 h

 

De vuelta de la presentación, voy en el coche rumbo al aperitivo/comida que ha organizado la Federación de Fútbol con sus trabajadores, directivos y demás cargos importantes. Viene hasta el presidente del Gobierno.

No es bueno cantar victoria antes de tiempo, ¡pero creo que la cosa ha ido estupendamente! Lo del eslogan de «Bravo» ha funcionado, no ha habido líos y los periodistas parecían satisfechos. Han sido cuarenta minutos que han pasado volando, respondiendo preguntas con Luis Rubiales a mi lado.

Daba gusto ver lo bien que estaba montado; un montón de periodistas, cámaras y fotógrafos apelotonados delante de una pared roja del tamaño de un campo de tenis en la que se podía leer en letras gigantescas «RAFAEL BRAVO», rodeado de los logotipos de Movistar, La Caixa, Seat y Cruzcampo. Las cuatro patas que sostienen el deporte en España y mi nombre en medio.

Sin mesa, la presentación la hemos hecho sentados en taburetes y con micrófonos de mano. Distendida.

Primero ha salido Rubiales, que ha dicho unas palabras a favor de la deportividad, de los valores de la Roja y de mi carrera como entrenador español. Ha hablado de lo ilusionados que están todos en la Federación por haberme escogido a mí como líder de la Selección (obviando descaradamente el hecho de que haya sido la cuarta opción en su lista).

—Y, sin más dilación, pido un aplauso, un «bravo» —risas— ¡para Rafael Bravo!

Así he salido yo con todo el subidón. Sintiéndome firme, elegante y contento entre tantos aplausos. Un chico me ha dado una botellita de agua y ha empezado la rueda de prensa.

He notado que lo de escribir este diario me ayuda a hablar más tranquilo y con las ideas mejor ordenadas. Tengo que reconocerle a la doctora Angulo que la terapia está funcionando y toda la preparación con Marta Prieto está yendo como un tiro; me he sentido al mando de la situación.

Los periodistas más cabrones han insistido en lo de ser el cuarto plato en el proceso de selección y en si lo precipitado del asunto no afectará al desempeño de mis funciones. Pero ha sido fácil capearlo explicando que eso ha venido dado por cuestiones totalmente ajenas a mi persona, que no soy más que un hombre que quiere hacer lo mejor posible su trabajo. Que yo soy Bravo.

Que yo lo celebro y digo: «¡Bravo!».

Y cada vez que decía eso se arrancaba un aplauso. Rubiales me sonreía y chocábamos las manos.

También han buscado polémica preguntándome por Gerard Piqué y sus declaraciones antiespañolistas. Fácil: mi trabajo no es la política, sino el fútbol. «A partir de ahora no habrá banderas, solo Bravos.»

O cómo pienso gestionar el problema de Ramsés Pérez, el delantero del Real Madrid famoso por sus fiestas excesivas, que se presenta visiblemente resacoso a los entrenos. No he querido entrar en la polémica fácil, optando por no hacer comentarios al respecto.

Simplemente, he dejado claro, con determinación y mano dura, que «yo digo... Bravo».

Aplausos.

Llego ya al evento y veo que en mi móvil se está acumulando una cantidad ligeramente mayor de lo normal de WhatsApps y menciones en redes. Supongo que es lo natural en este tipo de situaciones.

 

 

14:30 h

 

Me encuentro encerrado en el baño del recinto donde se está dando el aperitivo con la Federación. Me he tenido que refugiar a escribir para ordenar las ideas con calma.

Bueno, este evento ha ido un poco mal.

Las cosas se han torcido de una manera que no esperábamos. Todo el mundo que se me ha acercado me han preguntado por Ramsés Pérez mientras el móvil no paraba de vibrarme. Los titulares de la presentación ya están en Twitter:

Rafael Bravo aplaude las polémicas fiestas de Ramsés. En su presentación oficial, el técnico extremeño ha declarado decidido y sin tapujos: «Yo digo BRAVO a las fiestas de Ramsés Pérez». Este está siendo un mes entretenido para el delantero más caro de la liga española: el polémico Ramsés ha sido visto en multitud de clubes y discotecas, además de verse indirectamente implicado en casos de delitos de narcotráfico y trata de blancas. La novedad ahora es que cuenta con un poderoso aliado: Rafael Bravo, nuevo seleccionador, que públicamente aplaude su estilo de vida «alternativo» a dos semanas de empezar el Mundial.

Esto, en la página web del

Marca.

Y en el mismo artículo enlazan vídeos de la cuenta de Instagram del subnormal de Ramsés en discotecas, al lado de un vídeo de mí mismo diciendo «Bravo» en la rueda de prensa de esta mañana.

¡Me cago en la puta, no han entendido nada!

En el aperitivo, el primero en acercarse ha sido Vicente del Bosque, que ha venido a felicitarme y medio en broma me ha dejado caer un «anda la que has liado, ¿eh, cachondo?», y entre saludos y fotografías no he entendido a qué se refería. Poco a poco, la gente iba pillando confianza y dándome su opinión sobre el asunto. «No creo que sea como para crucificarte así..., pero tampoco entiendo que hagas estas declaraciones tan a la ligera», «El caso de Ramsés es especialmente mediático, no deberías meterte en este fregao» o «¡Ya dirás dónde y a qué hora se sale hoy, zorro!», mientras mi móvil vibraba y escupía tanta información que yo no alcanzaba a leer nada.

Sin saber de qué coño me estaba hablando nadie, han vuelto los sudores fríos. La taquicardia, la ansiedad.

Hasta el presidente, el puto Pedro Sánchez, ha venido a decirme: «Personalmente, no entiendo el enfoque de estas declaraciones y no puedo decir que las comparta. Lo siento, Rafael». Y así me ha dejado, con la palabra en la boca, antes de que nos pudieran sacar ni una foto juntos.

Ha sido entonces cuando he tenido que venir aquí, a este retrete en el que estoy repasando todos estos artículos destructivos mientras WhatsApps de crisis de Marta Prieto se acumulan y entorpecen mi lectura.

RAFAEL, DÓNDE COÑO ESTÁS.

YA SOMOS

TRENDING TOPIC.

DEL MALO.

LLÁMAME INMEDIATAMENTE.

Veo en el

As que Ramsés ya ha hecho declaraciones al respecto en su cuenta de Twitter @RamsesFukYes.

Bravo me entiende, él sabe q soy el mejor y q hay q cuidarme. Hoy se sale con él & las followers + guapas q se kieran apuntar: DM plz! #lunes #fiesta.

¡PUTO PALETO! ¡ME CAGO EN DIOS!

En su Instagram ha publicado lo mismo, pero escrito encima del vídeo de un niño bailando con gafas de sol en una discoteca. ¡ME CAGO EN LA PUTA, NO ENTIENDO NADA!

Me quedo sin batería.

Se me apaga el móvil y me veo a mí mismo reflejado en la pantalla negra, sentado en el cagadero.

 

 

18:00 h

 

Después de una reunión de dos horas con el departamento entero de comunicación de la Federación, no sé cuántas llamadas a emisoras de radio y periódicos digitales, tengo un hueco para escribir.

Al quedarme incomunicado, Marta Prieto no ha tardado en encontrarme en el baño de hombres. Ha reventado la puerta de una patada y me ha sacado a rastras de ahí. Tirándome del pelo, cagándose en mi alma.

Según ella, este tipo de crisis exigen dar la cara cuanto antes para poder dominar la noticia con nuestra versión, antes de que sea irreversible. No ha sido una cagada mía, sino de la prensa, que ha querido sacar una historia jugosa de donde no había nada. Por eso, el plan que debemos seguir es responder todas las llamadas y tuitear desde todas las cuentas posibles para aclarar este malentendido.

Con «BRAVO» nos referimos a la persona, no al aplauso. Disipar cualquier duda. BRAVO SOY YO. Y, a partir de aquí, explicar que esto implica un cambio de gestión, que yo soy un punto y aparte que va a redirigir la Selección con mano firme. Que «BRAVO» implica que se han acabado las juergas y las gilipolleces, ahora se va a jugar a fútbol y nada más.

Todo esto es lo que acabo de explicar a todas las llamadas que he recibido, repitiendo una y otra vez la misma historia hasta que las palabras en mi cabeza han empezado a dejar de tener sentido.

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