Billie

Billie


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Fui todos los días a casa de esa señora, y cada día me quedé un poco más que el día anterior. Hasta dormí allí una noche y todo, porque ponían en la tele una peli de Chabrol y Franck me propuso verla con ellos.

En lo que respecta a las Morilles, por una vez no me dieron mucho la tabarra. Es horrible decirlo, pero para ganarse el respeto de los cuartomundistas no hay como dejar de ser virgen pronto.

Tenía un noviete, salía con él, a los quince años por fin follaba, por consiguiente no me consideraban un caso tan desesperado.

Por supuesto, me tuve que tragar un buen montón de comentarios súper humillantes y súper sucios pero, primero, ya estaba acostumbrada y, segundo, mientras no me impidieran largarme, todo lo demás me la sudaba.

Mi madrastra hasta me compró ropa nueva para la ocasión. Que tuviera un ligue la impresionaba más que el que sacara buenas notas en el colegio…

De haberlo sabido, pensaba mirando mi primer vaquero más o menos presentable, de haberlo sabido, me habría inventado un montón de pelícanos antes…

Sin saberlo y por muchas maneras que era imposible analizar en ese momento, la sola existencia de Franck —ni siquiera «en mi vida», no, su sola existencia— cambiaba la situación.

La mía al menos.

Fueron las únicas vacaciones de mi infancia y las más bonitas de mi vida.

Ay… Joder…

Otra vez me doy la vuelta para que no me vea llorar.

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