Blizzard

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Capítulo XIV

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 Capítulo XIV

 

 

  —¿LISTO?

  —Por ahora. Vámonos a dormir.

  Windy le había mirado entrar con una expresión reconcentrada y ahora le siguió sin rechistar. Ya estaban en el cuartucho, alumbrados por un pequeño quinqué desportillado, cuando inquirió:

  —¿Cuándo lo harás?

  —El cree que dentro de dos o tres días.

  —¿El cree?

  —Ahora voy a saber hasta qué punto eres mi amigo y puedo fiarme de ti.

  —Ya te lo dije, Lee. Mientras no sea para ponerme revólver en mano delante de nadie… Soy muy malo…

  —No se trata de eso. Me contrataron para matar a Mac Cann.

  —¿A…? ¡Infiernos!

  —Cálmate. Y no alces la voz. No me dijeron su nombre, pero comencé a sospecharlo el otro día. Y ahora quiero que hagas una cosa. Vas a salir sin hacer ruido, por la parte de atrás. Marchas a la cuadra, me alistas el caballo y me lo traes a la parte trasera de este edificio.

  —¿Qué te propones?

  —Ir a ver a Mac Cann. Su sobrino es quien desea asesinarle por mi mano.

  —No te creerá, Lee. Es una locura, mejor será marcharnos y…

  —Será como te digo. Sospecho que me vigilan, pero en ti no van a pensar demasiado. Haces lo que te digo, te metes en la cama y duermes tranquilo. Yo voy a volver abajo, para despistarlos, me entretendré media hora, tiempo suficiente, luego salgo y me marcho.

  —De noche y neviscando te perderás, eso sin contar a los lobos.

  —Ya conozco el camino, aunque sea de noche mi caballo no se perderá. Y no hay lobo que le alcance a la carrera, sobre nieve blanda y terreno abierto.

  —Allá tú…

  Windy no parecía muy convencido. Lee sabía que, no obstante, el viejo bandido cumpliría. Le contrató justo pensando en la vía de escape, seguro de que el hombre que le había buscado a él para asesinar a otro no pensaba dejarle vivo después. El, Lee Hawk, conocía muy bien a los hombres, y había leído la traición en los ojos de aquél. Elmer Crunkett… Ahora conocía su nombre, también sus verdaderos móviles. Un perfecto canalla, un hijo de perra retorcido, cobarde y astuto. No servía para manejar un negocio como el de Mac Cann, no daba la talla ni de lejos, además no era un oesteño. Lo que buscaba era asesinar a su tío, que le llamó a su lado para beneficiarle, luego casarse con su prima huérfana, y una vez propietario legítimo de su caballada, venderla a cualquier precio y marcharse con su botín y su flamante esposa al Este, a vivir a su gusto…

  Pero le había salido la criada respondona. Ya desde un principio había aceptado aquel «trabajo» fingiendo ser el que Crunkett imaginaba, con la idea de averiguar la verdad y, a ser posible, poner en guardia a la víctima contra aquel canalla. Por eso trató de llegar a Kayenta unos días antes de lo convenido, para tomar lenguas y orientarse…

  El destino habíale llevado de su mano hasta Mac Cann, a conocerle y descubrir la magnífica casta de hombre que era, a obtener su amistad y su respeto, a cambio de los que desde un principio Mac Cann le había provocado. Pero además estaba su hija, la maravillosa mujercita de la que él, Lee Hawk, pistolero notorio, jinete solitario, hombre por propia voluntad colocado al margen de la sociedad, había ido a enamorarse irremediablemente, con toda su alma y toda su angustia…

  Iba a avisarle a Mac Cann que era su propio sobrino quien le contrató para matarle. Ahora se alegraba de haberle confesado el motivo de su venida a Arizona, porque así Mac Cann le creería. Luego… Luego volvería aquí, a Kayenta, y le pegaría cuatro tiros al maldito canalla que había osado poner sus sucios pensamientos sobre Pat Mac Cann y encima quiso conseguirla mediante el asesinato de su padre. Una vez realizada la tarea, picaría espuelas al caballo y se iría bien lejos, volviendo a su desolada soledad. Más desolada que nunca, y para siempre…

  No podía sospechar lo que en aquellos momentos ocurría en otra de las casas de Kayenta.

  Elmer Crunkett había llegado a aquella casa, al anochecer, acompañado por dos hombres. Llegaron evitando entrar en el pueblo, dando un rodeo para no ser vistos, metieron sus caballos en la pequeña cuadra y se metieron ellos en la casa, que era la del hombre malcarado. Aquel hombre había trabajado para Mac Cann años atrás, pero fue despedido a causa de determinadas irregularidades; desde entonces conservaba un rencor sordo hacia el capitán. Elmer Crunkett había descubierto aquel viejo rencor y supo aprovecharlo en su beneficio, cuando preparó su plan para asesinar a tu tío y apoderarse de sus bienes.

  Crunkett era uno de esos canallas con buena fachada que tanto abundan en todas las sociedades y todos los tiempos. Tenía treinta y un años, estaba divorciado. Nunca había trabajado, siempre manejó dinero, pero más de tres veces sólo faltó un pelo para que diera con sus huesos en presidio. Estafador, timador, fullero, bajo su amable y hasta simpática apariencia se ocultaba un ser ruin, mezquino, cobarde y capaz de cualquier cosa con tal de conseguir un sustancioso beneficio, pero, eso sí, sin dar la cara y exponerse a que se la rompieran.

  De antiguo conocía la existencia de aquel hermanastro de su madre que tenía un rancho allá en el lejano y salvaje Arizona. Pero él no era un oesteño, sino hombre de ciudad, su idea del negocio de tu tío no pasaba de ser una nebulosa distorsión, nunca sintió deseos de ir a comprobar la realidad. Sin embargo, cuando murió su madre se encontraba en uno de sus muchos apuros; cuando le llegó la invitación de su tío, aquellos apuros se habían agravado y hacían aconsejable un largo viaje. Se agarró al clavo ardiendo…

  Y descubrió, con alegre asombro, que no sólo su tío tenía un estupendo negocio, muy valioso, sino también una hija guapísima. Instantáneamente se forjó un plan para convertirse cuanto antes en dueño de todo, los caballos y la prima, de modo legal. No teniendo escrúpulos, dedicó el tiempo de su visita a cortejar a su prima y adular a su tío. Mientras, se buscó un cómplice dentro de la hacienda y otro en el pueblo cercano. Con dinero, y su habilidad corruptora, no le resultó difícil encontrarlos. A su debido tiempo, so pretexto de liquidar sus negocios en el Este, retornó allí y se dedicó a buscar un asesino a sueldo que le quitara de en medio a su tío. Oyó hablar de Lee Hawk, tomó lenguas, se creyó cuanto le habían contado, buscó a Lee, le halló «dando el tipo», hizo su oferta, tomó sus precauciones…

  Y ahora retornaba, en compañía de dos pistoleros profesionales contratados en Alburquerque, a Kayenta, procurando llegar sin ser advertido por las gentes del pueblo.

  Su plan era sencillo y, a su juicio, perfecto. Puesto en antecedentes Lee Hawk de su misión, él partiría temprano, con su escolta, a la casa de su tío; luego se las arreglaría para convencer a Mac Cann de que le acompañara, con su hija, al pueblo. Tenía un buen pretexto. Una vez en el pueblo, dejarían a Pat en el almacén, y él invitaría a su tío a tomar una copa.

  Cuando Lee Hawk matara a su tío, uno de sus hombres, subido mientras a lo alto de la taberna, mataría a Hawk por la espalda; lo haría el peón de Mac Cann que estaba a su servicio, sobornado, y sus dos pistoleros de escolta también dispararían. De tal modo, nadie iba a imaginarle culpable de lo sucedido, su linda prima caería en sus brazos, desolada e inerme… y él se convertiría, desposándola, en amo de su fortuna. Entonces vendería todo a buen precio y retornaría al Este, rico y con una guapísima esposa.

  Aquel era el hermoso plan de Elmer Crunkett. Y estaba frotándose las manos de satisfacción cuando retornó a la casa de su compinche, porque Lee Hawk había demostrado ser cumplidor de su palabra, no sospechaba nada y aún le estaba haciendo el juego. Había matado a uno de aquellos bandidos de la frontera por un asunto baladí, al llegar a Kayenta, creándose fama de peligroso de inmediato. Al parecer no vino solo, traía a un compinche, un viejo bandido; su explicación resultaba lógica, de todos modos su compinche ignoraba a qué vinieron y sería fácil espantarle de allí…

  Y entonces ocurrió algo que derrumbó su castillo de naipes de un papirotazo.

  —Ha llegado Burr.

  Burr era el peón sobornado de Mac Cann. Tenía noticias. Y sus noticias trocaron en pánico la euforia de Crunkett.

  —Sí, ha estado varios días en la casa. Llegaron con el capitán. Hawk se alojó en la casa principal, comía en la mesa con el patrón y su hija…

  De modo que Hawk, el pistolero por él contratado, había sido huésped de su tío, eran amigos… Elmer Crunkett dio suelta a sus temores de inmediato. Tenía una de esas imaginaciones que se anticipan a los hechos y hasta a las palabras, necesitó poco para sospechar algo muy aproximado a la verdad.

  Aquel maldito pistolero había debido espiarle, descubrir su identidad, y llegó a la región antes de lo prefijado, se puso en contacto con su tío… No le habría dicho nada, ni tan siquiera su verdadera profesión, o su tío no le hubiera tratado como le trató. Lo que Hawk quería era meterle en una trampa, desenmascararle delante de testigos… o bien acogotarlo para siempre, forzándole a pagar y pagar…

  Elmer Crunkett pensaba muy aprisa, demasiado. Y a veces no meditaba mucho sus decisiones, sobre todo cuando se asustaba. Ahora tomó una sobre la marcha. Había que matar a Lee Hawk, inmediatamente, sin darle tiempo a sospechar y defenderse.

  Cogió a sus dos guardaespaldas y al peón de su tío, hablándoles del modo que mejor podían entender.

  —Sospecho que Hawk va a tratar de avisar a mi tío, para luego entre ambos meterme en una trampa. Si caigo yo, caeréis vosotros, no van a entretenerse a preguntaros. Hay seiscientos a repartir entre los tres si liquidáis a Hawk ahora mismo.

  Era el lenguaje que aquellos hombres entendían. Por otra parte, tal como les planteó Crunkett el dilema, y les expuso lo que debían hacer, no podían vacilar. Así, no tardaron en salir, con sus rifles, bien abrigados, en dirección a la cuadra del pueblo.

  Donde estaban los caballos de Lee Hawk. Donde ahora mismo iba Windy pesadamente, sin imaginarse que se encaminaba a buscar su destino.

 

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