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CUARTA PARTE - Caza mayor » 118

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Los dedos de Van der Heuvel volvieron a volar sobre el teclado.

—Y ahora una rápida ojeada. Estrictamente confidencial. Le mostraré cómo se desarrolló este joven.

Su cara resplandecía de deleite cuando volvió el ordenador hacia mí.

Por la pantalla desfiló una serie de fotos fijas extraídas de vídeos de mujeres atadas, torturadas y decapitadas.

Apenas lograba asimilar lo que veía mientras Van der Heuvel pasaba las imágenes, fumando y haciendo comentarios joviales sobre una exhibición de horror absoluto e inimaginable.

Sentí que me mareaba. Empecé a pensar que Van der Heuvel y Henri eran la misma persona. Los odiaba por igual. Tuve ganas de matar al holandés, aquel cerdo inmundo, y pensaba que podía hacerlo sin pagar ninguna consecuencia.

Pero necesitaba que él me condujera hasta Henri.

—Al principio yo no sabía que los asesinatos eran reales —me decía—, pero cuando Henri empezó a cortar cabezas, me di cuenta, por supuesto. En el último año empezó a escribir sus propios guiones. Demasiada petulancia y codicia. Era peligroso. Y nos conocía a Gina y a mí, así que no había modo fácil de liquidar el asunto. —Exhaló una bocanada de humo.

La semana pasada, Gina me dijo que podríamos acallarlo con dinero, o hacerlo desaparecer. Es obvio que lo subestimó. Nunca me dijo cómo se ponía en contacto con él, así que se lo repito, Hawkins: ignoro el paradero de Henri. Es la verdad.

—Horst Werner firma los cheques de Henri, ¿verdad? Dígame cómo encontrar a Werner.

Van der Heuvel apagó el cigarrillo. Ya no sentía deleite. Me habló con gravedad, enfatizando cada palabra.

—Señor Hawkins, no le conviene conocer a Horst Werner. A usted menos que a nadie. A él no le gustará el libro de Henri. Hágame caso y no deje cabos sueltos. Borre los datos de su ordenador. Queme las cintas. Nunca mencione la Alianza ni a sus miembros ante nadie. Este consejo puede salvarle la vida.

Era demasiado tarde para borrar el disco duro. Le había enviado a Zagami las transcripciones de las entrevistas con Henri y el bosquejo del libro. En Nueva York, las transcripciones se habían fotocopiado y habían circulado entre los correctores y los consultores legales de Raven-Wofford. Los nombres de los miembros de la Alianza estaban en todo el manuscrito.

Traté de hacerme el recio.

—Si Werner me ayuda a mí, yo lo ayudaré a él.

—Tiene usted un ladrillo por cerebro, Hawkins. Escuche lo que le digo. Horst Werner es un hombre poderoso con brazos largos y puños de acero. Puede encontrarle dondequiera que usted esté. ¿Entiende, Hawkins? No tenga miedo de Henri, no es más que nuestro pequeño juguete de cuerda. Tenga miedo de Horst Werner.

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