Beth

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CAPÍTULO 19

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CAPÍTULO 19

El crepitar del fuego era el único sonido que rompía el silencio que reinaba en la habitación, mientras la luz de las llamas iluminaba sus rostros de forma tenue.

Beth miraba al doctor MacGregor, expectante. Este se mostraba serio y pensativo, mientras contemplaba las llamas. De repente, lanzó un sonoro suspiro y comenzó su relato.

—Yo tenía diecisiete años por aquel entonces. Era verano. En aquellos días, llegaron unos nuevos inquilinos a Manor Hall. Entre ellos había una joven llamada Evelyn Cardigan. —El doctor cerró los ojos, respiró hondo, y volvió a abrirlos al instante—. Era una hermosa muchacha, con unos preciosos ojos verdes, y una espesa y suave melena oscura. Era seductora y atrevida, pero a la vez, sofisticada. No tenía nada que ver con las otras muchachas a las que había conocido hasta entonces. Era tan distinta, señorita Arundel. Fue un soplo de aire fresco para mi predecible y anodina vida en Callander. Desde el primer momento en que la vi, deseé que fuera solo para mí.

Beth podía sentir la verdad que residía en aquellas palabras en el fondo de su corazón, porque ella sintió lo mismo una vez. No obstante, se mantuvo en silencio, y siguió escuchando.

—Nos enamoramos y empezamos a vernos a escondidas. —Entonces, el doctor desvió su mirada hacia Beth—. ¿Alguna vez se ha enamorado, señorita Arundel? Es maravilloso cuando uno ama y es correspondido. ¡Qué indescriptible felicidad siente uno cuando es amado! Uno siente que es invencible y que nada malo puede suceder. Sin embargo, una tormenta que ninguno preveíamos se desató.

>>Su padre le concertó un matrimonio con un duque. El trato estaba hecho y no era negociable. —Suspiró con pesar—. ¿Sabe? Cuando me enteré, me puse mis mejores galas, y me presenté ante su padre. Conseguí reunir el valor que necesitaba para pedirle la mano de Evelyn, y así lo hice. —El doctor soltó una dolorosa carcajada que estremeció el corazón de Beth—. Yo, un pobre muchacho que iba a estudiar Medicina, que no tenía dinero ni propiedades; sobrino de un militar que no tenía ningún título.

>>Como ya imaginará, me echaron de allí en el acto. Sin embargo, no me rendí. Decidimos que, si no nos aceptaban, entonces nos fugaríamos. Planeamos encontrarnos en el puente, a media noche, y partir hacia Gretna Green en la primera diligencia. —Hizo de nuevo una pausa, mientras Beth tenía su corazón en un puño—. Pero el tiempo pasó, y ella no acudió a la cita.

Él se detuvo de nuevo y tragó saliva. Beth observó que tenía los ojos humedecidos debido a la emoción y la tristeza.

—A la mañana siguiente, mi tío me encontró en el puente, durmiendo en el suelo. Sentí que había fracasado, que había sido un necio por haberme atrevido a amar a quien no debía.

>>Por eso, a partir de ese día, guardé mi corazón para siempre y juré no entregárselo a nadie. No por egoísmo, no se crea. Si no porque aún hoy, no he sido capaz de olvidarla. Y todavía me pregunto qué le impidió acudir a la cita, y qué hubiera pasado si en vez de quedarme esperando, hubiera ido a Manor Hall a buscarla. —Suspiró, abatido—. Pero es algo que ya nunca sabré.

Tras escuchar al doctor, Beth sintió una imperiosa necesidad de hablar. Ahora era ella quien quería narrar su historia.

—Me ha preguntado usted antes si he estado enamorada alguna vez—dijo Beth, mirándole. Él entonces la observó con curiosidad y sumo interés—. Sí, doctor. Hace años, entregué mi corazón a alguien, igual que usted. —Beth apartó la mirada, y centró su vista en las llamas. El doctor MacGregor se quedó perplejo ante la inesperada revelación, pero se mantuvo en silencio, expectante—. Le amaba desde la infancia. Soñaba cada noche con él, llenaba mis pensamientos con su rostro y su voz, y le entregué mi corazón sin pensarlo, esperando que algún día él me correspondiera.

>>Cuando cumplí dieciséis años, él me confesó que también me amaba. ¡Cuán feliz fui entonces! Sentía que estaba en un hermoso sueño—comentó, sonriendo—. Decidimos esperar un año para poder casarnos. Durante ese tiempo, fui la más dichosa entre los mortales.

>>Estaba ilusionada, y me alegraba pensar que mi existencia era apreciada y preciosa para alguien. Él aseguraba en sus cartas que solo tenía ojos para mí y que soñaba con pasar el resto de su vida a mi lado. —Beth suspiró, abatida —. Entonces, pasado el tiempo, algo cambió. Conoció a otra mujer y se enamoró de ella—dijo, omitiendo detalles demasiado reveladores.

Al escuchar esto, el doctor MacGregor sintió una punzada de dolor en su corazón, y de forma inexplicable, deseó darle su merecido a ese desgraciado que la había hecho sufrir.

—Nuestros caminos se separaron. Yo me marché y él se casó con ella. Durante días quise desaparecer de este mundo, porque sentía que mi existencia estaba vacía sin él. Sin embargo, una buena amiga me dio un consejo: Debía irme lejos, ver el mundo que había fuera, y vivir.

>>Fue entonces cuando me marché a Bélgica, y le aseguro que fue la mejor decisión que pude tomar. El tiempo me ayudó a superar aquel desengaño, y un buen día comprendí que él realmente no me amó nunca. Quizás fue pena, un ardiente deseo momentáneo. No lo sé. Pero llegué a la conclusión de que no debía sufrir por alguien que no me merecía—sentenció, convencida.

Cruzaron sus miradas, y ambos comprendieron en ese preciso instante que habían encontrado a un igual en el otro.

El doctor MacGregor notó cómo su corazón latía desbocado, y un intenso deseo de abrazarla se apoderó de él. No entendía esa sensación que aquella mujer le estaba provocando. A su lado, se sentía en paz, tranquilo, calmado. Cada vez que se la encontraba, estaba deseando conversar con ella. Y si no la veía, se preguntaba qué estaría haciendo. No entendía por qué le ocurría, pero así era.

—Doctor, si me lo permite, ¿puedo darle un consejo?

El doctor MacGregor no contestó, pero desde luego, no tenía ningún reparo en que ella le aconsejara. De hecho, confiaba en su juicio ciegamente después de haber compartido su historia con él.

—No permita que el dolor del pasado se adueñe de su presente y de su futuro. Estoy segura de que lo bueno está por llegar, y no me gustaría que se lo perdiera—comentó Beth, dedicándole una tierna sonrisa.

Él la miró, fascinado, mientras su corazón no daba tregua. ¿Cuándo se había convertido Beth Arundel en la criatura más hermosa de la Tierra? Quería contemplarla más tiempo. Sin embargo, quedó decepcionado al comprobar que ella estaba preparándose para marcharse. Se levantó justo cuando ella pasaba a su lado, y entonces, sus miradas se encontraron.

—¿Se marcha ya? —preguntó él.

—Sí, doctor. Ya es muy tarde—contestó Beth, algo alterada y sorprendida por la repentina cercanía del doctor MacGregor.

Él puso una mueca de decepción.

—Bueno, entonces le deseo felices sueños—dijo como si le estuviera abandonando.

Beth sonrió tímidamente, pero no se dejó llevar por su corazón, que deseaba quedarse allí junto a él.

—Doctor, quiero agradecerle que haya compartido conmigo su historia. Para mí, ha sido un honor escucharle. Y si necesita o quiere alguna cosa, no dude en pedírmela.

El doctor MacGregor pensó que esa frase era tentadora. ¿Pedirle algo? Un beso, tal vez. Sus labios, ahora viéndolos de cerca, parecían realmente apetecibles.

Entonces, sacudió su cabeza, y lanzó un reproche a su cerebro. Una vez se recompuso, respondió:

—Gracias a usted. Perdóneme si con todo esto he reabierto alguna herida.

Beth negó con la cabeza.

—Al contrario, me ha ayudado mucho, de verdad. Necesitaba encontrar a un amigo que no juzgara mi historia, que sólo me dejara contarla. —Se fue alejando despacio, y justo antes de llegar a la puerta, se dio la vuelta y dijo—: Buenas noches, doctor.

Beth cerró la puerta tras de sí, y el doctor se quedó allí de pie.

—Buenas noches, Beth—le respondió cuando ella ya no estaba allí.

Beth se cambió, y a continuación, se metió bajo las sábanas. Todavía estaba nerviosa y alterada. Ese momento de intimidad que había compartido con el doctor MacGregor, en el cual los dos habían abierto sus corazones, había provocado en ella emociones que hacía tiempo que no sentía.

Había encontrado en el doctor MacGregor a una persona que había sufrido como ella. No obstante, había una clara diferencia entre ambos: Ella ya no arrastraba ese sufrimiento, mientras que él era un hombre atormentado.

De repente, su corazón se estremeció al pensar en él, en la calidez de su mirada, en su cercanía. Decidió entonces cerrar los ojos, y centrar sus pensamientos en otra cosa. No debía considerar ni por un momento la idea de volver a enamorarse.

◆◆◆

Dos días después regresaron a Taigh Abhainn, y se encontraron con un cielo encapotado a primera hora de la tarde. La señora Wallace estaba agotada después del viaje, que no había sido nada placentero.

Habían tenido algún que otro contratiempo, debido a que los caminos estaban llenos de barro por las fuertes lluvias que habían caído esos días. Esto hizo que el carruaje en el que viajaban se quedara atascado en el barro a mitad de camino, y el doctor y el cochero tuvieron que ponerse manos a la obra para solucionar el percance.

Una vez entraron en la casa, se cambiaron, y después, se sentaron en el salón y tomaron una bebida caliente. A pesar de que el viaje había sido agotador también para el doctor MacGregor, este no tendría tiempo para descansar. Debía volver al trabajo lo antes posible, y pronto desapareció de la vista de Beth y la señora Wallace.

Uno de los sirvientes le entregó a Beth una carta que había llegado en su ausencia. Miró de quien se trataba y comprobó con alegría que era de Olivia. Abrió apresuradamente la misiva, y comenzó a leerla.

<<Querida señorita Arundel:

¿Cómo está? Espero que su vida en Escocia esté siendo maravillosa. Sé que hace mucho que no le escribo, pero últimamente apenas he tenido tiempo.

Estamos acudiendo a muchos actos sociales, porque soy la nueva sensación de la zona. Como usted sabe, me encantan estas reuniones, y me he integrado perfectamente en mi nueva vida. Eso no quiere decir que no la eche de menos. Mi querida señorita Arundel está siempre en mis pensamientos.

El motivo de mi carta es que tengo que darle una maravillosa noticia: Dentro de unos meses, ¡seremos padres!

Ahora mismo siento como si estuviera caminando sobre una nube. Estoy deseando que venga ya mi hijo al mundo para presentárselo. Aunque, por otro lado, estoy algo asustada ante la enorme responsabilidad a la que deberé enfrentarme. Sin embargo, soy inmensamente feliz.

Espero que la noticia le haya alegrado, y ojalá le sea posible visitarnos pronto. Ya sabe que tiene las puertas de mi casa abiertas cuando quiera.

Con afecto,

Lady Olivia Garamond.>>

Beth sonrió, emocionada, y se puso a escribir su respuesta rápidamente. Por supuesto, le hizo saber a Olivia que estaba muy feliz con la buena nueva, y le mandó sus mejores deseos. Estaba segura de que sería una madre maravillosa. Compartió la noticia con la señora Wallace, que dibujó una sonrisa al ver a Beth tan contenta.

Al día siguiente, la rutina regresó a la vida de la señora Wallace y Beth. El cielo había ofrecido una tregua, y fueron a Callander a hacer unas visitas. Allí se enteraron de otra agradable noticia.              

Acudieron a casa de la señora Horne, una vieja amiga de la señora Wallace. La mujer, luciendo una enorme sonrisa, les dio la buena nueva:

—Mi hija Elinor se casa con George Murphy. Y por supuesto, usted está invitada, señora Wallace—dicho esto, le entregó la invitación, que iba dentro de un sobre—. Iba a enviarle la invitación hoy mismo, pero he tenido la suerte de que ha venido a verme.

La señora Wallace abrió el sobre y leyó el contenido de la invitación.

—Joan, no hace falta que me trates de usted y me llames señora. Hemos crecido en la misma calle—dijo la señora Wallace.

—Entonces, ¿podrás venir, Edith? Tu sobrino me ha dicho que vendrá a la boda.

La señora Wallace miró de reojo a Beth, que estaba allí presenciando la conversación sin decir palabra.

—¿Puede acompañarme Beth? Me vendría bien por si necesito ayuda. ¿Te gustaría venir? —preguntó mirando a Beth, que se quedó sin saber qué decir ante tan súbita e inesperada invitación.

—¡Oh, no hay problema! Cuantos más, mejor—respondió la señora Horne, animada.

Beth se mordió el labio inferior y se mostró algo apurada.

—Señora, me encantaría, pero no tengo ningún vestido adecuado para la ocasión.

La señora Wallace agitó una de sus manos, quitando importancia al problema planteado.

—¡No te apures! La boda será dentro de un mes, tiempo de sobra para encargar un vestido a la señora Larsson.

Beth se quedó sin saber qué decir. No le quedaba más remedio que asistir, ya no tenía excusa. El resto del tiempo siguió la conversación, y pasadas dos horas, regresaron a casa.

Por la tarde, una de las sirvientas le encargó a Beth, que estaba en ese momento desocupada, que le llevará al doctor MacGregor un té caliente y unas pastas a su gabinete.

Llevó la bandeja con sumo cuidado, y cuando llegó, llamó a la puerta. Enseguida, pudo escuchar una voz al otro lado:

—Adelante—indicó el doctor MacGregor.

A continuación, Beth abrió la puerta y entró en la estancia. El gabinete era una sala bastante grande. Sus ventanas daban a la zona del río, y tenía una enorme estantería llena de libros sobre medicina y ciencia. Había en un lateral un escritorio grande de madera de caoba. Al fondo, en la parte cercana a una de las ventanas, había una camilla, y justo al lado, una mesa con instrumental médico. En el otro lado, había un armario de cristal lleno de frascos, y delante del escritorio había dos sillas.

Ese era el lugar donde el doctor recibía a veces a sus pacientes, que llegaban allí desde el vestíbulo, atravesando un pasillo que conducía directamente al gabinete.

Beth dejó la bandeja sobre el escritorio en silencio. En ese momento, el doctor estaba concentrado, buscando un libro en la estantería. Cuando lo halló, se dio la vuelta y vio a Beth, quedándose algo sorprendido ante su presencia.

—Señorita Arundel, no me había dado cuenta de que era usted.

—Fanny me pidió que le trajera esto, doctor, porque ella no podía en este momento. Pero no se preocupe, ya me marcho—respondió Beth, dándose la vuelta.

—¡Espere! —exclamó él. Beth se quedó dónde estaba y miró al doctor—. Usted no había estado nunca aquí ¿verdad? —inquirió, acercándose a ella.

—No, doctor. De hecho, nunca había estado en un gabinete médico. 

—Bueno, es mejor así. Es preferible no visitar al médico demasiado—comentó él, sonriendo.

—Sí, es cierto—respondió Beth, tímidamente. Paseó su vista por el gabinete, y en un momento dado, se quedó mirando la estantería—. ¿Todos son libros sobre medicina?

El doctor asintió.

—Así es. Bueno, en realidad también hay de otras ciencias. Aquí tengo las últimas publicaciones. Me gusta estar siempre al tanto de las novedades.

—Usted fue profesor ¿verdad?

—Sí. Di clases de anatomía en el London College. —Hizo una breve pausa, entrecerró los ojos, y dijo—: De hecho, voy a mostrarle algo.

Volvió a la estantería, cogió un libro y se lo entregó. Beth leyó el nombre de los autores y se quedó totalmente sorprendida.

—Así que, usted escribió esto—comentó, mirándole con admiración.

—Sí, bueno, junto con otros médicos. Fue una investigación que hicimos sobre el funcionamiento de las articulaciones.

—¡Vaya! Es impresionante, doctor. Además de salvar vidas, escribe libros—apuntó Beth.

—No, usted es mejor. Es una artista. Yo no sería capaz de hacer los dibujos que usted hace—afirmó—. Por cierto, ¿cuándo va a dibujarme? Tiene que hacerme un retrato.

Beth se rio.

—Cuando usted pueda, doctor. Yo solo necesito papel, lápiz y un buen sitio para que usted pose.

—De acuerdo. Intentaré que sea lo antes posible, así que no se comprometa con nadie—le advirtió él, divertido.

El resto del tiempo que Beth pasó allí, el doctor le mostró otros muchos libros sobre medicina, que ella examinó con interés, mientras él le contaba curiosidades y algunas anécdotas.              

Los dos rieron y charlaron animadamente, disfrutando de su mutua compañía. Después de un buen rato, Beth se marchó del gabinete, y se dedicó a sus tareas, más sonriente de lo habitual.

Esa noche, el doctor MacGregor se reencontró con unos viejos amigos, Luke Thomson y Gavin Robertson. Estos eran dos fornidos escoceses, que lucían pobladas barbas y largas melenas. Ambos trabajaban como granjeros y eran amigos de la infancia del doctor MacGregor.

Estaban los tres bebiendo en la taberna de Lawrence, otro viejo compañero de travesuras. Solían encontrarse allí para tomar una jarra de cerveza o un vaso de whisky, y conversar.

—Bueno, ¿y cómo vamos de amores, Cameron el Conquistador? —preguntó Luke dando un codazo a su amigo.

El doctor MacGregor se encogió de hombros mientras daba un sorbo a su cerveza.

—Ni bien ni mal. No hay nada de momento.

Sus amigos se quedaron sorprendidos ante esta respuesta.

—Debes estar bromeando.  Tú siempre estás con una y con otra. ¿Qué demonios te pasa ahora? —preguntó Gavin, mirándole con suspicacia.

—Sí, eso digo yo—comentó Luke.

El doctor MacGregor se revolvió incómodo en su taburete.

—No me pasa nada. Es sólo que ya conozco a todas las mujeres de por aquí, y no me gusta ninguna. Eso es todo.

Luke y Gavin se miraron, pensativos, y llegaron a una conclusión.

—Luke, este se ha enamorado, te lo digo yo—afirmó Gavin, convencido.

—Ya lo creo—respondió Luke, asintiendo.

El doctor MacGregor suspiró, exasperado, y puso los ojos en blanco, mientras sus amigos intentaban averiguar de quién se trataba.

—Tal vez se ha enamorado de esa chica que trabaja para Smith. Loreen creo que se llama. La pelirroja. ¡Menudas posaderas tiene! —comentó Luke, riéndose.

Gavin negó con la cabeza.

—No, no lo creo. Además, esa ya está comprometida.

—¿Y desde cuando eso ha sido un problema para Cameron? —preguntó Luke con sorna.

—No, es alguien más cercano. Estoy seguro—aseveró Gavin, pensativo.

El doctor MacGregor decidió que había tenido suficiente. Por eso, dejó unas monedas en la barra y se levantó.

—Creo que será mejor que me vaya, mañana tengo que madrugar—dijo, dejando a sus amigos sin palabras—. Hasta pronto, muchachos.

El doctor MacGregor salió de la taberna. A continuación, se subió a su caballo y puso rumbo a Taigh Abhainn. El aire frío le golpeaba en el rostro mientras cabalgaba. Su caballo y la luna llena eran su única compañía. A esas horas, las calles de Callander estaban ya desiertas.

En ese momento, pensó en la conversación que acababa de tener lugar. Sus amigos tenían razón. Algo le estaba sucediendo. Él siempre tenía a alguna mujer entre sus brazos, sin embargo, desde que regresó a Callander no había sido así.              

De hecho, ni siquiera tenía el más mínimo interés en encontrar afecto fuera de Taigh Abhainn. ¿Sería cierto que se estaba enamorando?              

Eso era imposible para él. No obstante, estaba empezando a dudar de sí mismo. Sacudió su cabeza, y siguió concentrado en el camino. Hizo que el caballo galopara más deprisa para que el aire lo golpeara con más fuerza. Así se quitaría ciertas ideas de la cabeza.

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