Blonde

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Marilyn: 1953 - 1958 » Cherie, 1956

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Cherie, 1956

¡Me gusta Cherie! Es muy valiente.

Cherie no bebe cuando tiene miedo. Nunca toma pastillas. Porque si Cherie empieza algo, sabe cómo ha de terminar. Dónde ha de terminar.

A Cherie la aterra volver al lugar de donde procede. Yo cerraba los ojos y veía una orilla arenosa, un riachuelo fangoso y poco profundo, y un único árbol, alto y delgado, con las gruesas raíces al aire, semejantes a venas. La familia vivía en una caravana abollada, rodeada de latas oxidadas y cepas. Cherie y sus hermanos. Cherie era la «mamaíta». Les cantaba, jugaba con ellos. Había tenido que dejar la escuela a los quince años para ayudar en casa. Puede que hubiera tenido un novio, un veinteañero. Este joven le rompió el corazón, pero no mermó su dignidad. Ni su espíritu. Cherie cosía juguetes de trapo para sus hermanos y hermanas y remendaba la ropa de la familia. Su indumentaria de cantante de cabaret da grima, con tantos sietes y zurcidos. Hasta las medias de malla negras tienen zurcidos. Cherie no era rubia platino, era rubia lejía. Antes tenía buen color de cara, de pasar mucho tiempo al aire libre, pero ahora está mortalmente pálida. Pálida como la luna. ¿Está anémica tal vez? Bo, el vaquero, le echa un vistazo y sabe que ella es su Ángel. ¡Su Ángel! Puede que siempre haya estado anémica, y sus hermanos menores también. Avitaminosis. Un hermano era retrasado mental. Una hermana había nacido con el paladar hendido y no había dinero para operarla. Cherie, de niña, escuchaba mucho la radio. Cantaba con la radio. Sobre todo canciones vaqueras y country. A veces lloraba, porque su propia voz le rompía el alma. Yo la veía levantando a un niño con el pañal empapado y llevarlo a la caravana para cambiarlo. Su madre veía mucho la televisión, cuando funcionaba el aparato. Su madre era una cuarentona gorda y de piel cetrina, una borracha con la cara aplastada y arrugada, como masa de pan sin cocer. El padre de Cherie se había ido. Nadie sabía adónde. Cherie se fue a Memphis en autostop. Había allí una emisora de radio que ella escuchaba y esperaba conocer a algún pinchadiscos. Era un trayecto de trescientos kilómetros. Prefirió ahorrarse el dinero del autobús y subió a un camión que iba muy lejos. Qué guapa eres, le dijo el camionero. La más guapa que ha subido a este camión. Cherie se hizo la sorda, la muda y la retrasada mental. Y abrió la Biblia.

El camionero la miraba con tanto desenfado que se asustó y se puso a canturrear cantos bíblicos. Aquello calmó al camionero, muy deprisa.

Cómo terminó Cherie a los treinta años, en una taberna de Arizona, cantando Old Black Magic con el tono cambiado ante un público de vaqueros borrachos que no la escuchaban, nadie lo sabe.

Acosada por un vaquero loco por ella. Su Ángel. Siempre chillando, torpe como un novillo. A ella le daba mucho miedo, pero se enamorará y se casará con él.

Tendrá hijos a los que cantar y con los que jugar. Y a los que coser juguetes y zurcir ropa.

¡Papá, te echo de menos! Esto está lejísimos.

Cariño, cogeré el avión y te veré la semana que viene. Creí que te gustaba estar ahí. Las montañas…

Las montañas me asustan.

¿No decías que eran hermosas?

Ha pasado algo, papá.

¿Qué, cariño? ¿Qué ha pasado?

No… no lo sé.

¿Te refieres al plató? ¿Con el director, con otros actores?

No.

Cariño, no me asustes. ¿Es que… es que no te encuentras bien?

No lo sé. Ya no recuerdo lo que es encontrarse bien.

Mi querida Norma, mi queridísima criatura, dime qué pasa.

* * *

¿Lloras, cariño? ¿Qué es?

No sé…, no sé cómo decirlo, papá. Me gustaría que estuvieras aquí.

¿Alguien te ha tratado mal? ¿Qué es?

Me gustaría que estuviéramos casados. Me gustaría que estuvieras aquí.

Pronto estaré ahí, cariño. ¿Por qué no me dices lo que pasa?

Tengo… tengo miedo.

¿Miedo de…?

* * *

Cariño, esto es terrible. Te quiero mucho. Me gustaría serte útil.

Ya lo eres, papá. Por estar donde estás.

No… no estarás tomando demasiadas pastillas, ¿verdad?

No.

Porque es preferible ser un poco insomne a…

Ya lo sé. Me lo dijiste tú, papá.

¿Seguro que nadie te ha hecho daño? ¿Ni ofendido?

Creo que sólo es… que tengo miedo. El corazón me late muy fuerte a veces.

Estás alterada, cariño. Por eso eres tan buena actriz. Te sumerges en tu papel.

Me gustaría que ya estuviéramos casados. Me gustaría que me abrazaras.

Cariño, me estás rompiendo el corazón. ¿Qué puedo hacer por ti?

* * *

¿De qué tienes miedo, querida? ¿De algo en concreto?

Nunca escribirás sobre mí, ¿verdad?

Cariño, claro que no. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?

Es lo que hacen. A veces. Los escritores.

Yo no soy los demás. Tú y yo no somos los demás.

Ya sé que no, papá. Pero a veces tengo mucho miedo. No quiero dormir…

No habrás bebido, ¿verdad?

No.

Porque no toleras el alcohol, querida. Eres demasiado sensible. Tu metabolismo, tus nervios.

No bebo. Sólo champán, en las celebraciones.

Pronto tendremos celebraciones, cariño. Habrá mucho que celebrar.

Me gustaría que ya estuviéramos casados. Entonces no creo que tenga miedo.

Pero ¿de qué tienes miedo, cariño? Anda, intenta explicármelo.

* * *

No te oigo, cariño. Por favor.

Creo… que tengo miedo de Cherie.

¿De Cherie? ¿Qué?

Tengo miedo de ella.

Cariño, creí que te gustaba el papel.

¡Y me gusta! Me gusta Cherie. Cherie… soy yo.

Cariño, es posible que Cherie sea una parte de ti, pero sólo una parte. Tú eres mucho más de lo que Cherie podría ser.

¿De verdad? Yo creo que no.

No seas tonta. Cherie es una mujer cómico-patética. Una chica del sur de Alabama, dulce e ingenua, pero sin talento. Una cantante que no sabe cantar, una bailarina que no sabe bailar.

Es mucho más valiente que yo, papá. No desespera.

Pero ¿qué dices, cariño? Tú no desesperas. Eres una de las personas más felices que conozco.

¿Lo soy, papá?

Claro que sí.

Te hago reír mucho, ¿verdad? Y a otra gente.

Claro que sí. El mundo reconocerá algún día que eres una actriz extraordinaria.

¿De verdad?

Claro que sí.

Te gusté en el papel de Magda, ¿verdad? Te hice reír y es posible que te hiciera llorar. No eché a perder el papel.

Cariño, estuviste excelente en el papel de Magda. Fuiste una Magda más rica que la que yo había creado. Y Cherie será una interpretación más brillante aún.

A veces no sé lo que quiere decir la gente con esa palabra, interpretación.

Eres una actriz consumada, tú «interpretas». Como un bailarín baila en el escenario, y se despide. Como interpreta un pianista, un orador público. Tú eres siempre más grande que tus papeles.

Se ríen de Cherie. No la comprenden.

Se ríen porque les haces gracia. Tú haces que Cherie sea graciosa. La risa no es cruel, sino de simpatía. Se ven a sí mismos en ti.

¿La risa no es cruel? Puede que sí.

No cuando el intérprete la domina. Tú eres la intérprete y tú tienes las riendas.

Pero Cherie no sabe que hace gracia. Ella cree que será una estrella.

Por eso hace gracia. Es muy… inconsciente.

¿Está bien reírse de Cherie porque es «inconsciente»?

Cariño, ¿qué estamos discutiendo? ¿Por qué estás tan alterada? Claro que Cherie es graciosa, y también conmovedora. Bus Stop es una obra muy divertida y también conmovedora. Pero es una comedia, no una tragedia.

El final…

Bueno, es un final feliz, ¿no? Se casan.

Cherie no tiene a nadie más. Nadie más la quiere.

Cariño, ¡Cherie es un personaje de teatro! ¡De una obra de William Inge!

No.

¿Qué significa no?

Cherie, Magda…, las demás. No son solamente papeles.

Desde luego que sí.

Están en mí. Yo soy ellas. Son personas reales del mundo, además.

No te comprendo, cariño. Sé que no crees lo que dices.

Si no fueran reales en alguna parte, no podrías escribir sobre ellas. Y nadie las reconocería. Aunque tengan otro aspecto.

Está bien, cariño. Creo que sé lo que quieres decir. Tienes sensibilidad poética.

¿Y eso qué significa, que soy una rubia tonta? ¿Una tía burra?

¡Por favor, cariño!

Han llegado a llamarme guarra y cretina.

Cariño…

¡Me gusta Cherie! No me gusta Marilyn.

Cariño, ya hemos hablado de eso. No te alteres.

Pero la gente se ríe de Cherie como si tuviera derecho a hacerlo. Porque es un desastre. «No sabe cantar, no sabe bailar.»

No porque sea un desastre, sino porque tiene pretensiones.

Tiene esperanzas.

Cariño, no creo oportuno que hablemos así. Estamos muy lejos. Si estuviera allí…

Vosotros os reís de Cherie, la gente como tú. Porque tiene esperanzas y ningún talento. Es un desastre.

… te lo explicaría mejor. Te quiero mucho, me siento fatal cuando no nos entendemos.

Lo que pasa es que me gusta Cherie y quiero protegerla. De que la comparen con una mujer como Marilyn, ¿entiendes? Entonces es cuando se ríen.

Cariño, Marilyn es tu nombre artístico, tu nombre profesional, no una persona. Hablas como si…

A veces, por la noche, cuando no puedo dormir, lo veo claro. Dónde cometí el primer error.

¿Qué error? ¿Cuándo?

La luna brilla tanto aquí que molesta en los ojos. El aire es muy frío. Aunque corra las cortinas y me tape los ojos, sé que estoy en un paisaje extraño, incluso de noche.

¿Te gustaría que fuera antes, cariño? Puedo hacerlo.

¿Te he contado que fui a Sedona el otro día? Está al norte de Phoenix. Era como el principio del mundo. Aquellas montañas rojas… Y tan vacío… Y silencioso. Quizá fuese el fin del mundo. Como si fuéramos viajeros del tiempo y hubiéramos ido demasiado lejos y no pudiéramos volver.

Me dijiste que te pareció hermoso…

Sería hermoso en el fin del mundo. El sol estará totalmente rojo y llenará casi todo el cielo, eso dicen.

Ese error del que has hablado…

No tiene importancia, papá. Entonces no te conocía.

En todos los oficios se cometen errores, cariño. Lo que cuenta es lo que hacemos bien. Tú has hecho muchísimas cosas bien, créeme.

¿De verdad?

Desde luego que sí. Eres famosa: eso tiene que contar algo.

¿Para qué cuenta, papá? ¿Significa que soy buena actriz?

Yo creo que sí, sí.

Pero ahora soy mejor actriz. Desde Nueva York.

Sí. Lo eres.

¿Significa que debería estar orgullosa de mí misma?

Creo que deberías estar orgullosa de ti misma, sí.

¿Tú estás orgulloso de ti mismo, papá? ¿De tus obras?

Sí. A veces. Lo procuro.

Yo también lo procuro, papá. ¡En serio!

Ya lo sé, cariño. Eso es bueno y saludable.

Pero ahora todo el mundo me vigila, esperando que dé un patinazo. No estaban acostumbrados. Yo no era nadie entonces. Ahora soy Marilyn y están esperando. Como en Nueva York…

Cariño, estuviste magnífica en Nueva York. Fue tu primera actuación ante un público real y todos se quedaron impresionados y pasmados. Ya lo sabes.

Pero estaba muy asustada. Ay, Señor, qué asustada estaba.

Es el miedo escénico, cariño. Todos lo tenemos a veces.

No creo que pueda vivir con ese miedo. Me deja agotada.

Si actúas en el teatro, ensayarás durante semanas. Seis como mínimo. No será como aquella tarde.

Papá, me gustaría dormir por la noche, pero… tengo miedo de mis sueños. La luna brilla mucho, y las estrellas. Estoy acostumbrada a la ciudad. Si estuvieras aquí, sé que podría dormir. Te amaría, amaría, amaría y, ¡guau!, dormiría.

Pronto, cariño. Estaré ahí pronto.

Quizá no despertase nunca, si durmiese mucho.

No digas eso, cariño.

No, porque no puedo dejarte. Cuando estemos casados, no pasaré ni una sola noche lejos de ti.

No tendrás que hacerlo. Me encargaré de eso.

Papá, ¿te he contado lo de la escena del rodeo de la película? Cherie está allí, en las gradas. Le cuesta subir con los tacones altos y la falda estrecha. Tiene la piel muy blanca. La empalidecimos, con un maquillaje especial que me aplicaron, no sólo en la cara, sino en todo lo que se me ve. Es la única entre el público que parece… aquel ser extraño, triste y pálido como la luna. Una hembra. Las demás mujeres llevan pantalón de vestir o vaqueros, como los hombres. Se lo pasan bien.

¿Cherie no se lo pasa bien?

Es una atracción de circo, no se lo puede pasar bien. Yo subía por las gradas, el sol brillaba mucho, me mareé y me puse a vomitar. ¡No mientras filmaban!

¿Te duele el estómago? Cariño, ¿estás enferma?

Es Cherie, lo tensa que está. Porque sabe que la gente se ríe de ella aunque, como tú dices, sea «inconsciente».

No dije «inconsciente» en sentido peyorativo, querida. Sólo lo dije para explicarte…

No quiero sentir vergüenza toda la vida. Hay gente que se ríe de mí…

Que se vayan a la mierda. ¿Quiénes son?

Gente de Hollywood. En todas partes.

Escucha, por el amor de Dios, la revista Time va a sacar en portada un reportaje sobre Marilyn Monroe. ¿Cuántas actrices, cuántos actores han aparecido en la portada de Time?

Papá, ¿por qué dices eso?

¿Qué? ¿Qué pasa?

¡Les dije que era demasiado pronto! Les dije que no lo quería aún. No soy tan vieja…

Claro que no eres vieja. No lo eres en absoluto.

… como lo seré cuando esté preparada. Cuando lo merezca.

Cariño, es un honor. Pero no te lo tomes demasiado en serio. Ya sabes lo que es la publicidad. Esto es publicidad de Bus Stop. Tu «vuelta a Hollywood». No te hará ningún daño, al contrario.

¿Por qué lo has mencionado, papá? No quiero pensar en eso ahora.

Leeré el reportaje antes que tú, te lo prometo. No necesitarás ver la portada si no quieres.

Pero la gente la verá. En todo el mundo. ¡Mi cara en la portada! Mi madre la verá…, oh, ¿y si el periodista dice cosas feas sobre mí? Sobre mi familia. Sobre… ti.

Cariño, estoy seguro de que eso no ocurrirá. Será un reportaje celebratorio, «La vuelta de Marilyn Monroe a Hollywood».

¡Papá, estoy muy asustada! Preferiría que no me lo hubieras dicho.

Lo siento, cariño. Por favor. Sabes que te adoro.

Ahora ya no podré dormir. Estoy muy asustada.

Cariño, estaré ahí en cuanto pueda. Mañana por la mañana haré los preparativos.

Ahora es peor. Peor que antes. Faltan seis horas para empezar, para ser Cherie otra vez. Tengo que colgar, papá. ¡Te quiero!

Espera, cari…

Llamar al doctor Fell a su habitación del motel. Sin que importe la hora de la noche. El doctor Fell, sonriendo, con su maletín médico de urgencias.

Un paisaje rojo desierto. Por el día, una foto velada. Por la noche, un cielo tachonado de luces como gritos lejanos. No sólo obligan a apartar los ojos, sino a apretar las manos contra los oídos.

Lo que ocurría en Arizona, en los exteriores de Bus Stop, lo que había ocurrido en Los Ángeles, lo que ella no podía contar a su amante era una extrañeza demasiado elusiva para identificarse.

Había empezado durante el largo vuelo hacia el oeste. Después de haberse despedido del Dramaturgo en LaGuardia y haberlo besado, besado, besado hasta que les escoció la boca.

La misión que le aguardaba a él era el divorcio. La misión de ella, volver a Marilyn Monroe.

O había empezado durante el largo vuelo al oeste. El avión volando por delante del sol. Preguntó varias veces a la azafata (que servía bebidas) qué hora era en Los Ángeles, cuándo llegarían y cómo se ajustaba el reloj. Por lo visto no sabía calcular si eran viajeros del tiempo lanzados hacia el futuro o hacia el pasado.

El guión de Bus Stop, con sus numerosos añadidos, correcciones y pasajes tachados. Había visto la obra en Broadway, protagonizada por Kim Stanley, y en secreto creía que sería una Cherie más convincente. Pero si fracasas. Están esperando. Se había llevado también el gran ejemplar de segunda mano de El origen de las especies ilustrado, de Charles Darwin. ¡Allí había verdades profundas! Estaba deseosa de aprender. El Dramaturgo parecía impresionado por los libros que conocía, pero a veces sonreía como si ella hubiera dicho algo indebido o pronunciado mal una palabra. Pero ¿cómo va una a saber cómo se pronuncian las palabras cuando sólo se han leído? ¡Aquellos nombres de las novelas de Dostoievski! ¡Los nombres de Chéjov! Había cierta grandeza en aquellos nombres, pronunciados enteros.

Ella era la Bella Princesa que volvía al reino cruel que la había desterrado. Sin embargo, como Bella Princesa, perdonaba, lógicamente.

—Muy contenta. Muy agradecida. ¡Ya es hora de que Marilyn vuelva al trabajo!

»¿Qué conflicto? Oh, no hay ningún conflicto. Me gusta Hollywood y espero que a Hollywood le guste yo.

»Un individuo, igual que una especie, debe adaptarse o perecer. En un medio hostil. ¡Y el medio está siempre cambiando! En una democracia como la nuestra…, tantos descubrimientos sólo en la ciencia. El hombre no tardará en llegar a la Luna —reía sin aliento, porque todas las cosas se le revelaban, con los micrófonos adelantados hacia su cara—. Algún día, el misterio de los misterios, el origen de la vida. Bueno, yo soy optimista por naturaleza.

»Ah, sí, como Cherie, el personaje que hago en la película. Una inocente cantante barata, estancada en el Salvaje Oeste. Pero una optimista nata. Una estadounidense nata. ¡Me encanta!

¡Ah, desembarcar en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles! Puede que sintiera un poco de miedo y se negara a bajar del avión. Los emisarios de La Productora subieron a bordo. Muchísima gente esperaba la llegada de Marilyn Monroe: fotógrafos, periodistas, equipos de televisión, fans. Un rugido de catarata atronaba sus oídos. Estaba en Honolulú, estaba en Tokio. Pasarían dos horas y cuarenta minutos hasta que acompañaran a la Actriz Rubia hasta la limusina, que partió inmediatamente. Al fondo, las caras asustadas de los viajeros normales atrapados entre las inquietas multitudes y los cordones de la policía. ¿Un terremoto? ¿Un accidente aéreo? ¿Una bomba atómica que caía sobre Los Ángeles? «Es en broma», pensaba ella. En los periódicos de la mañana salieron fotos y artículos en primera plana.

MARILYN MONROE VUELVE A HOLLYWOOD.

MULTITUDES EN EL AEROPUERTO.

MARILYN MONROE VUELVE AL CINE.

MARILYN «OTRA VEZ EN CASA, FELIZ».

En las fotos aparecía la Actriz Rubia reproducida como una imagen reflejada en múltiples espejos. De frente, de perfil, por la izquierda, por la derecha, sonriendo, con sonrisa más radiante, lanzando besos, con boca de besar. Un ramo enorme en los brazos. En la primera página de Los Angeles Times había también artículos que informaban del encuentro entre el primer ministro británico Anthony Eden y el primer ministro soviético Nikolái Bulganin, y del encuentro entre el presidente Eisenhower y representantes de la recién fundada República Federal de Alemania. Había un reportaje de interés humano sobre las familias de los científicos «más secretos» implicados en la reciente prueba de la bomba de hidrógeno (¡equivalente a diez millones de toneladas de trinitrotolueno!) en el atolón Bikini, en el Pacífico Sur. Las inundaciones de Malibú se «cobraban» tres vidas. Una manifestación «pacífica» en Pasadena, encabezada por el reverendo Martin Luther King.

Para burlarse de mí, se dijo. De lo que soy.

Marilyn Monroe tenía otro agente, Bix Holyrod, de la agencia Swanson. Tenía un equipo de abogados. Tenía un «capitalista». Con el anticipo cobrado al firmar el contrato de Bus Stop hizo el primer ingreso de lo que con el tiempo sería un fideicomiso de cien mil dólares para su madre, Gladys Mortensen. Tenía una secretaria de prensa proporcionada por La Productora. Tenía un maquillador, una peluquera, una manicura, un experto en piel y vello que había estudiado en la Universidad de Los Ángeles, un masajista, un sastre, un chófer y una «ayudante general». Se alojaba provisionalmente en las lujosas Bel-Air Towers, cerca de Beverly Boulevard, por donde vagaría con frecuencia perdida y desorientada, sin poder encontrar la entrada del Edificio B. Tenía problemas con las llaves, ya que solía olvidar dónde las había puesto. En el piso amueblado que le habían cedido había una gobernanta y una cocinera a tiempo parcial que se dirigía a ella llamándola «señorita Monroe» entre susurros reverentes. Por debajo del perfume de las flores (pues el piso estaba siempre lleno de ramos), un lejano olor a fungicida.

No metía flores en el dormitorio, ya que sabía que consumirían su oxígeno. Había media docena de enchufes telefónicos en todo el piso, pero el aparato raras veces sonaba. Todas las llamadas para Marilyn se filtraban antes. Cuando descolgaba para hacer una llamada de cortesía, o no había línea u oía crujidos que (según le había dicho el Dramaturgo) indicaban que le habían pinchado el teléfono. Se cuidaba de tener echadas las persianas de todas las ventanas. El piso estaba en la segunda planta del edificio y expuesto a cualquier cosa. Dijo a la gobernanta que pusiera etiquetas en todas sus prendas e hiciera una lista exacta de la colada, ya que alguien le había dicho (Bix Holyrod, que pensaba que la cosa tenía gracia) que había un lucrativo mercado negro con la ropa interior de Marilyn Monroe. Asistía a comidas y cenas que se celebraban en su honor. En medio de estos acontecimientos se excusaba para llamar por teléfono al Dramaturgo, a su nuevo domicilio neoyorquino, un pequeño piso de un inmueble sin ascensor en Spring Street. Una de las fiestas más espléndidas en honor de Marilyn la organizó el señor Z, que desde hacía poco tenía una finca de estilo mediterráneo en Bel Air y una nueva esposa, de pelo broncíneo y pechos que parecían una armadura. El señor Z había envejecido muy bien. Parecía más joven de lo que ella recordaba. Aunque unos centímetros más bajo que ella («mi principal atractivo, Marilyn») y algo jorobado, el señor Z tenía una flamante cabellera blanca de las que llaman leoninas y ojos de viejo sabio. El señor Z era un pionero de Hollywood, un «fragmento de historia» vivo.

Como siempre, el señor Z y Marilyn Monroe interpretaron un diálogo cómico que los demás escucharon con envidia.

—¿Todavía tiene usted el aviario, señor Z? ¡Aquellos pobres pájaros muertos!

—Yo colecciono antigüedades, querida. Creo que me confundes con otro maestro.

—Usted era taxidermista, señor Z. Todos admirábamos sus manos.

—Tengo la mejor colección privada del país de bustos romanos. ¿Quieres verla?

A estas fiestas nocturnas en ricas residencias de las colinas de Los Ángeles, y a las citas diurnas, la llevaba una limusina. Entrevistas, sesiones fotográficas, encuentros de preproducción en La Productora. Comprobó con estupor que su chófer era el Chófer Sapo. Así que no lo había imaginado después de todo. Nada de eso lo había imaginado. El Chófer Sapo tampoco parecía haber envejecido. La postura rígida, perfecta, la piel blanda, arrugada, manchada y oscura, y los ojos brillantes y saltones. Ojos velados, no obstante. Gorra de visera, uniforme verde oscuro con botones dorados, como el Johnny de Philip Morris, pero a diferencia de aquel granuja de Johnny, cuya voz de falsete emplazó a miles de millones de estadounidenses nicotinómanos durante buena parte del siglo XX, el Chófer Sapo guardaba silencio. La Actriz Rubia le sonrió sin reservas.

—¡Ah, hola! ¿Me recuerda? —temblaba, pero estaba decidida a ser simpática y directa, pues todos deseamos que hablen bien de nosotros después de muertos, en particular las personas como el Chófer Sapo—. Una vez me llevó usted a la Casa de Expósitos de Los Ángeles. ¡Cómo lo pasamos! Y a otros sitios.

En el asiento trasero de la limusina, la Actriz Rubia, rodeada de vidrios oscuros, recorría la Ciudad de Arena mientras mi corazón estaba en Nueva York, con el amante que pronto sería mi marido y que escribiría la verdadera historia de mi vida, en la que yo sería una estadounidense del pueblo, una heroína. Al mismo tiempo, agotada y mareada (Marilyn Monroe sólo bebía champán, sólo Dom Pérignon), sonreía y pensaba: Érase una vez un príncipe joven y apuesto al que una cruel maldición había convertido en sapo. Sólo si lo besaba una princesa joven y bella se rompería el hechizo y el príncipe joven y apuesto y la princesa joven y bella se casarían y vivirían felices para siempre.

En mitad de este cuento se quedó dormida. Al llegar al punto de destino, el Chófer Sapo daría para despertarla unos golpecitos en el vidrio de separación, reacio incluso entonces a abrir la boca.

—¿Señorita Monroe? Hemos llegado.

Por lo general la llevaban a La Productora. El inmenso imperio que había tras aquellas murallas, al otro lado de la puerta y la garita de control. Donde hacía apenas una década había nacido Marilyn Monroe. Donde se había forjado el destino de Marilyn Monroe. Donde, décadas antes, se habían conocido sin duda los predestinados amantes que fueron los padres de Marilyn Monroe. Ella era Gladys Mortensen, montadora de cine, pero también muy atractiva. Él era… (con toda sinceridad, la Actriz Rubia decía a los entrevistadores que no dejaban de preguntarle por su misterioso padre que éste aún vivía, sí; estaba en contacto con ella, sí; ella lo conocía, sí; pero no quería que el mundo lo conociese «y yo respeto sus deseos»).

Su antiguo camerino, antaño de Marlene Dietrich, estaba preparado. Ramos y cestas de flores esperaban. Montañas de correspondencia, telegramas, regalitos conmovedoramente envueltos. Abrió la puerta y la cerró, vencida por las náuseas.

Doc Bob se había ido de La Productora, había desaparecido como si nunca hubiera estado allí. Corría el rumor de que estaba cumpliendo condena por homicidio en San Quintín. («Se le murió una muchacha y se negó a deshacerse del cadáver.») Otro médico, el doctor Fell, se había hecho cargo de la enfermería. El doctor Fell era alto y de frente arrugada, con el buen aspecto de Cary Grant y una forma algo forzada de tratar a los pacientes. Los apabullaba con sus conocimientos freudianos; hablaba con naturalidad de la libido, la agresividad infantil reprimida y el malestar en la cultura, «al que todos contribuimos y que sufrimos todos». El doctor Fell estuvo de servicio en el plató de Bus Stop y luego voló a los exteriores de Arizona. A menudo, durante las noches insomnes de brillante luna, Cherie llamaba al doctor Fell, en pijama y bata de Cary Grant, a su habitación del motel, desesperada por dormir. «Sólo esta vez. Otra vez y la última. No me habituaré, ¡lo prometo!» El doctor Fell era un sacerdote que, en caso de urgencia, tenía autoridad para administrar Nembutal líquido por vía intravenosa; el simple roce de su mano, el tacto de su pulgar buscando una vena en la tierna cara interior del antebrazo de Cherie, era ya un alivio. «Oh, Señor. Gracias, gracias.»

En el plató de Bus Stop había habido al principio un clima de magia y buena voluntad. Ella era Norma Jeane, que era Marilyn, que era Cherie de memoria. Era una actriz que había estudiado el Método en el New York Ensemble; era la personificación del saber y el arte escénicos de Stanislavski. El intérprete debe interpretarse siempre a sí mismo. Un sí mismo fundido en los hornos de la memoria. Conocía a Cherie hasta los más pequeños remiendos y jirones de su patético y grandioso vestido de cantante de cabaret. Conocía a Cherie tan íntimamente como había conocido a la Norma Jeane Baker de la agencia Preene, Miss Productos de Aluminio 1945, Miss Productos Lácteos del Sur de California 1945, Miss Hospitalidad por diez dólares al día, sonriendo con avidez, sonriendo para ser amada. ¡Oh, miradme! Contratadme. Era más feliz que con ningún otro papel cinematográfico. Pues hasta entonces nunca había elegido un papel. Al igual que una pupila de prostíbulo que o acepta al cliente que le imponen o recibe una tunda, había tenido que aceptar los papeles que La Productora le había impuesto. Hasta entonces. «Yo haré que améis a Cherie. Cherie os partirá el duro corazón.» Podía creer en sí misma y concentrarse como nunca. Las advertencias de Pearlman sonaban en sus oídos como los mandamientos de Yahvé. ¡Más al fondo! ¡Ve más al fondo! A la raíz misma de la motivación. Hasta los recuerdos que yacen enterrados como tesoros. La voz paternal y amablemente imperiosa sonaba en sus oídos: No dudes de tu talento, querida. De tu don incandescente. No dudes de mi amor por ti. ¡Oh, no dudaba!

El director era un hombre distinguido al que La Productora había contratado a petición suya. No era un empleado de los estudios. Era un hombre de teatro al que el Dramaturgo valoraba mucho, un hombre independiente y muy suyo. Escuchaba con atención las sugerencias de la protagonista y supo reconocer su inteligencia, su perspicacia y su experiencia interpretativa mientras hablaban del personaje de Cherie; cómo tenía que vestirse, iluminarse, maquillarse, peinarse, incluso colorearse la piel. («Quiero un aspecto como de pelagra, de verde luna. Nada más que un asomo, quiero decir. Ha de ser sutil como un poema.») Por supuesto, el director debía el empleo a la protagonista y esto sin duda moderó su actitud; no desviaba la mirada con una sonrisa ni le seguía la corriente con exageración, como otros directores. Sin embargo, en su misma cortesía había algo turbador. Parecía demasiado educado con ella; demasiado reverente; incluso cauteloso. Su forma de mirarla cuando salía ella al plató con la indumentaria de corista de Cherie, descubriendo el nacimiento de los pechos y con las piernas enfundadas en medias de malla negras, como un hombre en un sueño. Esperaba que aquel hombre no se hubiera enamorado de ella.

¡Y llegó un poco de buena suerte! Puede que más de la que merecía. El reportaje anunciado en la portada de Time era Marilyn en estado puro, no ella.

Bueno, yo no sabía que Marilyn fuese… tan carismática. Aquella mujer hechizaba como el bailoteo del fuego. En el plató y fuera del plató. A veces me quedaba mirándola y me olvidaba de dónde me encontraba. Tenía una larga experiencia como director y era inmune a la belleza femenina y desde luego también al atractivo sexual, pero la Monroe estaba más allá de la belleza femenina y mucho más lejos del sexo. Había días en los que ardía de talento puro. Había en su interior una fiebre que pugnaba por expresarse. Estaba claro que era el genio y puede que el genio se vuelva enfermizo si no consigue expresarse, que es lo que creo que al final le ocurrió a ella, por la forma en que se hizo pedazos durante los últimos años. Pero yo tuve a la Monroe en su mejor momento. No había nadie como ella. Todo lo que hacía en su papel estaba inspirado. Estaba tan insegura que quería hacerlo otra vez, y otra, y otra, y así lo bordaba. Cuando una escena le salía perfecta, lo sabía. Me sonreía y yo también me daba cuenta. Sin embargo, había días en los que estaba tan asustada que llegaba al plató con varias horas de retraso. O era incapaz de hacer nada en absoluto. Tenía toda clase de enfermedades: indigestión, inflamación de garganta, migraña, laringitis, bronquitis. Acabamos muy por encima del presupuesto. En mi opinión, valió la pena hasta el último céntimo. Cuando Monroe estaba en su elemento era como un buceador sumergiéndose en aguas profundas; si dejaba de respirar, se ahogaba. Creo que estaba enamorado de ella. La verdad es que estaba loco por ella. No deja de asombrarme, porque pensaba en ella como aquella tía palurda e imbécil, toda tetas y culo bamboleantes, y aquel ángel Marilyn Monroe entra graciosamente, me coge las manos y me dice: El guión es poca cosa, es facilón, superficial y cursi, pero ella quiere reivindicarlo, quiere partirme el corazón con él, y bueno, el caso es que lo hizo.

Ni siquiera la nominaron para los Oscar de aquel año. Todo el mundo sabía que lo merecía por Bus Stop. ¡Cretinos!

Pasaba algo, le había dicho a su amante, pero no se había atrevido a contarle que cada mañana tenía que pasar más tiempo evocando a su Amiga Mágica delante del espejo.

Mientras que antaño, de niña, le había bastado con mirar en las vítreas profundidades para que llegase su guapa y sonriente Amiga del Espejo, deseosa de intercambiar besos y abrazos.

Mientras que antaño, siendo modelo fotográfica, le había bastado con posar como le indicaban. En las posturas que le sugerían. Cayendo en trance conforme aparecía su Amiga Mágica.

Mientras que antaño, trabajando de actriz de cine, le había bastado con presentarse en el plató, con ir al camerino y prepararse, y al ponerse ante las cámaras se producía una magia inexplicable, una fuerza sanguínea más poderosa que el sexo. Al recitar sus frases, que había memorizado sin esfuerzo, a menudo sin saber que se las sabía de memoria, nerviosa, asustada, revivía en aquel cuerpo prestado y era Angela, era Nell, era Rose, era Lorelei Lee, era la Vecina de Arriba. Incluso en la reja del metro, con el Ex Deportista como testigo de su degradación, había sido plenamente la Vecina de Arriba complaciéndose en su propio ser. ¡Miradme! Soy quien soy.

Sin embargo, por extraño que pareciera, en el papel que ella creía que iba a ser el de su vida, el comienzo de su nueva vida como actriz cinematográfica seria, estaba llena de dudas. Estaba angustiada, muerta de miedo. Sólo salía de la cama cuando llamaban a la puerta con insistencia, sólo cuando ya llegaba tarde a la sesión de rodaje de la mañana. Y se miraba en los espejos: Norma Jeane y no Marilyn. Piel cetrina, ojos enrojecidos y el comienzo de algo fatalmente hinchado alrededor de la boca. «¿Por qué estás aquí? ¿Quién eres tú?» Oía una risa ahogada. Una burlona risa de hombre. Zorra enferma, patética.

Cada vez pasaba más tiempo invocando a Marilyn ante el espejo.

A Whitey, su maquillador, que la conocía más íntimamente que ningún amante o marido, le confesó:

—He perdido el valor. El valor de ser joven.

La respuesta de Whitey era invariablemente de reproche:

—¡Señorita Monroe! Usted es jovencísima.

—¿Y estos ojos? No, no lo soy.

Whitey le miraba los ojos en el espejo con un ligero encogimiento de hombros.

—Cuando haya terminado, señorita Monroe, veremos.

Whitey obraba su magia unas veces, y la cosa funcionaba. Otras veces no.

Al principio, en el plató de Bus Stop, la Actriz Rubia tardaba un poco más de lo habitual en estar lista para las cámaras. Aquella joven era tan naturalmente hermosa, tenía una piel tan luminosa y suave, y unos ojos tan vivos, que casi podía ponerse ante las cámaras con una ligera aplicación de polvos, lápiz de labios y colorete. Luego, en rápidas etapas, comenzó a tardar más tiempo. ¿Estaba Whitey perdiendo su arte? La piel de la actriz no quedaba bien, habría que limpiársela con loción y volver a maquillarla. A veces era el pelo lo que no quedaba bien. (Pero ¿qué defecto podía tener aquel pelo?) Mojado, arreglado y secado otra vez con un secador de mano. Mientras, Norma Jeane permanecía inmóvil ante el espejo, los ojos gachos como en una oración.

Ven, por favor. ¡Por favor!

No me abandones. ¡Por favor!

La misma a la que había desdeñado. Aquella Marilyn a la que despreciaba.

El Dramaturgo voló a Arizona para estar con ella. Aunque su vida estaba deshecha. Aunque (tenía miedo de decírselo a ella) había recibido una citación para comparecer otra vez en Washington, en el Salón de Convenciones de la antigua sede de la administración parlamentaria, para dar cuenta de su participación en posibles actividades políticas «subversivas» y «clandestinas» durante su juventud.

Se quedó atónito al ver a la Actriz Rubia tan destrozada y tan… distinta. En ella ya no quedaba nada de la muchacha del pelo de oro y de la risa dorada.

Ayúdame. ¿Puedes ayudarme?

¿Qué es, cariño? Te quiero.

No lo sé. Quiero con desesperación que Cherie viva. No quiero que muera.

Le dolía la sangre de lo mucho que la quería. ¡Si era sólo una niña! Dependía tanto de él como, años antes, cualquiera de sus hijos. Más aún, porque sus hijos habían tenido a Esther y Esther siempre había estado cerca de ellos.

En la cama del motel, las persianas echadas para protegerse del resplandor del desierto, yacían acostados durante horas. Susurrándose, besándose, amándose, consolándose el uno al otro, porque el alma del Dramaturgo se deshacía cuando no estaba con ella y también él tenía miedo del mundo. Permanecían durante horas sumergidos en un sueño fantástico y crepuscular. Imaginaban (aunque quizá no fuera imaginación) que entraban en los sueños del otro, como si entrasen en el alma del otro. «Abrázame. Ámame. No me sueltes.» El paisaje irreal del desierto, montañas de roca roja y cumbres como cráteres lunares. El cielo nocturno, vasto, intimidatorio y sin embargo estimulante, tal como la Actriz Rubia había dicho.

Contigo me siento como si pudiera curarme. Contigo aquí. Si estuviéramos casados. Oh, cuándo nos casaremos. Tengo miedo de que ocurra algo que nos lo impida.

Con el brazo alrededor de la cintura de ella, él le hablaba del cielo nocturno. Decía lo que se le ocurría. Hablaba de un universo paralelo donde ya estaban casados y tenían doce hijos. Ella se echaba a reír. Él la besaba en los párpados. Le besaba los pechos. Le cogía la mano, se la llevaba a la boca y le besaba los dedos. Le dijo lo que sabía de la constelación de Géminis, pues ella le había dicho que era géminis: los Gemelos, los Dióscuros, pero no gemelos belicosos, sino amantes, leales y entregados el uno al otro. Incluso después de la muerte.

Pudo verse que, un día después de la llegada del Dramaturgo, la Actriz Rubia comenzaba a revivir. El Dramaturgo, ya un héroe para algunos, fue más héroe todavía. Como si a la Actriz Rubia le hubieran hecho una transfusión de sangre. Sin embargo, el Dramaturgo no estaba exangüe y mustio, sino que también parecía fortalecido y rejuvenecido. ¡Un milagro!

Estaban muy enamorados. Bastaba con verlos juntos…, cómo se cogía ella de su brazo, cómo lo miraba. Y cómo la miraba él.

¿Cuál era el secreto del Dramaturgo? Dialogaba con la Actriz Rubia como ningún otro hombre lo había hecho. Sí, la abrazaba y la consolaba; sí, la mimaba como ningún otro hombre la había mimado; pero también le hablaba con franqueza. ¡Aquello le gustaba a ella! Que le dijeran sin rodeos que tenía que ser realista. Que tenía que ser profesional. Era una de las intérpretes mejor pagadas del mundo y tenía un trabajo que hacer. ¿Qué tenían que ver las emociones con aquello? ¿Qué tenían que ver las dudas sobre uno mismo?

—Eres una adulta responsable, Norma, y debes comportarte con sentido de la responsabilidad.

Ella, sin decir nada, lo besaba en los labios.

Sí. Tenía razón.

Casi deseaba que la cogiera por los brazos y la zarandease, con fuerza. Como había hecho el Ex Deportista, para despertarla.

El Dramaturgo seguía con su tema. Él había empezado escribiendo monólogos y el monólogo era para él una forma de hablar de lo más natural. ¿No la había alertado contra el exceso de teoría?

—Siempre he creído que eras una actriz natural. La intelectualización no hará más que mutilarte. En Nueva York te preparabas obsesivamente para las clases de interpretación, te agotabas al cabo de unas semanas. Es el distintivo de los aficionados. De los fanáticos. Puede que sea indicio de talento, pero no lo creo. En mi opinión, es preferible que un actor toque algo en bruto y sin explorar en un personaje. Era el secreto de John Barrymore. ¿Eres amiga de Brando? Es también una de las técnicas de Brando. Aunque no te sepas de memoria el papel, aunque tengas que improvisar, en el idioma del personaje. Un buen actor de teatro nunca actúa dos veces del mismo modo. No repite frases, las dice como si no las hubiera oído antes. Es un consejo que Pearlman debería haberte dado, pero ya conoces a Max, con su pretencioso «método» de Stanislavski. Para mí, raya en la idiotez. ¿Crees que un pájaro podría volar si tomara conciencia del batir de sus alas y de sus pautas de vuelo? ¿Que podríamos hablar si fuéramos conscientes de cada palabra que pronunciamos? Olvídate de Pearlman. Olvídate de Stanislavski. Olvídate de las bobadas teóricas. El peligro del actor es ensayar demasiado. He visto montajes de obras mías en las que el director apretaba demasiado a los actores; daban lo mejor de sí antes del estreno, perdían ímpetu y se apagaban. Con Pearlman ha pasado ya. La gente dice que en los lugares donde ensaya quedan charcos de sangre; más bobadas. ¿Dices que conocías a Cherie por dentro? ¿Como a una hermana? Puede que no fuera conveniente. Puede que ni siquiera fuese verdad. Deberías haber admitido que Cherie es un misterio para ti. ¿No me dijiste que Magda era mucho más de lo que yo sabía? ¿Por qué no dejas que Cherie respire un poco? Confía en que Cherie te sorprenda mañana en el plató.

Otra vez, en silencio, temblando de gratitud, la Actriz Rubia se puso de puntillas para besar al Dramaturgo en los labios.

Sí, sí. Gracias a Dios. Él tenía razón.

Y al día siguiente por la mañana apareció en el plató la Cherie rubia platino y con palidez de pelagra, con su hortera blusa de encajes, la estrecha falda de raso negro, sujeta por un cinturón negro y ancho, las medias de malla negras y los zapatos negros de tacón alto. Ojos ennegrecidos, boca infantil roja y seductora, temblorosa y arrepentida. ¡Marilyn llegaba a su hora! No, era Cherie. Nos quedamos mirando a aquella mujer despampanante que se mordía las uñas como una muchacha en una clase de interpretación, o como una muchacha de carne y hueso, de corazón sencillo, que sabía muy bien que había sido mala y esperaba la regañina.

Arrastraba el sucio boa de plumas por el suelo, igual que Cherie. Habló con el dejo serio y arrastrado de Ozark, con una voz tan suave que casi no la oíamos.

—Bueno, caramba. Lo siento. Os pido perdón. Hice lo que no habría hecho Cherie, caer en la desesperación. No me comporté como un miembro responsable de esta producción. Estoy muy avergonzada.

Qué cojones. Nos olvidamos al instante de la ofensa, de la cólera, de la contrariedad que sentíamos. Rompimos a aplaudir espontáneamente. Adorábamos a nuestra Marilyn.

Después de un comienzo flojo, las cosas me van muy bien con esta nueva película. Se titula Bus Stop. ¡Espero que te guste!

Tenía la costumbre filial de enviar postales a Gladys, al hospital de Lakewood. Se las había mandado desde Nueva York.

Me gusta esta ciudad. Es una ciudad de verdad, no como la Ciudad de Arena. Si alguna vez quieres venir a verme, puedo arreglar el viaje. Los aviones van y vienen sin parar.

La ponía nerviosa llamarla por teléfono, desde que había salido de Los Ángeles. Creía que Gladys le echaría en cara que la hubiese abandonado. Pero no le reprochó nada por teléfono. Norma Jeane la había llamado desde Nueva York, al comienzo de su amor por el Dramaturgo, cuando ya sabía que se casaría con él y que sería el padre de sus hijos.

He hecho aquí amistades maravillosas, una es un profesor de interpretación de fama mundial y otra, un distinguido autor de teatro que ha ganado el premio Pulitzer. También he visto a mi amigo de Hollywood Marlon Brando.

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