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CUARTA PARTE - Caza mayor » 117

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Van der Heuvel daba la espalda a las altas ventanas. Su larga sombra caía sobre la mesa de roble, y la luz de la tarde le aureolaba el rostro.

Sacó un paquete de cigarrillos de un cajón, me ofreció y luego encendió uno para él.

—Si supiera cómo encontrarlo —dijo—, ya no sería un problema, pero Henri es un genio del escapismo. No conozco su paradero. Nunca lo he conocido.

—Trabajemos en esto juntos —propuse—. Compartamos algunas ideas. Usted debe de saber algo que pueda conducirme hasta él. Sé que estuvo prisionero en Iraq, pero Brewster-North es una empresa privada, hermética como una bóveda. Sé que el falsificador que trabaja para Henri está en Beirut, pero ignoro su nombre…

—Ah, esto es demasiado —dijo Van der Heuvel, riendo. Era una risa estremecedora porque había auténtico humor en ella. Yo le parecía cómico—. Henri es un psicópata. ¿Acaso no lo ha descubierto aún? Ese hombre alucina. Es narcisista, y ante todo es un mitómano. Henri nunca estuvo en Iraq. Él mismo falsifica sus documentos. Entienda una cosa, señor Hawkins: Henri se glorifica ante usted, inventa una biografía mejorada. Usted es como un perrito al que llevan a rastras…

—¡Oiga! —Exclamé, golpeando la mesa y poniéndome de pie—. No se ponga difícil. He venido aquí para encontrar a Henri. No tengo el menor interés en usted, ni en Horst Werner, ni en Raphael dos Santos ni los demás patéticos pervertidos de ese club. Si no puede ayudarme, sólo me queda acudir a la policía y contarles todo.

Van der Heuvel volvió a reír y luego pidió que me calmara y me sentara. Yo estaba conmocionado. ¿Acababa de responder a mi pregunta sobre el porqué del libro? ¿Henri quería glorificar su biografía?

El holandés abrió su ordenador.

—Hace dos días recibí un mensaje de Henri —dijo—. El primero que me envía directamente. Quería venderme un vídeo. Creo que acabo de verlo gratuitamente. Usted dice que no tiene interés en nosotros. ¿Seguro?

—Ninguno en absoluto. Sólo me interesa Henri. Él ha amenazado mi vida y a mi familia.

—Quizás esto le ayude en su trabajo de detective. —Pasó los dedos por el teclado del ordenador mientras hablaba—. Henri Benoit, como se hace llamar, fue un monstruo desde su infancia. Hace treinta años, cuando él tenía seis, estranguló a su hermanita en la cuna.

No pude ocultar mi sorpresa mientras Van der Heuvel asentía sonriendo y echaba la ceniza en un cenicero, asegurándome que decía la verdad.

—Un chiquillo precioso. Mejillas regordetas y grandes ojos. Asesinó a un bebé. El diagnóstico fue trastorno psicopático de la personalidad, y es muy raro que un niño reúna todos los síntomas. Lo enviaron a una institución psiquiátrica, la Clinic du Lac de Ginebra.

—¿Esto está documentado?

—Claro que sí. Yo me encargué de investigarlo cuando le conocí. Según el jefe de psiquiatría de esa institución, el doctor Carl Obst, el niño aprendió mucho durante sus doce años de reclusión. Antes que nada, a imitar a la gente. También aprendió varios idiomas y un oficio: artes gráficas.

¿Van der Heuvel me decía la verdad? En tal caso, eso explicaba cómo Henri podía adoptar una personalidad, falsificar documentos, escurrirse a voluntad entre las hendijas.

—Cuando le dieron el alta, a los dieciocho años, nuestro muchacho se dedicó a homicidios y robos. Me consta que robó un Ferrari, entre otras cosas. Pero cuando conoció a Gina hace cuatro años, ya no tuvo que conformarse con las sobras del festín.

Me contó que Gina «estaba prendada de Henri», que él le había hablado de sus intimidades y predilecciones sexuales. Le dijo a Gina que había cometido actos de violencia extrema. Y que quería ganar mucho dinero.

—Ella tuvo la idea de que Henri brindara entretenimiento a nuestro pequeño grupo, y Horst aprobó la propuesta.

—Y allí apareció usted.

—Así es. Gina nos presentó.

—Henri dijo que a usted le gustaba mirar desde un rincón.

Van der Heuvel me observó como si yo fuera un insecto exótico y no supiera si aplastarme o incluirme en su colección.

—Otra mentira, Hawkins. A él le daban por culo y gemía como una hembra. Pero esto es lo que debe saber usted, porque es la verdad. Nosotros no hicimos de Henri lo que es. Sólo lo alimentábamos.

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