Beth

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CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

Días más tarde, aprovechando el buen tiempo que hacía, Beth, el doctor MacGregor y la señora Wallace salieron al jardín. Era el momento perfecto y el escenario ideal para que Beth realizara un retrato del doctor.

Este se puso su kilt con los colores de los MacGregor, camisa blanca y botas. Beth cogió su lápiz y su cuaderno, y se sentó en una silla. El doctor MacGregor se colocó delante de ella, con los brazos en jarras y una amplia sonrisa.

Beth se quedó impresionada ante su imponente aspecto, que le recordaba al de aquellos guerreros legendarios que protagonizaban las historias que le contaba su madre. No pudo evitar ruborizarse ante la preciosa sonrisa que el doctor MacGregor le dedicó, y en ese instante, sintió una sacudida en su corazón. Inmediatamente, agachó la mirada, y se concentró en su tarea.

La señora Wallace, que estaba allí cerca, sentada, observando la escena, no pasó por alto el detalle. Consideró que aquellos dos no hacían mala pareja. Ambos eran inteligentes, buenas personas y parecían llevarse muy bien.

Le gustaba mucho Beth. Era una mujer capaz, juiciosa y honesta. Sabía cuándo callar y cuándo hablar, siempre mostrándose comprensiva con el carácter a veces testarudo de su señora.

Había estado hablando con Fiona sobre este asunto durante su estancia en Edimburgo, y ambas pensaban lo mismo: Beth sería una esposa perfecta para Cameron.

Observó a este último, y vio algo que le llamó la atención. Su sobrino observaba a Beth con ternura y afecto. Quería agradarla, ganarse su atención. Cada poco tiempo se movía y se dirigía a ella, provocando que Beth, con dulzura y paciencia, le pidiera que se estuviera quieto. Él protestaba como un niño pequeño, pero acababa obedeciendo.

Beth lo miraba y trazaba líneas en su cuaderno. Se fijó en sus hermosas facciones. Un rostro de rasgos fuertes y atractivos, barba perfectamente recortada que le aportaba un aire reflexivo, y una mirada azul que denotaba determinación, y al mismo tiempo, sensibilidad.

Desde que compartieron confidencias en Edimburgo, ya nada fue lo mismo. Beth había cambiado completamente su percepción de él. Veía ahora en sus bromas una forma de protegerse, de quitar importancia a todo. Sus amoríos eran una manera de escapar, de alejarse de su pasado, meros intentos de mitigar el dolor que residía en su corazón.

Y ahora estaba allí, ante ella, mostrándose risueño y encantador. A Beth le divertía su forma de protestar cuando llevaba menos de cinco minutos quieto. Le recordaba a Olivia cuando posaba para ella.

—Espero que el resultado sea brillante. Si no haré la pertinente reclamación—dijo él, mirándola de reojo.

—No se preocupe, doctor. Mientras esté quieto, no habrá ningún problema—respondió Beth con una sonrisa en su rostro.

El doctor MacGregor aprovechó un momento en el que ella tenía su vista fijada en el cuaderno para observarla mejor. Se deleitó mirando con detenimiento sus suaves facciones, y le pareció que estaba preciosa en ese momento.

Cuando ella alzó la vista, él apartó su mirada, tratando de disimular.

<<Cameron, deja de pensar en tonterías.>>, se dijo a sí mismo.

Horas más tarde, Anne vino a hacerles una visita. Beth se alegró mucho de verla, al igual que la señora Wallace, que le preguntó por las últimas novedades.

—Bueno, pues parece que Gracie se ha cansado de esperar a Ben. De hecho, ya no viene a casa desde hace varios días—comentó Anne tomando un sorbo de su taza de té.

—Es natural, Anne. Ben tampoco es que fuera muy amable con ella—aseveró Beth.

—Claro que lo entiendo, Beth. Yo no hubiera aguantado tanto. Lo que me molesta es que mi hijo sea tan tonto y esté tan ciego, suspirando por una señorita que ni siquiera le mira al pasar—se lamentó Anne.

—Bueno, querida, ya sabes lo que dicen: Deseamos lo que no podemos tener. Estoy segura de que dentro de un tiempo se le pasará, ya lo verás. Y en cuanto a Gracie, es una muchacha joven y encantadora, encontrará a otro que sepa apreciarla como se merece—afirmó la señora Wallace.

—Estoy totalmente de acuerdo con usted. Aunque quien me preocupa es Ben. ¿Sabe si volverán los Cardigan a Manor Hall? —preguntó Anne, inquieta.

La señora Wallace torció el gesto.

—Seguramente sí. Pero ya sabes que ellos no se relacionan con nadie. Ni siquiera conmigo. Y menos mal. No me gustaría tener que visitarles o recibirles. Es gente que no me agrada en absoluto.

—Temo que Ben se ponga en evidencia visitando a la señorita Cardigan—comentó Anne, disgustada.

—Ya verás como no, Anne. Todos hemos pasado por algo así, y hemos sufrido desengaños. Ahora le toca a Ben—respondió Beth, poniendo su mano sobre la de Anne, que le sonrió.

Beth comprobó que el plato de pastas estaba vacío y que se habían quedado sin té, así que se llevó la bandeja y se dirigió a la cocina para pedir que les sirvieran más.

Cuando Beth salió de la estancia y cerró la puerta tras de sí, la señora Wallace se acercó más a Anne, y le habló en voz baja:

—Anne, querida, quiero comentarte algo, pero es algo que debes mantener en secreto.

Anne se quedó intrigada, y respondió:

—Descuide, soy una tumba.

—Verás, he estado observando ciertos… Comportamientos. Y puedo afirmar que entre mi sobrino y Beth está pasando algo.

Anne abrió los ojos y la boca, sorprendida.

—Quiere decir que…

—No, no. Aún no. Pero creo que comparten los mismos sentimientos.

Anne se alegró de saberlo.

—Pues si me permite decirlo, me encantaría que así fuera. Deseo la felicidad de Beth por encima de todo. Además, aprecio mucho a su sobrino. Creo que harían una pareja maravillosa—afirmó Anne, emocionada.

La señora Wallace sonrió.

—Comparto tu opinión, Anne. Creo que sería una unión perfecta. Aún debo hallar la manera de darles ese empujoncito que necesitan. Cuando la encuentre ¿podré contar contigo? —inquirió la señora Wallace mirándola, decidida.

—¡Por supuesto!

Ambas se estrecharon la mano, sellando así ese pacto secreto. Minutos después, Beth entró de nuevo en el salón y las dos mujeres la recibieron con una sonrisa, disimulando. Gracias a esto, Beth no se percató de nada.

◆◆◆

Y llegó el gran día para los Murphy y los Horne. Por la tarde tuvo lugar la preciosa ceremonia nupcial en la iglesia de la ciudad, y a ella acudieron casi todos los habitantes de Callander.

La señora Wallace había comprado para Beth tres vestidos diferentes, que podría lucir en ocasiones especiales como esta. Eligió uno de color frambuesa, con escote en forma de pico con encaje en los bordes.

La señora Wallace miró a su doncella, y sonrió, satisfecha. Beth estaba realmente elegante y hermosa. El vestido se ajustaba perfectamente a su esbelta figura, y su cabello, recogido en un moño trenzado, resplandecía, al igual que su rostro.

El doctor MacGregor se quedó sin palabras al verla. Pensó que estaba realmente bonita, pero se guardó los halagos, ya que sabía que su galantería podría poner en apuros a Beth.

Durante el trayecto, el doctor la miraba de reojo cuando creía que ella no se daba cuenta. Beth estaba acostumbrada a pasar desapercibida, por lo que las miradas furtivas del doctor MacGregor le abrumaban un poco, aunque, por otro lado, le agradaban, ya que percibía en ellas aprecio y cierta fascinación.

Ella también se deleitó discretamente observando al doctor, que estaba sumamente apuesto vestido con el tradicional kilt con los colores de los MacGregor, una camisa blanca, y botas altas de piel, luciendo su barba perfectamente recortada.

Tras la ceremonia nupcial que se celebró en la iglesia local, todos se dirigieron a la casa de la familia Murphy, donde tendría lugar el convite.

En el amplio jardín trasero de la casa, se colocaron unas mesas alargadas, y todos los invitados degustaron un delicioso y abundante banquete nupcial.

Los novios estaban perdidos el uno en el otro. Beth los miraba de vez en cuando, y sonreía al observar las tiernas miradas que se dedicaban.

A la boda también asistieron Anne, Ben, Angus y la joven Gracie, que iba elegantemente vestida con un traje de color verde. Se sentaron lejos de ella en la mesa, con la promesa de verse más tarde.

Beth se sentó junto a Luke Thomson, su esposa Faye, y la señora Wallace. Sentado enfrente estaba el doctor MacGregor, junto a su amigo Gavin y la esposa de este, Danielle.

Enseguida empezaron a conversar como si se conocieran de toda la vida. Era realmente fácil hacer amigos en aquel rincón del mundo, pensó Beth.

—Aún recuerdo cuando vosotros tres os ibais de aventuras por los alrededores. Eran tres demonios—aseveró la señora Wallace.

—Sí, sobre todo Cameron. Era el líder, el que planeaba las travesuras—comentó Luke, riéndose.

—¡Ahora echadme la culpa de todo! Pero yo fui quien os presentó a vuestras esposas, no lo olvidéis.

—Eso es cierto—respondió Gavin, mirando a su esposa, ensimismado.

—Al final has conseguido que todos nos casemos, menos tú—comentó Faye, la esposa de Luke.

El doctor no respondió al comentario, y se limitó a tomar un sorbo de su copa de vino.

—Por cierto, señorita Arundel, usted que sabe más del asunto. ¿Puede darnos alguna pista sobre quién está en los pensamientos de nuestro amigo Cameron? —preguntó Luke, mirando a su amigo.

El doctor MacGregor puso un gesto de alarma, abriendo los ojos de par en par y reprobando a su amigo con la mirada, mientras la señora Wallace ponía toda su atención.

—No entiendo bien lo que quiere decir, señor Thomson—contestó Beth, desconcertada.

—Es que tenemos la teoría de que nuestro querido amigo se ha enamorado, y queríamos saber si usted tiene alguna idea de quién puede ser—explicó Gavin.

Beth miró a los dos hombres y al doctor MacGregor, que se había llevado una mano a su frente, ocultando su rostro, muerto de vergüenza.

—Me temo que no puedo ayudarles en este asunto, caballeros—respondió Beth, dibujando una inocente sonrisa.

El doctor MacGregor la miró, sonriendo agradecido, y en ese instante, Beth sintió un fuerte latido en su corazón. De repente, Ben apareció por allí, poniéndose a su lado.

—¿Me concedes este baile, Beth? —preguntó el muchacho, tendiéndole la mano.

<<Salvada>>, pensó.

Beth asintió, y lo acompañó hasta el centro de la improvisada pista de baile. Había pocas parejas bailando al ritmo de las gaitas, así que se convirtieron en el centro de atención. Beth se movía con torpeza, porque no conocía los pasos, y Ben y ella se reían. Estaban disfrutando como niños, olvidándose de las miradas que acaparaban.

El doctor MacGregor observaba a Beth, ensimismado. Pensaba que estaba preciosa bailando torpemente y riéndose. Parecía feliz y despreocupada, y le gustaba verla así.

Al percatarse de las atentas y afectuosas miradas que el doctor MacGregor le dedicaba a Beth, Luke y Gavin hallaron la respuesta que buscaban, mientras que la señora Wallace confirmó lo que ya sabía. 

Ben y Beth acabaron exhaustos, y se sentaron en unas sillas que había allí cerca. En ese momento, Gracie se puso a bailar en el centro de la pista con otro joven. Ben los miró con cierto fastidio, detalle que Beth no pasó por alto.

—¿No crees que Gracie está muy guapa esta noche?

Ben apartó su mirada de Gracie, y contestó, distraídamente:

—No sé, supongo que sí.

—¿Hace mucho que no habláis?

—Sí, bastante tiempo. Pero no me importa. Puede irse con quien quiera—respondió Ben, tajante y molesto.

Beth comprendió por el tono y la actitud de Ben, que este estaba celoso, aunque sabía que nunca lo admitiría. Le estaba bien empleado, pensó. Uno muchas veces no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde.

Después de un segundo baile, esta vez con Angus, Beth regresó a su mesa. Allí solo estaban Luke, Faye, Gavin y Danielle, ya que el doctor MacGregor y la señora Wallace estaban charlando con otros invitados en distintos rincones del jardín.

Los amigos del doctor aprovecharon la ocasión para conocer más a Beth, haciéndole preguntas sobre sus orígenes y su vida en Taigh Abhainn, que ella contestó con suma amabilidad. Después empezaron a contarle divertidas anécdotas sobre el doctor MacGregor.

—Cameron es un buen amigo. Si puede hacerte un favor, lo hace sin pedir nada a cambio—afirmó Luke.

—Sí. Recuerdo cuando conocí a Danielle. Fue en un viaje a Edimburgo. Por aquel entonces, yo era muy tímido, y me costaba mucho hablar con las mujeres. El caso es que ya había visto a Danielle en el Grassmarket durante más de una semana, pero nunca me atrevía a hablarle. Así que, un buen día, Cameron, harto de mis suspiros, se acercó a ella y nos presentó. Gracias a eso, reuní el valor suficiente para pedirle relaciones. ¿Y sabe lo más gracioso? ¡Que yo a ella también le gustaba, pero no se atrevía a decírmelo! —explicó Gavin, riéndose, mientras su mujer asentía, risueña.

—Lo mío fue más interesante. Conocía a Faye desde que éramos unos renacuajos, y todo el día andábamos peleando. Cameron se empeñaba en decirme que en el fondo nos gustábamos, y que debíamos dejarnos de tonterías—comentó Luke.

—Así que, el muy pillo nos puso por parejas en un juego de la búsqueda del tesoro, y Luke y yo teníamos que ir juntos. Al final, acabamos tirados en la hierba, besándonos—explicó Faye.

—¿Y encontraron el tesoro? —preguntó Beth con una sonrisa inocente.

Todos se miraron y rieron ante la pregunta.

—Pues creo que lo encontró Cameron solo. Era el único que iba sin pareja—contestó Luke, riéndose a carcajadas.

A pesar de que en ese momento el ambiente era agradable y alegre, un pensamiento amargo cruzó la mente de Beth cuando observó a aquellas parejas tan felices riendo juntos. Los recuerdos de un pasado lejano regresaron.

Recordó a esa Beth de diecisiete años, una joven inocente y enamorada, que planeaba casarse con el hombre de sus sueños. Suspiró con cierto pesar. De repente, pensó en Melinda, su amiga del alma, que estaba atrapada en un matrimonio fracasado e infeliz.

Miró hacia la pista de baile, y observó a los novios, que bailaban abrazados. Ellos habían tenido suerte, al igual que Olivia, pensó. 

—¿Se encuentra bien? —preguntó Faye.

Beth la miró, sacudió su cabeza y sonrió.

—Sí, muy bien. Creo que voy a dar un paseo. Necesito andar un poco—contestó Beth levantándose de la silla—. Si me disculpan.

Después de aquella conversación, los amigos del doctor MacGregor llegaron a la misma conclusión: Beth Arundel era una mujer verdaderamente agradable y encantadora.

Sabían que Cameron sentía algo más que simple afecto por ella, pero su tozudez y el miedo le impedían admitirlo. A partir de ese día, rezarían para que eso cambiara pronto.

Beth se apoyó en una de las paredes de la fachada de la casa. Desde donde estaba, podía observar a todo el conjunto de asistentes. La señora Wallace charlaba animadamente con la madre de la novia, mientras Anne y Angus bailaban en la pista, mirándose, embelesados. Sonrió al recordar a aquellos dos cuando eran más jóvenes. En realidad, no habían cambiado tanto, porque seguían amándose igual que el primer día.

En un rincón, Gracie hablaba con una mujer, mientras miraba de reojo a Ben, que estaba conversando con otros invitados. A pesar de haberse alejado de él, Gracie aún le quería. No era un enamoramiento pasajero.

De repente, notó una presencia a su lado. Giró la cabeza, y vio al doctor MacGregor, que estaba apoyado en la pared, observando a los invitados, igual que ella.

—Perdone, doctor, no sabía que estaba aquí—dijo Beth, algo apurada.

—No se preocupe. Su presencia nunca me molesta—respondió él sin mirarla, mientras sostenía una copa en la mano—. ¿Le gustan las bodas, señorita Arundel?

Beth pensó un momento la respuesta.

—No me disgustan. La verdad es que he asistido solo a una, aparte de esta.

—A mí tampoco me disgustan. Ves a viejos amigos, recuerdas viejos tiempos.

—Bueno, en mi caso, hoy he conocido a mucha gente. Y ha sido divertido, debo decir.

—La otra boda a la que asistió fue la de su alumna ¿verdad?

—Sí, doctor.

—Sería muy distinta a esta.

—Desde luego que sí. No había tanta espontaneidad; era mucho más formal. Pero…

—¿Pero? —preguntó, mirándola.

—Los novios estaban enamorados—respondió Beth, sonriendo tímidamente—. No es algo muy común entre los matrimonios de la alta sociedad.

—Así que fue por amor.

—Sí, así es—afirmó Beth con orgullo—. Ahora es una mujer felizmente casada y enamorada, que pronto será madre. Siempre desee que fuera así.

—Estoy seguro de que usted tuvo algo que ver en eso. Normalmente, las jóvenes no se rebelan contra su destino.

—Me temo que el mérito es de la providencia, que obró a su favor. Para otras no ha sido así, lamentablemente.

—Como su amiga lady Avery.

Beth entonces torció el gesto al recordar el matrimonio desgraciado de su amiga.

—Sí, como lady Avery. —Suspiró con pesar—. Si tan solo tuvieran la posibilidad de separarse y empezar una vida nueva por separado.

El doctor MacGregor asintió con cierta amargura.

—Sí, eso solucionaría muchos problemas, pero no estaría bien visto. Para la mayoría de los mortales, solo la muerte puede disolver un matrimonio.

—Es algo tan injusto. Forzar a dos personas a estar juntas, y hacer de su vida un infierno por los intereses de otros es algo cruel e indignante—afirmó Beth con amargura.

El doctor MacGregor dibujó una sonrisa ladeada en su rostro.

—Cada día me sorprende más, señorita Arundel.

Beth lo miró, desconcertada.

—¿Por qué dice eso, doctor?

—Porque es una adelantada a su época, me temo. Pocas personas opinan como usted y como yo. —Entonces desvió su mirada hacia los invitados—. Mire a toda esa gente. —Beth miró a la multitud que reía y charlaba animadamente—. Para ellos, el matrimonio es una institución sagrada e indisoluble. Nunca aceptarían a alguien separado o divorciado, porque creen firmemente que un matrimonio puede durar toda la vida. Incluso los que saben que están condenados al fracaso. Creencias que han pasado de padres a hijos. Mentalidades que son difíciles de cambiar. Yo creía que era el único que pensaba de esa manera, y de repente, usted, Beth Arundel, esa desconocida a la que conocí en una noche como esta, me dice que piensa igual que yo. De todas las personas que hay en el mundo, usted comparte conmigo esas ideas. ¿Ahora entiende porque me sorprende?

Beth sonrió tímidamente y no respondió. Ahora se sentía un poco inquieta al percibir la atenta mirada del doctor MacGregor sobre ella.

—Esa noche en casa de lord Houston me dejó totalmente impresionado, no había conocido a nadie como usted, señorita Arundel, y a pesar de eso, salí de allí convencido de que no volvería a verla. Tiempo después, cuando nos reencontramos en Taigh Abhainn, llegué a la conclusión de que el destino se había empeñado en ponernos en el mismo camino, aunque entonces no conocía el motivo. Sin embargo, ahora lo sé—aseveró él, sin dejar de mirarla.

Beth giró la cabeza, y cuando sus miradas se encontraron, le pareció que el resto del mundo había desaparecido a su alrededor. Aquellos ojos azules, que la observaban de una manera que ella no sabía cómo describir, provocaban que su corazón latiera desbocado, y que unas traviesas mariposas revolotearan en su estómago.

En ese momento, ninguno de los dos se dio cuenta de que alguien se acercaba.

—¡Oh, querida, aquí estás! Te he estado buscando. Creo que ya va siendo hora de marcharnos. Estoy agotada—dijo la señora Wallace sin mirar a su sobrino, que puso una mueca de fastidio.

Beth miró a su señora, asintió, y a continuación, se marcharon, dejando al doctor MacGregor solo.

Minutos más tarde, ambas estaban en Taigh Abhainn, preparadas para irse a dormir. Beth también estaba cansada, pero decidió quedarse despierta un rato más, leyendo en su cama.

Una hora después, justo cuando estaba a punto de acostarse, llamaron a la puerta principal. A esas horas no había nadie despierto en la casa, así que Beth se puso una bata, cogió un candelabro y fue escaleras abajo.

Abrió la puerta, y se encontró con Gavin y Luke, que sostenían al doctor MacGregor entre los dos. Según le contaron, este estaba completamente borracho, y apenas podía mantenerse en pie. El doctor MacGregor alzó la vista y estrechó la mirada. Al reconocerla, sonrió.

—Buenas noches, señorita Arundel—dijo arrastrando las palabras.

Enseguida Beth les cedió el paso. Luke y Gavin consiguieron llevarlo hasta su habitación con la ayuda de Beth, que fue la encargada de iluminarles el camino con el candelabro. Entraron en el cuarto del doctor, y Luke y Gavin lo colocaron sobre la cama.

—Muchas gracias por su ayuda. Ya puedo encargarme yo de lo demás, no se preocupen—aseveró Beth.

Luke y Gavin se marcharon, y ella se quedó a solas con el doctor MacGregor, que apenas se movía. Tenía la cabeza apoyada en la almohada, y murmuraba palabras sin sentido. Beth consiguió quitarle las botas sin apenas esfuerzo, y las dejó al pie de la cama. A continuación, cogió una manta del armario, y le tapó con ella. Una vez se aseguró de que estaba todo en orden, decidió que era el momento de marcharse.

—Buenas noches, doctor—dijo en voz baja.

Se dio la vuelta, y se dispuso a ir hasta la puerta, pero no pudo moverse. Giró la cabeza, y se encontró al doctor MacGregor medio incorporado, apoyado de costado sobre uno de sus codos, agarrando su mano con fuerza, mientras la miraba, suplicante.

—Por favor, Beth, no te vayas. No me dejes solo.

Beth sintió una cálida sensación en su pecho al oírle decir eso. La necesitaba, deseaba su compañía, y esto despertó en ella algo que creía olvidado. Por supuesto, ella no iba a marcharse porque también deseaba quedarse a su lado.              

Quiso responderle, sin embargo, no tuvo tiempo.

En ese momento, él tiró de ella, y Beth acabó cayendo sobre su amplio pecho, atrapada entre sus fuertes brazos, que la rodearon inmediatamente. Su respiración se volvió entrecortada, debido a la cercanía con ese hombre. Percibió un dulce olor. Era su fragancia. Se sintió en ese momento segura y feliz. Hacía años que no se sentía así.

—Beth, mi dulce Beth. Eres la mujer más bonita de Callander. No. ¡Del mundo! ¡La mejor! La única que me comprende. Yo sé que tú no me vas a dejar nunca. ¿A qué no? —preguntó él, sonriente, entrecerrando los ojos, sin dejar de abrazarla y acariciando su pelo.

Beth no respondió y cerró los ojos, intentando contener la emoción que sentía.

—No, tú no te irás. Porque tú no eres una mujer fría. Aparentas serlo detrás de esos vestidos de institutriz. ¡Hip! —afirmó arrastrando sus palabras—. Pero en el fondo eres alegre y apasionada. Y tienes el corazón herido, igual que yo—dijo apoyando su mejilla en la cabeza de Beth, que permanecía inmóvil—. Pero juntos podremos curar nuestras heridas. Porque yo ya soy tuyo, Beth. Ya no hay día que no piense en ti. Puedes hacer conmigo lo que quieras. No protestaré. Solo te pido que no me abandones nunca, y que te quedes conmigo en este rincón del mundo para siempre. ¿Lo harás? ¡Hip!

Beth levantó la cabeza y lo miró con los ojos humedecidos por la emoción. ¡Qué hermosas palabras! Aunque las dijera estando borracho. Sonrió, feliz, y contestó:

—No me iré a ninguna parte.

Él la miró con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, alzó su mano, y acarició su mejilla.

—No me iré a ninguna parte, Cameron—la corrigió él.

Beth asintió, sin dejar de sonreír.

—No me iré a ninguna parte, Cameron.

Entonces, él cerró los ojos, y cayó dormido al instante. Beth pudo liberarse de su abrazo, y al hacerlo, sintió una terrible sensación de frío. Deseaba volver a estar entre sus brazos, pero no era lo correcto. Sería terrible que les encontraran a los dos al día siguiente en una situación tan comprometedora.

Entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí. Se llevó las manos a las mejillas. Aún sentía el calor de su tacto, y pudo oler su fragancia en su bata y su camisón. Cerró los ojos, emocionada y sonriente. Suspiró y volvió a sonreír. No podía negar la evidencia: Estaba enamorada de Cameron MacGregor.

Amaba su generosidad, su inteligencia, su simpatía. Adoraba su mirada y su sonrisa. Disfrutaba enormemente de su compañía y se sentía dichosa a su lado. Se había convertido en el dueño de su corazón poco a poco, sin darse cuenta. Y lo que era un milagro: él también la amaba.

Aunque era importante tener en cuenta que estaba borracho. Sin embargo, solía decirse que los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. Y Beth estaba segura de que había hablado con el corazón. Aquella noche, soñó de nuevo con un nuevo amor. Esa ilusión ya no la abandonaría a partir de entonces.

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