Bravo

Bravo


Portadilla

Página 3 de 12

He hablado también con la doctora Angulo y me ha insistido en que, pase lo que pase, tengo que seguir escribiéndolo todo aquí, que hacerlo me aclarará la cabeza, que la única salida es hacia delante, atravesando el bosque espeso en el que se está convirtiendo este lunes, y que este diario servirá como machete para abrirme paso. Sin mirar atrás. Sin mirar Twitter.

Bravo soy yo.

Bravo soy Yo.

BRAVO. SOY. YO.

Y... MIERDA. Acabo de abrir Twitter y no solo siguen siendo

trending topic Ramsés Pérez, Rafael Bravo y la Selección... Ahora también está «Yo soy bravo». No «Bravo soy yo». ¿Qué coño...? ¡Lo están poniendo al revés!

No puede ser... Un montón de asociaciones feministas están escribiendo que esta frase implica una «masculinidad tóxica» peor que la del puto Ramsés.

Voy bajando con el dedo, leyendo titulares y comentarios como «El nuevo seleccionador perpetúa la bravuconería en la cultura del fútbol», «No solo no se disculpa, sino que fanfarronea de su virilidad», «Una vez más, hombres ricos y poderosos presumiendo de lo gordos que tienen sus cojones», «Rafael Bravo se define a sí mismo como UN HOMBRE BRAVO», «Preparémonos, vuelve el derecho de pernada»...

¡QUÉ COÑO ESTÁ PASANDO!

Marta Prieto viene a por mí y para comunicarme que vamos de mal en peor, que entramos en

Def Con 1.

«Malas noticias, Rafael, tenemos que mandarte a Vietnam y dejarte solo en medio de la jungla», me dice.

En otras palabras: me voy a

El Chiringuito.

 

 

19:30 h

 

Me encuentro en la sala de invitados de

El Chiringuito de Jugones y me tiemblan las piernas. Desde aquí se oyen los gritos que están pegando en el plató.

No me he cambiado de ropa en todo el día y me la noto pegada a la piel. Mugrienta. Imagino que es por los distintos tipos de sudor que mi cuerpo está segregando a lo largo de este lunes, que me está pareciendo una semana entera. Siento como si llevara quince días seguidos con este traje, arrugado y maloliente. Como si hubiese aterrizado de un vuelo de mil horas y ahora estuviese buscando las maletas que me ha perdido la aerolínea, desperdigadas por distintos continentes.

Con la boca seca de no haber comido nada en todo el día, me encuentro devorando un cuenco de kikos y pasas en este camerino feo y claustrofóbico.

Delante de mí tengo a Marta Prieto y la doctora Angulo, mirándome según escribo. Cada una con su vaso de té humeante. Han venido a darme apoyo, moral y psicológico. Según Prieto, tengo que salir ahí y explicarme de manera tranquila. Con conceptos claros, nada de metáforas ni dobles sentidos. Olvidemos la estrategia de comunicación original, ahora hay que hablarle a los medios como si fueran niños de tres años. Ser lo más literal posible. La vaca hace «mu» y el perro hace «guau».

Y evitar por completo hacer declaraciones con la palabra «bravo».

Tengo que seguirles el rollo, pero no caer en provocaciones. Si consigo mantenerme centrado y hablar con calma, voy a parecer el más sensato por contraste.

Viene una chica con pinganillo y me pide que la acompañe. Me dice cuándo voy a entrar, pero no cuándo voy a salir.

 

 

23:03 h

 

No sé dónde estoy.

No sé cuánto rato he pasado corriendo.

No he parado hasta que he encontrado esta gasolinera en medio de la nada. Por fin, puedo sentarme.

Coches y camiones pasan a toda velocidad, salpicando charcos a solo unos metros de mí. Rugen pesados en medio de la noche, ajenos al drama.

Tengo frío. Será porque he perdido los pantalones y voy descalzo. También me han arrancado una manga de mi Ermenegildo Zegna. Estoy sentado a una mesa de madera, de esas en las que se sientan las familias a comer bocadillos. Veo unos arbustos que pueden ser útiles para esconderme si aparecen los de

El Chiringuito. Los Jugones.

He llorado y de la nariz me caen mocos. Ahora sí que estoy temblando de verdad, apenas puedo escribir recto. Todavía no entiendo qué ha pasado, voy a intentar reconstruir los hechos.

He salido al plató y me han sentado en esos banquillos, entre Pedrerol y los ocho tertulianos (¿por qué

tantos?), y bajo los focos calientes he notado cómo mi olor corporal empeoraba.

Lo primero ha sido Pedrerol preguntándome por mi situación. He respondido explicando lo que me ha pasado hoy, sin más. Me han escuchado atentamente y, de hecho, me ha sorprendido lo fácil que ha sido. Ambiente sorprendentemente sosegado. Me han hecho preguntas tan sencillas como: «Entonces estás diciendo que NO apoyas las juergas de Ramsés Pérez, ¿no es así?» o «¿Eres muy fiestero, Rafael?». Cosas que se pueden responder con un sí o un no.

La cosa se ha empezado a torcer cuando Pedrerol ha pinchado la imagen en la que salgo yo en la presentación, sonriendo con mi apellido «BRAVO» enorme a mis espaldas.

—Claro, Rafael. Pero es que, a ver, yo veo esta foto en la que claramente se lee BRAVO y, objetivamente, lo veo como toda una declaración de intenciones. ¿Cómo explicas tú que esto no es un gran aplauso, un ¡bravo!, hacia todo lo que te estás posicionando en contra? Estaremos de acuerdo en que, como mínimo, es un poco

raro.

En este momento ha sonado un clic como de cámara fotográfica y una voz diciendo «retratado». De la nada. En las pantallas de plasma ha salido de repente mi cara de capullo congelada en un fotograma, enmarcada en un recuadro incriminatorio de color rojo. He quedado oficialmente

retratado. Una especie de broma del programa pensada para humillarme.

—Pero, a ver, si es que Bravo es mi apellido, ¡nada más! ¡No es un aplauso a favor ni en contra de nada!

—A ver, yo aquí interpreto que claramente estás pensando «¡bravo!» con toda tu alma. ¡Sale ahí escrito, encima de tu cabeza!

—Pero ¿cómo cojones van a salir escritos mis pensamientos? ¿Cómo coño puede ser eso algo real?

—Bueno, vamos a ver, no es necesario utilizar lenguaje grosero, por favor, sosiego.

Podía ver a Marta Prieto detrás de las cámaras alzándome la palma de su mano y apretando sus labios en señal de calma. Pidiendo paz según iban sonando efectos de sonido de tensión, como si estuviésemos descubriendo al asesino en una peli de detectives. ¡Pum! ¡Chan!

Antes de poder apaciguar ese ligero resbalón, un grito de Roncero me ha pillado por sorpresa.

—¡Claro, coño! ¡Lo que pasa es que Ramsés es del Real Madrid y esto es una caza de brujas, como siempre! ¡Los del Barça bien que se van de parranda también, pero nadie les dice nada porque son taaaan guapos! YO TAMBIÉN DIGO: ¡BRAVO! —Y se ha levantado para besarse el puño en un gesto de respeto hacia mí.

Entonces, Marta Prieto ha abierto mucho los ojos, meneando muy rápido la cabeza para decirme que eso NO nos conviene. Pero Roncero ya estaba encendido, ya le podíamos ver las venas del cuello a punto de explotar.

—¡ESTE HOMBRE ES UN EJEMPLO PORQUE ESTÁ DICIENDO EN VOZ ALTA TODO LO QUE LOS DEMÁS NO NOS ATREVEMOS A DECIR! ¡BRAVO SUS HUEVOS!

A mi lado, el viejo Loco Gatti me ha cogido de los hombros, sonriéndome, riéndose como un perro sarnoso no sé exactamente de qué. Oliendo a coñac. En el otro lado del plató, los demás tertulianos me miraban muy serios, casi enfadados desde sus banquillos. Cristóbal Soria es el que me ha dado más miedo, con su penetrante mirada de oficial nazi. Caras de desaprobación mientras los plasmas de todo el plató iban reproduciendo los vídeos de Instagram del gañán de Ramsés Pérez. Roncero seguía gritando a lo bestia como un gnomo cabreado, quitándose su bufanda del Real Madrid y blandiéndola como si se estuviera protegiendo de fantasmas que solo él podía ver.

Pedrerol intentaba simbólicamente calmar a esa bestia, levantando una mano, mientras daba indicaciones mudas con un bolígrafo a alguien. O a la nada, quién sabe. El programa había caído en una de sus famosas derivas terroríficas y yo me encontraba en medio de ese tsunami.

De repente, ha saltado el tertuliano culé Quim Domènech en el otro extremo del plató.

—¡Ramsés Pérez es un mamarracho! ¡Ni es un jugador de fútbol decente, ni siquiera un hombre, es un NIÑATO! Le importa más la fama y el mamoneo que marcar goles. ¡Eso no se puede decir de ningún jugador del Barça!

—¡Y UNA MIERDA! ¡RAMSÉS ES UN HOMBRE CON LOS HUEVOS MÁS GORDOS QUE CUALQUIERA DE NOSOTROS!

Marta Prieto tenía ya la cara hundida entre sus manos. Yo lo miraba todo acojonado, era imposible meter baza en ese jaleo.

—Bueno, hombre, tampoco creo que sea plan de ir por ahí, Tomás —lo intentaba frenar Pedrerol.

—¡Cómo que no! ¡El mismo seleccionador de ESPAÑA aquí presente lo ha reconocido, que es un hombre BRAVO, que tiene unos huevazos enormes como los de Ramsés Pérez! ¿Es así o no? —Se quedó mirándome fijamente.

—Bueno... eh, yo...

Todo eso me había superado.

—¡PUES CLARO QUE SÍ, COÑO! —Roncero seguía con el piloto automático—. ¡YO SOY BRAVO! ¡Y YO TAMBIÉN! ¡Y TODOS! ¡Saquémonos todos los cojones para que quede claro que Rafael Bravo los tiene más gordos!

Y, según lo decía, el puto loco se ha desabrochado el cinturón y se ha bajado los pantalones. Se estaba sacando los huevos de verdad. Pedrerol ha hecho el ademán de pedir orden, pero ha sido inútil (y tampoco se ha esforzado en exceso, él mismo sabe que es absurdo pretender frenar estos trenes).

Cristóbal Soria, impertérrito hasta ese instante, ha saltado como si lo hubiese disparado un muelle, poniéndose en pie y bajándose los pantalones también. Obviamente, al Loco Gatti le ha faltado rato para animarse también a sacarse los testículos. Como su propio nombre indica, es un kamikaze.

En escasos segundos, me he visto rodeado de penes y testículos de avanzada edad.

Una nube de olor fortísimo a whisky me ha invadido de golpe; era Pipi Estrada levantándose para enseñar sus genitales. He sentido que me iban a violar y Marta Prieto, mi faro, ya no estaba ahí.

Los efectos de sonido en ese momento ya sonaban gratuitamente, sin sentido alguno. Voces pregrabadas exclamando sorpresa, ruidos de terror, truenos. Y Pedrerol intentando hacerse oír sin resultado. «Por favor, por lo menos no enfoquéis los genitales», pedía a Realización.

Roncero gritándome a pleno pulmón, con sus cojones peludos a escasos centímetros de mi cara, exigiéndome que enseñase los míos también. Mirara donde mirase, estaba rodeado de pantallas con su cara en un detalladísimo primer plano, con la frente perlada de sudor y su boca disparando capellanes de pura ira. Y ante mí, más y más penes y testículos agarrados por las manos de sus respectivos propietarios, cada vez más cerca. Ahogado, ya solo podía respirar aire de polla.

—VENGA, COMPAÑERO, ¿ESTAMOS O NO ESTAMOS?

Ha sido entonces cuando me han agarrado entre varios para quitarme los pantalones a la fuerza. Mientras uno me quitaba los zapatos, otro me desabrochaba el cinturón. No he querido ponerme violento, pero tampoco daba crédito a lo que estaba sucediendo. Me he resistido todo lo que he podido, pero ha sido inútil frenar el terrible acoso de mil manos desnudándome a la fuerza mientras penes y testículos fuera de control rebotaban contra mi cara.

No creo que se haya visto nada en televisión porque han formado un corrillo hermético, bloqueando cualquier visión más allá de ese infierno oscuro de carne y pelo. La violencia les ha llevado a arrancarme pedazos de ropa. El ansia por verme los huevos.

Por alguna razón, me he acordado de cuando era un niño, en mi pueblo.

Ese pensamiento ha generado un cruce de cables en mi cerebro y he arremetido como un rinoceronte contra ellos, tirando al suelo al pobre Loco Gatti, desnudo de cintura para abajo, regalándome la terrible visión de su ano abierto ante mí. Con ese recuerdo en mente, he salido corriendo de ahí sin rumbo claro, llevándome por delante al equipo técnico y personal que me he encontrado. He chocado contra el panel de efectos de sonido, desatando una ristra de ruidos, notas, frases recurrentes y efectos de tensión solapados. Una auténtica pesadilla sonora que me ha hecho correr todavía más enloquecidamente hacia todo lo que pareciese una salida.

Sin pantalones, abriendo puerta tras puerta, atravesando pasillos infinitos, saltándome controles de seguridad... he conseguido dar con el exterior, donde he seguido corriendo como si me persiguiera el mismo diablo.

He salido de los estudios de televisión arrastrando la petaca de mi micrófono por el asfalto de la M-30, corriendo sin mirar atrás, hasta llegar a esta área de servicio perdida, sin dinero, sin móvil, pero con el diario en el bolsillo de mi chaqueta mutilada. Respirando hondo. Asumiendo el trauma. Reprimiéndome para no volver a llorar.

¿Soy Bravo?

Suena un pitido. Es mi Viceroy indicándome que ya estamos a martes.

C

ó

m

o

s

e

g

a

n

a

u

n

a

l

i

g

a

Como entrenador de pura cepa que soy, la gente se me acerca a menudo preguntándome: «Rafael, amigo, ¿cómo demonios se gana una liga?». A lo que yo siempre respondo: «¡Yendo al partido follao y cagao!». Y nos reímos sanamente.

Y bueno, no, eso es una broma.

La verdad es que es muy complicado. Ganar una liga tiene mucha ciencia, hay que saber jugar con los elementos, ser un buen líder.

Nunca será tan fácil como gritar a tus jugadores: «¡A METER GOLES, CABRONES!»... ¡Ojalá! Los jugadores son como niños malcriados a quienes hay que obligar a comer sus verduras. Hay que saber motivarlos, retarlos. Manipularlos un poco para que salgan al campo a darlo todo. Hay que darles una de cal y otra de arena, tenerlos felices pero a la vez alerta.

Uno se puede leer mil libros de teoría futbolística y repasarse todos los

Informe Robinson que hayan emitido, que lo único que conseguirá será una jaqueca terrible.

Toda esta prosa es muy bonita, está muy bien teorizar sobre el juego. Pero, a lo largo de los años y después de liderar varios equipos, he descubierto que la clave del éxito está en saber escoger la película que se les pone en el autocar hacia el partido.

Hay que ser hábil eligiendo con qué se van a distraer los chavales antes de saltar a la batalla. Es fundamental que las horas antes del partido las vivan con alegría, que consigan un estado mental limpio, de no pensar en nada. Zen. Llevo dos ligas y una Champions ganadas a mis espaldas, así que creo que sé lo que me digo.

La peli del autocar es el secreto de mi carrera como entrenador.

Clasicazos como

Beethoven (la del perro),

Batman forever,

Cara a cara o

La señora Doubtfire siempre se encontrarán en el salpicadero de cualquier autocar que se precie, en formato VHS. Y siempre, el 100 % de los casos, funcionan.

Películas hechas para verlas en el autocar hay un montón, pero hay que saber elegir. Por ejemplo,

El peque se va de marcha en un viaje hacia Logroño puede sonar como un plan divertido, pero por culpa de esa mala elección nos metieron siete goles en un partido de Copa del Rey. Por lo visto, esta entretenidísima comedia familiar en la que un bebé se pierde gateando por la gran ciudad deprime a los jugadores. Muchos de ellos son padres de niños que todavía no han aprendido a hablar, así que esta película les hace pensar en el poco rato que pasan junto a ellos. Imaginan que sus hijos, frustrados por la escasa atención que están recibiendo, se escapan y montan su propia vida en la puta calle. Después de ese partido se volvieron tristes a sus casas y todos publicaron

posts de Instagram junto a sus chiquillos. Los

posts más cariñosos que he visto en mi vida.

Hook, por otra parte, siempre nos hace llorar a todos (yo me incluyo, por supuesto), pero a ellos les deja con un subidón increíble, que si se empalma adecuadamente con la llegada al campo contrario se traduce en un partido apasionante. Se vuelven invencibles.

Según mi experiencia, estos serían algunos de los títulos más recurrentes:

La familia Adams es una apuesta arriesgada, pero ha dado alegrías. Motiva en especial a los porteros.

Dos tontos muy tontos: éxito asegurado, goleada garantizada. Pero hay que saber administrarla; si se abusa de ella, deja de funcionar. Lo mismo pasa con

La roca.

Casper en días de mucho calor siempre refresca y deja buen sabor de boca.

Jurassic Park funciona muy bien pero solo si se deja a medias. La segunda mitad los cansa.

Ace Ventura los confunde, mientras que

Ace Ventura: Operación África los anima una barbaridad.

Solo en casa,

Big,

Cheque en blanco,

Ritchie Rich o cualquier peli en la que un niño se vuelve rico de repente los convierte en imparables, salen a jugar con un montón de ilusiones e ideas para negocios locos que luego a veces incluso acaban llevando a cabo.

Pretty Woman está prohibida. Antes de los partidos no es nada conveniente hacerles pensar en putas.

La máscara: no tengo claro si es buena o mala para el juego, pero yo me meo siempre con ella.

Puedo decir orgulloso que esta técnica es de cosecha propia, aunque otros entrenadores se la han querido apropiar.

Fernando Hierro creyó que funcionaría también poniéndoles auriculares para escuchar mejor la película. No contaba con que así se perdía el sentimiento de equipo; los jugadores se aislaban y no se reían igual, no aplaudían, no se abrazaban al emocionarse... Lógicamente, los partidos que jugaron esa temporada fueron un desastre. Hierro no sabía de dónde le caían las collejas. Es importantísimo que lo vivan como una experiencia común, mirando todos a la misma pantalla de tele del autocar. Da igual si la escuchan mejor o peor. ¡Da igual si entienden los diálogos!

Guardiola quiso ir de guay y una vez regaló a todos sus jugadores iPads con wifi en los que cada uno podía escoger entre la amplia oferta de la plataforma HBO. El peor partido de su carrera, obviamente. La mayoría se pasó la primera mitad del viaje intentando decidir qué peli mirar. Peli que luego dejarían a medias, claro. Llegaron más desubicados que un grupo de hormigas en el culo de un mono.

Esta sofisticada técnica de calentamiento se tiene que combinar con el típico discurso motivacional que se da en el vestuario justo antes de salir a jugar. Hay que saber relacionar el discurso con el argumento de la película que se acaba de ver, claro. Por ejemplo, uno de mis discursos más icónicos:

«Venga, chicos, escuchadme. ¡Chicos! ¡Silencio, cojones! Vamos... sé que todos lo hemos pasado de miedo con

Solo en casa 2: perdido en Nueva York, pero ahora toca ponernos serios y afrontar este partido contra el Real Madrid.

»Como todos sabéis, el Madrid es un adversario fuerte, fiero. Y ya les ganamos en el partido de ida, así que ahora saldrán todavía más furiosos.

»En el partido de ida jugábamos en casa, con ventaja, como Kevin McCallister en

Solo en casa. Controlando cada milímetro del campo de batalla. Pero ahora nos encontramos en terreno ajeno... ¡como Kevin McCallister en

Solo en casa 2! ¿Acaso eso nos va a achantar? ¡NI DE COÑA, NOS HARÁ MÁS FUERTES!

»Todos vivimos de puta madre en nuestras mansiones igual que Kevin, tirando de la Visa de su padre en el hotel Plaza. ¡A todos nos gusta un buen cachondeo! Pero ahora nos encontramos atrapados en una casa rara, abandonada, destartalada, y los ladrones nos tienen acorralados. O eso creen ellos... ¡porque la hemos llenado de trampas y vamos a metérselas por el culo! Podemos repetir jugadas que en el anterior partido nos funcionaron, como Kevin repite el ataque de tirar botes de pintura atados a una cuerda. Eso les hará creer que nos tienen pillado el truco. Que se confíen... ¡Lo que ellos no saben es que, además, tenemos un yunque absurdamente enorme con el que los vamos a aplastar! ¡¡ESTO ES SOLO EN CASA 2: PERDIDO EN NUEVA YORK, UNA SECUELA AMBICIOSA!! ¡¡MÁS GRANDE, MÁS FUERTE!!»

«¡SÍ, JODER!», gritaban mis jugadores. Y salían a ganar.

Cuatro goles a cero les metimos ese día.

Más adelante, en las temporadas de 2008-2009 y 2009-2010, probamos a ver capítulos de la serie

Lost, que por aquel entonces estaba pegando muy fuerte. Se le ocurrió a Alfonso, el masajista del equipo. Al principio reconozco que me pareció una idea un poco fuera de lugar, no me convencía lo de cambiar películas por una serie, ¡pero terminó siendo un éxito absoluto! Nos tragábamos cuatro y hasta cinco episodios en cada viaje. Estábamos enganchados hasta la médula. ¡Y era perfecta para dar discursos! Muy inspiradora.

Algunos equipos leen pasajes de la Biblia; nosotros veíamos

Lost.

Qué serie tan trepidante... Siempre con un giro final que nos dejaba con el culo torcido. Gritábamos, aplaudíamos y en el vestuario sacábamos teorías entre todos. Si había tiempo, asignaba a cada uno un personaje de la serie y hacíamos un poco la pantomima. Llegamos a hacer bote para comprar pelucas y disfraces. Durante esa época, jugamos nuestros mejores partidos.

Pero a veces también causaba problemas, no lo voy a negar.

Lost se convirtió en un arma de doble filo.

Impuse la norma de que no se podían ver episodios nuevos fuera de los viajes... pero no siempre se respetaba.

Intentábamos ir en autocar todo lo posible para poder avanzar con temporadas atrasadas. Si el destino era lejano y convenía más viajar en avión, nosotros íbamos igualmente en autocar. Incluso si había mar por el camino y había que coger un ferri, nos organizábamos. Incluso si jugábamos en casa, arrancábamos el autocar y dábamos tres vueltas a nuestra ciudad. Lo que hiciese falta para avanzar

Lost. ¡Pero aun así había cabrones que veían capítulos nuevos en casa, por su cuenta!

«Yo es que la veo con mi novia», me decía alguno. «¿Y tu novia te está pagando los millones que te paga el club, hijo de puta? —les respondía yo—. ¡ME DA IGUAL EL TIPO DE CONTRATO QUE TENGAS, QUE ME LO VOY A FOLLAR VIVO SI TE ATREVES A VER UN SOLO CAPÍTULO MÁS SIN NOSOTROS!»

Me estaba afectando un poco el asunto, lo reconozco. No estoy orgulloso de haber hecho llorar a más de un jugador, cuando el objetivo de todo aquello era precisamente unirnos como una familia. Reconozco que

Lost se nos fue un poco de las manos.

En una ocasión, tuve un jugador pesadísimo que no paraba de rajar sobre la serie en el banquillo. Era nuevo e iba mucho más avanzado en la serie que el resto del equipo y yo tenía miedo de que me soplara algún

spoiler que me fastidiara algún misterio. Tenía que hacer cualquier cosa para alejarlo de mí. Nos jugábamos el pase a semifinales de la Copa del Rey contra el Valencia e íbamos empatados, ya en la segunda parte, así que la cosa estaba tensa como para sacar a un novato. Pero estaba volviéndome loco porque el pelmazo lo estaba cascando todo ahí a mi lado. Le pedí varias veces que se callara, pero parecía imposible, el tío era tonto como un zapato. Así que, finalmente, tuve que pedir el cambio y lo hice salir a jugar. Sin calentar ni nada, a pelo. Que le fuera a destripar la serie a otro. En la retransmisión del partido se me puede oír en ese momento gritando: «¡Vete a contarle lo que es el Humo Negro a tu puta madre!».

La afición recibió el cambio con dudas, claro... ¡Pero el idiota terminó siendo el que marcó el gol que nos hizo ganar ese partido! ¡Al final, la jugada me salió redonda!

Estas son las recompensas que te da el deporte por una buena idea, supongo. Saber dirigir un equipo de Primera División es mucho más que entrenar y hacer sudar a tus chavales. ¡Hay que entretenerlos!

P

l

a

y

a

B

á

v

a

r

o

,

1

9

9

1

Ángeles.

Mi exmujer se llama Ángeles Torero y es conocida por presentar los informativos de Televisión Española en la edición de mediodía.

Yo la conozco por ser mi mano derecha durante mis años dorados como jugador, la mejor tiradora con arco que he visto en mi vida y la madre de mis tres hijos: Alberto, Juan y King Kunta.

Después de la debacle de

El Chiringuito, Marta Prieto me ha recomendado pasar un par de días apartado de cualquier foco de atención, mi casa incluida. Por eso me he venido a la mansión de Piqué y Shakira, que han sido tan amables de refugiarme. Desde una de las hamacas de su fabulosa piscina con vistas a Barcelona hago los deberes que la doctora Angulo me ha encomendado: escribir sobre Ángeles.

Hablar de Ángeles me lleva al año 1991.

Ir a la siguiente página

Report Page